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jueves, 2 de junio de 2022

La industria pide paso

Este mes, el día 21, los sindicatos se manifiestan no para pedir más salarios sino para pedir más industrias. Saben que el futuro del empleo pasa por promover nuevas industrias, que crean un empleo más estable y mejor pagado, más inmune a las crisis que el de los servicios, como se ha visto con el coronavirus. Por eso, la prioridad de los Fondos europeos es relanzar la industria, junto a la economía verde y la digitalización. En España, ya se han aprobado 8 Planes estratégicos (PERTEs), para apostar por el coche eléctrico, la industria agroalimentaria, naval y aeroespacial, la economía circular, energías renovables y microchips, con una inversión estratosférica (66.000 millones), que espera crear 500.000 nuevos empleos industriales en 4 años. Parece que esta vez se apuesta por la industria y no sólo por batir récords de turistas, bares y comercios. Ahora falta una Ley de la Industria (es de 1992) y concretar el Pacto de Estado por la industria, que firmaron (¡en 2016 ¡) sindicatos y patronal. A ello.

Enrique Ortega

La pandemia sumió al mundo en una grave crisis económica, que ha afectado sobre todo a los servicios, en especial al turismo y al consumo. Curiosamente, la industria salió mejor parada, a pesar de los cierres durante algunos meses de las factorías y la interrupción de suministros en el comercio mundial. Los datos indican que mientras la economía se desplomaba en el primer año de la pandemia (-10,8% cayó el PIB en España), la industria ganó peso en la economía en 2020 y también en 2021: pasó de aportar el 14,5% del crecimiento (PIB) en 2019 al 14,7% en 2020 y el 15,3% en 2021. Y los datos del INE revelan que la industria ha seguido mejorando su peso en el primer trimestre del 2022, al aportar ya el 16% del crecimiento total de la economía. Y ello gracias a un menor peso de los servicios y la construcción, más dañados por la pandemia.

Pero esta ligera mejoría de la industria, por la mayor caída de los servicios, no puede ocultar que la industria en España está “de capa caída” comparada con hace 50 años: en 1970, la industria suponía más de un tercio de la economía (aportaba el 38% del PIB) y todavía en 1980 éramos la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (ruinosas). En los años 90, el gobierno Aznar privatizó las empresas públicas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. El resultado fue que el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,86% del PIB en 1987 al 16,36% en 2007 y un mínimo del 15,98% en 2013, el peor año de la crisis. A partir de ahí, siguió perdiendo peso, hasta aportar sólo el 14,5% en 2018 y 2019. Y sólo ha mejorado su aportación después (hasta el 16% actual), por la caída de los servicios con el coronavirus.

Con ello, España es ahora la 17ª potencia industrial del mundo y compite sobre todo en precio, por nuestros menores salarios en relación a la mayoría de Europa. Y la industria tiene un menor peso en España que en Europa: ese 15,3% que aporta a la economía (2021) contrasta con un 19% de media en Europa, el 23,6% de Alemania y el 17,4% de Italia,  aunque supera a Francia (13% aporta la industria) y queda muy por debajo de los paises de Europa del Este (con más del 20% de peso de la industria), según Eurostat. Y queda lejos del objetivo europeo para 2020: que la industria aportara el 20% del PIB.

Lo más preocupante no es sólo que la industria española no recupere el peso del pasado sino que se ha perdido mucho empleo industrial, trabajadores que se han cambiado a la construcción o a los servicios: se ha pasado de 3.244.300 empleos en el verano de 2008 a 2.697.100 ocupados en el primer trimestre de 2022, según la EPA. Son -547.200 empleos industriales perdidos entre la crisis financiera (-480.600) y la pandemia (-66.600). Esta caída del empleo industrial preocupa doblemente a los sindicatos: porque son empleos perdidos y porque los empleos industriales son “de más calidad” (mejores contratos, bien pagados).

Ahora, en 2022, se esperaba que la industria siguiera mejorando, tras haberse superado lo peor de la pandemia. Pero el 24 de febrero, Putin invadió Ucrania y estalló  una nueva crisis que ha trastocado otra vez la economía y también a la industria, que sufre una “tormenta perfecta”: se les han disparado los precios de la energía (gas, luz y carburantes) y las materias primas, mientras se mantienen los problemas de suministros en el mercado internacional. De hecho, la industria está siendo el sector más afectado por la alta inflación (+8,7% en mayo), sobre todo las industrias más dependientes de la electricidad (cuyo precio se ha duplicado en 2022), como la siderurgia, el aluminio o el cemento, o del gas natural (cuyo precio se ha multiplicado por 10), como la industria química o la cerámica.

La consecuencia es que la industria también “ha pinchado”, como el resto de la economía (+0,3% de crecimiento este primer trimestre, frente al +5,1% que crecimos en 2021), cayendo en el primer trimestre (-1,4%), como la agricultura (-2,2%), mientras se mantenían la construcción (+0,3%) y los servicios (+0,4%). El mayor problema en la coyuntura industrial lo tienen la fabricación de vehículos, la metalurgia y los plásticos (que caen en el primer trimestre), mientras aguantan mejor la industria de la madera y corcho, las refinerías, el textil, los productos electrónicos y farmacéuticos, según el Índice de producción industrial. Y otro indicador, el de clima industrial, ha caído en abril a niveles negativos, por primera vez desde junio de 2021. Lo que preocupa ahora a 3 de cada 4 empresas industriales es la inflación, la escasez de materiales y  la falta de demanda.

Antes de que estallara la guerra de Ucrania, la mayoría de los paises europeos ya habían aprendido una lección con la pandemia: que es demasiado peligroso depender de los servicios y que la industria es menos vulnerable a las crisis. Los datos lo dejan muy claro: los paises que mejor han aguantado el impacto de la pandemia han sido los paises con más peso de la industria: en 2020, China (la fábrica del mundo) creció un +2,3%, lo mismo que Taiwán (+3,1%), mientras Corea del Sur sólo caía un -1%. Y en Europa, Alemania caía un -4,9%, mientras paises con menos peso de la industria y más dependientes de los servicios sufrían una mayor crisis: Francia (-8,2%), Italia (-8,9%) y España (-10,8%).

Esta mayor o menor caída de las economías según el menor o mayor peso de la industria no es casualidad. Porque la industria ha demostrado, en todas las crisis (en la de 2008-2010 y ahora en la pandemia), que es menos vulnerable y que mantiene mejor la actividad y el empleo que los servicios. Ello se debe a que la industria es más innovadora (el 47% de las empresas innovadoras son industriales), compite mejor fuera (en España, el 83% de todas las exportaciones las hacen empresas industriales), tienen una mano de obra más formada y crean empleos más estables y mejor pagados (cobran un 20% más que en los servicios). Por todo ello, tener más industria supone disponer de “una red de seguridad” frente a las crisis. Eso sí, en el caso de Europa y España, la pandemia ha revelado la excesiva dependencia de China y Asia, así como de las cadenas internacionales de suministro (puertos, barcos, camiones), lo que exige ahora buscar una mayor autonomía industrial.

Por todo ello, la Comisión Europea lleva varios años impulsando una nueva política industrial europea, asentada en potenciar los sectores estratégicos, para lograr grandes compañías que puedan competir con EEUU, China y Asia, asegurando los suministros y la independencia europea en futuras crisis, tras las enseñanzas de la pandemia y ahora la guerra de Ucrania. Por eso, la política industrial es uno de los objetivos claves del Plan de Recuperación europeo (“Next Generation EU”), junto a la reconversión energética y la digitalización.

En el caso de España, durante muchas décadas se ha vivido con la idea de que “la mejor política industrial es la que no existe”. Así que los distintos Gobiernos se han dedicado a facilitar la inversión de las multinacionales (automóvil, farmacéuticas), pero sin entrar en una “planificación de la industria”, escaldados por la historia de las reconversiones de empresas públicas. Hasta que en junio de 2018, el nuevo presidente Sánchez, crea otra vez el  Ministerio de  Industria (antes, con Rajoy, estaba dentro del Ministerio de Economía) y posteriormente, en febrero de 2019, se aprueba las Directrices de la Nueva Política Industrial para 2030. Es el primer esbozo de una apuesta por la industria a medio plazo, que tarda en concretarse por los cambios políticos, aunque se traduce después en mayores recursos para la industria en los Presupuestos de 2020 y 2021.

Pero el gran salto, la verdadera apuesta por la industria se da con el Plan de recuperación, enviado a Bruselas el 30 de abril de 2021. Ahí se decide destinar el 17,1% de todos los recursos del Plan (70.000 millones de subvenciones europeas) a la política industrial en los próximos cuatro años. El objetivo es modernizar la industria española para que sea “más verde digital y tecnológica”, dotando a los programas con 6.106 millones de inversiones públicas entre 2021 y 2023 (3.781 millones con Fondos UE). La apuesta es apoyar a los sectores industriales claves (“tractores), como la automoción, la industria agroalimentaria, química, farmacéutica, aeronáutica y máquina herramienta, apostando además por sectores nuevos, que quiere impulsar Europa, como las baterías, el hidrógeno verde, la economía circular (residuos) y los microprocesadores.

Esta apuesta por la industria en el Plan de recuperación se ha traducido en la aprobación (entre julio de 2021 y mayo de 2022)  de 8 Programas estratégicos (PERTE), que son proyectos industriales a medio plazo donde se pone dinero público (de los Fondos UE y del Presupuesto) para atraer también inversiones privadas: PERTE del vehículo eléctrico (24.000 millones a invertir entre 2021 y 2023, 4.300 públicos), PERTE energías renovables (16.300 millones, 6.900 públicos), PERTE agroalimentario (3.000 millones, 1.000 públicos), PERTE economía circular (1.200 millones, 492 públicos), PERTE industria naval (1.460 millones, 310 públicos), PERTE industria aeroespacial (4.533 millones, 2.193 públicos), PERTE digitalización ciclo del agua (3.060 millones) y PERTE microelectrónica y semiconductores (12.500 millones de inversión pública, el programa más ambicioso). En total, una inversión industrial histórica, de 66.000 millones de euros, que pretende crear 500.000 nuevos empleos.

Ahora, España tiene un Plan para relanzar la industria y abundante dinero público (español y europeo), que necesita contar ahora con inversiones privadas y proyectos viables, que hay que ejecutar bien y a tiempo (si no, perderemos las ayudas europeas). Pero en paralelo a la ejecución de los nuevos proyectos, la industria española (toda) tendrá que reconvertirse y resolver sus problemas de fondo, sus debilidades: escaso peso de la tecnología, pequeño tamaño industrias, escasa financiación, baja formación trabajadores, altos costes de la energía y el hándicap de la geografía. Y además, hay que reducir la tremenda disparidad regional: sólo hay 3 regiones españolas con un peso importante de la industria (más del 20% de su PIB regional: Navarra, la Rioja y el País Vasco), mientras la mayoría tiene un peso bajo (en torno al 10%) y hay 5 regiones con un peso mínimo de las industria (del 2 al 7% de su PIB), concretamente Baleares, Canarias, Madrid, Extremadura y Andalucía.

La primera debilidad de la industria española es el escaso peso de la industria “tecnológicamente avanzada” (sólo el 6,2% del total), frente al enorme peso de las industrias tradicionales (agroalimentación, química, farmacéutica, automóvil y transporte suponen el 55% de la industria), lo que se traduce en menor productividad y competitividad, según este estudio de CCOO. La segunda debilidad  es el tamaño, demasiado pequeño porque hay un exceso de pymes en la industria: sólo el 15% de las industrias españolas tienen más de 10 empleados, frente al 38% de las industrias alemanas. Y la cifra media de negocio de las industrias españolas es de 3,42 millones de euros, frente a 4,17 millones de media que facturan las industrias europeas. Este menor tamaño redunda en menos inversión, menos tecnología y peor accedo al crédito. La tercera debilidad es el atraso tecnológico, por partida doble: España como país gasta menos en Ciencia (1,41% del PIB frente a 2,32 la UE -27) y las empresas españolas gastan en tecnología la mitad que las europeas. La cuarta debilidad es el mayor coste de la energía en España, lo que debilita su competitividad. La quinta, que las empresas (todas) tienen más dificultades para financiarse (la banca española “ha huido” de la industria). Y luego hay una 6ª debilidad, geográfica: nuestras industrias están en una punta de Europa y tienen que recorrer 2.300 kilómetros para llegar a los mercados de Centroeuropa.

Con todos estos “hándicaps”, aumentar el peso (y el empleo) de la industria en España no va a ser fácil. Pero es clave para consolidar una economía más estable en las crisis. Por eso, sindicatos y patronal ya firmaron el 26 de noviembre de 2016 un Pacto de Estado por la industria, algo poco usual, acordando un decálogo de medidas que pidieron entonces al Gobierno Rajoy: rebaja costes energéticos, digitalización de la industria, aumento tamaño empresas (fomentando fusiones), mayor inversión en tecnología e innovación, mejora en la formación, más financiación, unidad de mercado (no 17 regulaciones autonómicas), reducir los costes logísticos y de distribución, mejorar la sostenibilidad medio ambiental y ayudar a la expansión internacional de las empresas (captando más inversiones extranjeras).

Pasaron los años, cambió el Gobierno y las medidas no se aprobaban. El 22 de marzo de 2021, sindicatos y patronal volvieron a presentar su Pacto de Estado por la Industria en la Comisión de Industria del Congreso, donde todos los grupos lo apoyaron, pero sin más. Y hasta septiembre de 2021 no se creó el Comité Ejecutivo del Foro de Alto Nivel de la industria española, integrado por 30 organizaciones, entre ellas el Gobierno, sindicatos y patronal, que tienen pendiente aprobar formalmente el Pacto otra vez (ojo: ¡ 6 años después ¡), para enviarlo al Parlamento y que se traduzca en medidas concretas. Entre ellas, una nueva Ley de Industria, que sustituta a la vigente, que es de 1.992. El Gobierno lanzó a consulta pública un borrador de esta Ley en abril y quiere aprobarla este año 2022.

Como se ve, hay muchos motivos para que los sindicatos se manifiesten este mes para pedir de una vez medidas concretas para relanzar la industria española, porque no basta con los Fondos Europeos y los PERTEs. Hay que aprobar medidas para afrontar las debilidades estructurales de la industria y reforzarla para afrontar los retos de este siglo, básicamente la digitalización, el cambio climático y la revolución tecnológica. Hay que apostar a tope por la industria, porque es apostar por un empleo estable y de calidad. No podemos seguir siendo un país de hoteles, bares, comercios y grúas. Nos faltan industrias.

jueves, 28 de febrero de 2019

Frenan las exportaciones (y nos afecta mucho)


El jueves pasado se conoció otro dato preocupante de la economía: las exportaciones españolas “pincharon” en 2018, al reducirse un 0,1% en volumen, algo que no pasaba desde 2009, por las menores ventas fuera de coches, aceite, ropa, calzado, motores, máquinas y electrónica. Y como las compras al extranjero crecen mucho más que nuestras ventas (por la energía), el déficit comercial subió un 36,8%. Este “agujero” comercial significa que estamos creando riqueza y empleo en China, Turquía, Arabia Saudí, Nigeria, Argelia, EEUU o Latinoamérica, no en España. Y por eso, las exportaciones restaron un 0,4% de crecimiento a la economía en 2018, lo que no sucedía desde 2015. Y se perdió empleo en la industria. En 2019, las exportaciones volverán a restar crecimiento y empleo. Urge aprobar un Plan de choque para reanimar las exportaciones, porque de ellas depende un tercio de la recuperación y más del 10% del empleo en España. Otro tema clave del que no se habla, pero que nos afecta mucho a todos. Lean por qué.

En 2018, la economía española creció algo menos: un 2,5%, frente al 3% de 2017, según el INE. Y eso se debió a las exportaciones, que “restaron” un 0,4% de crecimiento, porque  lo que creció la economía se debió al consumo interno de los españoles, nada al exterior. Y esto no es lo que pasaba antes. Con la crisis, desde 2009, las exportaciones han sido el motor que tiraba de la economía, creciendo mucho (+16,8% en 2010, +15,2% en 2011, +5,1% en 2012 y +4,3% en 2013) y compensando en parte la caída del consumo interno. O sea, que la recesión de 2009 a 2013 hubiera sido mucho más grave si no nos hubieran ayudado las exportaciones, si muchas empresas no se hubieran lanzado a vender en otros paises, para mantener parte de sus negocios y empleos.

En 2014 y 2015, las exportaciones pincharon un poco, pero como se recuperó el consumo interno, España pudo finalmente crecer y salir de la recesión, aunque las exportaciones restaron crecimiento en 2014 (-0,2% del PIB) y 2015 (-0,4%). Pero luego se recuperaron y las exportaciones ayudaron al fuerte crecimiento de 2016 (+0,8% del 3,2% que se creció) y 2017 (+0,1% del 3%). Pero en 2018, restaron -0,4% a un crecimiento del 2,5%, según el INE. Y este año 2019, la previsión del Gobierno es que la economía crezca un 2,2% y que todo el crecimiento sea por la actividad interna, porque las exportaciones restarán otro -0,1% al crecimiento de 2019.

¿Qué ha pasado? Pues que las ventas de España al exterior, las exportaciones, han “pinchado” en 2018, debido al escaso crecimiento económico de nuestros clientes europeos (sobre todo Alemania e Italia) y a la crisis en el comercio mundial, por las tensiones proteccionistas desatadas por Trump. Y el resultado se ve en los datos de 2018: las exportaciones españolas fueron de 285.023 millones de euros, un récord histórico, pero sólo aumentaron un 2,9%, el menor crecimiento desde 2014 (+2%) y muy por debajo de lo que crecieron el año pasado las exportaciones en Europa (+4,5%), la zona euro (+4,4%), Reino Unido (+5,9%), Francia (+3,8%), Italia y Alemania (+3%), según los datos de comercio exterior. Y si descontamos la subida de los precios de exportación (+3%), el resultado es que nuestras exportaciones han caído en volumen (Tm), un -0.1%, algo que no pasaba desde 2009.

Las ventas al exterior que cayeron en 2018 fueron, sobre todo, de coches y motos (-4,1%), pero también de aceites (-13,1%), tabaco (-5,6%), productos cárnicos (-1,2%) y azúcar (-0,2%), motores (-34,6%), buques (32,7%), aparatos de precisión (-6,1%), máquinas de datos (-4,4%), electrónica de consumo (-8,4%), ropa (-0,2%) y calzado (-0,4%). Por paises, cayeron nuestras ventas a Alemania (-0,6%) y a Turquía (-13,9%), estancándose las exportaciones al Reino Unido (+0,1%). Y por autonomías, cayeron las exportaciones de Madrid (-1,1), Castilla y León (-2,1%) y Aragón (-0,9%) y se estancaron las de la mayoría restante, salvo los fuertes crecimientos de Navarra (+12,7%), Cantabria (+11,2%) y Canarias (+9,8%).

La otra cara del problema es que no sólo se han frenado las exportaciones sino que a la vez se han disparado las importaciones, lo que compramos fuera: crecieron un 5,6% (frente al 2,9% que aumentaron las exportaciones), el 4º mayor aumento de la década, sobre todo por el aumento de las importaciones de fuera de Europa (+ 8,4%), por el fuerte crecimiento de las importaciones de petróleo (+22,3%), gas natural (+10,6%), metales (+11,2%), hierro (+13,6%), equipos de telecomunicaciones (+15,5%), material de transporte ferroviario (+45,1%), equipos de oficina (+10,1%) y coches (+5,7%).

Al final, el resultado de que crezcan mucho más las importaciones que las exportaciones (como también pasó en 2017) es que el déficit comercial (importaciones-exportaciones) se ha disparado, creciendo un +36,8% y alcanzando los 33.840 millones de euros, el mayor “agujero” desde 2011 (-47.910 millones de euros). Se ha reducido el superávit comercial que España tiene con Europa (+13.285 millones), con la UE (+15.484) y con los 19 paises del euro (8.444) y a la vez se ha agravado el déficit comercial que España tiene con el resto del mundo: con Asia (-39.963 millones de euros, +14,5%), especialmente con China (-20.632 millones, +6,3%) y Oriente Medio (-2.549 millones, +1.346%), con África (- 9.173 millones, +42,5%), por Nigeria (-5.350 millones de déficit, +30,3%) y Argelia (-1.390 millones, -27,1%), con Latinoamérica (-2.791 millones de déficit comercial, +60,2%), por Brasil (-2.410 millones, +55%) y Perú (-1.155 millones, -11,7%) y EEUU (-360 millones de déficit, -73,5%).

Con este déficit comercial (-33.840 millones de euros, el 2,80% del PIB),  España es el tercer país europeo con un mayor “agujero” comercial, tras Reino Unido (-160.200 millones de euros de déficit, el 6,8% de su PIB) y Francia (-77.500 millones de déficit, el 3,34% de su PIB), seguidos de Grecia (-21.700 millones), Portugal (-17.100 millones) y Rumania (-15.400 millones), según Eurostat. Un dato muy preocupante, porque significa que España está creando riqueza y empleo fuera, en China, Oriente Medio, Turquía (-2.183 millones de déficit), Nigeria o Argelia, Brasil, Perú o Estados Unidos, no en España. Por eso son tan importantes las exportaciones: los paises más exportadores crean riqueza y empleo dentro del país vendiendo mucho a otros paises. Es el caso de Alemania (+232.800 millones de superávit comercial en 2018), Holanda (+65.700 millones), Irlanda (+50.000 millones), Italia (+39.800 millones), República Checa (+13.800 millones) y Bélgica (+13.800 millones), los paises europeos con superávit comercial, junto a Hungría, Eslovaquia, Eslovenia y Dinamarca, según Eurostat (datos 2018).

Así que España está en el pódium de paises europeos donde menos crecen las exportaciones y que tienen un mayor “agujero” comercial. Y eso afecta muy negativamente a la industria, que ha entrado en recesión en 2018 y pierde empleo (por primera vez desde 2012), debido a que exporta hasta un 80% de su producción. Pero además, el pinchazo de las exportaciones reduce el crecimiento global de la economía (un -0,4% en 2018, como hemos visto) y va a frenar la creación de empleo, porque las exportaciones mantienen 2,1millones de empleos en España, más del 10% del empleo total. Y son especialmente claves en la economía y el empleo de las regiones más exportadoras: Cataluña (aporta el 25,1% de todas las exportaciones españolas), Andalucía (11,4% del total), Madrid y Comunidad Valenciana (aportan cada una el 10,6%) y Galicia (8% de las exportaciones), las 5 autonomías que se ven más afectadas por este “pinchazo” exportador.

Así que estamos ante un problema serio para nuestra economía y empleo, aunque los medios y los políticos apenas lo mencionen. Y todo apunta a que va a ir a peor en 2019, porque nuestros clientes europeos (Alemania, el 2º, Italia, el 3º, y Reino Unido, el 5º) van a crecer muy poco este año y nos comprarán menos. Y vender en el resto del mundo será complicado, porque también crecerán menos y hay temor a que se agraven las tensiones proteccionistas, si finalmente EEUU y China no pactan un acuerdo sobre aranceles, tras una nueva tregua acordada el domingo 24 de febrero. Y nuestro déficit comercial podría volver a dispararse este año si el petróleo y el gas siguen encareciéndose, como en las últimas semanas. Por todo ello, la previsión es que las exportaciones vuelvan a restar crecimiento a España en 2019 (-0,1%) y que se vuelva a perder empleo en las industrias que más dependen de fuera, como el automóvil.

Ante esta situación, urge un Plan de choque para reanimar las exportaciones, aunque no parece posible que haya un Gobierno que pueda afrontarlo hasta junio (medio año perdido). Pero habría que tomar medidas a corto plazo para ayudar a los exportadores: financiación suficiente para exportar (créditos y avales), ayudas fiscales, asesoramiento e información (más oficinas comerciales en el exterior) y más recursos públicos para el ICEX (Instituto de Comercio Exterior), cuyo presupuesto se ha recortado a la tercera parte desde 2007), para reforzar a los sectores que más han frenado sus exportaciones (el automóvil, la industria agroalimentaria, la maquinaria, la electrónica de consumo, el textil y el calzado). Y hacer campañas entre las pymes para ayudarles a exportar, porque de los 3,3 millones de empresas españolas, sólo 50.000 empresas exportan habitualmente, según las estadísticas oficiales.

A medio plazo, de aquí a 20 años, España debería aspirar a ser un país con superávit comercial, que exporte más de lo que importe, lo que sería reflejo de un país más competitivo y que crea más riqueza y empleo, como hacen los paises europeos punteros. Eso obliga a actuar en 2 frentes. Por un lado, hacer una reconversión energética de la economía, para que la factura de la energía que importamos (47.713 millones de euros en 2018) sea mucho menor, porque no dependamos tanto del petróleo, el gas y el carbón. Y por otro, reestructurar la exportación española, para que esté menos concentrada que ahora. Primero, conseguir que exporten más sectores, porque ahora, un 40% de las ventas están concentradas en automóviles (15,6%), alimentación (16,1) y ropa, calzado y juguetes (10%). Segundo, ampliar el mapa mundial de clientes, porque el 71,3% de las exportaciones van a Europa. Y tercero, conseguir que más empresas y regiones que exporten, porque ahora, casi la mitad de la exportación se concentra en Cataluña, Andalucía, Valencia y Madrid.

El  gran reto exportador de España es conseguir exportar más de otros productos con más valor y tecnología, a más paises de fuera de Europa y que exporten muchas más empresas de todas las regiones de España. Casi nada. Pero de ello depende en gran medida que seamos un país con más riqueza y empleo, como Alemania, Holanda, Irlanda, Italia, Chequia o Bélgica, los grandes exportadores europeos. No basta con “tirar los sueldos”, intentar ser la China de Europa”,  para competir en el mundo. Hay que modernizar la economía, mejorar la productividad de las empresas, incorporar la innovación, la tecnología y la calidad a los productos “made in Spain”. Sólo así venderemos más fuera, la clave para ser más ricos y tener más empleo dentro. Por eso hay que “mimar” a las exportaciones. Pero nadie habla de ello. Esto no “vende” noticias ni gana votos. Sigan con Cataluña…

lunes, 18 de febrero de 2019

Recesión en la industria


La economía española, como todas las europeas, crece menos ahora, pero crece. Con una importante excepción: la industria decrece, lleva dos trimestres seguidos cayendo. Está en recesión y pierde empleo, lo que no pasaba desde 2012. Y tiran del crecimiento la construcción y los servicios, sobre todo el turismo (que también ha pinchado). Esta crisis de la industria es preocupante porque es un sector clave para competir, crecer y crear empleo estable y de calidad. Por eso, urge volcarse en reindustrializar España e impedir que se vayan más multinacionales, por la caída del automóvil, las exportaciones y el comercio mundial. Hace más de 2 años, sindicatos y patronal firmaron un Pacto por la industria, pidiendo medidas que no tomó el Gobierno Rajoy y el de Sánchez sólo aprobó un parche laboral en diciembre. No se puede esperar más para ayudar a la industria a salir de la recesión que sufre en solitario. Porque ahí está nuestro futuro. No podemos ser un país de grúas, bares, hoteles y tiendas, aspirar a ser la California de Europa.


España fue un país bastante industrializado en los años 60 y 70 del siglo XX, como resultado del desarrollismo franquista, que utilizó el Instituto Nacional de Industria (INI, 1941) para crear una potente industria estatal, asentada en la siderurgia, naval, energía, refino, carbón, química, aluminio y automoción (SEAT, creada en 1950, y Pegaso). Con ello, la industria suponía más de un tercio de la economía en 1970 (aportó el 38% del PIB) y todavía en 1980 España era la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el Gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (ruinosas). Y en los años 90, el Gobierno Aznar privatizó las empresas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. Y el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,86% del PIB en 1997 al 16,36% en 2007 y un mínimo del 15,98% del PIB en 2013, el peor año de la crisis. Y a partir de ahí, apenas ha mejorado. Aportó el 16,32% en 2017 y ha bajado al 16,06% en 2018, según el INE. Y ahora ocupamos el puesto nº 17 en el ranking mundial de los paises más industrializados.

Con todo, la industria se había recuperado de la crisis, creciendo a partir de 2013, año tras año y tirando de la recuperación, junto a la construcción y los servicios (básicamente, el turismo). Hasta 2018, en que la industria vuelve a entrar en crisis: decrece en el primer trimestre (-0,4%) y aunque crece en el segundo (+0,3%), vuelve a decrecer en el tercer trimestre (-0,2%) y en el cuarto (-0,9%), una caída que no se veía desde finales de 2012, según los datos de Contabilidad Nacional del INE. Y como son 2 trimestres seguidos cayendo, se puede decir que la industria española “está en recesión”. Y por si hubiera dudas, otro indicador, el índice de producción industrial, cayó en noviembre (-3,2%) y se desplomó en diciembre de 2018 (-6,2%), el peor dato desde finales de 2012, en plena recesión.

Y hay un tercer indicador de que la industria española está en crisis: en 2018, fue el único sector económico que perdió empleo neto, 3.000 empleos perdidos, según la EPA, en un año donde la economía española creó 566.200 empleos netos, la mayor creación de empleo desde 2006. Entre 2014 y 2017, antes de “pinchar”, la industria española había creado  367.500 nuevos empleos, 15 de cada 100 empleos creados en la recuperación (+2.429.400). Pero en 2018, la industria volvió a perder empleo (como entre 2008 y 2013), cuando todavía le queda recuperar 570.800 empleos para igualar los puestos de trabajo que tenía en 2008. Entra en recesión sin recuperar el empleo de antes de la crisis.

¿Por qué la industria vuelve a estar en crisis? Las dos causas son más exteriores que internas. Por un lado, la guerra comercial (subida de aranceles y proteccionismo) de Trump con China y la Unión Europea  ha frenado el comercio mundial y las exportaciones, afectando muy negativamente a la industria española, muy volcada en vender fuera (automóviles, alimentación, textil). Y la otra razón, más importante aún, es que la economía mundial crece menos y sobre todo se ha desinflado” Europa, con un bajo crecimiento en la zona euro (del 2,4% de 2017 se pasa al 1,9% en 2018 y a un 1,3% previsto para 2019) y el “pinchazo de Alemania (del 2,2% que creció en 2017 pasa al 1,5% en 2018 y el 1,1% para 2019) e Italia (del 1,6% que creció en 2017 pasará a crecer sólo el 0,2% en 2019), mientras baja también el crecimiento de Francia (del 2,2 al 1,3%) y Reino Unido (del 1,8 al 1,3% en 2019). Y no olvidemos que dos tercios de las exportaciones españolas van a Europa y que el 80% de esas ventas exteriores las hace la industria.

La actual crisis industrial se centra sobre todo en tres subsectores: la industria agroalimentaria (ha perdido 28.000 trabajadores en 2018, el 6% de su plantilla), el textil y calzado (perdió 18.400 empleos en 2018, el 14,5% de su empleo) y, sobre todo, la industria del automóvil (despidió a 9.500 trabajadores, el 12% de las plantillas), sin olvidar a las miles de empresas auxiliares que giran en torno a ellas. Y lo preocupante es que la crisis del automóvil no ha hecho más que empezar: Ford ha anunciado recortes de plantilla en Europa y Nissan Barcelona está operando por debajo del 40% de capacidad, fruto de la incertidumbre en un sector que ve los días contados a los vehículos diesel y gasolina (dejarán de fabricarse para 2040). Y esa tremenda reconversión, del motor de combustión al coche eléctrico, supone cambiar de fabricar un coche de 1.400 piezas (5 o 6 trabajadores por coche) a fabricar un coche de sólo 200 piezas (que fabrican 1 ó 2 trabajadores).

España tiene, además, un doble problema propio ante esta reconversión: el 43% de los coches que se fabrican aquí son diesel (y suponen el 57% de todos los empleos) y encima sólo Renault y Ford fabrican motores aquí, con lo que nuestras fábricas ensamblan motores hechos en otros paises (y cajas de cambio y muchos componentes). Y las direcciones de las multinacionales, en Wolfsburgo (Alemania), París o Detroit, pueden decidir montarlos en otro sitio, sobre todo si la mano de obra formada y barata importa menos en la fabricación de los coches eléctricos. Además, las tecnologías de los futuros coches eléctricos (incluso la fabricación de baterías)  se está jugando en China, Corea y Japón, no en Europa (y menos en España, donde sólo Seat Cataluña investiga en su centro de I+D+i).

Junto a los problemas del automóvil, la industria agroalimentaria y el textil y calzado (que sufren la dura competencia de los paises emergentes), en 2018 hemos asistido a “la fuga de grandes multinacionales”, que se han ido o han amenazado con irse: Alcoa (aluminio, con dos plantas en Galicia y Asturias), Vestas (primero cerró en Tarragona y luego anunció el cierre en León, buscando el Gobierno un comprador), Gamesa (cierre planta de Miranda de Ebro) o Cemex (anuncio 200 despidos en Almería y Baleares). Son multinacionales que pueden cambiar de país sin demasiados problemas y que buscan reducir costes energéticos (aquí la luz y la energía son más caras que en Europa); eso sí, en muchos casos después de recibir jugosas ayudas públicas: Alcoa ha recibido más de 1.000 millones de ayudas pagadas con nuestro recibo de la luz y Vestas ha recibido ayudas autonómicas y locales. Esto debería servir para diseñar las futuras ayudas públicas a multinacionales.

Además de estos problemas, la industria afronta dos serios retos de futuro. Uno, la necesidad de digitalizar su actividad , lo que se llama “industria 2.0”. Una nuevarevolución industrial”, que exigirá a todas las industrias una profunda reconversión, desde la organización de la producción a la formación del personal. Y el otro reto, es la robotización. En el mundo hay 1,63 millones de robots, según la IFR, 35.000 en España y un millón de ellos en Asia (y la tercera parte en China). Y para 2030 habrá más de 3 millones de robots, sobre todo en la industria del automóvil, la paquetería y las grandes empresas logísticas, lo que permitirá aumentar las fábricas en los paises ricos (al no necesitar tanta mano de obra humana barata). España, con trabajadores poco formados, tiene un mayor riesgo con los robots, porque el 43% de los empleos actuales tienen un alto riesgo de ser sustituidos por robots  y un 24% de empleos tienen un riesgo medio, según el servicio de estudios de la Caixa.

Pero la industria española tiene además una serie de “debilidades estructurales” que oscurecen su futuro, según un estudio de CCOO. La primera debilidad, el escaso peso de la industria tecnológicamente avanzada (sólo el 6,2% del total), frente al enorme peso de las industrias tradicionales (agroalimentación, química, farmacéutica, automóvil y transporte suponen el 55% de la industria), lo que se traduce en una menor productividad y competitividad. La segunda debilidad, el tamaño, el elevado peso de las pymes: sólo el 15% de las empresas industriales españolas tienen más de 10 empleados, frente al 38% de las industrias alemanas. Y este menor tamaño redunda en menos inversión, menos tecnología y peor acceso al crédito. La tercera debilidad es el atraso tecnológico por partida doble: España como país gasta menos en Ciencia (el 1,23% del PIB frente al 2,02% de media en la UE-28) y las empresas españolas gastan en tecnología la mitad que las europeas (un 0,64% del PIB frente al 1,07%). La cuarta debilidad es la falta de financiación a la industria, ahora que los grandes inversores se dedican a la especulación financiera e inmobiliaria y la banca lleva décadas “huida” de la industria. Y la quinta debilidad es la geografía: nuestras industrias están a 2.300 kilómetros de los mercados del centro de Europa, aunque tienen la ventaja de estar bien situadas como “puente” frente a América y África.

Todavía hay que mencionar otras dos debilidades más, muy importantes. Una, que las industrias instaladas en España pagan más cara la energía y sobre todo la electricidad: el coste del kw/h industrial (sin impuestos) era de 0,1008 euros en España (1º semestre 2018), según Eurostat, un 26,5% más caro que en Europa (0,0797 euros), un 35,8% más caro que en Francia (0,0737€), un 30,7% más caro que en Alemania (0,0771 €), un 13% más caro que en Italia (0,0892 €) y un 3,9% más caro que en Reino Unido (0,0970 €, paises con los que tenemos que competir. Y la otra debilidad, que la industria española cuenta con una mano de obra peor formada: el 41,7% de los adultos españoles tienen formación baja (la ESO o ni siquiera) frente al 22% en la OCDE y el 20% en Europa (15% en Alemania), y otro 22,6% tienen formación media (Bachillerato o FP), frente al 44% en la OCDE y el 46% en Europa, según el informe de la OCDE “Panorama de la Educación 2017”.

Eso sí,  la industria española tiene dos ventajas claras. La primera, una mayor flexibilidad en la contratación (el 26,86% de los asalariados tienen un contrato temporal, el mayor porcentaje en Europa), siendo también líder europeo en contratos temporales de menos de 6 meses (el 60%), según acaba de denunciar la OIT. Y la segunda, unos costes salariales más bajos: el coste por hora trabajada (sin SS ni otros costes) era en España  de 15,9 euros, un 29,1% menos que en la zona euro (22,42 euros hora) y un 22% menos que en la UE-28 (20,36 euros/hora). Y está muy lejos de los 34,10 euros/hora que se pagan en Alemania (+40%), los 36 euros de Francia (+34,6%), los 21,33 euros de Reino Unido (+25,5%) o los 20,38 euros de Italia (+22%), según Eurostat (2017).

Visto el panorama de fondo de la industria, volvamos a su crisis, que es doblemente preocupante. Primero, porque la industria ha dejado de ser un motor de la recuperación y del empleo, como ha sido entre 2014 y 2017, dejando ese papel a la construcción (que cualquier día puede “pinchar” o crear otra “burbuja) y a los servicios, sobre todo el turismo y el comercio, que muestran signos de “agotamiento”: el turismo apenas creció en 2018 y el comercio crece menos, como se vio en el Black Friday y Navidad. Pero, sobre todo, porque la industria es clave para crear riqueza y empleo: los paises más ricos y competitivos  (y los que más exportan) son los más industrializados y el empleo en la industria es más estable (cae menos con las crisis) y está mejor pagado. Así que deberíamos “mimar la industria”.

Los sindicatos saben la importancia de la industria y por eso firmaron con la patronal un Pacto de Estado por la industria, el 26 de noviembre de 2016, algo poco usual. Ambas partes, trabajadores y empresas, acordaron un decálogo de medidas que pidieron al Gobierno: rebaja costes energéticos, digitalización de la industria, aumento del tamaño de las empresas (fomentando fusiones), mayor inversión en tecnología e innovación, mejora de la formación, más financiación, unidad de mercado (no 17 regulaciones autonómicas), reducir los costes logísticos y de distribución, mejorar la sostenibilidad medio ambiental y ayudar a la expansión internacional de las empresas (captando más inversiones extranjeras).

Un Plan de acción claro, con recetas para atacar las ya mencionadas debilidades de nuestra industria. Pero hoy, dos años largos después, casi nada se ha hecho. El Gobierno Rajoy tenía preparado un “Marco estratégico de la España industrial 2030”, para aprobarlo a finales de mayo de 2018, pero salió antes por la moción de censura, sólo con dos Planes sectoriales aprobados para la industria papelera y la automoción. Y el Gobierno Sánchez, además de crear un Ministerio de Industria que no había, sólo aprobó en diciembre un “parche” laboral para la industria, un real decreto que permite sólo a las empresas manufactureras (en especial, al automóvil) seguir rejuveneciendo plantillas a costa de la Seguridad Social: se permite que un trabajador mayor reduzca su jornada si a cambio entra a trabajar uno joven al que forma antes de jubilarse. Lo normal es que el trabajador mayor coja una jubilación parcial, por la que cobra un 25% de sueldo y el 75% restante como pensión. El “truco” es que, a raíz de una sentencia del Supremo, pueden concentrar las horas en unos meses o años, con lo que el trabajador mayor se acababa jubilando antes, como si fuera una jubilación anticipada, sin ninguna penalización (con el 100% de pensión) y sin tener que formar al joven que le “releva”. Y muchas industrias utilizan este sistema para cubrir con estos jóvenes vacaciones y picos de producción. Un privilegio que no tienen las empresas no industriales.

Ahora, con unas elecciones próximas, será otro medio año perdido para sacar a la industria de la crisis. Pero luego, gane quien gane, el futuro Gobierno deberá apostar de verdad por la industria, poniendo en marcha el Pacto que firmaron en 2016 sindicatos y patronales, con el objetivo de que la industria vuelva a aportar el 20% de la producción (PIB), como hace 20 años. A más industria, más competitividad, más riqueza y mejor empleo. No podemos seguir apostando por ser un país de grúas, bares, hoteles y tiendas, por ser la California de Europa. El futuro está en la industria.

jueves, 7 de junio de 2018

España, un país de bares y tiendas


La recuperación sigue ahí (el PIB volvió a crecer un 0,7% en el primer trimestre), a pesar de las turbulencias internacionales y políticas, pero está demasiado centrada en los servicios. De hecho, 2 de cada 3 empleos creados desde 2014 lo han sido en los servicios, sobre todo en el turismo, la hostelería y el comercio. Y España es el tercer país europeo donde más han crecido los servicios desde 2008, mientras perdía peso la industria: somos el país con más bares y tiendas de Europa mientras la mayoría de nuestra industria más competitiva son multinacionales extranjeras. El problema de los servicios es que aportan un empleo precario y mal pagado, muy estacional (ligado al verano y las rebajas), poco competitivo y muy vulnerable a futuras crisis. El reto es apostar por la industria, la tecnología y la economía digital y no por ser la California de Europa, una país de bares, hoteles, comercios y servicios. Cambiar el modelo económico español de aquí a 20 años. Recuperar hoy el Ministerio de Industria y crear un Ministerio de Ciencia puede ser un buen comienzo.

enrique ortega

La recuperación económica se ha traducido en 1.923.600 nuevos empleos creados en España desde marzo de 2014, según la EPA. Pero el 68% de este nuevo empleo (2 de cada 3) se ha creado en el sector servicios (1.311.400 empleos), sobre todo en la hostelería (+310.000), el comercio (+120.100), la sanidad y los servicios sociales (+172.900), la educación (+138.000) y las actividades administrativas (+56.800 empleos). En la industria sólo se crearon 377.800 nuevos empleos (1 de cada 5), en la construcción 209.800 y en el campo 24.700 nuevos empleos.

Si comparamos el empleo actual con el de antes de la crisis, todavía hay 1.772.700 españoles menos trabajando que en junio de 2008, cuando en España trabajaban 20.646.900 personas (frente a 18.874.200 en marzo de 2018). Eso se debe al pinchazo en el empleo de la construcción (trabajan 1.407.500 españoles menos) y de la industria (607.900 trabajadores industriales menos), mientras en el campo trabajan casi los mismos (+3.200) y donde hay más personas trabajando que antes de la crisis es en los servicios, con 239.600 empleados más hoy que en 2008. En la hostelería trabajan 77.400 personas más, en el comercio 304.200 menos (por el hundimiento del pequeño comercio frente a supermercados e híper) y donde más ha crecido el empleo respecto a 2008 es en la sanidad y servicios sociales (+311.200), la educación (+142.000) y la administración pública (+27.800).

Mirando más atrás, el gran cambio de España en los últimos 40 años ha sido pasar de ser un país con gran peso de la industria (aportaba el 38,87% del PIB en 1972) a un país donde las manufacturas aportan al crecimiento la tercera parte: el 26% del PIB en 1980, el 16,29% en 1995, a un mínimo del 12,15% del PIB en 2010 y el 13,06% que aportaron al crecimiento del PIB en 2017, según el INE. En contrapartida, los servicios han aumentado su peso y de representar menos del 50% del crecimiento en 1980 han pasado a aportar dos tercios, el 66,4% del PIB en 2017, según el INE. Y la construcción, que representaba el 8,59% del PIB en 1995 aporta ahora sólo el 5,21% y bajando. Así que somos, cada año más, un país de servicios, el verdadero motor del crecimiento y el empleo.

De hecho, España es el 9º país europeo con más peso de los servicios en la economía: trabajan ahí el 75,5% de los españoles (2017), por encima de la media del empleo en los servicios en la UE-28 (72%) y la zona euro (73,4%), así como de Grecia (73%), Alemania (71,1%), Portugal (70,3%) e Italia (70,1%), aunque nos gana Francia (75,8% de empleo en los servicios)  y Reino Unido (80,7%, por los servicios financieros), según los datos recientes de Eurostat. Pero lo más llamativo es que España es el tercer país europeo donde más han crecido los servicios desde 2008 (del 68,1 al 75,5%, un +7,4%), sólo por detrás de Croacia (+9,4%) y Portugal (+8,2%). O sea, que los servicios han crecido en toda Europa (+4,6%), pero mucho más en España .

De hecho, España es el país con más bares del mundo por habitante, 1 por cada 275 personas, según un estudio de Nielsen. En 2017 había 277.539 bares y restaurantes en España, según el INE, más de la mitad entre Andalucía (49.642), Cataluña (43.859) y Madrid (30.888). Y en cuanto a comercios, también estamos a la cabeza de Europa, con 462.450 comercios minoristas en 2016, según la patronal, a pesar de que la propia Comisión Europea denunciaba recientemente que somos el 2º país europeo (tras Francia) que más restringe el comercio: barreras para abrir nuevos establecimientos, horarios restrictivos, más impuestos específicos  y excesiva regulación autonómica.

¿Cuál es el problema de que los servicios pesen más en España? Básicamente, que el empleo en los servicios es más precario, está peor pagado y es más vulnerable. En los servicios se concentran el 71,7% de todos los contratos temporales (la cuarta parte ya, por menos de una semana de duración) y el 83,5% de todos los subempleados (los españoles que trabajan por horas porque no encuentran trabajos a tiempo completo). Y en consecuencia, el empleo en los servicios está peor pagado: el sueldo medio bruto en la hostelería es de 14.125 euros anuales (827 euros netos en 14 pagas), de 16.139 euros brutos en las actividades administrativas, de 19.781 euros brutos en el comercio y  de 22.289 euros brutos en la educación, frente a un sueldo medio en España de 23.156 euros brutos, un sueldo de 50.992 euros brutos en la energía (3,6 veces el de la hostelería) y 42.684 euros brutos en la banca y los seguros (el triple de lo que gana un camarero), según la encuesta de salarios del INE.

Además, los empleos en los servicios son más vulnerables, porque muchos son empleos de temporada (vinculados al verano, la temporada turística o las rebajas) y además son muy sensibles a la coyuntura, a los vaivenes del consumo y se destruyen con la misma facilidad que se crean, son menos estables que en la industria. Y encima, el sector servicios está más formado por empresas pequeñas, que tienen más difícil financiarse, vender y competir que las grandes: el 81,9% del comercio son empresas con 2 asalariados o menos y lo mismo en la hostelería, donde el 70,7% de los establecimientos tienen 2 empleados o menos.

Otro hándicap de los servicios es que son empleos que requieren poca formación y poca tecnología, con lo que aportan menos valor añadido, menos riqueza y poca productividad a la economía. De hecho, España está a la cola de Europa en productividad (ocupa el puesto 34 en el mundo, según el ranking del Foro Económico Mundial)  y uno de los factores es el mayor peso de los servicios de poco valor añadido, junto al menos peso de la industria y la tecnología, el mayor peso de las pymes y la escasa innovación.

Además, un factor clave es que las empresas del sector servicios sobreviven menos que el resto, “mueren” antes. Si la tasa de supervivencia de las empresas españolas es ya de las más bajas de la OCDE (a los 5 años sólo sobreviven el 40%), es menor aún entre las empresas del sector servicios. De hecho, de las empresas activas con menos de 2 años de antigüedad, el 26,8% se encuentran en la hostelería, el 19,9% en el comercio y el 22,2% en el resto de los servicios, mientras sólo un 12,9% son empresas industriales.

En definitiva, que el gran peso de los servicios explica en buena medida que España sea un país con empleo tan precario, con bajos sueldos, baja productividad y empresas que desaparecen en pocos años. Por eso, si queremos construir una economía más competitiva y que cree más riqueza y empleo, hay que apostar más por la industria y menos por los servicios. Sobre todo porque el peso de la industria no se recupera apenas y está por debajo de la media europea: aporta el 13,06% del PIB (2017), frente al 17% de la zona euro, el 15,3% de Reino Unido,  el 17,2% de Francia, el 23,4% de Italia o el 24% de peso de la industria en Alemania, según los datos de Eurostat (2017).

La ventaja del empleo industrial es que es un empleo menos precario, mejor pagado (26.698 euros de sueldo bruto frente a 14.125 euros brutos en la hostelería y 19.781 euros brutos en el comercio, según el INE) y más estable frente a las crisis, además de que produce más valor añadido y contribuye a la exportación (muchos servicios no). Por eso, la Comisión Europea ha lanzado el objetivo del 20% en 2020: que la industria europea aporte el 20% de la riqueza (del PIB) en el año 2020, un objetivo que ya han superado algunos países pero que parece muy difícil de conseguir para España.

La industria española tiene una serie de debilidades estructurales, señaladas en un reciente documento de CCOO. La primera, el reducido peso de la industria tecnológicamente avanzada (sólo el 6,2% del total), frente al enorme peso de las industrias tradicionales (agroalimentaria, química, farmacéutica, automóvil y transporte suponen el 55% de la industria), lo que se traduce en una menor productividad y competitividad. La segunda, el elevado peso de las pymes: sólo el 15% de las empresas industriales españolas tienen más de 10 empleados, frente al 38% de las alemanas. Y ese menor tamaño redunda en menos inversión, menos tecnología y peor acceso al crédito. La tercera debilidad es el atraso tecnológico, derivado de la baja inversión empresarial en tecnología (invierten la mitad que las empresas europeas: un 0,64% del PIB frente al 1,07% en la UE-28) y de los recortes de la inversión pública en Ciencia (es del 1,23% del PIB frente al 2,02% de la UE-28). La cuarta debilidad es la falta de financiación de la industria: los grandes inversores y la banca han “huido” de la industria, a los bonos y la especulación inmobiliaria. Y hay un quinto “hándicap”, la geografía: nuestras industrias están a 2.300 kilómetros de los mercados del centro de Europa, aunque están bien situadas como “puente” frente a América y África.

Todavía hay otras 2 debilidades muy importantes. Una, que las industrias españolas pagan la electricidad mucho más cara que la europea, lo que les resta competitividad: el precio del kilowatio industrial era de 0,083 euros en 2017 (sin impuestos), un 20,3% más caro que en la UE-28, un 29,7% más caro que en Alemania (0,064 euros/kw) y un 40,7% más caro que en Francia (0,059 euros/kw), según datos del Ministerio de Energía. Y la otra, que la industria española cuenta con una mano de obra poco formada: el 41,7% de los adultos españoles tienen una formación baja (la ESO o ni siquiera) frente al 22% en la OCDE y el 20% en Europa (15% en Alemania) y otro 22,6% tienen una formación media (Bachillerato o FP), frente al 44% en la OCDE y el 46% de adultos en Europa, según los preocupantes datos del informe de la OCDE “Panorama de la educación 2017”.

Eso sí, la industria española tiene una gran ventaja comparativa, con la que han estado jugando las empresas estos años: sueldos mucho más bajos. En todos los sectores, pero comparativamente menos en la industria: el coste por hora trabajada en España era de 23,3 euros en 2017, un 43% menos que el coste salarial en la industria de la zona euro (33,40 euros/hora) y un 17,6% que en la UE-28, según Eurostat. Y la diferencia salarial es aún mayor con Alemania (40,2 euros/hora sueldos en la industria, un 72,5% más que en España) y Francia (38,8 euros/hora, un 66,5% más), así como con Italia (27,8 euros/hora) y Reino Unido (24,2 euros/hora). Así que son los trabajadores, con sus bajos salarios, los que compensan en parte las debilidades y “hándicaps” de la industria española.

Si queremos un país que cree más riqueza, más competitivo y con un empleo más estable, hay que apostar por la industria y las nuevas tecnologías más que por los servicios. De hecho, en noviembre de 2016 ya sucedió en España algo inaudito: los sindicatos y las principales patronales firmaron un Pacto de Estado por la Industria, un acuerdo donde se pedían una serie de medidas para impulsar la industria en España: más apoyo a la tecnología y a la innovación, otra política energética, ayudas a la internacionalización de las empresas, más financiación, mejora de las infraestructuras y el transporte, políticas activas de formación, menos dispersión normativa en las autonomías y más ayudas fiscales a la industria. Y que el Gobierno crease una Secretaría de Estado de Industria, como motor de la reindustrialización

Ha pasado un año y medio y el Gobierno Rajoy no tomó ninguna medida para reindustrializar España, salvo desmantelar el anterior Ministerio de Industria y pasar las competencias al de Economía, como una secretaría general (ver organigrama). Y no se apoya a la Ciencia ni se recorta el coste de la electricidad industrial ni se asegura financiación. El ya ex presidente Rajoy ha seguido con la vieja política de la derecha conservadora: “la mejor política industrial es la que no existe”. Y mientras, siguen creciendo cada día los bares, hoteles y tiendas, que cierran al poco tiempo, como motor de una recuperación de base muy débil. Y así nos va, con un país muy precario y muy desigual. No podemos seguir apostando a ser “la California de Europa


Hay que cambiar de modelo productivo, apostar por la industria, la tecnología y la innovación, por un crecimiento y un empleo más sólido y estable. Una tarea a 20 años vista, pero que hay que empezar ya. Un buen punto de partida puede ser haber recuperado hoy el Ministerio de Industria y que el presidente Sánchez haya apostado explícitamente por "visibilizar la potencia industrial de nuestro país" en su primera aparición ayer, al presentar su Gobierno. Falta seguir por ahí en los próximos meses y que le dejen.