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lunes, 9 de diciembre de 2019

Cumbre del Clima: urgen más recortes emisiones


Este viernes 13 se clausura en Madrid la Cumbre del Clima, que intenta comprometer al mundo  a un mayor recorte de las emisiones de gases contaminantes que el de la Cumbre de París (2015). Pero será muy difícil, porque China, USA, India, Rusia y Brasil (53,5% emisiones totales) no están por la labor, mientras Europa promete emisiones cero en 2050. Lo grave, según los científicos, es que si los recortes no empiezan en 2020 y reducen un 50% de emisiones para 2030 y todas en 2050, el deterioro del clima será irreversible, con graves efectos sobre los mares, los ecosistemas, la salud y la economía del mundo. Urge imponer  más impuestos a los que emitan CO2, subir impuestos carburantes, promover energías alternativas, cambiar el modo de producir y consumir. En España, alcanzar un Pacto verde de todos los partidos, con medidas y dinero. Pero, sobre todo, tenemos que cambiar nuestro modo de vida: menos coche, menos carne, menos consumismo. No hay Planeta B.

enrique ortega

Hace ya 40 años, en 1979, científicos de 40 países se reunían en la 1ª Conferencia Mundial del Clima (en Ginebra) y alertaban de las “tendencias alarmantes” sobre el Cambio Climático y la necesidad de actuar. Hoy, en la Cumbre de Madrid (COP25), tras decenas de reuniones, el mundo emite el doble de gases de efecto invernadero: 37,1 millones de toneladas equivalentes de CO2, frente a 19,59 millones en 1979. Y emitiendo más cada año, hemos llegado a una concentración histórica de CO2, un 20% mayor que en 1979: 407,8 partes por millón en 2018, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), una concentración que no se daba en la Tierra desde hace 3 millones de años (se sabe por las burbujas de gas atrapadas en el hielo ártico), cuando la temperatura era 3ºC mayor y el mar estaba 15 metros más arriba. Y el 2 de diciembre, al inaugurarse la Cumbre de Madrid, la concentración de CO2 en la atmósfera ya había subido a 410,90, según se ve en esta web diariamente.


Y estas emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) son “culpa” del hombre: en  2011, los científicos Mark Huber y Reto Knutti, de la Escuela Politécnica de Zúrich, ya estimaron que “al menos tres cuartas partes del cambio climático en los últimos 60 años se debe a la actividad humana”. La mayor emisión es de CO2 (81% del total), que emiten sobre todo los transportes, las industrias, la generación de electricidad y los hogares, seguida del metano CH4 (11% de los GEI), emitido en sus dos terceras partes por la agricultura y ganadería, el óxido nitroso N2O (5% emisiones, desprendido por el transporte y la agricultura) y los hidrofluocarburos y partículas (2% GEI), emitidos por el aire acondicionado, los aerosoles y vehículos (PM10). Estos gases hacen como de “paraguas atmosférico” y provocan el calentamiento de la Tierra: la temperatura ya ha subido +1,1 ºC desde 1850 hasta hoy.


Este aumento de la temperatura de la Tierra se ha agravado en la última década, de un “calor excepcional”, según el último informe de la OMM presentado en la Cumbre de Madrid: las temperaturas del periodo 2010-2019 son las más altas registradas en la historia y 2019 será el segundo o tercer año más cálido desde 1850. Las consecuencias son evidentes. Primera, una subida del nivel del mar por el deshielo de los polos. El riesgo es que, a partir de 2050, se inunden cada año zonas costeras de Asia, América, Africa y Europa (Doñana, delta del Ebro, la Manga y municipios de Cádiz y Huelva), donde viven 300 millones de personas. Y se teme que, si no se toman medidas, el nivel del mar pueda subir 1 metro y más para 2100. Además, el aumento de la temperatura calienta el agua del mar y la concentración de CO2 lo acidifica, dos factores que deterioran los ecosistemas marinos (fitoplancton, corales, algas) y reducen la pesca, provocando su desplazamiento hacia el norte.


El segundo efecto del Cambio Climático, según el último informe de la OMM, es el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos: olas de calor (en Europa en junio y julio de 2019, con 46º en Francia y 42,6º en Alemania), graves inundaciones (centro EEUU, norte de Canadá y Rusia, sureste de Asia y sur de Europa y Levante español en 2019), aumento de huracanes, tormentas tropicales y ciclones, mega incendios (California y Europa), y sequías (Africa, sudeste asiático y suroeste del Pacífico en 2019) que han provocado hambre en muchas zonas de Africa y Asia. Desastres meteorológicos que, según los científicos, serán cada vez más frecuentes y más graves. Y que provocarán “migraciones climáticas”: 140 millones de personas pueden verse obligadas a migrar en 2050, según el Banco Mundial.


El tercer efecto del Cambio Climático es la pérdida de vida en la Tierra: 1 millón de especies (animales, insectos y plantas), de los 8 millones que existen, están en peligro de extinción y podrían desaparecer en las próximas décadas si no se toman medidas para frenar la drástica pérdida de biodiversidad, según un informe publicado en mayo por la Plataforma intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES), organismo impulsado por la ONU. El estudio, elaborado durante 3 años por 145 expertos de 50 paises, revela que están amenazadas más del 40% de las especies anfibias, casi un tercio de los arrecifes de coral, un tercio de los mamíferos marinos y un 10% de los insectos, que son claves para la polinización, de la que depende gran parte de nuestra agricultura. Y además, están amenazadas más de 1.000 especies de mamíferos domesticados. Estamos en puertas de “la 6ª gran extinción” de especies en la historia del Planeta.


Por si fuera poco, el Cambio Climático ya afecta seriamente a nuestra salud: la polución atmosférica y las emisiones causan ahora 7 millones de muertes “prematuras” (evitables) en el mundo (400.000 de ellas en Europa y 10.000 en España), según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que advierte que el Cambio Climático no sólo provoca enfermedades respiratorias (cáncer de pulmón, asma, neumonía), sino que la contaminación pasa a la sangre y provoca también enfermedades cardiovasculares, infartos e ictus. Y el Cambio Climático, además de destruir la vida y el Planeta, va a destruir la economía, porque provoca pérdidas crecientes. Y si se sigue emitiendo como hasta ahora, el crecimiento del mundo (PIB) caerá entre un 15 y un 25% para 2100, según un estudio publicado en Nature.


A pesar de este apocalipsis en el horizonte, la mayoría de los paises siguen emitiendo más gases contaminantes: +1,7% en 2018 y +1,4% en 2017, tras tres años estables (de 2014 a 2016), según la Agencia Internacional de la Energía. Y los expertos creen que las emisiones volverán a subir un +0,6% este año 2019. Mientras, los paises esperan a 2020 para confirmar las reducciones de gases prometidas por 195 paises en la Cumbre de París (2015). Pero los científicos alertan que “el Cambio Climático va más rápido de lo esperado y que hay que hacer más ajustes de los previstos, porque si no, la temperatura de la Tierra subirá 3,2ºC a finales de siglo y las consecuencias serán catastróficas. Así que la consigna de esta Cumbre de Madrid es “más ambición”: hay que hacer recortes más drásticos (multiplicar por 5 los recortes previstos en 2015) y empezar a hacerlos ya, en 2020.


La propuesta de la ONU al mundo, reiterada en Madrid, es que los paises recorten un 50% sus emisiones entre 2020 y 2030 (sobre las de 1.990) y que tengan cero emisiones netas para 2050 (sólo se emiten los gases que se absorban). Es un reto tremendo, pero los científicos aseguran que es la única vía para que la temperatura no suba más de 1,5ºC (sobre la del periodo preindustrial) para 2100 (ya ha subido 1,1º). Y para lograrlo, la ONU propone una auténtica “reconversión energética: eliminar las ayudas al petróleo y el carbón (302.000 millones de euros vía subsidios en 76 paises, según la OCDE), no construir ninguna central de carbón a partir de 2020, fomentar las energías limpias y ayudar a los paises pobres y en desarrollo a reestructurar su esquema energético (con un Fondo del Clima de 100.000 millones de dólares). Además proponen poner un impuesto a los emisores de CO2, subir los impuestos a los carburantes y promover bonos e inversiones “verdes”.


Los paises que emiten más gases contaminantes no han aceptado el reto de la ONU, en particular China (26,8% emisiones), EEUU (13,1%), India (7%), Rusia (4,6%) o Brasil (2% emisiones), que no se plantean aumentar los recortes previstos en París o que incluso no tienen planes de rebaja de emisiones (EEUU, Rusia o Brasil). Frente a ellos, la Unión Europea lidera la lucha contra el Cambio Climático, tras ser el primer continente en declarar la “emergencia climática”, el pasado 28 de noviembre, en el Parlamento Europeo. La nueva Comisión Europea ya se ha comprometido a reducir sus emisiones un 50% para 2030 y alcanzar cero emisiones en 2050, como pide la ONU, aunque hay tres paises “discordantes” (Polonia, Hungría y República Checa) y no hay todavía un acuerdo unánime.


Además, la nueva Comisión Europea se ha comprometido a aprobar en marzo de 2020 una Ley Climática europea (“European Green Deal”) para conseguir estos drásticos recortes de emisiones, movilizando 1 billón de euros de inversiones (públicas y privadas) en la próxima década. Empezarán creando un Fondo de 35.000 millones para financiar el cierre de las minas y centrales de carbón en Europa para 2030 (que suprimirá 160.000 empleos) y se contemplan 70 medidas, como la subida del impuesto al CO2 (hoy se pagan 25 euros por Tm y podría duplicarse y triplicarse), incluyendo en este mercado (donde hay 11.000 industrias europeas que pagan por el CO2 que emiten) a las compañías aéreas, con lo que subirían los billetes de avión. Además, reforzarán las ayudas a los coches y camiones eléctricos y destinarán el Banco Europeo de Inversiones (BEI) a financiar la “reconversión verde”. Y ya hay 100 académicos y 60 asociaciones que han pedido al Banco Central Europeo (BCE) que no compre activos (bonos y deuda) de empresas europeas que contaminen.


Está muy bien que Europa lidere esta lucha más decidida contra el Cambio Climático, pero será poco efectiva mientras no se sumen China (gran consumidor de energías fósiles y a la vez líder en energías renovables y coches eléctricos) y EEUU (dependerá de que Trump pierda las elecciones en noviembre 2020, aunque hay Estados, empresas e instituciones que ya están tomando medidas: “Estamos dentro”, ha dicho la demócrata Nancy Pelosi en Madrid). Pero hace falta que en el G-20, en la Organización Mundial del Comercio (OMC) o en la OCDE se aprueben medidas que afecten a todos los paises, como la creación de un mercado mundial de CO2 (donde los paises e industrias que emiten más paguen y los que emiten menos cobren), junto a un posible arancel o impuesto a las importaciones de paises que no reduzcan emisiones (medida propuesta por Macron). Y sobre todo, que las grandes empresas vean la ventaja (económica y de imagen) de reducir emisiones, como ya han hecho Volkswagen o Repsol, que prometen cero emisiones para 2050


En España, lo urgente es que el próximo Gobierno (si lo hay: tampoco es fácil) promueva un gran Pacto verde, con todos los partidos, empresas y entidades, para reducir las emisiones de gases contaminantes: en 2018 eran un 15,4% superiores a las de 1990, con lo que habría que reducirlas un 65,4% para 2030, un objetivo casi imposible. El punto de partida puede ser el Plan Nacional integrado de Energía y Clima 2021-2030 (PNIEC), enviado en febrero a Bruselas por el Gobierno Sánchez, aunque ahora tendría que ser más ambicioso, dado que en ese Plan se contempla reducir las emisiones un 21% para 2030 (sobre las de 1990). El Plan contempla el cierre de las minas y centrales de carbón para 2030, que el 100% de la electricidad sea renovable en 2040 (hoy es el 35,75%, según REE), aumentar los vehículos eléctricos y reducir el consumo de petróleo, carbón y gas en la industria y los hogares, así como reducir las emisiones en la agricultura y la ganadería.


Para saber cómo reducir las emisiones de gases contaminantes, hay que saber quién contamina. En 2018, según las estadísticas oficiales, el transporte fue “el primer culpable”, al emitir el 27% de los GEI en España. Le siguieron la industria (19% emisiones), la generación de electricidad (17%), la agricultura y ganadería (12%) y los usos residenciales (9% los  hogares, comercios e instituciones), junto a la gestión de residuos (4,1%), la maquinaria agrícola, forestal y pesquera (4%), las refinerías (3,5%), los gases fluorados de refrigeración y aire acondicionado (1,8%). Así que nos la jugamos en reducir emisiones en el transporte (carretera y aviación), la industria, la electricidad y el campo.


Es evidente que para que la industria, las eléctricas o los coches consuman menos combustibles fósiles y contaminen menos habrá que penalizar las emisiones subiendo impuestos. Por eso, resulta clave subir el coste del CO2 emitido (hoy 25 euros/TM), tanto a las cementeras, empresas de aluminio o centrales eléctricas. Y en paralelo, penalizar el gasóleo y la gasolina, subiéndoles impuestos para que se consuman menos carburantes y los conductores se pasen a los coches eléctricos (con más ayudas y “enchufes”). Hoy, los impuestos que paga el gasóleo (58,97 céntimos por litro) y la gasolina (69,81 céntimos/litro) son distintos y más bajos que en Europa (73,30 céntimos paga de impuestos el gasóleo y 86,73 céntimos la gasolina). Con estos ingresos por “impuestos verdes” se podrían pagar parte de las ayudas e inversiones que hacen falta para la “reconversión verde”. Pero además, harán falta enormes inversiones públicas (algunas vendrán de la UE) y privadas, así como financiación de la banca para proyectos verdes (hoy casi inexistente).


En total, el Gobierno Sánchez estima que hará falta invertir 235.000 millones de euros en la reconversión verde entre 2021 y 2030, un 20% con fondos públicos y el 80% restante privados. Eso va a suponer, además, cierres y despidos (minería, centrales, empresas obsoletas), pero se abren también oportunidades para “nuevas empresas verdes (donde España tiene multinacionales muy competitivas) y nuevos empleos: se podrían crear entre 250.000 y 364.000 en la próxima década, según el Plan del Clima. Y además, esta costosa reconversión verde, sería un “empujón” para el crecimiento: un 1,8% más de PIB para 2030.


Tener una energía más limpia supondrá al principio pagarla más cara, desde el gasoil a la luz, aunque a medio plazo bajarán los costes, porque las energías alternativas acabarán siendo  más eficaces y más baratas. Pero, sobre todo, la reconversión verde obliga a un cambio drástico en el sistema económico y en nuestro modo de vida. No vale con que reciclemos un poco o no usemos bolsas de plástico. Tenemos que modificar nuestras costumbres: no vale apoyar la lucha contra el Cambio Climático y usar el coche hasta para comprar el pan, consumir a destajo (en el Black Friday o Navidad), tener la calefacción o el aire a tope y todo encendido, coger el avión lo más posible o comer alimentos importados y carne casi todos los días (producir un filete de 200 gramos emite tanto como viajar en coche 100 km). Hay que vivir de otra manera y eso cuesta. Pero no tenemos otro camino: no hay un Planeta B.

jueves, 30 de marzo de 2017

20 millones de hambrientos más


La ONU ha lanzado un alarmante SOS: 20 millones de africanos pueden morir de hambre si no se les ayuda en un mes. Es la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra mundial y afecta a Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y Somalia, asoladas por la guerra, la sequía y la miseria. De momento, los grandes paises, divididos por el conflicto sirio y los problemas políticos internos, miran para otro lado. Y los ciudadanos ayudan poco: el hambre nos incomoda, aunque lo tengamos en Europa y haya 1.600.000 españoles que comen de la caridad. Esta grave crisis en África se suma a los 793 millones de personas que pasan hambre en el mundo, no porque falte comida sino porque está mal repartida. Y mientras, crece en muchos paises pobres la obesidad, que ya es una epidemia mortal en los paises ricos. La ONU quiere acabar con el hambre para 2030, pero será imposible si no se racionaliza la producción y el consumo mundial de alimentos. Una responsabilidad de Gobiernos y consumidores.
 
enrique ortega

Es la mayor catástrofe humanitaria que ha visto el mundo desde finales de la Segunda Guerra mundial, según advirtió el secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios y Emergencias de la ONU, Stephen O´Brien, el 11 de marzo, ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En conjunto, hay más de 20 millones de personas que podrían morir de inanición en Yemen (7 millones), Sudán del sur (5), Nigeria (5) y Somalia (3). Y la ONU ha reclamado que urge reunir 4.200 millones de euros en poco más de un mes para evitar la catástrofe. Pero de momento, los grandes paises no han movilizado estos recursos y hay 30 organizaciones humanitarias en la zona intentando paliar la hambruna, sin medios y con graves problemas para abrir “pasillos humanitarios”, por culpa de las guerras locales.

Y es que el detonante de esta histórica catástrofe humanitaria en el sureste de África son las guerras, que han acabado de hundir a unos países ya de por sí pobres y atrasados, que además sufren graves sequías por efecto del cambio climático. En Yemen, dos tercios de la población necesitan ayuda (casi 19 millones de personas), tras una guerra civil que se ha cobrado ya 100.000 muertos y que enfrenta a la guerrilla insurgente Houthi (apoyada por Irán) y el Gobierno, respaldado por una coalición liderada por Arabia Saudí. En Sudán del sur, la nación más joven del mundo (se independizó en 2011), más de 7,5 millones de personas necesitan ayuda tras una guerra civil que dura ya 3 años y que ha desplazado de sus hogares a 3,4 millones de personas. En Nigeria, la guerrilla fundamentalista de Boko Harán ocupa zonas del noroeste desde hace 7 años, con 20.000 muertos y casi 2,6 millones de desplazados. Y en Somalia, más de la mitad de la población (6,2 millones de personas) necesita ayuda, no por una guerra sino por una tremenda sequía que ha provocado la pérdida de ganado y cosechas, con un 27% de la población en riesgo de hambruna.

Las ONGs se están volcando con esta grave crisis humanitaria en África, mientras se retrasa la ayuda de los grandes países y la ONU trata de abrir “pasillos humanitarios”. Pero en general, el mundo es bastante pasivo ante estos dramas del hambre, que periódicamente cuestan millones de vidas, como en Etiopía en 1983-85 o en Somalia en 2011. Y eso sabiendo que estos 20 millones de hambrientos nuevos se suman a los 793 millones de personas que ya pasan hambre en el mundo, 1,1 de cada 10 habitantes del Planeta, según los datos de la FAO, el organismo de la ONU para la alimentación y la agricultura. Un problema con graves consecuencias para muchos paises, por su secuela de atraso, enfermedades y muerte: el hambre provoca que mueran 25.000 personas cada día, un tercio de ellos niños .

Hay una especie de fatalismo sobre el hambre (“siempre ha habido y siempre habrá”) y la mayoría de los occidentales no quieren oír hablar de este problema, quizás menos ahora que lo tienen cerca de casa. De hecho, el hambre y la malnutrición han vuelto con esta crisis a Europa, un continente que ya sufrió las cartillas de racionamiento al final de la Segunda Guerra Mundial (ver libro “Postguerra, de Tony Judt). Así, en Gran Bretaña, 10,5 millones de familias reciben ayudas de vivienda y alimentos, lo mismo que 6,7 millones de alemanes que reciben ayudas del programa Hartz IV para parados sin subsidio. En Francia, 1,4 millones de personas cobran la renta de solidaridad para sobrevivir. Incluso en EEUU, un 15% de los norteamericanos (47,6 millones) reciben vales de comida para subsistir. En España, hay 1.600.000 españoles que comen gracias a los bancos de alimentos, mientras el 3,2% de los hogares (576.000 familias) no pueden permitirse una comida de carne, pollo o pescado a la semana, según Eurostat. Y muchos padres y colegios han alertado que hay más de 100.000 niños españoles malnutridos, tras los recortes en las becas de comedor.

Está claro que este “hambre occidental” es distinto del hambre de África o los paises en desarrollo, pero quizás haya servido para desviar la atención de los paises ricos del grave problema del hambre en el mundo. Un problema que en los últimos años cambia de cara: muchos paises pobres han pasado del hambre al sobrepeso. Un ejemplo claro es América Latina, la región del mundo que más ha reducido en hambre en las últimas décadas (del 14,7 al 5,5% de la población): ahora, 3 de cada 5 latinoamericanos (el 58%), 360 millones de personas, tienen sobrepeso, según un informe de la FAO. Y hay muchos paises, como Haití, donde una parte de la población pasa hambre y otra parte tiene sobrepeso, porque compran alimentos ultra procesados, de baja calidad y con un exceso de grasas, pero más baratos que las frutas, verduras, carnes y pescados que necesitarían para tener una dieta equilibrada.

La consecuencia es que América Latina y muchos paises pobres de Asia y África comparten el hambre con la pésima alimentación (zumos en polvo, bebidas azucaradas, patatas fritas, galletas, salsas, comida preparada) que les causa sobrepeso, una “bomba letal” a medio plazo, porque les acaba provocando obesidad y diabetes, además de numerosas enfermedades (desde ataques cardíacos a ceguera, amputaciones, ictus) y muertes. De hecho, la mala alimentación provoca que 1 de cada 10 adultos latinoamericanos sufra una enfermedad crónica y 1 de cada 8 habitantes del Caribe sufre diabetes, según las estadísticas de la FAO.

Así que en los paises pobres, el hambre y el sobrepeso son las dos caras de la misma moneda: la malnutrición y el subdesarrollo. Pero además, hay 793 millones de hambrientos en un Planeta donde la mayoría comemos muy mal y en exceso: 1 de cada 3 adultos del mundo tienen obesidad (600 millones) o sobrepeso (1.900 millones de personas), según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aumentando dramáticamente la obesidad infantil. Y en España, el 65,6% de la población tiene sobrepeso  y, de ellos, el 26,5% padece obesidad (12.250.000 españoles), siendo el segundo país europeo con más obesos, tras Reino Unido (28% de obesos), según los datos de la OMS (2014). Esta obesidad es el origen de numerosas enfermedades cardiovasculares, ictus y sobre todo de la diabetes, que sufren 422 millones de personas en el mundo, de ellos 4,3 millones en España (el 9,4% de los españoles).

Volviendo al hambre en el mundo, hay que partir de una premisa: el problema no es que falte comida, sino que está muy mal repartida. Hay alimentos suficientes para 12.000 millones de personas, según la FAO, y somos 7.200 millones en el mundo. Los culpables del hambre son la globalización y la desigualdad. Durante casi todo el siglo XX, hasta 1990, África exportaba alimentos, como explica Martín Caparrós en su libro “Hambre”. Pero a raíz de las políticas de ajuste y globalización, impulsadas por el FMI y el Banco Mundial, se impuso un cambio de modelo, donde África, Asia y Latinoamérica iban a desmantelar su agricultura tradicional y centrarse en cultivos extensivos (soja, maíz, algodón) para el mercado mundial, para que así pudieran pagar los abultados intereses de su deuda externa. Y les obligaron a suprimir sus políticas de reservas estratégicas y alimentos subsidiados, porque “iban contra el mercado”. La consecuencia: estos paises pobres se han visto forzados a importar alimentos de los paises ricos, a precios impagables.

En paralelo, se han producido otros hechos que han agravado el hambre. Por un lado, los paises ricos han multiplicado sus cosechas, subsidiadas por sus Gobiernos (en Europa y USA), con un exceso de grano que ha ido a alimentar animales (el 70% del maíz USA), porque cada vez consumen más carne. Y ese grano (maíz, trigo, sorgo) que en los paises pobres consumirían las personas va a alimentar vacas, cerdos o gallinas: quien come carne se “apropia” de la comida de 5 a 10 personas en el Tercer Mundo. Además, se han desviado también alimentos (sobre todo maíz) para biocarburantes: llenar un depósito de etanol consume 170 kilos de maíz, la comida de un niño africano durante un año… Y por si fuera poco, en los años 90, los bancos de inversión empezaron a utilizar los alimentos para especular, disparando los precios internacionales de muchos alimentos.

La FAO señala que las causas del hambre hay que buscarlas en toda la cadena de producción alimentaria, desde las semillas a la comercialización. Así, denuncia la enorme dependencia de los agricultores del Tercer Mundo de unas pocas semillas muy costosas, patentadas por las grandes multinacionales: hay 10.000 especies para alimentarse pero sólo se utilizan 150 y el 60% de las calorías del mundo proceden de 4 cultivos (trigo, maíz, arroz y patatas). Luego, en la mitad del Planeta se utiliza mal el agua, cada vez más escasa, y no hay apenas abonos y tecnología para mejorar los cultivos. Y además, faltan tierras accesibles al pequeño agricultor,  en África, Asia y Latinoamérica, mientras las acaparan multinacionales chinas, norteamericanas y europeas. Además, los pequeños agricultores pobres no tienen medios para conservar, transportar sus productos y que accedan a los mercados: la FAO estima que con los alimentos que se pierden en África y Latinoamérica por falta de medios para conservarlos podrían comer 600 millones de personas. Y al final de la cadena, en Occidente, se tiran alimentos para mantener altos los precios o porque los consumidores los desperdician: con lo que los europeos tiran cada día a la basura podrían comer 200 millones de personas.

Así que hay hambre en el mundo por el caótico sistema de producción y consumo de alimentos, que perjudica a los agricultores y consumidores de los paises pobres, a costa de los enormes beneficios de las multinacionales de la alimentación y del despilfarro de los consumidores, que podríamos evitar consumiendo productos frescos locales y menos carne. Ahora, el nuevo objetivo de la ONU es acabar con el hambre para 2030, pero no será fácil porque el mundo va a seguir creciendo y los recursos (agua, tierra, energía) son escasosHaría falta un gran Acuerdo mundial contra el hambre, como el logrado en París contra el Cambio Climático, asentado en varios frentes. El primero, potenciar el trabajo de la FAO, cuyo presupuesto en 8 años equivale a lo que gasta el mundo en armamento en 1 día. Con más recursos, la ONU podría ayudar a los paises pobres a potenciar su  agricultura, con semillas enriquecidas (arroz o cereales con más proteínas), más tecnología, más medios para conservar y transportar los alimentos y más acceso a los mercados. Y en paralelo, cambiar los hábitos alimenticios de Occidente, para reducir el sobrepeso y el despilfarro de comida, con más alimentos naturales de mercados próximos  y menos comida preparada de importación. Y por supuesto, con una mayor apuesta de los paises ricos por la ayuda al desarrollo (el 0,7% que no cumplen), que España ha recortado un 73,5% (-3.300 millones de euros) desde 2008,  y la erradicación de las guerras, que agravan el hambre.

Curiosamente, la comida, la primera necesidad del hombre, no está reconocida como un derecho en ninguna Constitución (salvo en Bielorrusia o Moldavia), como sí lo están la sanidad o la educación en muchos países. Los gobiernos occidentales no quieren aprobar una ley que garantice la alimentación de todos los ciudadanos, quizás porque sería reconocer los fracasos de sus políticas sociales. Pero el hambre está ahí, rondando en Occidente y masacrando a millones en los paises pobres. Y ahora, la ONU lanza un SOS que debería quitarnos el sueño: hay 20 millones de hambrientos más. El mundo debe movilizarse para evitarlo. Todos podemos ayudar, donando algo a una ONG. Les doy algunas: Acción contra el hambre, Manos Unidas, Intermón Oxfam, Médicos sin fronteras, ACNURMuchos pocos ayudan, aunque lo importante es que se movilicen los gobiernos. No podemos permanecer impasibles. Hay que erradicar el hambre como sea. Es una vergüenza para el mundo.