Toda Europa está
a la espera de que, este jueves, el Banco
Central Europeo (BCE) tome nuevas
medidas para intentar salvar a la anémica economía europea. Mario Draghi
actuará otra vez de “bombero”, como
viene haciendo desde el verano de 2012, cuando salvó al euro y evitó el rescate
de España. Ahora, inundará Europa con más
liquidez, con más dinero, para intentar reanimar unas economías que apenas crecen y donde no hay inflación, porque las
empresas tienen que tirar precios si quieren vender. Una Europa estancada en un mundo que ha frenado su recuperación, tras el pinchazo de China y la
recesión de Japón, Latinoamérica y muchos países emergentes. Pero el
BCE sólo no puede salvarnos. Lo que necesita Europa es que los gobiernos animen el consumo, los
sueldos y la inversión pública y privada, que recauden y gasten más, con Alemania
y la Europa rica tirando del carro. Decir adiós a la austeridad y reanimar la economía europea de una
vez.
enrique ortega |
Europa no levanta cabeza,
tras haber pasado ya 8 años de esta crisis, que la ha sumido en dos recesiones, una en 2009 (-4,5% PIB) y la otra en 2012 (-0,7%) y 2013
(-0,5%). Parecía que se iba a recuperar en 2014 (+1,4%, solo +0,9% zona euro), pero este año 2015 no acaba de despegar: empezó creciendo sólo un 0,5% y lleva medio año
que ha bajado su crecimiento trimestre a trimestre. Así, este verano, la UE-28
ha crecido sólo un 0,4% y los 19 países euro aún menos: están creciendo
un 0,3% (la séptima parte que EEUU, que creció un 2,1%). Hay incluso tres países
que decrecen (Grecia, Estonia y Finlandia) y las grandes economías apenas
“tiran” del resto: Alemania, la
teórica “locomotora europea”, creció sólo un 0,3% en el tercer trimestre (la mitad que hace un año), Francia otro
0,3% e Italia un 0,2%, mientras Portugal ha dejado de crecer (+0%) y los que
más crecen no llegan al 1% (0,9% Polonia y Eslovaquia, 0,8% España). Al final, las últimas previsiones del FMI son que la Europa del euro crezca este año el 1,5%, casi la mitad que Estados Unidos (+2,6%).
Con un crecimiento tan bajo, Europa apenas puede bajar su alto paro (10,8%
en la zona euro, frente al 5% en USA), que sufren todavía 22.631.000
europeos (1 de cada 5, españoles). Y la
inflación no existe (0% en octubre), un síntoma claro de que
la economía europea está “enferma”: las empresas tienen que “tirar” sus
precios si quieren vender (el consumo languidece) y eso no les anima a invertir
ni a contratar gente. Mientras, los países siguen con otros dos
problemas estructurales. Uno, sus déficits públicos, a pesar de los recortes: 16
de los 19 países euro tienen déficit, agujeros fiscales que dificultan su
recuperación. Y para “tapar” estos agujeros fiscales, a todos les ha crecido la
deuda pública (del 70% del PIB en 2007 al 87,8% en 2015), lo que les hace muy vulnerables a los mercados
que les financian. Sólo hay un elemento positivo: la mayoría tienen superávit comercial con el exterior,
gracias a la caída del euro y los precios, que han abaratado los productos
europeos. Pero son incapaces de que esta mejoría exportadora compense el
pinchazo del consumo y la inversión.
Europa lleva así,
languideciendo,
todo este año, pero ahora es más
preocupante porque la economía internacional ha empeorado y el
mundo no va bien: China
ha “pinchado” su crecimiento, Japón
está otra vez en recesión (la quinta en los últimos 7 años), Latinoamérica también cae (con Brasil,
Venezuela, Ecuador y Argentina en recesión) y muchos países emergentes están en
crisis (desde Rusia a Sudáfrica o Indonesia), por la caída en picado de los
precios de las materias primas y el petróleo. El FMI y la OCDE reconocen
que la recuperación mundial es "mediocre" y apuestan por un menor crecimiento mundial este año (3%
frente a 3,4% en 2014), con un
estancamiento del comercio
mundial que hará que todos los países (Europa y España entre ellos)
vendan menos en los próximos meses.
En este preocupante
contexto mundial, el triunfalismo económico de Rajoy está aún más fuera de lugar: si Europa, China y
sobre todo Latinoamérica crecen menos o caen, a España le afectará seguro. Y ya
lo hemos notado, con un menor crecimiento (y menor empleo) este verano, que será aún menor en el último trimestre de 2015, según muchos expertos. Y para 2016, todas las previsiones auguran un menor crecimiento (y
menos empleo): el
FMI prevé un crecimiento para España del 2,5% en 2016, más elevado que el de la mayoría de Europa (+1,6% en
la zona euro), pero inferior al esperado para 2015 (3,1%en España).
Aunque España crezca
más que la mayoría de Europa, “no
estamos para tirar cohetes”. Primero y fundamental, porque tenemos
el doble de paro que Europa (22,3% frente al 11% en la zona euro para
2015) y eso nos obliga a crecer más.
Y sobre todo, porque seguimos con dos
graves problemas estructurales, que son un
gran lastre para la recuperación. Uno, el déficit público (el 4,7% del PIB en 2015, según Bruselas), el más elevado de los 28 países UE, este año
y el que viene. Y el otro, nuestra elevadísima deuda: en 2016 llegará al 101,3%
del PIB, o sea que deberemos más de la riqueza que creamos, lo que nos hace muy vulnerables, ya que tenemos
que buscar quien nos financie en los mercados. Y todo ello mientras el consumo despega muy despacio (por
culpa de un empleo precario y unos salarios mileuristas) y la inversión no despierta, aunque las empresas ya tienen beneficios.
En definitiva, la economía
mundial ha frenado su recuperación y Europa no despega, lo que debería obligar
a tomar medidas. Pero la última Cumbre
del G-20, en Turquía, se ha centrado en la amenaza yihadista y no en salir
de la crisis: no han tomado ninguna medida económica. En Europa, la Comisión y los Gobiernos están centrados también en el yihadismo y los
refugiados pero no en reanimar las economías y crear empleos. Y ahora, confían que el BCE les saque las castañas
del fuego, con nuevas medidas este jueves para crear aún más liquidez, más dinero, que reanime
las anémicas economías europeas.
No es la primera vez que el BCE hace de “bombero” para salvar la economía europea. En el verano de 2012, su presidente, Mario
Draghi, salvó al euro y evitó el rescate de España (no Rajoy) con una sola frase: “El BCE hará lo necesario
para sostener al euro”. Y al verano siguiente lo hizo, bajando los tipos de
interés a un mínimo del 0,05% y anunciando compras masivas de deuda (60.000 millones al mes desde marzo de 2015), para inundar
Europa de dinero barato. Con ello, Draghi ha conseguido tres cosas importantes. Una, la principal, dar la sensación de que “hay alguien al
timón del barco europeo”, frente a unos dirigentes europeos que son todo
menos líderes (véase su desgobierno en la crisis de Grecia y en la de los
refugiados). Dos, provocar una drástica
caída del euro, que ha sido el único
balón de oxígeno de las economías europeas: el euro ha caído un 22,65% desde enero (de
1,3754 a 1,0638 euros por dólar), lo que significa que los productos europeos
son unos 22,65% más baratos (por eso España bate récord de exportaciones). Y tres, abaratar el coste de la deuda pública:
ya hay 10 países europeos que en vez de pagar a los inversores por comprar su deuda
pública, les
cobran por ella (España, un 0,049% en las Letras a un año la semana pasada).
El “bombero” ha hecho un gran trabajo, pero el
problema de fondo sigue ahí: Europa apenas crece, hay mucho paro y la
inflación está en el 0%, símbolo de que la economía está enferma. Y es que la política monetaria no lo es todo. En Europa sobra liquidez, hay enormes
cantidades de dinero barato, pero las
empresas y familias no lo utilizan, no consumen apenas ni invierten.
Primero, porque están
muy endeudados y no quieren endeudarse más. Y, sobre todo, porque no ven claro el futuro. Y por eso, necesitan que los Gobiernos les den un empujón, con más
gasto y más inversión pública, que marque el camino y tire de ellos. Pero los
que pueden hacerlo, Alemania y la Europa
rica del norte, no están por la labor: tienen superávit en sus cuentas
públicas, en sus intercambios con el exterior, pero no lo dedican a aumentar
gastos e inversiones para “tirar” de las economías, de las suyas y del resto. Incluso
siguen recetando austeridad a la Europa del sur, pidiendo más recortes (a España, 13.000 millones).
Como los Gobiernos
no hacen nada, el BCE volverá a hacer de bombero
y tomará nuevas medidas este jueves. Más de lo mismo: aumentará las
compras de deuda, ampliándolas hasta 2017. Está bien, algo ayudará, bajando más
el euro (llegará a 1x1 con el dólar) y el coste de la deuda. Pero es insuficiente. El problema de Europa
no es que falte dinero, liquidez: lo que falta es demanda, consumo e inversión. Y eso no se arregla llenando el
continente de euros. Hay que gastar e
invertir más desde los Gobiernos y eso requiere una política fiscal distinta, que recaude más (cobrando más impuestos a
grandes empresas, multinacionales y ricos) y que gaste e invierta más, en
grandes proyectos de inversión pública europea (paralizada desde 2008), desde infraestructuras, nuevas
energías, tecnología y redes, educación y fomento de la industria y la
internacionalización de las empresas. Se trata de "cebar la bomba" de la inversión
privada con inversiones públicas que tiren de ella y un mayor consumo público
que anime también al consumo de las familias, ayudado por una mejora de
salarios y empleos.
Este empujón a la economía europea
debería venir de Alemania y la Europa rica, los que ahora pueden gastar e
invertir más, porque ellos ya han salido de la crisis y los demás no.
Hay una estadística muy clara que indica que hay
dos
Europas. Una, la Europa que ha recuperado ya lo perdido con la
crisis, 11 países euro cuyo PIB ha crecido entre 2008 y 2015: Malta
(+17,3%), Luxemburgo (+12,1%),
Eslovaquia (+11,3%), Irlanda (+7,7%), Alemania
(+5,6%), Bélgica (+4,7%), Lituania
(+3,6%), Francia (+2,7%), Austria (+2,6%), Holanda (+0,6%) y Estonia (+0,5%). Y la otra Europa, la que aún no
se ha recuperado de la crisis, 8 países
euro que todavía pierden en el balance de su crecimiento 2008-2015: España
(-3,9%), Eslovenia (-4,7%), Letonia (-5,6%), Portugal (-5,6%), Finlandia (-6,4%), Italia (-8,6%), Chipre (-9,8%) y Grecia (-27%). Los primeros deben “tirar” de los segundos.
Y en paralelo, los dirigentes europeos deberían aprovechar
la bajada de tipos de la deuda pública
para reestructurarla,
para aprobar de una vez su “mutualización”:
crear un Tesoro europeo, como el de
EEUU, que emita deuda europea, los
famosos “eurobonos”, lo que quitaría una pesada losa a los países más
endeudados (otra vez la Europa del sur), que podrían dedicar el ahorro en
el pago de intereses a un mayor gasto e inversión pública, que ayudara a
reanimar sus economías. Pero Alemania y
la Europa rica no están por la labor, porque al
pagar entre todos la deuda de todos, ellos pagarían más que ahora. Eso se
llama solidaridad (y sentido común: si somos una unión, somos una unión).
Como se ve, hay otras
salidas, además de que el BCE haga otra vez de “bombero”. Pero suponen un cambio en la ortodoxia de Merkel y Bruselas, que llevan desde 2010
aplicando una política de austeridad que ha hundido a la economía europea. Y
quizás por muchos años, como señalan algunos economistas, como Antonio Fatas y
Lawrence Summers, cuyas recientes investigaciones (leer aquí su trabajo) concluyen que los
recortes frenan la recuperación de las economías no sólo a corto sino a largo
plazo. O sea que el estancamiento
actual de Europa es “autoinflingido”,
fruto de los recortes pasados. Y va a durar si no se toman medidas en sentido
contrario, para reanimar las economías
desde el poder.
No parece que Merkel y los fundamentalistas de Bruselas vayan a cambiar de opinión y lanzarse a gastar y a invertir, como les
pide incluso el FMI desde 2014. Así
que todo apunta a que Europa seguirá languideciendo, con
bajo crecimiento, mínima inflación y mucho paro, rezando para que no caigan China o EEUU, porque eso nos llevaría a
la tercera recesión. Un preocupante panorama que es aún peor para España, uno de los países
que más necesitan que Europa despegue, para rebajar nuestro dramático paro.
Pero a pesar de la ayuda del BCE, no podemos esperar mucho de Europa. Salvo que
en 2016, como ya han amenazado, nos pidan más recortes. Sería la
puntilla.