lunes, 11 de noviembre de 2019

Baja inflación: ayuda a crecer y perjudica


Los precios suben sólo un 0,1% el último año, la inflación más baja desde hace 3 años. Eso permite que los trabajadores, pensionistas y funcionarios ganen poder adquisitivo este año, porque sus ingresos han subido bastante más que los precios. Y así, pueden gastar más con lo que ganan, lo que permite que no caiga el consumo y España crezca el doble que Europa (que tiene el triple de inflación). En resumen: la baja inflación permite que España crezca, aunque  menos. El problema es que esa mínima inflación es también perjudicial, porque retrasa compras y reduce ingresos y beneficios a las empresas, que apenas invierten y crean empleo. Y se recorta la recaudación fiscal. Por eso, el BCE está preocupado por la baja inflación: es un síntoma del estancamiento de la economía. El próximo Gobierno, en España y en Europa, tiene que reanimar el gasto y la inversión pública, para que “despierte” la inflación. Tan malo es que no exista como que se dispare.

enrique ortega

El mundo teme que llegue otra crisis, por la guerra comercial, el Brexit, la desaceleración en Europa, la guerra de divisas, el vaivén del petróleo y la crisis de muchos paises en desarrollo (Latinoamérica, Asia y África). De momento, España sigue creciendo, aunque menos: un +0,4% aumentó el PIB (valor de la producción de bienes y servicios) en el tercer trimestre de 2019, según el INE, lo mismo que en el 2º trimestre y una décima menos que en el primero  (+0,5%), lo que indica un crecimiento anual del 2% en 2019, inferior al de 2018 (+2,5%). Y la previsión para 2020 es que España crezca aún menos: 1,8% el FMI y el Gobierno en funciones y sólo el 1,5 % la Comisión Europea.


El hecho es que España crece el doble que Europa: +0,4% frente a +0,2% que creció la zona euro en el tercer trimestre y el +0,3% que aumentó el PIB en la UE-28, según Eurostat. Los grandes paises crecen menos, desde Francia (+0,3%) a Italia (+0,1%), mientras Alemania bordea la recesión (cayó un 0,1% en el segundo trimestre), igual que Reino Unido (el PIB cayó un 0,2% en el 2º trimestre). ¿Por qué España crece más? Básicamente, porque aquí aguanta mejor el consumo público y privado, dos de los motores claves del crecimiento. El consumo de las familias despegó en el tercer trimestre (creció un 1,2%, tras un año de moderación) y también el consumo público (creció un 0,9%, el mayor crecimiento desde 2009), gracias a un mayor gasto del Gobierno Sánchez en distintas partidas sociales. Y también ha ayudado la inversión, con un aumento del 1,2%. Frente a estos motores del crecimiento, se han “gripado” dos motores que son claves para crecer: las exportaciones (cayeron un 0,8% entre julio y septiembre) y el turismo (han venido 205.000 turistas menos este verano, un 0,7% menos entre julio y septiembre).


Se mantiene el crecimiento, aunque menor, gracias a que los españoles siguen consumiendo más. Y lo hacen, por dos razones. Una, porque la mayoría han ingresado algo más este año. Por un lado, los trabajadores. Los 8,6 millones que habían firmado un convenio hasta septiembre (en 1 millón de empresas), han tenido una subida media del +2,29%, superior a las de los últimos años (+1,75% en 2018, +1,46% en 2017 y +0,99% en 2016). Y para el conjunto de trabajadores (con o sin convenio) el INE estima una subida salarial del 2,1% en junio de 2019 (coste salarial: 1.992 euros por empleado). Por otro, los 8,7 millones de pensionistas han visto subir sus pensiones un +1,6% (y un 3% las mínimas). Y los 2,5 millones de funcionarios públicos han tenido una subida del +2,25% en 2019 (más otro 0,5% en algunos casos. Además, hay otros 2,5 millones de trabajadores que cobran el salario mínimo y han tenido este año una subida del +22% (a 900 euros). En total, más de 22 millones de españoles que han aumentado sus ingresos en 2019, más que en 2018.


Pero además, la otra razón para que puedan consumir más no es sólo que ganan más sino que pueden comprar más con ese dinero, porque han bajado drásticamente los precios: la inflación anual estaba hace un año en el 2,3% (octubre 2018) y ahora se ha desplomado al 0,1% (octubre 2019), según el INE, la más baja de los últimos 3 años (estaba en el 0,2% en septiembre de 2016). Eso quiere decir que hace un año los precios se comían con creces las subidas de los trabajadores, pensionistas y funcionarios (menores) y ahora, apenas les afectan y pueden dedicar lo que ingresan a gastar más. Además, los tipos de interés están bajos y los bancos necesitan prestar, con lo que las familias piden más créditos (para renovar muebles o electrodomésticos o irse de vacaciones) y gastan más con tarjeta (los pagos con tarjeta crecieron un 10% en el 2º trimestre, el mayor aumento desde 2016). Y encima, hay más españoles trabajando (hay 346.300 empleados más que hace un año), que ahora pueden pensar en gastar y antes estaban en paro y sin casi ingresos.


Con todo, la clave decisiva para impulsar el consumo es la bajísima inflación en España, que es ahora mismo de las más bajas de Europa: un 0,1% el IPC y un 0,2% anual el IPC armonizado con Europa, frente al 0,7% en la zona euro y  el 0,9% de inflación anual en Alemania y Francia (octubre), según Eurostat. Una baja inflación que se debe a una causa coyuntural: la bajada de la energía (carburantes y calefacción) y la luz (-11,5% recibo octubre 2019/octubre 2018) en el último año. Pero hay otras dos causas más de fondo. Una, que hay demasiado paro y precariedad, con lo que los salarios siguen bajos y las empresas controlan sus costes laborales. Y otra causa, el auge de la economía low cost, de los productos y servicios que “tiran precios” para vender y competir. Ojo, a costa de una mayor precariedad laboral y de pagar unos bajos salarios a mucha gente. Así que bien como consumidores: todo el mundo trata de bajar precios y hacernos ofertas, lo que hunde la inflación. Pero mal como trabajadores: nosotros y sobre todo nuestros hijos trabajamos en peores condiciones (contratos, horarios, exigencias) y con peores salarios para que las empresas tiren precios.


Pero la baja inflación tiene otros problemas, además de causar una mayor precarización del trabajo. El primer problema serio de la no inflación es que desincentiva la inversión y el empleo, algo especialmente grave en un país como España con más del doble de paro que Europa (14% frente al 6,3% en la UE-28). El mecanismo es sencillo de entender: si un consumidor ve que los precios están bajos, retrasa sus compras a la espera que bajen más o por no temer que suban. Y las empresas, ven recortarse sus ventas y sus márgenes, al verse forzadas a reducir más sus precios para competir. Y con ello, ganan menos, invierten menos y no crean empleo (o lo reducen).


Otro problema serio de la baja inflación es que reduce los ingresos públicos, sobre todo el IVA, tanto porque la desaceleración (crecer menos) reduce el consumo como por la congelación o bajada de los precios (se aplica el 21% sobre un precio menor. De hecho, en los 9 primeros meses de 2019, la recaudación por IVA ha sido de 54.900 millones, sólo un 2,5% más que el año pasado y el menor crecimiento en la recaudación de este impuesto desde 2012, según la Agencia Tributaria.


Y el tercer problema que provoca la bajísima inflación es que perjudica a los que tienen deudas, porque no rebaja lo que  hay que devolver (si la inflación es alta, en realidad hay que devolver menos dinero comparado con lo que valía cuando lo pedimos). Y ese es un problema muy serio para España, porque somos uno de los países más endeudados, tanto las Administraciones públicas (debemos 1,2 billones de euros, entre el Estado, las autonomías y la Seguridad Social) como las empresas (debían 868.317 millones de euros en julio) y las familias (706.012 millones de deuda, entre hipotecas, préstamos y tarjetas). Para todos ellos, tener una inflación del 0,1% es una mala noticia.


En definitiva, que no tener casi inflación es una buena noticia como consumidores, que permite mantener un crecimiento mayor que Europa, pero es una mala noticia como trabajadores (la economía low cost y la fuerte competencia de la globalización “precarizan” el empleo y congelan los sueldos), para la inversión y el empleo, para la recaudación fiscal y para los que tienen deudas. Y al final, los expertos creen que son más los perjuicios que las ventajas de no tener inflación. De hecho, el Banco Central Europeo (BCE) lleva varios años tratando de “reanimar la inflación” en la zona euro, porque saben que todo lo que sea tenerla por debajo del 2% (su objetivo: ahora está en el 0,7%) es un claro síntoma de desaceleración, de que la economía no tira, de que la recuperación es débil.


Ahora, la previsión del BCE es que la inflación se mantenga baja en Europa este año y el que viene (+1,4% en la zona euro) y más todavía en España (1,1% este año y 1,4% en 2020), según la última previsión de la Comisión Europea. Y el Gobierno Sánchez espera todavía una inflación menor, un 0,9% para 2020, lo que promete subir las pensiones. Eso permitiría ganar poder adquisitivo a trabajadores, pensionistas y funcionarios en 2020, pero habrá que ver si se mantiene la subida del consumo (parece dudoso) o más bien las familias reducen su gasto y ahorran más, por temor a otra crisis. Y en cuanto al gasto público, poco podrá hacer el próximo Gobierno, dado que Bruselas ya le ha dicho que tiene que gastar 6.600 millones menos en 2020 para seguir recortando el déficit. O se consigue recaudar más (subiendo algunos impuestos a multinacionales, grandes empresas, bancos y los más ricos) o el gasto público no ayudará a crecer en 2020 como está haciendo en 2019.


En resumen, la bajísima inflación actual es un mal síntoma y peor para España, porque tenemos menos inflación que el resto de Europa y necesitamos seguir creciendo más para reducir la brecha de paro (tenemos más del doble)  y de riqueza (tenemos el 90% de la renta europea). Hace falta que suba la inflación, hasta el objetivo del 2%, para que ayude a las empresas a recomponer sus cuentas, invertir y crear más empleo. Es la “gasolina” que necesitamos para mantener la recuperación. Y para ello, el futuro Gobierno español y europeo (la nueva Comisión Europea tomará posesión en diciembre) tienen que tomar medidas para “reanimar” la economía y con ella la inflación. Aumentar el gasto y la inversión pública (lo que exige recaudar más de una minoría, para no disparar el déficit) y a la vez mejorar el empleo y los salarios (aumentando la productividad), para relanzar el consumo privado. Si no se hace, la inflación seguirá por los suelos y se frenará la recuperación.

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