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lunes, 16 de octubre de 2023

Repunta la inflación

Los precios llevan 3 meses subiendo (julio, agosto y septiembre), tras bajar antes, desde febrero. La culpa la tienen las subidas de los carburantes (desde junio), la electricidad (desde septiembre) y los alimentos, sobre todo el aceite, azúcar, arroz, patatas, frutas y verduras, leche, y huevos. Ahora, con el conflicto en Israel, se teme que suban más el petróleo y el gas, encareciendo carburantes y electricidad. Y que la sequía y las malas cosechas mantengan caros los alimentos. Pero lo que más preocupa es que los precios sigan altos en 2024, incluso con más inflación (por encima del 4%) que este año, por los conflictos en Ucrania e Israel y la crisis climática. Un tema clave para el futuro de la inflación en España será ver si se forma un Gobierno en noviembre y prorroga las ayudas contra la inflación (costosas es un año donde tendrá que rebajarse el déficit público). Y si hay reforma del mercado eléctrico europeo o al menos, España mantiene “la excepción ibérica”, que nos ha abaratado la luz.

                   Enrique Ortega

El INE lo confirmó el viernes: la inflación anual volvió a subir en septiembre, hasta el 3,5%. Es el tercer mes consecutivo en que sube el IPC (tras las subidas de julio, al 2,3%, y agosto, al 2,6%), después de alcanzar un mínimo anual del 1,9% en junio, que contrastaba con la disparada inflación de un año antes (más del 10% en junio, julio y agosto de 2022). Ahora, el repunte de la inflación en España tiene 3 culpables: la subida de los carburantes (la gasolina y el gasóleo suben desde el verano, aunque bajan la última semana), la electricidad (que sube desde septiembre) y los alimentos (que llevan 18 meses consecutivos subiendo por encima del 10% anual, desde abril de 2022), más los hoteles y restaurantes. Veámoslo con más detalle.

El precio de los carburantes alcanzó su mínimo a finales de mayo (1,584 euros/litro la gasolina y 1,415 euros el gasóleo), para subir después 14 semanas seguidas, por la mayor demanda en verano y el repunte del petróleo. Y aunque bajaron la semana pasada, la gasolina cuesta ahora un 8,5% más (1,719 euros/litro) y el gasóleo un +18,8% (1,682 euros litro). Por un lado, el conflicto en Israel ha provocado un nuevo alza del petróleo (por encima de los 90 dólares), tras subir desde agosto por el recorte de la producción pactado por Arabia Saudí y Rusia, aunque todavía el alto precio del crudo ahora (90,86 dólares/barril el sábado) es más barato que antes de la invasión de Ucrania (97,89 dólares por barril de Brent). Y a favor de la bajada de los carburantes juega la decisión de Putin de volver a exportar gasóleo fuera de Rusia, lo que puede destensionar el mercado internacional y los precios, aunque en invierno aumenta la demanda.

La electricidad ha subido en los últimos meses, aunque menos que el año pasado, tras unos precios mínimos de enero a mayo, por la bajada del precio del gas y el aumento de la producción renovable. Tras subir en junio y julio, el precio mayorista de la electricidad volvió a bajar en agosto (hasta un mínimo de 52,31 euros/MWh el día 27), para subir ya en septiembre (110,04 euros/MWh el 23 de septiembre) y octubre (118,64 euros/MWh el viernes13), por un aumento excepcional de las temperaturas y un mayor uso del gas natural, que está subiendo de precio (+50% en una semana), por la mayor demanda internacional, la subida de los derechos de emisión de CO2, la sospecha de un sabotaje en el gasoducto de Finlandia a Letonia y, ahora, el conflicto en Israel. Con ello, el gas natural, clave para asegurar el suministro, ha subido de 40 euros/MWh en agosto a  55,2 euros el viernes. Y ahora, con la tensión de Ucrania e Israel más el invierno, el gas seguirá caro (y la electricidad y la calefacción). 

Y los alimentos no bajan, tras subir por encima del 10% anual desde abril de 2022. En septiembre han subido un +0,5% mensual y subían ya un +10,5% anual, según el INE, lo mismo que en agosto. Los alimentos que más suben son los aceites (+41,9% anual, tras subir un +1,2% en septiembre), por las malas cosechas,  el azúcar (+40,5% el último año), por el encarecimiento del mercado mundial tras malas cosechas en India, el arroz (+18,5% anual), las patatas (+15,2%), el pan (+14,9%), las carnes de pollo (+18,1%), vaca (+14,7), cordero (+11,5%), y cerdo (+11,2%), el agua, refrescos y zumos (+12,7%), la leche (+11,9%) y los huevos (+11,5%), las legumbres (+11,6%), cereales (+10,5%), frutas (+9,2%) y lácteos (+8,9%), según el IPC de septiembre (INE).

Además de los carburantes, la electricidad y los alimentos, suben muy por encima de la media los paquetes turísticos nacionales (+15,7% anual) e internacionales (+14,6%), los hoteles (+11% anual) y los restaurantes y cafés (+5,8%).  Sube poco la ropa y el calzado (+1,2% anual), el menaje del hogar (+3,9%), los gastos médicos (+2,1%), el transporte (+3,8% anual, por la menor subida de los carburantes que el año pasado y la bajada del transporte público), las comunicaciones (+4,4%), la enseñanza (+2,2% anual), el ocio y cultura (+5%). Y nos ayudan con sus bajadas anuales los gastos de vivienda (-13,1%), por la rebaja anual del gasto en calefacción luz y agua, según el INE. 

A pesar del repunte de la inflación en los últimos 3 meses, España sigue con una menor inflación que la mayoría de Europa. En septiembre, la inflación española (dato armonizado con Europa) era del 3,2%, bastante inferior a la media de inflación homologada en la zona euro (20 paises), que era del 4,3%. Y aunque la inflación bajó en septiembre en la eurozona (del 5,2 al 4,3%) y subió en España (del 2,4 al 3,2%), todavía tenemos la 4ª menor inflación de la zona euro, sólo superior a la de Bélgica (0,7%), Grecia (2,4%) y Finlandia (3%). Y nuestra inflación es muy inferior a la de Austria (+11% anual en septiembre), Alemania (+10,9%), Italia (+9,4%), Irlanda (+8,6%) o Francia (+8,6%), según Eurostat.

Ahora, se espera un repunte de la inflación en el 4º trimestre, en Europa y en España, por la esperada subida del petróleo y el gas (por los conflictos de Israel y Ucrania, más el aumento de la demanda ante el invierno), que van a encarecer los carburantes, la electricidad y la calefacción. Además, no se espera que bajen los alimentos, porque seguiremos sufriendo los efectos de la sequía y las malas cosechas. En España, la cosecha de aceite 2023-24 se espera algo mejor (+15%) que la desastrosa cosecha pasada (2022-23), pero seguirá estando un 34% por debajo de la cosecha media  (765.000 TM frente a más de 1 millón de TM en las cuatro campañas anteriores a la de 2022). Y además, hay la mitad de remanentes (stocks) que hace un año, lo que forzará a unos precios altos. Y lo mismo pasará con las naranjas (esperan la menor cosecha en 11 años) y los cereales (con pérdidas del 70 al 80% en los cereales de invierno), las frutas y hortalizas.

Los pronósticos son que la inflación siga alta hasta diciembre y se cierre el año con una inflación media del 3,6% (cerca del 4% anual en diciembre) según el Banco de España, mientras el FMI nos acaba de pronosticar un 3,5% de inflación media este año. Ojo, es una inflación alta, pero menos de la mitad de la inflación media que sufrimos en 2022: +8,3%. El problema es que en 2024 no mejorará la inflación, sino que va a empeorar (superando incluso el 4%). En ello coinciden tanto el FMI (augura un +3,9% de inflación media, frente al +3,5% este año) como el Banco de España (que prevé una inflación media del +4,3% en 2024, frente a +3,6% este año). En ambas previsiones, el temor a una mayor inflación en 2024 se debe a una posible subida del precio del petróleo y el gas (por los conflictos geopolíticos), a la esperada subida de la electricidad (ante la falta  de una reforma del mercado eléctrico en Europa) y a la sequía y la crisis climática, que afecta negativamente a las cosechas de alimentos en todo el mundo y en España.

Hay otro factor más que tira hacia arriba de la inflación: la subida de los márgenes empresariales en muchos sectores, donde las empresas están aprovechando para recomponer beneficios tras la crisis del COVID. Lo confirman los últimos datos disponibles del Observatorio de Márgenes, una herramienta conjunta elaborada por los Ministerios de Economía y Hacienda más el Banco de España: las grandes compañías, sobre todo del sector energético, el agroalimentario y la distribución han disparado sus márgenes sobre ventas en la primera mitad de 2023. Concretamente, las empresas eléctricas y gasistas aumentaron sus márgenes sobre ventas un +26,8%, las compañías petroleras y extractivas un +16,9%, las mayores empresas agrícolas y pesqueras un +19,9%, los supermercados y grandes grupos de distribución un +10,7%, las empresas de hostelería un +16,92%, las agencias de viaje un +41,2% y el sector inmobiliario un +39,7%. Estos son los datos oficiales sobre su aumento de márgenes, aunque los sectores y empresas insisten en que ellos no repercuten los aumentos de costes en sus precios y clientes

Mientras, los 20.735.911 trabajadores afiliados a la Seguridad Social sufren la subida de precios sin que les compense la subida de sus sueldos. Hasta septiembre, la subida media en los pocos convenios firmados (945, que afecta a 2.687.188 trabajadores) fue del +3.41%, por debajo de la inflación anual (+3,5% a septiembre) y muy por debajo de lo que han subido este año los carburantes (+8% la gasolina y + 1,2% el gasóleo) , la luz (+194%)  o los alimentos (+5,9% de enero a septiembre). Y es el tercer año en que los trabajadores pierden poder adquisitivo, tras las mínimas subidas en los convenios de 2022 (+2,99%) y 2021 (+1,45%). Así que no son los salarios los culpables de que siga subiendo la inflación, sino el aumento de costes (sobre todo energéticos) y su repercusión en los márgenes empresariales.

Ahora, además de la incertidumbre sobre el comportamiento de la energía y los alimentos, a la vista de las crisis de Israel y Ucrania y las tensiones geopolíticas internacionales (EEUU, China, Rusia, Europa y Oriente Medio), en España preocupa el futuro de las ayudas públicas aprobadas contra la inflación y que terminan el 31 de diciembre. Por un lado, la rebaja del IVA y otros impuestos, en la electricidad y la alimentación, más las ayudas al transporte profesional (5 céntimos por litro en el cuarto trimestre). Y por otro, el final de la excepción ibérica, prorrogada en marzo por la Comisión Europea hasta el 31 de diciembre. 

En cuanto a la prórroga en 2024 de las ayudas públicas contra la inflación, las tiene que aprobar un Gobierno y no es seguro que lo vayamos a tener antes de final de año. En caso de no poderse prorrogar a tiempo, los efectos serían muy perjudiciales para los consumidores, autónomos y empresas. Sólo la factura de la luz subiría un 26% en 2024 (16 euros más al mes ya en el recibo de enero) si no se prorrogan los recortes del IVA (del 21 al 5%) y del impuesto sobre la electricidad (del 5 al 0,5%) más la supresión del impuesto de generación eléctrica (7%), en vigor desde mediados de 2021 hasta diciembre de 2023. Y otro tanto pasaría con muchos alimentos y los costes de los transportistas. Pero si hay Gobierno a tiempo, tendrá un problema adicional: se ha comprometido con Bruselas a bajar el déficit al 3% en 2024 y eso puede obligar a recortar las actuales ayudas contra la inflación.

Respecto a “la excepción ibérica en el mercado eléctrico (un tope al precio del gas en la generación de electricidad,  implantado en junio de 2022 y que ha permitido ahorrarnos 5.000 millones de euros en el recibo sólo en el primer año), no va a ser fácil que la Comisión Europea apruebe una nueva prórroga para 2024. Además, no avanza la reforma del mercado eléctrico europeo que pueda ayudar a reducir las subidas de la luz. Estaba previsto que se avanzara en este semestre de presidencia española, pero las posiciones están muy distantes. Si no hay reforma ni excepción ibérica”, veremos grandes subidas del recibo en 2024, aunque serían más “suaves” al haberse aprobado un nuevo recibo de la luz (entrará en vigor el 1 de enero), con más peso de las compras a plazo frente al mercado diario.

En definitiva, que la inflación sigue ahí, mejor que el año pasado y que en la mayoría de Europa pero peor que hace unos meses. Y con el temor de que repunte más este otoño y hasta el verano próximo, por culpa de la energía y los alimentos, muy sensibles a los conflictos geopolíticos y a la crisis climática. Así que habrá que seguir comprando con cuidado y recortando algunos gastos, ya que los salarios suben poco. Y esperar que haya nuevas medidas contra la inflación, que nos ayuden a llegar a fin de mes. Es lo que hay.

lunes, 17 de julio de 2023

España se internacionaliza

España fue el país europeo que más cayó con la pandemia y ahora crecemos 4 veces más que la media, gracias a dos motores: exportaciones y turismo. En el primer trimestre, las ventas al exterior (récord histórico) y los turistas y su gasto han sido responsables de dos tercios del crecimiento español (4,2% anual), ayudados por los bajos salarios y una inflación inferior al 2%, que nos hacen mucho más competitivos. Con ello, la economía lleva 15 años “internacionalizándose”: 4 de cada 10 euros que se generan en España los compran extranjeros, lo que sostiene el crecimiento y el empleo (más de 4,6 millones de trabajos dependen del exterior). Y España ha cambiado su tradicional “déficit con el exterior” (falta de divisas), que nos limitó durante décadas, por 11 años con “superávit exterior”, el 4º más elevado en Europa  (tras Alemania, Holanda e Irlanda). Hay que “mimar” a las exportaciones y al turismo, que están “salvando” la economía. Mientras, España busca su lugar en la nueva “desglobalización” mundial.

Enrique Ortega

España ha recuperado en el primer trimestre el PIB que teníamos antes de la pandemia. Fuimos el país europeo donde la economía más cayó en 2020 (-11,3%, frente al -5,7% en la UE-27), por el enorme peso que tienen el turismo y los servicios (colapsados por el COVID), y somos también uno de los paises donde más ha crecido la economía en 2021 (+5,5%), 2022 (+5,5%) y primer trimestre de 2023 (+0,6%, frente al +0,1% en la UE-27). Y curiosamente, el motor de esta recuperación post pandemia es el sector exterior: las exportaciones y el turismo son responsables de dos tercios del crecimiento del primer trimestre, según el INE: aportaron el  2,8% al 4,2% anual que creció la economía española en el primer trimestre de 2023. Y aunque no tanto, las exportaciones y el turismo también “nos salvaron” en 2022 (aportaron casi la mitad del crecimiento total: 2,6% del 5,5% que aumentó el PIB) y algo también en 2021 (0,2% del 5,5% que crecimos).

Las exportaciones españolas crecen imparables. Entre enero y abril de 2023, último dato publicado, habían crecido un +9,2%, alcanzando los 132.026 millones de euros vendidos fuera, un máximo histórico y +26% que en el primer cuatrimestre de 2019, antes de la pandemia. Lo que tira de las exportaciones españolas son las ventas de maquinaria y bienes de equipo (+20,5% este año), los automóviles (+26,5%) y la exportación de alimentos (+9,2%). Y estas exportaciones crecen a Europa (+10,2%), pero más a EEUU (+10,4%) y Latinoamérica  (+25%), aunque crecen menos las ventas a China (+3,3%) y caen a Oriente Medio (-9,7%) y África (-9,7%). Las importaciones españolas crecen menos en los 4 primeros meses de 2023 (son 142.980 millones de euros, un +0,2%), debido a la menor factura de la energía. Y con ello, el déficit comercial (importaciones-exportaciones) ha caído a la mitad en el primer cuatrimestre: -10.954 millones, frente a -21.811 millones de enero a abril de 2022. Así que exportamos mucho más e importamos casi lo mismo, lo que nos ayuda a crecer.

El otro motor del crecimiento, este año y los dos anteriores es el turismo. Hasta finales de mayo de 2023, llegaron a España 29.178.962 millones de turistas extranjeros, un 28% más que el año pasado y sólo 167.000 menos que en los 5 primeros meses de 2019, antes de la pandemia (se espera que en junio, el acumulado de turistas supere ya al de 2019). Y lo más importante: estos turistas extranjeros se han gastado en España, de enero a mayo, 35.405 millones de euros, un 32% más que el año pasado y +16% que en los 5 primeros meses de 2019. Junto a este empujón del turismo, hay otro empujón que no se ve tanto: las exportaciones de servicios no turísticos: ingresos en España de trabajos que hacen en el extranjero consultoras españolas, bancos y financieras, empresas de transporte, constructoras y múltiples compañías españolas que prestan servicios en el extranjero. Una “exportación” que no sale en barco o avión o que no son los turistas, pero que aporta un buen pellizco a la economía española, el crecimiento y el empleo. Sólo en 2022, estas exportaciones de servicios ingresaron 160.000 millones de euros (+58% que en 2021), casi el doble que los ingresos por turismo (87.061 millones en 2022, +149% que en 2021).

El boom de las exportaciones españolas, el turismo y las exportaciones de servicios lleva años. Si tomamos las exportaciones de los últimos 12 meses, España ha superado ya en abril los 400.000 millones de exportaciones anuales (400.310 millones), una cifra que supone casi triplicar lo que España exportaba en 2010 (159.889 millones) y un tercio más que las exportaciones logradas en 2019 (290.892 millones), antes de la pandemia. Este salto nos da idea del “boom” exportador de España, que ya dura 12 años: cada año vendemos más mercancías fuera, desde 2010. Y otro dato muy explícito: las exportaciones españolas llevan 2 años largos creciendo más que el resto de exportaciones europeas. Sólo este año 2023, de enero a abril, aumentan un +9,2%, más que las exportaciones de Alemania (+5,3%), Francia (+7,2%), Italia (+6,8%), EEUU (+3,2%) y Japón (+4,2%), sólo por debajo del aumento exportador de Reino Unido (+11,6%) y China (+10,6), según Comercio.

¿Por qué crecen más las exportaciones españolas que las de la mayoría de paises? Básicamente, porque la crisis financiera de 2008, primero, y la pandemia y la inflación de 2020 a 2022, después, han forzado a las empresas españolas a buscar mercados fuera y dar un tirón a sus exportaciones desde 2010. No en vano, las exportaciones y el turismo es la 2ª vez que nos salvan ahora de una crisis, tras hacerlo entre 2009 y 2013. En estos años, la economía española estuvo en recesión, con caídas del PIB que hubieran sido mucho mayores si no hubieran crecido esos años malos las exportaciones, el turismo y las exportaciones de servicios. En 2009, por ejemplo, el PIB español cayó un -3,6%, pero hubiera caído casi el doble si el sector exterior no hubiera aportado un +2,8% al crecimiento ese año. Y también en 2020, el sector exterior cayó menos (-1,9%) que el conjunto de la economía (-11,3%).

Lo que ahora está ayudando a los exportadores españoles de bienes y servicios (y al turismo) son 2 factores: los bajos salarios y la baja inflación, que mejoran la competitividad de los productos y servicios españoles en el extranjero. Los datos son muy explícitos. En 2022, el salario medio por hora en España era de 23,5 euros, un -23% que la media salarial en Europa (30,5 euros/hora en la UE-27), un -40,5% inferior al salario hora en Alemania (39,5 euros) y un -42,5% más bajo que en Francia (40,8 euros/hora). Así que los bajos salarios en España, que apenas han subido estos años de alta inflación, son el gran arma de los exportadores españoles, además de sus esfuerzos por internacionalizarse. La otra “arma” es que tenemos la inflación mucho más baja que en el resto de Europa, por la menor dependencia del gas ruso y las medidas anti inflación tomadas por el Gobierno Sánchez: en junio de 2023, la inflación en España era del 1,6% (dato armonizado con la UE-27), frente al 5,5% de media en la zona euro, el 6,8% en Alemania, 6,7% en Italia y 5,3% en Francia, según Eurostat. Menos inflación y menos costes laborales ayudan a vender el “made in Spain”…

Este salto en las exportaciones españolas de bienes y servicios (incluido el turismo) ha provocado un cambio estructural en la economía española en las dos últimas décadas: su internacionalización. En 2022, las exportaciones totales de bienes y servicios aportaron casi el 42% del PIB, cuando entre 2000 y 2010 sólo aportaban el 26% del PIB. Eso significa, a lo claro, que 4 de cada 10 euros que se generan en España los vendemos a extranjeros, una actividad clave (exportaciones, turismo y exportaciones de servicios) para mantener el crecimiento (dos tercios) y el empleo (4,6 millones) dentro de España. Este cambio ha revolucionado la economía española, aislada del mundo durante décadas. Y con ello, España ocupa el 19º puesto en el ranking de exportadores mundiales, según la OMC. Y dentro de Europa, somos el 8º país más exportador (las exportaciones sólo de mercancías suponen el 30% del PIB), tras Bélgica (exporta el 109,9% de su PIB), Paises Bajos (97,8%), Suiza (49,66%), Austria (44,9%), Alemania (exporta el 40,7% de su PIB), Portugal (32,79%) e Italia (32,72%), por delante de Francia  (exportan el 22,25% de su PIB).

Hay otro cambio estructural importante, que se ha consolidado en la última década: tenemos superávit con el exterior. En el pasado, desde el franquismo a la democracia, una “lacra” de la economía española era que teníamos un “agujero con el exterior”: comprábamos fuera (importaciones) más de lo que vendíamos y los ingresos por turismo y exportaciones de servicios “no tapaban este agujero”. Y teníamos que endeudarnos, en divisas, para que el país siguiera funcionando, lo que limitaba nuestro margen de maniobra e independencia económica. Para que se vea la gravedad del problema: entre 1961 y 2012, España tuvo déficit con el exterior 45 de esos 52 años… Una tremenda “hipoteca” económica. Pero en 2013, la situación cambió radicalmente: tuvimos “superávit “con el exterior (+7.130 millones). Y así año tras año, hasta 2022 (+7.259 millones), con “picos”  en 2016 (+22.306 millones) y 2019 (+26.236 millones). Y tenemos superávit porque se han disparado las exportaciones, los ingresos por turismo y por exportaciones de servicios no turísticos. En el primer trimestre de 2023, el superávit exterior de España es de +10.300 millones de euros, el 4ª mayor superávit de la UE, tras Alemania (+69.900 millones), Paises Bajos (+25.900 millones) e Irlanda (+13.600 millones), según los datos de Eurostat.

Así que ahora, gracias a las exportaciones, el turismo y las ventas de servicios al exterior, España se ha internacionalizado y “juega en otra Liga” en Europa, la de los paises donde una gran parte del crecimiento, el empleo y la riqueza se consiguen compitiendo por el mundo. Ahora, con “superávit” exterior, ingresamos más divisas de las que gastamos y esto nos da una mayor autonomía económica como país. Podemos importar más, invertir más fuera y devolver parte de la deuda que acumulamos cuando nos faltaban divisas. De hecho, esta década de superávit exterior nos ha permitido reducir la deuda externa neta: de rozar el billón de euros en 2013 (96,2% del PIB) se bajó a 926.100 millones en  2019 (74,4% PIB), a 802.400 millones en 2022 (el 60,5% PIB) y 826.100 millones este primer trimestre (60,7% del PIB), un tercio menos que hace una década. Un país más saneado frente al exterior.

La internacionalización de la economía española se apoya en un aumento de la inversión española en el extranjero y también en la creciente inversión extranjera en España. Sólo en 2022, las empresas españolas invirtieron 29.000 millones de euros en el extranjero (+33% sobre 2021), mientras España se ha consolidado como el 2º país europeo (tras Francia) que recibe más inversión extranjera: 34.178 millones en 2022 (+13,9%), la 2ª cifra más alta recibida nunca, la mayoría de inversores USA (27,7% del total), de Reino Unido (17,8%), Alemania (14%), Francia (10%) y Australia (4%). Junto a estos “cimientos” inversores, las empresas española han tejido una red mundial de filiales y empresas, para apoyar su esfuerzo exportador. Y eso ha mejorado el índice de solidez de la internacionalización de España, que elabora AMEC y que mide 19 indicadores: si en 2014 era 5,95 puntos, ahora ha subido a 7,36 sobre 10. Un notable que mide el esfuerzo exterior de España.

Los avances en la internacionalización de las empresas españolas son evidentes, según AMEC: mayor presencia y cuota de mercado, mayor participación en las cadenas de valor mundiales, mayor intensidad tecnológica y digitalización. Pero seguimos teniendo 4 retos pendientes. Uno, la excesiva concentración de las exportaciones (y el turismo) en Europa, donde van el 75,2% de las exportaciones españolas (y sólo un 7,8% van a USA, China y Japón, que suponen el 28% de las importaciones mundiales). Dos, la excesiva concentración de las exportaciones en 25 grandes empresas (exportan el 25,8% del total), mientras sólo 43.179 empresas exportan de forma regular (más de 1.000 euros) y únicamente 4.631 empresas exportan más de 50 millones de euros. Tres, que el 77,2% de toda la exportación se concentra en 6 autonomías (Cataluña, Madrid, Andalucía, Comunidad Valenciana, País Vasco y Galicia), mientras las 11 restantes apenas exportan. Y cuatro, que las exportaciones españolas tienen “poco valor añadido”: sólo el 6,8% de lo exportado incluye tecnología avanzada, frente al 17,7% en la UE.

Ahora, España tiene otro reto, como la mayoría de Europa: buscar su lugar en el nuevo mapa mundial del comercio y la desglobalización. Tras la pandemia y la guerra de Ucrania, se han trastocado las cadenas de valor y muchos paises están optando por acercar y diversificar sus cadenas de suministros. Y está creciendo el proteccionismo entre bloques (las barreras al comercio se han multiplicado por 10 en la última década), con EEUU y China en cabeza y Europa buscando su hueco en la futura globalización (o desglobalización). Todo esto a suponer una revolución en los próximos años, con industrias que se van a relocalizar, modificando las pautas mundiales del comercio. Lo normal es que España se recoloque en línea con Europa, pero buscando ampliar su presencia comercial e inversora en tres zonas donde tenemos una ventaja comparativa: Latinoamérica, Oriente Medio y África.

En definitiva, que España ha dado un salto de gigante en la internacionalización de su economía y de sus empresas, que han de afrontar sus retos propios (excesiva concentración en Europa y algunas autonomías, pocas empresas exportadoras y bajo valor añadido de lo que vendemos) y los retos derivados de un cambio en la globalización. Por eso, el futuro Gobierno debería “mimar” a las exportaciones, el turismo y los servicios en el extranjero, porque son claves en la economía, el crecimiento y el empleo (4,6 millones de empleos dependen del sector exterior). Eso exige ayudas a las empresas (sobre todo a las pymes), plataformas de venta del “made in Spain”, financiación asequible y una política económica volcada en apoyar a las empresas españolas en el extranjero. Abrirnos aún más al mundo. Ahí nos jugamos el futuro.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Inflación negativa y euro fuerte: un coctel nefasto


En octubre, la inflación anual sigue negativa (-0,9%), por 7º mes consecutivo. Y España es el país grande europeo donde más caen los precios. Que bajen puede parecer una buena noticia, porque nos permite ganar poder adquisitivo, pero es muy mala: los consumidores retrasan sus compras, las empresas venden y ganan menos, invierten menos y crean menos empleo, retrasando la reconstrucción del país. Y encima, el euro sigue fuerte, lo que alienta más la bajada de precios (hay más importaciones) y encarece las exportaciones europeas, retrasando la recuperación. La inflación negativa continuará unos meses más y provocará que el BCE tome medidas en diciembre, inyectando más liquidez a la economía. En España, urge aprobar los Presupuestos 2021, para relanzar el gasto y la inversión, el crecimiento y la inflación. Pero es clave que no caigan los salarios, para recuperar el consumo y los precios. Porque la inflación negativa es un síntoma de que la economía está en la UCI.

 

Una secuela de todas las crisis es que bajan los precios, como reacción para contrarrestar la caída del consumo y la actividad. Pero en esta crisis del COVID 19, la caída de precios ha sido más rápida que en la anterior crisis de 2008. Entonces pasaron 6 meses entre la caída de Lehman Brothers (septiembre 2008) y la primera caída de la inflación anual (-0,1% en marzo de 2009), que se prolongó durante 8 meses, hasta octubre de 2009 (-0,7%). Ahora, la inflación se estancó ya el primer mes del confinamiento (+0% de inflación anual en marzo de 2020, tras haber subido un +0,7% en febrero) y lleva cayendo mes a mes desde abril (-0,7% anual) hasta octubre (-0,9%), 7 meses consecutivos según el INE.

La inflación negativa ha aparecido también en Europa, pero más tarde que en España: en la zona euro (19 paises UE), la inflación negativa no apareció hasta agosto de 2020 (-0,2%) y ha empeorado ligeramente en septiembre (-0,3%) y octubre (-0,3%), según el último dato de Eurostat. Con ello, España se sitúa como el país grande del euro con más inflación negativa (-1% en octubre, el dato de inflación anual armonizada con Europa), más del triple de caída que la media del euro (-0,3% en octubre) y por encima de la caída en Alemania (-0,5%), Italia (-0,6%) y Francia (+0%) o Portugal (-0,6%), mientras los paises ricos del norte tienen subidas de precios (+1,1% Holanda, +1,3% Austria, +0,4% Bélgica, +0,2% Finlandia) y caen más que en España en Grecia (-2%), Irlanda (-1,8%), Estonia (-1,7%) o Chipre (-1,3%). Al final, los paises que más sufren la pandemia ven mayores caídas de precios.

Esta bajada de precios en la mayoría de Europa se debe a la recesión por el COVID 19 (con menos actividad, las empresas buscan mantener ventas con bajadas de precios), la caída de los precios del petróleo (de 68,71 dólares/barril el 3 de enero a 22,98 el 22 de marzo y 41 dólares/barril hoy), a la bajada coyuntural del IVA en Alemania y otros paises europeos, al aumento de importaciones y al envejecimiento de la población europea, que alienta un menor consumo y menores subidas de precios (como se ha visto en Japón). Algunos expertos, como los de Funcas, señalan que no podemos hablar todavía de “deflación” (exige 12 meses continuados de bajadas de precios, según la definición del FMI, y sólo llevamos 7) y creen que no hay que preocuparse demasiado, porque la bajada de precios no es generalizada: se debe sobre todo a la bajada de la energía y lo que es la inflación “de fondo” (la llaman inflación “subyacente: sin energía ni alimentos no elaborados) sube, está en positivo (+0,4% en octubre), con subidas anuales en alimentación (+2,4%), vestido y calzado (+1%), enseñanza (+1,2%), medicina (+0,4%), menaje (+0,4%) y hoteles y restaurantes (+0,3%), según las subidas recogidas en el último IPC detallado por el INE, el de septiembre.

A pesar de todo esto, la inflación sigue negativa y va a continuar así varios meses más , según la última previsión del FMI, de octubre: la inflación anual caerá este año al -0,3% en España, con lo que seremos el 2º país europeo que cerrará el año 2020 con una inflación negativa, junto a Francia (-0,5%), mientras en Italia los precios subirán un +0,1%, en Alemania y Reino Unido un +0,3% y en la zona euro un +0,1%. Tanto la Comisión Europea como el Gobierno Sánchez son más optimistas, porque creen que los precios podrían cerrar el año con una subida del 0%, que mejoraría en 2021 hasta subir los precios un +0,9%. Con todo, estamos ante la inflación más baja del siglo y de varias décadas anteriores.

Podría parecer que esta baja inflación (ahora negativa y en unos meses cero) es algo “bueno” para España y el resto de Europa, sobre todo para los consumidores porque podemos comprar más barato, mejora nuestro “poder adquisitivo”. Y es así, pero este aspecto positivo se contrarresta con muchos otros aspectos negativos, que preocupan a los Gobiernos y expertos. El primero, que la inflación negativa desincentiva la inversión y el empleo, algo especialmente preocupante para España, porque tenemos más del doble de paro que Europa (16,5% en septiembre frente al 7,5% en la UE-27, según Eurostat). El mecanismo es sencillo de entender: si un consumidor ve que los precios están bajos, retrasa sus compras a la espera de que bajen más o porque no teme que suban. Y las empresas ven recortarse sus ventas y sus márgenes, al ser forzadas a recortar precios para competir. Y con esto, venden menos, ganan menos, invierten menos y no crean empleo (o lo reducen). Y esto es especialmente preocupante ahora, porque retrasa la recuperación post COVID.

Un segundo problema que acarrea la inflación negativa (o muy baja) es que reduce los ingresos públicos, sobre todo el IVA (también Sociedades, IRPF e impuestos especiales), tanto porque se reduce el consumo como porque bajan las ventas y los precios (se aplica un IVA sobre un precio menor). Es algo que ya está pasando en 2020, con la recesión ligada a la pandemia. Y un problema más preocupante para España, porque este año 2020 tendremos un déficit público récord, del -10,1% del PIB, frente al -8,5% de la zona euro, el -7% de Alemania, -9,9% de Francia o el 11,1% de Italia, según la Comisión Europea.

El tercer problema que implica una inflación negativa (o muy baja) es que perjudica a los que tienen deudas, porque no rebaja lo que hay que devolver (si la inflación es alta, en realidad hay que devolver menos dinero comparado con lo que valía cuando lo pedimos).Y este es un problema que también perjudica más a España, porque somos uno de los paises más endeudados del mundo. Las Administraciones Públicas (Estado, SS, autonomías y Ayuntamientos) debían en junio 1.291.057 millones de euros, el 110,1% del PIB, según el último dato publicado por el Banco de España. Y los particulares debían todavía más, 1.654.000 millones (el 141,2% del PIB), entre las empresas (944.138 millones) y las familias (otros 709.861 millones de euros), según el Banco de España. Para todos , una inflación negativa es una mala noticia, porque les dificulta devolver esa deuda.

Y además, hay un cuarto problema: una inflación negativa (o muy baja) obliga a las empresas a entrar en una dinámica de ofertas “low cost, a tirar precios para competir, lo que aumenta la ya preocupante “precariedad laboral” (más contratos basura y más tareas “subcontratadas”) y deteriora aún más los salarios, que ya cayeron con la anterior crisis y que no suben ahora sino que bajan con el coronavirus. Así que lo que podríamos ganar los ciudadanos como consumidores (poder comprar más batato) lo perderemos como trabajadores, como familias endeudadas y como contribuyentes. Mal negocio.

Lo peor ahora es que hay otro factor en Europa que se suma a la inflación negativa: el euro fuerte frente al dólar (se necesitan más dólares para comprar un euro). La moneda única, que empezó el año en una cotización de 1,1208 dólares por euro, cayó hasta un mínimo de 1,0831 dólares/euro (7 de mayo) y repuntó luego en verano hasta un máximo de 1,1938 dólares (31 agosto), que se ha suavizado hasta los 1,1809 dólares por euro de hoy, a la espera de los resultados de las elecciones USA. La revalorización del euro (+5,36% desde enero) no se debe a que Europa vaya económicamente mejor que EEUU (va peor: la zona euro ha caído un -11,8% con la pandemia, frente al -9,1% USA) sino a que la Reserva Federal Norteamericana se ha gastado mucho más dinero en reanimar la economía (ha inyectado 3,1 billones de euros frente a 1,4 billones el BCE), lo que hace que en EEUU haya mucha más liquidez , más dólares en circulación y eso deprecia el billete verde. Y además, en esta crisis, el dólar no ha actuado como “valor refugio”, por la incertidumbre sobre Trump, lo que ha permitido al euro ganar terreno durante todo el año.

Y la previsión, muy pendiente de lo que pase con Trump, es que el euro se fortalezca más en 2021. Así, el escenario de los Presupuestos 2021 contempla que la cotización media del euro se estabilice en 1,10 dólares por euro en 2020 (como 2019) pero que suba a una media de 1,20 dólares por euro en 2021 (+9,1% de revalorización). ¿Qué problema supone tener un euro fuerte? Básicamente, dos. El primero, que un euro más fuerte abarata las importaciones de los paises europeos (de España también) y eso presiona a las empresas nacionales a bajar más los precios para competir: es otro acicate para la inflación negativa (o muy baja). El segundo problema de un euro fuerte es que encarece las exportaciones europeas, al tener que pagarlas en euros más caros. Y esto es muy negativo para España y el resto de paises europeos, porque una de las claves para salir de esta crisis es que las empresas puedan recuperar sus exportaciones de antes, diezmadas por la pandemia.

Así que, por si teníamos poco con la inflación negativa de los últimos meses, el euro más fuerte se suma al coctel para forzar a la baja los precios y dificultar las ventas en el extranjero. La baja inflación de la zona euro, que va a seguir todavía unos meses (y se agrava con los rebrotes de la pandemia) preocupa muy seriamente al Banco Central Europeo (BCE), cuyo objetivo desde su creación es “luchar contra la inflación”, impedir que suba del 2%. Pero lleva ya una década con poca inflación (+1,2% de subida media en la zona euro entre agosto de 2008 y finales de 2019) y ahora tres meses incluso de inflación negativa. Y asistiendo al grave problema de que Europa apenas crece, antes y ahora con la pandemia.

Por eso, el BCE quiere poner la inflación en 2º plano y buscar cómo ayuda a reanimar la economía europea, que sufre la mayor crisis desde el final de la II Guerra Mundial. Y ya ha anticipado que en diciembre tomará más medidas, para estimular la economía de la zona euro con una nueva inyección de liquidez, por tres vías: más compra de deuda pública y privada europea (+600.000 millones que se suman a los 1,4 millones de estos años), ampliar 6 meses el programa de compra (hasta finales de 2021) y mantener el tipo de interés preferencial (-1%) para sostener a los bancos. El objetivo es dar otro empujón a las economías europeas, tras la 2ª ola de contagios, y de paso, con esta inyección de liquidez, subir algo la inflación (al 1% en 2021) y bajarle los humos al euro, dos logros colaterales, que, de conseguirse, ayudarían a la recuperación de las economías europeas.

En España, todas  las esperanzas están puestas en los Presupuestos 2021, que incluyen un gasto y una inversión pública récord (con el adelanto de 26.634 millones de fondos europeos), que deberían reanimar la actividad y el consumo, sobre todo con la subida del 0,9% a los pensionistas (8.867.680 personas que han ganado poder adquisitivo en 2020, que cerrará con una inflación del 0%) y a los funcionarios (2,6 millones de empleados públicos que también han ganado poder adquisitivo y que no lo perderán tampoco, como los pensionistas, en 2021, cuando se espera un 0,9% de aumento de precios). Eso sí, el Gobierno ha congelado el salario mínimo en 950 euros, tras subirlo un 29% en los últimos dos años.

La clave de 2021 va a estar en los salarios, porque si no suben algo y pierden poder adquisitivo, será difícil reanimar el consumo y la inflación. De momento, la subida pactada en los pocos convenios firmados este año 2020 (7 millones de trabajadores en 868.400 empresas) ha sido del +1,93%, inferior al +2,26% de aumento pactado en 2019, según los datos de Trabajo. Pero la mayoría de trabajadores no están incluidos en estas estadísticas (pymes, personal fuera de convenio, empresas que no han firmado convenio), con lo que la subida salarial de este año será mucho menor. Y hay muchas empresas que, por la pandemia, ya están bajando sueldos a cambio de mantener el empleo (o en las nuevas contrataciones): un 17% de los trabajadores ya han sufrido una reducción de salarios y a otro 53% se les ha congelado, según una reciente Encuesta de la consultora Hays. Y un estudio del grupo Adecco prevé un reajuste de salarios en las nuevas ofertas de empleo, con bajadas del -10 al 15%. Y peor será para los que acaben despedidos.

En resumen, es prioritario reanimar el consumo y el gasto para recuperar  la economía y hacer subir los precios, requisito clave para reconstruir la economía. Y para ello, las empresas tienen que intentar no bajar los salarios de sus trabajadores y subirlos los que puedan (supermercados, empresas de logística, e-commerce, sanidad y educación), porque es “la gasolina” que necesitamos para aumentar el consumo y los precios. Si no lo hacen y las empresas aprovechan la pandemia para recortar salarios, retrasarán la recuperación.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Baja inflación: ayuda a crecer y perjudica


Los precios suben sólo un 0,1% el último año, la inflación más baja desde hace 3 años. Eso permite que los trabajadores, pensionistas y funcionarios ganen poder adquisitivo este año, porque sus ingresos han subido bastante más que los precios. Y así, pueden gastar más con lo que ganan, lo que permite que no caiga el consumo y España crezca el doble que Europa (que tiene el triple de inflación). En resumen: la baja inflación permite que España crezca, aunque  menos. El problema es que esa mínima inflación es también perjudicial, porque retrasa compras y reduce ingresos y beneficios a las empresas, que apenas invierten y crean empleo. Y se recorta la recaudación fiscal. Por eso, el BCE está preocupado por la baja inflación: es un síntoma del estancamiento de la economía. El próximo Gobierno, en España y en Europa, tiene que reanimar el gasto y la inversión pública, para que “despierte” la inflación. Tan malo es que no exista como que se dispare.

enrique ortega

El mundo teme que llegue otra crisis, por la guerra comercial, el Brexit, la desaceleración en Europa, la guerra de divisas, el vaivén del petróleo y la crisis de muchos paises en desarrollo (Latinoamérica, Asia y África). De momento, España sigue creciendo, aunque menos: un +0,4% aumentó el PIB (valor de la producción de bienes y servicios) en el tercer trimestre de 2019, según el INE, lo mismo que en el 2º trimestre y una décima menos que en el primero  (+0,5%), lo que indica un crecimiento anual del 2% en 2019, inferior al de 2018 (+2,5%). Y la previsión para 2020 es que España crezca aún menos: 1,8% el FMI y el Gobierno en funciones y sólo el 1,5 % la Comisión Europea.


El hecho es que España crece el doble que Europa: +0,4% frente a +0,2% que creció la zona euro en el tercer trimestre y el +0,3% que aumentó el PIB en la UE-28, según Eurostat. Los grandes paises crecen menos, desde Francia (+0,3%) a Italia (+0,1%), mientras Alemania bordea la recesión (cayó un 0,1% en el segundo trimestre), igual que Reino Unido (el PIB cayó un 0,2% en el 2º trimestre). ¿Por qué España crece más? Básicamente, porque aquí aguanta mejor el consumo público y privado, dos de los motores claves del crecimiento. El consumo de las familias despegó en el tercer trimestre (creció un 1,2%, tras un año de moderación) y también el consumo público (creció un 0,9%, el mayor crecimiento desde 2009), gracias a un mayor gasto del Gobierno Sánchez en distintas partidas sociales. Y también ha ayudado la inversión, con un aumento del 1,2%. Frente a estos motores del crecimiento, se han “gripado” dos motores que son claves para crecer: las exportaciones (cayeron un 0,8% entre julio y septiembre) y el turismo (han venido 205.000 turistas menos este verano, un 0,7% menos entre julio y septiembre).


Se mantiene el crecimiento, aunque menor, gracias a que los españoles siguen consumiendo más. Y lo hacen, por dos razones. Una, porque la mayoría han ingresado algo más este año. Por un lado, los trabajadores. Los 8,6 millones que habían firmado un convenio hasta septiembre (en 1 millón de empresas), han tenido una subida media del +2,29%, superior a las de los últimos años (+1,75% en 2018, +1,46% en 2017 y +0,99% en 2016). Y para el conjunto de trabajadores (con o sin convenio) el INE estima una subida salarial del 2,1% en junio de 2019 (coste salarial: 1.992 euros por empleado). Por otro, los 8,7 millones de pensionistas han visto subir sus pensiones un +1,6% (y un 3% las mínimas). Y los 2,5 millones de funcionarios públicos han tenido una subida del +2,25% en 2019 (más otro 0,5% en algunos casos. Además, hay otros 2,5 millones de trabajadores que cobran el salario mínimo y han tenido este año una subida del +22% (a 900 euros). En total, más de 22 millones de españoles que han aumentado sus ingresos en 2019, más que en 2018.


Pero además, la otra razón para que puedan consumir más no es sólo que ganan más sino que pueden comprar más con ese dinero, porque han bajado drásticamente los precios: la inflación anual estaba hace un año en el 2,3% (octubre 2018) y ahora se ha desplomado al 0,1% (octubre 2019), según el INE, la más baja de los últimos 3 años (estaba en el 0,2% en septiembre de 2016). Eso quiere decir que hace un año los precios se comían con creces las subidas de los trabajadores, pensionistas y funcionarios (menores) y ahora, apenas les afectan y pueden dedicar lo que ingresan a gastar más. Además, los tipos de interés están bajos y los bancos necesitan prestar, con lo que las familias piden más créditos (para renovar muebles o electrodomésticos o irse de vacaciones) y gastan más con tarjeta (los pagos con tarjeta crecieron un 10% en el 2º trimestre, el mayor aumento desde 2016). Y encima, hay más españoles trabajando (hay 346.300 empleados más que hace un año), que ahora pueden pensar en gastar y antes estaban en paro y sin casi ingresos.


Con todo, la clave decisiva para impulsar el consumo es la bajísima inflación en España, que es ahora mismo de las más bajas de Europa: un 0,1% el IPC y un 0,2% anual el IPC armonizado con Europa, frente al 0,7% en la zona euro y  el 0,9% de inflación anual en Alemania y Francia (octubre), según Eurostat. Una baja inflación que se debe a una causa coyuntural: la bajada de la energía (carburantes y calefacción) y la luz (-11,5% recibo octubre 2019/octubre 2018) en el último año. Pero hay otras dos causas más de fondo. Una, que hay demasiado paro y precariedad, con lo que los salarios siguen bajos y las empresas controlan sus costes laborales. Y otra causa, el auge de la economía low cost, de los productos y servicios que “tiran precios” para vender y competir. Ojo, a costa de una mayor precariedad laboral y de pagar unos bajos salarios a mucha gente. Así que bien como consumidores: todo el mundo trata de bajar precios y hacernos ofertas, lo que hunde la inflación. Pero mal como trabajadores: nosotros y sobre todo nuestros hijos trabajamos en peores condiciones (contratos, horarios, exigencias) y con peores salarios para que las empresas tiren precios.


Pero la baja inflación tiene otros problemas, además de causar una mayor precarización del trabajo. El primer problema serio de la no inflación es que desincentiva la inversión y el empleo, algo especialmente grave en un país como España con más del doble de paro que Europa (14% frente al 6,3% en la UE-28). El mecanismo es sencillo de entender: si un consumidor ve que los precios están bajos, retrasa sus compras a la espera que bajen más o por no temer que suban. Y las empresas, ven recortarse sus ventas y sus márgenes, al verse forzadas a reducir más sus precios para competir. Y con ello, ganan menos, invierten menos y no crean empleo (o lo reducen).


Otro problema serio de la baja inflación es que reduce los ingresos públicos, sobre todo el IVA, tanto porque la desaceleración (crecer menos) reduce el consumo como por la congelación o bajada de los precios (se aplica el 21% sobre un precio menor. De hecho, en los 9 primeros meses de 2019, la recaudación por IVA ha sido de 54.900 millones, sólo un 2,5% más que el año pasado y el menor crecimiento en la recaudación de este impuesto desde 2012, según la Agencia Tributaria.


Y el tercer problema que provoca la bajísima inflación es que perjudica a los que tienen deudas, porque no rebaja lo que  hay que devolver (si la inflación es alta, en realidad hay que devolver menos dinero comparado con lo que valía cuando lo pedimos). Y ese es un problema muy serio para España, porque somos uno de los países más endeudados, tanto las Administraciones públicas (debemos 1,2 billones de euros, entre el Estado, las autonomías y la Seguridad Social) como las empresas (debían 868.317 millones de euros en julio) y las familias (706.012 millones de deuda, entre hipotecas, préstamos y tarjetas). Para todos ellos, tener una inflación del 0,1% es una mala noticia.


En definitiva, que no tener casi inflación es una buena noticia como consumidores, que permite mantener un crecimiento mayor que Europa, pero es una mala noticia como trabajadores (la economía low cost y la fuerte competencia de la globalización “precarizan” el empleo y congelan los sueldos), para la inversión y el empleo, para la recaudación fiscal y para los que tienen deudas. Y al final, los expertos creen que son más los perjuicios que las ventajas de no tener inflación. De hecho, el Banco Central Europeo (BCE) lleva varios años tratando de “reanimar la inflación” en la zona euro, porque saben que todo lo que sea tenerla por debajo del 2% (su objetivo: ahora está en el 0,7%) es un claro síntoma de desaceleración, de que la economía no tira, de que la recuperación es débil.


Ahora, la previsión del BCE es que la inflación se mantenga baja en Europa este año y el que viene (+1,4% en la zona euro) y más todavía en España (1,1% este año y 1,4% en 2020), según la última previsión de la Comisión Europea. Y el Gobierno Sánchez espera todavía una inflación menor, un 0,9% para 2020, lo que promete subir las pensiones. Eso permitiría ganar poder adquisitivo a trabajadores, pensionistas y funcionarios en 2020, pero habrá que ver si se mantiene la subida del consumo (parece dudoso) o más bien las familias reducen su gasto y ahorran más, por temor a otra crisis. Y en cuanto al gasto público, poco podrá hacer el próximo Gobierno, dado que Bruselas ya le ha dicho que tiene que gastar 6.600 millones menos en 2020 para seguir recortando el déficit. O se consigue recaudar más (subiendo algunos impuestos a multinacionales, grandes empresas, bancos y los más ricos) o el gasto público no ayudará a crecer en 2020 como está haciendo en 2019.


En resumen, la bajísima inflación actual es un mal síntoma y peor para España, porque tenemos menos inflación que el resto de Europa y necesitamos seguir creciendo más para reducir la brecha de paro (tenemos más del doble)  y de riqueza (tenemos el 90% de la renta europea). Hace falta que suba la inflación, hasta el objetivo del 2%, para que ayude a las empresas a recomponer sus cuentas, invertir y crear más empleo. Es la “gasolina” que necesitamos para mantener la recuperación. Y para ello, el futuro Gobierno español y europeo (la nueva Comisión Europea tomará posesión en diciembre) tienen que tomar medidas para “reanimar” la economía y con ella la inflación. Aumentar el gasto y la inversión pública (lo que exige recaudar más de una minoría, para no disparar el déficit) y a la vez mejorar el empleo y los salarios (aumentando la productividad), para relanzar el consumo privado. Si no se hace, la inflación seguirá por los suelos y se frenará la recuperación.