En los últimos 70 años, España ha pasado de ser un país agrícola a uno de servicios, con el campo perdiendo peso en la economía y el empleo. Basten tres datos. Uno, la caída drástica de la aportación de la agricultura al PIB español: de suponer el 29,9% de la economía en 1950 cayó al 11,3% en 1970, al 5% en 1990, al 4% en el año 2000 y al 2,34% en 2022. Dos, otra caída drástica en el número de explotaciones agrarias: de tener 2.690.000 en 1976 se pasó a 1.420.300 en 1990, a 1.289.451 en 1999, a 989.796 en 2009 y a 914.871 explotaciones agrarias en 2020. Y tres, la caída del empleo en el campo, incluso en este siglo: de 813.200 ocupados en 2008 (de ellos, 432.300 asalariados) se pasó a 793.900 en 2019 (499.300 asalariados) y a 770.700 ocupados en el campo en 2023 (477.000 asalariados).
Así que no están abandonados. De hecho, un tercio de los ingresos
que obtienen los agricultores europeos (y españoles) vienen de la PAC.
Otra cosa es que esta ayuda básica haya estado mal
repartida: hasta 2022, en España, el 20% de agricultores más
ricos se han llevado el 80% de las ayudas PAC. Y el 2% de agricultores se
llevan las ayudas más altas (entre 50.000 y más de 500.000 euros), mientras el
70% de agricultores y ganaderos reciben menos de 5.000 euros. Algo que
se pretende cambiar desde 2023, con una
reforma de la PAC, que vincula más las ayudas a los rendimientos
y características de las explotaciones agrarias.