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jueves, 20 de julio de 2023

Elecciones 23-J: avanzar o retroceder

Este Blog lleva casi 13 años analizando la economía, desde la crisis financiera a la pandemia, la inflación y la guerra. Y estamos mejor que hace 5 años, a pesar de las 2 últimas crisis: crecemos 4 veces más que Europa, se han creado casi 2 millones de empleos y tenemos menos del 2% de inflación. Eso sí, los salarios son bajísimos y un 9% de hogares no puede afrontar sus gastos esenciales, mientras empresas y bancos multiplican beneficios. Lo más positivo es que se han afrontado, por imposición de Bruselas, reformas claves para modernizar la economía: reforma laboral, subida SMI, reforma pensiones, digitalización, Ley de cambio climático, Ley de Residuos, Ley de Ciencia, Ley de empleo, impuestos a los beneficios… La mayoría con el voto en contra de PP y Vox. Ahora, no sólo votamos seguir mejorando la economía sino avanzar o retroceder en reformas claves. Y eso exige informarse, no votar a la contra o “con la tripa”. Nos jugamos mucho en estas elecciones. Y no sólo en economía.

Enrique Ortega

A la hora de hacer balance de esta Legislatura, quizás lo más importante es empezar con el gran cambio en la política económica que se ha dado, en España y en Europa, ante la doble crisis de la pandemia y la inflación y la guerra de Ucrania. Frente a la anterior crisis financiera, entre 2008 y 2014, los políticos europeos reaccionaron con políticas de ajuste duro, culpando a los paises del sur (los “PIGS”) de “haber vivido por encima de sus posibilidades” y recetándoles rescates (a Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre y España, vía rescate banca) y recortes de gasto, que les hundieron en la recesión y provocaron la pérdida de renta y de millones de empleos. En el caso de España, los recortes superaron los 100.000 millones entre 2010 y 2014, hundiendo el Estado del Bienestar (sanidad, educación, Dependencia, gastos sociales, inversiones públicas…), la actividad , los ingresos de las familias y el empleo.

En las dos últimas crisis, la pandemia de 2020 y la alta inflación y la guerra de 2021 y 2022, la política económica europea (y española) ha cambiado radicalmente. La misma Ángela Merkel que impuso los ajustes de 2010 (con Francia, Holanda y la Europa rica del norte) fue la responsable de que Europa aceptara medidas de ayuda a las familias, empresas y paises afectados por la pandemia. Y que, el 21 de julio de 2020, aprobaran un Plan de Recuperación para Europa sin precedentes: 750.000 millones en subvenciones y créditos, centrado sobre todo en Italia y España (140.000 millones). En vez de recortes, un Plan de ayudas para aprovechar la crisis y modernizar la economía europea, con la digitalización y la lucha contra el Cambio Climático como prioridades. Y autorizando la emisión de deuda común europea, un tema históricamente "tabú".

Este cambio de política económica en Europa, ha permitido a España sortear mucho mejor estas dos crisis (pandemia, inflación y guerra) que la crisis de 2008. Y sin tantos costes laborales y sociales. Veamos el distinto balance. En la crisis de 2008, España tardó 12 años en recuperar el empleo perdido: los 19.493.050 afiliados de julio de 2007 no se recuperaron hasta julio de 2019 (19.533.210 afiliados a la SS). En la doble crisis de 2020 a 2023, España recuperó la afiliación de antes de la pandemia en año y medio: teníamos 19.408.537 afiliados en diciembre de 2019, cayeron hasta un mínimo de 18.458.666 afiliados en abril de 2020 y se recuperaron en junio de 2021 (19.500.277 afiliados a la SS). El “truco” fue la aprobación, en marzo de 2020, de los ERTES: en lugar de despedir a los trabajadores por la pandemia, se les “embolsaba” en los ERTES, pagándoles la mayor parte del salario y ayudando a empresas y autónomos. Si en la crisis de 2008, 3,8 millones de españoles perdieron su empleo, en esta doble crisis se evitó pasando a 3,5 millones de trabajadores a ERTES (abril de 2020), reduciendo la cifra a 2,6 millones en mayo de 2020, a 702.000 en diciembre y a sólo 33.085 dos años después, en abril de 2022.

Y junto a esta diferente política laboral, el Gobierno Sánchez (como el resto de Gobiernos europeos, de derechas y socialdemócratas) aprobó sucesivos paquetes de ayudas, a empresas, autónomos y familias, para sobrevivir a la pandemia primero y para compensar la inflación después, un gasto total de 45.000 millones de euros (no los recortes de Rajoy entre 2012 y 2014). El resultado de esta distinta política económica frente a la crisis ha sido triple: más crecimiento, más empleo y menos inflación.

España fue el país europeo que más cayó con la pandemia (--11,3% en 2020 frente al -5,7% en la UE-27), porque aquí fue mayor el confinamiento (la actividad laboral cayó un -63%, frente al -55% en Francia y el -47% en Alemania, por el menor impacto del teletrabajo) y por el enorme peso que tienen el turismo y los servicios (colapsados por el COVID). Pero somos también uno de los paises donde más ha crecido la economía en 2021 (+5,5%), 2022 (+5,5%) y primer trimestre de 2023 (+0,6%, frente al +0,1% en la UE-27). Y ahora, la economía española crece a un ritmo del +4,2% anual, impulsada por la exportación, el turismo y las inversiones europeas, lo que significa que crecemos 4 veces más que la media UE-27 (+1%) y que antes de la pandemia (+2% crecimos en 2019).

Y este mayor crecimiento ha permitido alcanzar en junio los 20.869.939 cotizantes a la Seguridad Social, casi 2 millones más de afiliados (+1.954.272) de los que había cuando Pedro Sánchez llegó al poder, en mayo de 2018 (18.915.667 cotizantes). Un balance de empleo (+1,95 millones de afiliados) en 5 años que supera el balance de Rajoy en 5 años y medio (+1.685.746 afiliados entre diciembre 2012 y mayo 2018), según los datos oficiales de afiliación de la SS (ver cuadro), no según las mentiras de Feijóo.

El tercer balance positivo es la menor inflación. Si España pasó de una inflación anual del +2,9% en julio de 2021 a un máximo del +10,8% en julio de 2022 (+9,8% en la UE-27), luego bajó mes a mes, gracias a la rebaja de los precios internacionales de la energía, la excepción ibérica (15 junio 2022) y los cuatro paquetes de bajadas de impuestos y ayudas contra la inflación aprobados por el Gobierno Sánchez. Y así, en junio de 2023, la inflación anual cayó al +1,9%, el dato más bajo desde marzo de 2021. Y ahora somos el 2º país con la inflación más baja de Europa (1,6% en términos homogéneos), junto a Bélgica (+1,6%), tras Luxemburgo (+1%), según Eurostat, muy por debajo de la media de la UE-27 (+6,4%) y de la inflación de Alemania (+6,8%), Italia (+6,7%) y Francia (+5,3%).

Muchos españoles no notan que la economía “va bien” porque sus ingresos se han deteriorado con la inflación, debido a un estancamiento de los salarios, que apenas subieron en 2020 (+1,73%), 2021 (+1,47%) y 2022 (+2,78%), perdiendo poder adquisitivo (-5,7% entre 2019 y 2022, más que en el resto de Europa). De hecho, el salario bruto más frecuente en España se ha estancado: de 18.489,74 euros en 2019 a 18.502,54 euros en 2021, 1 euro más al mes. Y con ese sueldo más frecuente (1.542 euros brutos en 12 pagas, 1.310 euros netos), no es de extrañar que el 47,8% de los españoles tengan problemas para llegar a fin de mes, según el INE. Y que 1,6 millones de familias (el 9%) no puedan hacer frente a sus gastos esenciales, según el Banco de España. Unos datos que contrastan con el alza de los beneficios de las empresas y la banca: los beneficios de 28 empresas del IBEX aumentaron un +43% en 2022 respecto a los de 2016-2019, según Intermón Oxfam. Y la gran banca española  ganó 20.850 millones en 2022, un +28% sobre 2021.

Así que la macroeconomía va bien, pero la economía de algunas familias españolas no tanto, porque sus ingresos apenas han subido y han tenido que tirar de los ahorros para sobrevivir, mientras algunas grandes empresas (energéticas, eléctricas y bancos) ganan más que nunca. Eso sí, las ayudas y políticas sociales de estos años han reducido la pobreza y la desigualdad en España. En 2011, al llegar Rajoy al poder, el 20,6% de los españoles eran “pobres” (ingresaban menos del 60% de la media). Y al irse, en 2018, lo eran más, el 21,3%. Ahora, tras 5 años de Sánchez, la pobreza ha bajado al 20,4%. Y también se ha reducido la desigualdad: si en 2011, el 20% más rico ganaba 6,3 veces más que el 20% más pobre, en 2017 era 6,6 veces más y en 2022 ha bajado a 5,6 veces, según el INE.

Por encima de este balance de la coyuntura económica, lo más importante de esta Legislatura es que se han aprobado reformas económicas necesarias, pendientes desde hace décadas e impulsadas por la Comisión Europea, que las ha exigido como contrapartida de los Fondos europeos. La lista es larga, pero resaltaré algunas que son claves para modernizar la economía española: reforma laboral (balance: hay 2.450.300 españoles más ahora con empleo indefinido que en 2018), subida del salario mínimo interprofesional (de 735,9 a 1.063 euros, un +44% en 5 años), doble reforma de las pensiones (que ahora, por Ley, suben lo que el IPC cuando Rajoy las subió sólo un 0,25% entre 2014 y 2017), el ingreso mínimo vital (que llega ya a 1,8 millones de beneficiarios), Ley de Cambio Climático, Ley de Residuos, Ley de Ciencia, Ley de Digitalización de la Economía, Ley de Educación, Ley de FP,  Ley de Universidades, Ley de Empleo, Ley del Teletrabajo, Ley Riders, Ley de la Cadena Alimentaria,  liberalización ferroviaria, Ley contra la brecha salarial de las mujeres, Ley de Protección de datos, Ley de Telecomunicaciones, Ley de Vivienda (una norma contraproducente, por imposición de Podemos) y los impuestos temporales a energéticas, banca y grandes fortunas.

Y en paralelo, la gestión de los Fondos Europeos: somos el único país que ha recibido 4 entregas de fondos (37.036 millones de subvenciones), que han movilizado ya 190.000 proyectos empresariales por toda España, que aportan una buena parte del crecimiento y el empleo. Y el Gobierno Sánchez presentó en junio de 2023 una “adenda” al Plan de Recuperación, para recibir los 84.000 millones de créditos previstos, otros 7.700 millones de transferencias adicionales y 2.644 millones más del programa REpowerEU. En total, el objetivo es movilizar 160.000 millones de la UE entre 2021 y 2026 (el 12% del PIB), más otros 36.700 millones de Fondos Estructurales. Un dinero que depende de que los proyectos se gestionen y gasten bien y de que las reformas prometidas a Bruselas se hagan.

Ahora, con las elecciones, el futuro de estas reformas económicas está en el aire, dado que el PP y Vox votaron en contra de la mayoría. Lo que más preocupa son las medidas contra el Cambio Climático, dado que los nuevos gobiernos de coalición PP-Vox ya han ido en contra de los carriles-bici y algunas normas de protección de la naturaleza. Y que Vox en un partido que niega el Cambio Climático. Ambos partidos defienden también no cerrar las centrales nucleares entre 2025 y 2035, como pactaron en 2019 las eléctricas y el Gobierno Sánchez. Otro tema clave son las pensiones: el PP cree que su futuro no está asegurado con las reformas aprobadas y podría volver a los recortes que aprobó Rajoy en 2013. Y Vox defiende su privatización parcial, como en Chile. También podría haber retrocesos en otras reformas, como la Ley de Educación, el salario mínimo, la brecha salarial, la reforma laboral o los impuestos.

Precisamente, un tema clave que se juega en estas elecciones son los impuestos. El PP promete suprimir los impuestos temporales a las grandes energéticas y la banca, además de reducir el IRPF (deflactando la tarifa, descontando la inflación: supondría una rebaja de 100 euros para los que ganan 20.000 euros, 345 euros para los sueldos de 40.000 y 544 euros de ahorro para los que ganan más de 70.000 euros anuales), suprimir el impuesto de patrimonio (que sólo pagan los 183.523 contribuyentes más ricos) y también el de sucesiones y donaciones. Y rebajarían el impuesto de sociedades, para que bancos y grandes empresas paguen  menos impuestos (aún).

El problema cuando la derecha promete bajar impuestos es que no dice nada de cómo se van a pagar entonces los gastos públicos, desde la sanidad y la educación a la dependencia, los gastos sociales, el paro o las infraestructuras. Siempre tiran del mito de que bajando impuestos se ingresa más, pero es una falacia económica que siempre acaba en dos medidas: o sube el déficit (Reagan, Thatcher) o llegan los recortes (Rajoy). Porque no hace falta ser economista para saber que si bajan los impuestos, hay menos recursos para gastar. Y más en 2024, cuando España se ha comprometido con Bruselas a cumplir con el 3% de déficit público, lo que obligará al próximo Gobierno a ingresar más o a recortar gastos (o a las dos cosas).

Así que si este domingo ganan las elecciones el PP y Vox, podría producirse un parón en algunas reformas que son claves para seguir modernizando la economía (Cambio Climático, reforma laboral, pensiones ayudas sociales) y vernos abocados a los ajustes del pasado, en perjuicio de pensionistas y las familias más desfavorecidas. Basta leerse los programas del PP y Vox para “temerse lo peor en economía”, sin olvidar el riesgo de retroceder en derechos: aborto, eutanasia (ojo: no es obligatoria), derechos de la mujer, Memoria histórica (dejen enterrar a los muertos...), derechos LTGBI, lenguas nacionales, cultura…

El verdadero dilema es avanzar, en economía y en derechos, completando las reformas necesarias para modernizar la economía y hacerla compatible con el medio ambiente y la digitalización. O retroceder en las reformas iniciadas y enfrentarse al futuro con recortes y ajustes. Esto es lo que de verdad está en juego, además de que la extrema derecha entre en otro Gobierno europeo, tras Italia y Finlandia, lo que complicaría las elecciones europeas de junio de 2024, con el auge de la ultraderecha en Francia, Alemania, Holanda y Suecia. Piense bien su voto y las consecuencias. No se trata de votar a la contra, “con la tripa”, para “castigar a alguien”, sino votar “con la cabeza” y los datos reales, pensando en la mejor estrategia para avanzar, crecer, crear empleo y vivir mejor. Reflexione y vote.

jueves, 10 de noviembre de 2022

El "salto" en los contratos fijos discontinuos

En los 10 primeros meses de 2022, los contratos que más crecieron fueron los “fijos discontinuos”: se hicieron casi 2 millones, 9 veces más que antes de la reforma laboral. Cubren tareas de temporada (turismo, hostelería, campo, conserveras…) pero son contratos fijos: la empresa llama al trabajador cada temporada y el resto del tiempo cobra el paro. Por eso, Feijóo acusa al Gobierno de utilizarlos para “maquillar” las cifras del paro, cuando debería saber que no figuran como parados desde 1985 (tampoco con Aznar y Rajoy), por una norma estadística europea. Lo que ha detectado la inspección de Trabajo es que hay mucho fraude: las empresas abusan del fijo discontinuo para cubrir trabajos que son permanentes y no de temporada, por lo que ha transformado 25.593 en fijos indefinidos. Pero los fijos discontinuos han ayudado a reducir la temporalidad, aunque aún hay muchos contratos precarios, a tiempo parcial (4,68 millones este año), con bajísimos salarios. Y así, 1 de cada 7 trabajadores (2,8 millones) son “pobres”.

Enrique Ortega

El contrato “fijo discontinuo” no es nuevo: se contempla en el Estatuto de los Trabajadores (artículo 16) y su objetivo es incluir trabajos que se realicen de una forma intermitente o periódica pero estable. Es el caso, por ejemplo, de trabajos de temporada en hoteles y restaurantes, en actividades de ocio, monitores de vacaciones o de estaciones de esquí, socorristas de piscinas, logística y comercio (Navidad o rebajas), profesores, trabajadores temporeros en el campo o personal de conserveras y la pesca. Son empleos en los que no se trabaja todo el año, sólo unos meses, pero que tienen una estabilidad año tras año, son”trabajos de temporada” pero estables. Pero hasta 2022, con la reforma laboral, este contrato fijo discontinuo se utilizaba poco: sólo suponía el 10% de los contratos firmados cada mes y lo tenían 373.000 asalariados en 2021 (el 2,19% del total).

El gran cambio en el contrato fijo discontinuo lo introduce la reforma laboral, en vigor desde el 31 de diciembre de 2021 (y totalmente a partir del 31 de marzo de 2022). El objetivo del Gobierno es reducir los contratos temporales y aumentar los fijos, para lo que se potencia el contrato fijo discontinuo, como una forma de canalizar trabajos de temporada que se hacían con contratos temporales (ahora prohibidos). Para eso, junto a la realización de trabajos de naturaleza estacional o actividades de temporada, la reforma laboral incluye 4 nuevas modalidades de contrato fijo discontinuo: trabajos de prestación intermitente (no estacional) que tengan periodos de ejecución ciertos, determinados o indeterminados (revisiones periódicas de seguridad, por ejemplo), trabajos de contratas a otras empresas (limpieza, reparación o mantenimiento), personal de ETTs para ser cedidos y trabajos periódicos esenciales para administraciones y empresas públicas.

En definitiva, la reforma laboral ha ampliado  el abanico de posibilidades del contrato fijo discontinuo, para derivar contratos hasta ahora temporales, pero siempre con una idea clara: no puede usarse para una actividad permanente. Para el trabajador, el contrato fijo discontinuo ofrece muchas más garantías que uno temporal: es un contrato fijo, el trabajador forma parte de la plantilla de la empresa, cotiza a la Seguridad Social y cobra un sueldo cuando trabaja, devengando antigüedad y vacaciones. Y la empresa está obligada a llamarle a trabajar cuando se inicie de nuevo la actividad: si no lo hace, el trabajador fijo discontinuo puede reclamar legalmente (en 20 días) y cobrar una indemnización si es despedido (de 20 a 33 días, según sea procedente o improcedente, frente a 12 días de indemnización los temporales).

El trabajador con un contrato fijo discontinuo, cuando no trabaja tiene derecho a cobrar el desempleo, siempre que haya cotizado el mínimo exigido (360 días dentro de los 6 años previos). Pero durante el tiempo que esté sin trabajar, no computa como parado (aparece como DENOS: demandantes de empleo no ocupados). Esto es lo que utiliza el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, para acusar al Gobierno Sánchez de “maquillar” las cifras del paro con los fijos discontinuos. Debería saber que esto se hace en España desde 1985 (también con los Gobiernos de Aznar y Rajoy), en cumplimiento de una normativa estadística europea, para  homogeneizar las estadísticas de paro en Europa…

El efecto de la reforma laboral, potenciando y ampliando el contrato fijo discontinuo para reducir la temporalidad laboral, ha dado sus frutos, al disparar su utilización por las empresas este año. Ya en abril de 2022, los contratos fijos discontinuos se multiplicaron por 14 (238.760 contratos frente a 17.391 en abril 2021). Y así han seguido creciendo mes a mes, siendo en octubre el contrato laboral más utilizado: 258.800 contratos fijos discontinuos, un 37,2% de todos los contratos fijos hechos. Y si tomamos los 10 primeros meses de este año (enero a octubre), las empresas han hecho 1.928.700 contratos fijos discontinuos, 9 veces más que en ese periodo de 2021 (sólo se hicieron 212.200). Es el contrato laboral que más crece este año (+809% en 10 meses), más que los fijos indefinidos (+259%), mientras han caído los contratos temporales (-30,5% de enero a octubre).

Este “salto” en los contratos fijos discontinuos hizo saltar las alarmas en el Ministerio de Trabajo en primavera. A finales de mayo, la Inspección de Trabajo envió cartas a 83.600 empresas donde se había detectado un uso “inusual” de los contratos fijos discontinuos, en actividades donde trabajaban 200.000 personas. Fruto de estas cartas y del trabajo de los inspectores, se consiguió detectar, para septiembre, 25.593 contratos fijos discontinuos fraudulentos, en los que las empresas denunciadas los habían utilizado para “enmascarar empleos estructurales como periódicos o intermitentes”, para ahorrarse costes y cotizaciones, imponiendo una precariedad a trabajadores que debían ser fijos permanentes. Un uso abusivo de los contratos fijos discontinuos, que resulta estar muy extendido: se ha detectado en el 66% del los contratos investigados en Aragón, el 63,2% en Asturias y el 59% en Cataluña, según el balance de Trabajo. Ahora, las empresas que han abusado de estos contratos se enfrentan a multas de hasta 10.000 euros por contrato, además de obligarles a regularizar la situación laboral de los trabajadores afectados.

A pesar del “gran salto” en los contratos fijos discontinuos, este tipo de contrato es todavía marginal en España, aunque su peso haya aumentado: a finales de septiembre de 2022, había 525.100 trabajadores con contrato fijo discontinuo (el 57% mujeres y las tres cuartas partes mayores de 30 años), un 3% de todos los asalariados, según la última EPA. Pero  son 151.700 asalariados más con este contrato fijo discontinuo que a finales de 2021, lo que supone un avance para estos trabajadores, que han ganado el tener un contrato fijo y no temporal como antes, aunque sea peor en ingresos que uno fijo continuo (a tiempo completo, no por temporada). Es un avance en derechos laborales, aunque todavía haya demasiadas empresas que lo utilizan de forma abusiva, para “camuflar” contratos temporales precarios, sobre todo en el turismo, la hostelería, y el campo.

La reforma laboral y los contratos fijos discontinuos han conseguido que se firmen este año, de enero a octubre, 5.947.800 contratos fijos indefinidos (4,3 millones más que el año pasado), casi un 38% de todos los contratos firmados este año, cuando en 2021, los contratos fijos firmados no llegaban al 11% (10,9%). Un avance indudable, que consigue ya que casi el 80% (79,81%) de los asalariados españoles tengan un trabajo indefinido (13.890.800 asalariados con empleo fijo, según la EPA septiembre 2022), un porcentaje aún por debajo de la media europea (89,5% empleos indefinidos en la UE-27).

Otro aspecto positivo de la reforma laboral es que se han reducido las personas que trabajan a tiempo parcial, por horas o por días: eran 2.622.000 ocupados a finales de septiembre, 116.000 personas menos que a finales de 2021. Y eso se debe a que la reforma ha encarecido la cotización a la SS de los contratos temporales de duración determinada, sobre todo los contratos de menos de 30 días. Pero todavía son demasiadas las personas que trabajan a tiempo parcial, con jornada reducida: 2.622.000 empleados, el 12,72% de todos los ocupados. El problema es que la mayoría de estos “ocupados parcialmente” no lo eligen, sino que son los únicos empleos que encuentran: trabajos por horas o días, con los que ganan un 59,7% del salario de los ocupados a jornada completa, según el INE. Y los que más lo sufren son las mujeres (1.924.300 trabajan a tiempo parcial) y los jóvenes (los tienen el 38% de los menores de 25 años).

Este tipo de empleos, temporales y a tiempo parcial, son el meollo de lo que se consideran trabajadores subempleados, personas que trabajan menos de lo que necesitan para vivir:  1.617.500 ocupados a finales de septiembre, según el INE, sumando 1.495.600 asalariados, 117.700 autónomos y 4.200 personas en otra situación. Un subempleo que se da sobre todo en los servicios (1.384.700 ocupados), aunque también en la industria (120.100), la construcción (73.800) y en el campo (38.900 subempleados). Y un problema que coloca a España como el país europeo con más “infraempleo”, trabajadores con una ocupación que apenas les llega para sobrevivir: serían un 5,6% de todos los empleados en España (1,15 millones de ocupados), muy por delante del infraempleo en Grecia (4,7% ocupados), Francia (4,5%), Italia (4,1%), Portugal (2,9%), Rumanía (1,8%) o Alemania (1,3% infraempleo), según los últimos datos de Eurostat.

Consciente de este grave problema de “subempleo” e “infraempleo”, la ministra de Trabajo anunció en septiembre en el Congreso medidas contra la explotación laboral. En concreto, Yolanda Díaz anunció un Plan específico de la Inspección de Trabajo para investigar la situación laboral de 290.000 trabajadores sobre los que existen “indicios” de que están realizando jornadas superiores a las declaradas.

En cualquier caso, la reforma laboral no ha podido frenar un problema que crece en España, por la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores: han aumentado las personas con trabajo que son oficialmente “pobres” (ingresan menos del 60% de la media). Eran el 14,3% de los trabajadores en 2021, frente al 11,7% en 2013 y el 12% en 2020, según el último informe  de la Red Europea de lucha contra la pobreza (EAPN). Son ya 2.886.455 trabajadores pobres, 1 de cada 7 personas con empleo. Un problema muy serio, que debería servir para replantearse “otra vuelta de tuerca” al mercado laboral, para reducir seriamente el subempleo y mejorar los salarios, tanto el salario mínimo como el salario de la mayoría, para conseguir más empleos decentes y que permitan llegar a fin de mes. Acabar con los trabajos que mantienen en la pobreza.  Es la otra reforma laboral pendiente.