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lunes, 22 de noviembre de 2021

Reforma pensiones: otro "parche" insuficiente

El Gobierno ha completado la 1ª fase de reforma de las pensiones, con una subida por 10 años de cotizaciones (+0,6%), que no apoya la patronal. Esta medida evita los recortes de las futuras pensiones que aprobó Rajoy con el Factor de Sostenibilidad (-30% para 2050), pero la recaudación extra (+42.000 millones, con la “hucha” actual) será “insuficientepara afrontar los gastos extras por la jubilación de los “baby boom” (nacidos entre 1960 y 1975), unos 50.000 millones. La decisión es esperar a 2033 y entonces, con las previsiones de ingresos y gastos, decidir nuevos ingresos o  recortar gastos. Se trata de “ganar tiempo” con esta primera reforma (subidas con el IPC, más transferencias del Presupuesto, incentivar retraso en la jubilación, aumento cotizaciones) y esperar a que los próximos “agujeros” los resuelvan futuros Gobiernos (o Europa). Habría que afrontar ya el déficit estructural de las pensiones y pactar  un sistema que permita pagarlas con seguridad de aquí a 2050. Sin “parches” ni “politiqueo”. Se pueden salvar.

Enrique Ortega

La subida temporal de cotizaciones sociales, pactada entre el Gobierno y los sindicatos, es “la cuarta pata” de la primera fase de la reforma de las pensiones, aprobada en el Congreso el pasado 27 de octubre, con los únicos votos en contra de Vox y la abstención de ERC y Bildu. La reforma aprobada dentro del Pacto de Toledo contemplaba la revalorización de las pensiones con el IPC, el cargo al Presupuesto de muchos gastos “impropios” con los que hasta ahora cargaba la Seguridad Social,  acercar la edad real de jubilación a los 67 años legales e incentivar trabajar más años voluntariamente y sustituir el Factor de Sostenibilidad de Rajoy que pretendía recortar las pensiones futuras (a partir de 2023) por un nuevo mecanismo “de equidad intergeneracional”, que asegure las pensiones futuras.

Los tres primeros acuerdos  de esta reforma ya estaban en marcha. 2022 será el primer año en que las pensiones suban no lo que decida el Gobierno de turno (+0,25% Rajoy, +0,9% Sánchez en 2021) sino lo que suba la inflación media prevista (IPC noviembre 2021-noviembre 2022), el próximo año sobre un +2,4%. Una medida que parece justa pero que va a encarecer la factura de las pensiones en los próximos años, sobre todo hasta que no baje sensiblemente la inflación. De hecho, la estimación es que la revalorización de las pensiones cueste en el año 2022 unos 5.000 millones de euros (3.000 millones por la subida anual y otros 2.000 por la “paguilla” que se va a pagar a los pensionistas en enero, para compensar la desviación de precios de 2021, unos 200 euros para una pensión de 1.000 euros).

El segundo punto del acuerdo, que el Presupuesto cargue con parte de los gastos impropios de la Seguridad Social, ya se empezó a aplicar en 2021: se transfirieron a la SS 13,929 millones para cubrir parte de esos gastos impropios (22.567 millones que se pagan con cotizaciones) y ,además, se cargó con más de la mitad del déficit esperado para 2021 (1,7% del PIB sobre el 3% de déficit total), otra transferencia de 18.396 millones, lo que suma unos 32.000 millones de euros aportados a la SS para tapar la mayor parte de su “agujero”. Para 2022, el Presupuesto incluye otra transferencia a la SS de 18.396 millones para cubrir “gastos impropios” (prestaciones por maternidad y paternidad, reducción de cotizaciones, subvenciones a regímenes especiales, coste jubilaciones anticipadas voluntarias, complementos de prestaciones contributivas y pago del presupuesto del Ministerio de Trabajo), más otros fondos públicos para complementar pensiones mínimas (7.000 millones) y para pensiones contributivas (2.700), más otros recursos para tapar parte de su déficit (6.000 millones). Y para 2023 está previsto que el Presupuesto cargue con todos los “gastos impropios” de la Seguridad Social (22.567 millones)  y acabar así con su déficit.

La tercera pata del acuerdo pretendía acercar la edad real de jubilación (64 años y 6 meses de media) a la edad oficial (66 años en 2021). Y eso porque es una medida importante de ahorro de gasto: se podría reducir el gasto en pensiones en 14.000 millones anuales por cada año que suba la edad real de jubilación (hay 2,4 años de margen hasta los 67 años con que habrá que jubilarse en 2027). Para conseguirlo hay 2 vías, que el Gobierno tiene ahora que concretar y proponer al Pacto de Toledo: penalizar más a los que se jubilan antes de tiempo (un 38% de los jubilados en 2020), que ya sufren recortes en la pensión del -1,65 al -2% por cada trimestre que anticipan su jubilación. La otra medida que se estudia es incentivar que los trabajadores se jubilen más tarde, algo que ya se hace hoy, pero con poco apoyo (un 2% de pensión extra, frente al 5% en Francia y el 6% en Alemania). El Gobierno estudia incentivar mucho más (4,6% anual) el retraso de la jubilación y “visualizar” esta compensación con la entrega de un cheque a los que se jubilen más tarde.

El cuarto punto del acuerdo era el más peliagudo y por eso se ha dejado para ahora, introduciéndolo como enmienda en esta reforma de las pensiones que debate el Parlamento (y que el Gobierno ha prometido a Bruselas aprobar antes de fin de año): la sustitución del Factor de Sostenibilidad que aprobó Rajoy en 2013 por un nuevo sistema, el Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI), para afrontar el gasto extra en pensiones que va a suponer la jubilación de los “baby boom”, los nacidos entre 1960 y 1975. El Factor de Estabilidad contemplaba un recorte de las pensiones futuras, para afrontar este mayor gasto y el hecho de que los futuros pensionistas vivirán más y cobrarán más años. La estimación de un Grupo de Expertos, en un informe entregado en junio de 2013, era que la aplicación del Factor de Estabilidad supondría un recorte de las futuras pensiones que iba del -6,61% para los que se jubilasen en 2024 al -12,03% para los que se jubilaran en 2034 y un recorte del -20% para los que se jubilaran en 2053 (-266 euros sobre los 1.193 de pensión inicial actual). Y ahora, el ministro de SS dice que ese recorte podría ser realmente del -30%.

Los sindicatos y el Gobierno, que no apoyaron la reforma de Rajoy de 2013 (la decretó en solitario) no estaban dispuestos a aplicar el Factor de Sostenibilidad, cuya entrada en vigor retrasó el propio Rajoy a 2023 (para conseguir que el PNV apoyara los Presupuestos 2018). Y ambos consiguieron que el Pacto de Toledo (PP incluido) rechazaran su aplicación y apoyaran otro sistema, el Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI), que acaba siendo una subida temporal de cotizaciones (de 2023 a 2032), del +0,6%. Y como la patronal no ha firmado el acuerdo, se le ha penalizado en el reparto: un +0,5% subirán las cotizaciones empresariales y otro +0,1% más pagarán los trabajadores. No es mucho: en un sueldo medio de 2.000 euros, la empresa pagará 10 euros más al mes y el trabajador 2 euros más.

La patronal no ha firmado esta parte del acuerdo de reforma (si las tres restantes) porque alega que subir las cotizaciones sociales desincentiva el empleo, encarece la contratación. Y es cierto. Pero el Gobierno contraataca con dos datos. El primero, que el peso de las cotizaciones sociales es menor en España que en Europa: las cotizaciones sociales en Europa suponen un 16% del PIB, frente al 13,7% en España (sube al 13,9% con el aumento temporal de cotizaciones). Es verdad, pero también lo es que la aportación de las cotizaciones de las  empresas es mayor en España que en Europa (9% del PIB frente al 7,3% las empresas UE), mientras es menor la aportación de los trabajadores. Y que el peso de las cotizaciones empresariales sobre los salarios es mayor en España (29,9% del salario bruto) que en la media de la UE  (22,1% del salario bruto) y que en Alemania (19,8%), aunque es menor que en Francia (cotizaciones empresas son el 36,3% salario) o Italia (31,6%), según la OCDE. Algo que se explica porque los sueldos son más bajos en España.

El otro dato que aporta el Gobierno frente a la crítica patronal es más decisivo: los costes laborales (salarios más cotizaciones) son mucho más bajos en España, con lo que hay margen para subir un poco y por 10 años las cotizaciones sin poner en peligro la competitividad con otros paises. Concretando, España es el tercer país europeo con menores costes laborales (solo son más bajos en Portugal y Polonia), 21,9 euros por hora en 2019 (salarios y cotizaciones), un 30,25% inferiores a los costes laborales en la zona euro (31,4 euros por hora), un 40% inferiores a los de Francia (36,5 euros), un 38,4% menores a los costes laborales de Alemania y un 23,7% inferiores a los de Italia (28,7 euros).

Con esta subida temporal de cotizaciones sociales (2023-2032), el Gobierno espera rellenar “la hucha” de las pensiones, que se creó en el año 2000 y llegó a tener un remanente de 66.815 millones en 2011, de los que tuvo que tirar Rajoy (-58.720 millones) y Sánchez (-5.957) para cubrir el pago de pensiones en los últimos años, con lo que sólo quedan en la hucha 2.138 millones. Ahora, la previsión del ministro Escrivá es que el recargo de cotizaciones (y la rentabilidad que se saque a la hucha, un 3,5%) permita ingresar en la hucha unos 38.500 millones de euros, que sumados a los 2.138 que ya hay (y sus  intereses) se consiga tener ahorrados 42.000 millones de euros a finales del año 2.032.

¿Será suficiente? Todos los cálculos, de la AIReF y de la Comisión Europea, indican que no. Sus estimaciones señalan que el aumento de jubilaciones por la generación del “baby boom” (1960 a 1975) provocará un gasto extra de pensiones de 25.000 a 30.000 millones en 2033 (que sí cubriría “la hucha”) pero que superaría los 50.000 millones (de hoy) en 2050, lo que provocaría entonces un agujero mínimo de 8.000 millones, que algunos aumentan incluso hasta los 20.000 millones, por diversos factores. La mayoría de expertos creen que el gasto en pensiones se va a disparar hasta 2050 por tres causas: el coste de la revalorización anual con el IPC (acumulativo), el aumento de pensionistas (de los 9,3 millones actuales a 15,67 millones en 2050, según el INE), que además vivirán y cobrarán durante más años, y unas pensiones iniciales más altas (ya ha pasado: la pensión inicial de jubilación ha subido de 620 euros en el año 2.000 a 1.053 en 2008 y 1.419 euros en 2021).

El nuevo Mecanismo de Equidad Generacional aprobado ahora contempla que en 2033 se hará un examen de la evolución del gasto en pensiones. Si demuestra que el gasto se ha desviado más del 0,2% del PIB sobre lo previsto por el informe de la Comisión Europea (que hará en 2024), se destinará parte o toda la hucha a cubrirlo (si no hace falta, se destinarán esos 42.000 millones a bajar cotizaciones o mejorar pensiones). Y si no fuera suficiente, se propondrá a los firmantes del Pacto de Toledo (partidos y fuerzas sociales) un nuevo aumento de ingresos (más cotizaciones o aportaciones del Presupuesto) o bien reducir el gasto en pensiones (sobre el PIB). Así que de alguna manera, el mecanismo aprobado supone “ganar tiempo” y aprobar un parche que convenza a la Comisión Europea, sabiendo que en el futuro habrá que tomar nuevas medidas. Y casi seguro que antes de 2033.

La cuestión de fondo, que no se afronta ahora, es que las pensiones tienen un problema estructural, a medio y largo plazo: el gasto va a crecer exponencialmente y resultará difícil financiarlo, dado que tenemos un grave problema demográfico, de baja natalidad, que se suma a una menor creación de empleo, por la revolución tecnológica y digital. Basten dos datos: habrá que pagar  a 15,6 millones de pensionistas en 2050 (que vivirán además 4 años más de media, cobrando pensión 20,2 años) y tendremos que hacerlo con 1,65 activos por cada jubilado, cuando ahora hay 3 personas en edad de trabajar por cada mayor de 65 años. Es una “bomba de relojería” que hay que desmontar ya, sin retrasos ni parches.

Lo primero es convencer  a los españoles que las pensiones del futuro están aseguradas. Y lo están porque somos una economía desarrollada, que crea riqueza y se puede permitir destinar el 16 o el 20% de esa riqueza a pagar pensiones. Se puede y se debe. Pero con  previsión y control, para que las cuentas cuadren, que no se dispare el gasto o falten ingresos y haya que adoptar de repente recortes drásticos. Eso obliga a planificar una senda realista de gastos (asegurar unas pensiones “dignas” en el futuro) y estudiar con que ingresos reales se puede contar y buscar otros posibles. Con transparencia y sin politiqueo.

Lo primero y fundamental es planificar los futuros ingresos para financiar las pensiones, lo que debe llevar a subir las cotizaciones, especialmente las máximas (a partir de 4.070,10 euros no se cotiza), así como las bajas cotizaciones de los autónomos,  con el objetivo de que el peso de las cotizaciones sociales (sobre el PIB) se equipare a la zona euro (hay todavía un colchón para subirlas  36.000 millones). Y ver si una parte mayor de los impuestos de todos puede ir a pagar parte de las pensiones, recaudando más impuestos, dado que España recauda cada año 85.000 millones menos que la media europea, según Eurostat.

Y luego, habrá que actuar por el lado de los gastos, si hace falta, aunque no nos guste: no se trata de recortar las pensiones sino de “atemperar” su crecimiento futuro, utilizando varias vías de las que se habla en privado pero no en público: ampliar los años de cotización que se tienen en cuenta para calcular la pensión (de los 25 años que se tomarán en 2022 a 35 años o toda la vida laboral) o aumentar los años que se exigen para cobrar el 100% de la pensión (hoy 36 años y 37 en 2027). Y evaluar el reparto entre los años que se cobra.

Y por supuesto, hay que tomar otras medidas al margen de las pensiones: mejorar la competitividad de nuestras empresas y reconvertir el modelo económico para crear más empleo, que trabaje y cotice más gente (si tuviéramos la tasa de ocupación europea, en España trabajarían 1.828.000 adultos más, según Eurostat). Y eso pasa por facilitar la inmigración legal (más a cotizar), que nos va a hacer falta para cubrir el déficit de mano de obra derivado de la baja natalidad. Y por promover que las familias tengan más hijos, para que haya más españoles trabajando, cotizando y pagando impuestos.

Como se ve, el problema es complejo y exige actuar en múltiples frentes. No hay soluciones simples. Ni se arregla nada con parches a corto plazo. Cuanto antes planifiquemos la hoja de ruta de las pensiones hasta 2050, más tranquilos estaremos todos, sobre todo los jóvenes. Y si nosotros no ajustamos el sistema, Bruselas nos impondrá los recortes. Habría que hablar de todo esto, con realismo y transparencia, planteando a los españoles la realidad del debate y las opciones de futuro, sin pensar sólo en las próximas elecciones. Pero me temo que nadie está por la labor. Y por eso, mucha gente teme por sus pensiones.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Pensiones: más agujero y urgente reforma


La pandemia ha destrozado las cuentas de la Seguridad Social: se han desplomado los ingresos por cotizaciones y se han disparado las ayudas. El déficit de la SS ha crecido un 38% y las pensiones tendrán este año un “agujero” de -22.871 millones. Y si no se hace nada, tendremos ese déficit los próximos tres años, por las secuelas del coronavirus. Si ya antes había que reformar las pensiones, porque las cuentas no salían, ahora urge esa reforma. El Gobierno la ha propuesto en dos fases. Primero, quitar a las pensiones 22.871 millones de gastos “impropios” (prestaciones que no debería pagar) y cargarlos a los Presupuestos. Y luego, ya sin déficit, buscar más ingresos y menos gastos, retrasando la edad real de jubilación (que está en 64,6 años). Pero no es suficiente. Hay que pactar una reforma a fondo, que aumente ingresos y atempere el gasto, porque habrá  15 millones de pensionistas en 2050. Y porque el sistema debe asegurar también las pensiones de nuestros hijos. 

 

El coronavirus no sólo se ha cebado sobre los mayores sino que ha destrozado aún más las cuentas de las pensiones. Desde marzo, los ingresos de la Seguridad Social se han desplomado, al haber ahora menos españoles cotizando (había 755.000 afiliados menos a finales de agosto que a principios de marzo) y al haberse perdonado cotizaciones a las empresas en ERTEs (hasta 3,4 millones en marzo y abril) y a los autónomos (1,2 millones). Y en paralelo, la SS ha tenido más gastos, tanto en desempleo (556.767 parados más) como con esos trabajadores en ERTEs y autónomos cobrando parte de su sueldo y todas las ayudas vinculadas al COVID 19. El resultado es que este año 2020, la Seguridad Social espera un déficit de -22.191 millones de euros (2% del PIB), frente a los -16.052 millones de déficit (1,3% del PIB) con que se cerró 2019. Y el agujero sería mucho mayor de no ser por los 14.500 millones que el Estado ha aportado a la SS para cubrir parte de las ayudas de la pandemia.

El problema es que llueve sobre mojado, que este déficit extraordinario se suma a 10 años de déficit creciente de la Seguridad Social (ver gráfico déficit SS): -2.433 millones en 2010, -1.063 en 2011, más de -10.000 millones en 2012,2013 y 2014, -13.038 millones en 2015 y sobre -17.000 millones de déficit en 2016, 2017 y 2018, para acabar con -16.052 millones en 2019. En total, un “agujero” acumulado de -116.642 millones de euros en los últimos 10 años, que se ha “tapado” con deuda, aportaciones del Estado y tirando de “la hucha” de las pensiones (tenía 66.815 millones en 2011 y está casi a cero). Y ahora, con la pandemia y la recesión que acarrea, el Gobierno prevé que el déficit suba hasta  -30.000 millones en 2021 (2,5% del PIB) y se mantenga en -20.000 millones en 2022 y 2023. Un agujero insostenible para las cuentas públicas y que pone en grave riesgo el sistema de pensiones.

Por eso, la Comisión Europea y los paises ricos del norte presionan a España para que reforme cuanto antes las pensiones. En septiembre, los diputados integrados en el Pacto de Toledo han iniciado sus debates para perfilar una nueva reforma (tras la de 2011 de ZP y la de 2013 de Rajoy), que deberían haber aprobado hace años. Y allí, el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, planteó el pasado 9 de septiembre (ver aquí su intervención íntegra), las bases de una reforma, en dos fases. Reforma que el Gobierno quiere pactar con los demás partidos y con las fuerzas sociales, para aprobarla a lo largo de 2021.

La primera fase de la reforma sería descargar a la Seguridad Social de una serie de gastos “impropios”, partidas que pagan las cotizaciones sociales pero que debería pagar el Estado vía Presupuestos (con impuestos). La lista es larga y costosa (ver documento): subsidios de paro no contributivos (11.305 millones), tarifas planas de autónomos y reducciones de cotizaciones (1.818 millones), prestaciones por nacimiento y cuidado hijos (2.953 millones), pago complemento de maternidad (1.082 millones), subvenciones a regímenes especiales (1.014 millones), costes extras cálculo pensiones (788) y gastos de funcionamiento del Ministerio de Seguridad Social (3.911 millones), que se paga con cotizaciones en vez de financiarlo el Presupuesto (como los demás Ministerios). En total, 22.871 millones de euros, el equivalente al déficit de la SS previsto para este año.

La propuesta  del ministro Escrivá es cargar estos gastos al Presupuesto del Estado y descargar así a la SS y a las pensiones de estos costes “impropios”. Es un “apaño contable”, cambiar quien paga las partidas, porque pagarlas hay que pagarlas. Eso sí, liberaría a la SS de su déficit y las cotizaciones podrían ir a pagar sólo las pensiones. La idea es empezar a hacerlo ya en el próximo Presupuesto 2021: que una parte de esos 22.871 millones se financien con impuestos y dejen de lastrar a las pensiones. El problema  es de dónde sacar ingresos públicos para asumir parte de esta factura, dado que la pandemia va a multiplicar los gastos del Presupuesto de próximo año y no se podrán subir mucho los impuestos.

Supongamos que se puede hacer y que en varios años se descarga a la SS de ese lastre de “gastos impropios”, de esos 22.871 millones. Eso permitiría afrontar el futuro sin déficit. Pero si no se hacen reformas, el “agujero” surgiría y aumentaría enseguida, porque el problema de fondo de las pensiones es que el gasto crece más deprisa que los ingresos: cada vez hay más pensionistas, con pensiones más altas y que hay que revalorizar cada año, mientras el empleo y los cotizantes crecen menos y además el nuevo empleo es muy precario, con bajos sueldos y cotizaciones. Y encima tenemos un país muy envejecido, con alta esperanza de vida, por lo que las casi 10 millones de pensiones de hoy serán 15 millones en 2050. Y la población apenas crece y lo mismo el empleo, con lo que los cotizantes crecerán menos que los pensionistas: si hoy hay 3 españoles trabajando para pagar 1 pensión, en 2050 habrá 2 trabajando. Y ese es el problema de fondo, que exige una reforma en profundidad de las pensiones, no solo ajustes contables para cambiar los costes de sitio.

Para afrontar este futuro, el ministro Escrivá plantea una segunda fase de reforma de las pensiones, consistente en aumentar ingresos y reducir costes. Por un lado, plantea que los autónomos empiecen a cotizar por sus ingresos reales, ya que el 85% cotiza ahora por sus bases mínimas. Y no se descarta subir algunas cotizaciones, sobre todo las de los sueldos más altos (hoy “topadas”). Eso sí, también se contemplan más gastos, porque el Gobierno defiende una revalorización de las pensiones con el IPC, abandonando el sistema que aprobó la reforma de Rajoy (las pensiones se revalorizarían según las cuentas de la SS: como hay déficit, no más del 0,25% en los últimos años de su Gobierno). Y además, el Gobierno quiere que este compromiso, revalorizar las pensiones con la inflación, se incluya en la Ley de Seguridad Social, para que todos los Gobiernos la tengan que aplicar.

La gran “baza” de la reforma que propone Escrivá es aumentar la edad real de jubilación, que los españoles se jubilen más tarde: teóricamente, la edad legal será de 67 años en 2027 y este año 2020 es ya de 65 años y 8 meses, pero la edad real de jubilación es de 64,6 años en 2020 (de enero a julio), según la última estadística de la Seguridad Social, porque muchos españoles  (el 37,6% este año) se jubilan anticipadamente. El ministro Escrivá señala que subir 1 año la edad real de jubilación (de 64,6 a 65,6) supondría un ahorro anual de 15.000 millones de euros para el sistema de pensiones, porque aumenta el ingreso por cotizaciones y reduce el coste de las pensiones. Para lograrlo, propone aprobar dos medidas complementarias. Una, incentivar que los españoles se jubilen más tarde, algo que hoy no hacen porque tampoco les compensa mucho. De hecho, la bonificación que se concede en España por retrasar la jubilación es de sólo un 2%, frente al 10,4% en Reino Unido, el 6% en Alemania o el 5% en Francia. Y la otra medida sería penalizar más las jubilaciones anticipadas, corrigiendo lo que pasa ahora: que la penalización a los sueldos altos es del 2% y a los sueldos medios y bajos del 6,5% al 8%, lo que resulta regresivo. Por eso, el Gobierno está pensando sobre todo en penalizar las jubilaciones anticipadas más altas.

Esta propuesta, aumentar la edad real de jubilación, ha sido ya criticada en el seno del propio Gobierno, por la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (Podemos), que cree que sería una forma de “quitar empleo a los jóvenes”. Algo que no es cierto (como tampoco que las mujeres o inmigrantes “quiten el trabajo” a los hombres), porque el mercado de trabajo no es un juego de suma cero sino que un aumento del empleo de los mayores provocaría un mayor consumo y crecimiento y más empleo para todos, como han demostrado varios estudios hechos recientemente en EEUU, Reino Unido y en 22 paises del mundo. Lo que necesita España no es “repartir” el trabajo escaso sino aumentar el empleo, porque aquí trabajan menos personas que en Europa: trabajan un 68% de los españoles (20-64 años), frente al 73,1% de media en la UE-27, el 82,1% en Suecia, el 80,6% en Alemania o el 80,1% en Holanda, por ejemplo, según Eurostat. Eso significa que hay 1.500.000 españoles menos trabajando de los que deberían si tuviéramos la tasa de empleo europea. Por eso, porque trabajamos menos gente (y trabajamos peor, con menos productividad) somos más pobres que la media europea. Aquí tendría que trabajar más gente (mayores y jóvenes), no menos.

Y la última baza de esta reforma que defiende el Gobierno es promover los planes de pensiones de empresa, que en España tienen poco peso (sólo los tienen 2 millones de trabajadores, según INVERCO) frente a otros paises (como Alemania, Austria o Reino Unido). No creen que haya que apoyar los planes de pensiones privados individuales, porque las ayudas fiscales (1.100 millones anuales) son  utilizadas en un 70% por las rentas más altas y los mayores, no por la mayoría de españoles ni los jóvenes. El objetivo es promover que estos planes de pensiones de empresa (pagados por las compañías y sus trabajadores) se pacten más en los convenios, cubran a trabajadores jóvenes (como complemento de su pensión pública) y tengan más ayudas fiscales.

Toda esta estrategia de reforma de las pensiones puede ser un buen punto de partida, pero es insuficiente a medio plazo. Porque el desajuste de fondo, entre ingresos y gastos, no se corrige sólo con aumentar un año la edad real de cotización. Hay que hacer un reajuste más drástico, con la vista puesta en 2027, cuando se empiecen a jubilar los españoles del “baby boom” (los nacidos entre 1960 y 1975). Y para conseguirlo, los expertos recomiendan actuar en varios frentes. Por un lado, “atemperar” el gasto en pensiones, no recortarlo sino que crezca menos, con medidas como  aumentar los años de cómputo de cotizaciones (hasta llegar a toda la vida laboral) y los años exigidos para jubilarse con el 100% de la pensión. Y por otro, tratar de aumentar los ingresos, con una subida  de cotizaciones, que son ligeramente más bajas (35,4%) que en Francia (35,5), Alemania(36%) o Italia (37%), sobre todo la parte de los trabajadores (mejor que coticen más que se tengan que pagar un plan de pensiones privado, con altas comisiones y baja rentabilidad).

Y a corto plazo, el debate va a estar en cuánto se revalorizan las pensiones en 2021. Algunos, como los expertos de FEDEA plantean congelar las pensiones el año que viene, salvo las mínimas, porque eso ahorraría 2.500 millones. Pero lo más lógico sería que subieran como la inflación prevista para 2021, un 1%. Eso sí, hay que seguir gastando en subir las pensiones mínimas, porque 1 de cada 8 pensionistas (1.091.454) reciben menos de 600 euros al mes de pensión. Y corregir en unos años el hecho  de que más de la mitad de los pensionistas (4.831.416) cobren menos del salario mínimo, menos de 950 euros al mes, según las últimas estadísticas de la Seguridad Social.

Este otoño y todo el año 2021, las pensiones van a ser uno de los centros del debate político y económico, porque son el mayor gasto del país (140.000 millones al año) y la recuperación tras la pandemia va a obligar a fijar prioridades. Y Europa presiona para que hagamos una reforma, argumentando que el gasto en pensiones “es inasumible”. No es verdad, porque gastamos en pagar pensiones menos que Europa: un 10,9% del PIB en 2019, frente al 12,4% de media en la UE-27 y mucho menos que Italia (16,8%), Austria (14%), Francia (13,9%) o Finlandia (13,5%), aunque más que Alemania (9,5%) o Portugal (8,1%), según datos del Ministerio de SS. El problema es el futuro, porque somos el país más envejecido de Europa y en unas décadas tendremos más jubilados y pocos trabajadores.

Por eso hay que buscar ya nuevas vías de ingresos (cotizaciones e impuestos) y nuevas vías para “atemperar el gasto, no recortando las pensiones que están en mínimos o no superan el salario mínimo sino consiguiendo que crezcan menos las pensiones futuras, teniendo en cuenta que se van a cobrar durante más años (20 y más). Y sobre todo, si tenemos en cuenta que las nuevas pensiones españolas son “más generosas” que las de otros paises: suponen el 84,3% del último salario cobrado, frente al 65,5% de media en Europa, el 58,6% en la OCDE (36 paises), el 80,2% en Holanda, el 73,6% en Francia o el 51,9% del último salario (más alto) en Alemania, según este informe de la OCDE.

Al final, la pandemia y la grave recesión que ha provocado obligan a acelerar la reforma de las pensiones, que ya era urgente antes. Y hay que hacerlo sin demagogias, con datos reales y medidas eficaces, no electoralistas. El futuro de las pensiones es un problema complejo y exige soluciones complejas, no simplificaciones populistas. Y no vale con pensar sólo en esta Legislatura, hay que reformar pensando en 2050 y después, no sólo en asegurar nuestras pensiones sino también las de nuestros hijos y nietos. Porque las decisiones que tomemos ahora, si solo pensamos en nuestras pensiones, pueden poner en peligro las suyas. Se trata de asegurar el pastel de las pensiones hoy y mañana y repartirlo con solidaridad entre generaciones. Reformar con la vista puesta en el futuro.