La economía española, como todas las europeas, crece menos ahora, pero crece. Con una importante excepción: la industria decrece, lleva dos trimestres seguidos cayendo. Está en recesión y pierde empleo, lo que no pasaba desde 2012. Y tiran del crecimiento la construcción y los servicios, sobre todo el turismo (que también ha pinchado). Esta crisis de la industria es preocupante porque es un sector clave para competir, crecer y crear empleo estable y de calidad. Por eso, urge volcarse en reindustrializar España e impedir que se vayan más multinacionales, por la caída del automóvil, las exportaciones y el comercio mundial. Hace más de 2 años, sindicatos y patronal firmaron un Pacto por la industria, pidiendo medidas que no tomó el Gobierno Rajoy y el de Sánchez sólo aprobó un parche laboral en diciembre. No se puede esperar más para ayudar a la industria a salir de la recesión que sufre en solitario. Porque ahí está nuestro futuro. No podemos ser un país de grúas, bares, hoteles y tiendas, aspirar a ser la California de Europa.
España fue un país bastante industrializado en los años 60 y 70 del siglo XX, como resultado del desarrollismo franquista, que utilizó el Instituto Nacional de Industria (INI, 1941) para crear una potente industria estatal, asentada en la siderurgia, naval, energía, refino, carbón, química, aluminio y automoción (SEAT, creada en 1950, y Pegaso). Con ello, la industria suponía más de un tercio de la economía en 1970 (aportó el 38% del PIB) y todavía en 1980 España era la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el Gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (ruinosas). Y en los años 90, el Gobierno Aznar privatizó las empresas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. Y el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,86% del PIB en 1997 al 16,36% en 2007 y un mínimo del 15,98% del PIB en 2013, el peor año de la crisis. Y a partir de ahí, apenas ha mejorado. Aportó el 16,32% en 2017 y ha bajado al 16,06% en 2018, según el INE. Y ahora ocupamos el puesto nº 17 en el ranking mundial de los paises más industrializados.
Con todo, la
industria se había recuperado de la crisis, creciendo a partir de 2013, año tras año y tirando de la recuperación, junto a la construcción y los servicios
(básicamente, el turismo). Hasta 2018,
en que la industria vuelve a entrar en
crisis: decrece en el primer
trimestre (-0,4%) y aunque crece en el segundo (+0,3%), vuelve a decrecer en el
tercer trimestre (-0,2%) y en el cuarto (-0,9%), una caída que no se veía desde finales de 2012, según los datos de Contabilidad Nacional del INE. Y como son 2 trimestres seguidos cayendo,
se puede decir que la industria española
“está en recesión”. Y por si hubiera dudas, otro indicador, el índice de producción industrial, cayó en noviembre (-3,2%) y se desplomó en diciembre de
2018 (-6,2%), el peor dato desde finales de 2012, en plena recesión.
Y hay un tercer
indicador de que la industria española está en crisis: en 2018, fue el único sector
económico que perdió empleo neto, 3.000
empleos perdidos, según la EPA, en
un año donde la economía española creó 566.200 empleos netos, la mayor creación de empleo
desde 2006. Entre 2014 y 2017, antes
de “pinchar”, la industria española
había creado 367.500 nuevos empleos,
15 de cada 100 empleos creados en la
recuperación (+2.429.400). Pero en 2018, la industria volvió a perder
empleo (como entre 2008 y 2013), cuando todavía
le queda recuperar 570.800 empleos para igualar los puestos de trabajo que tenía en
2008. Entra en recesión sin
recuperar el empleo de antes de la crisis.
¿Por qué la industria
vuelve a estar en crisis? Las dos causas son más exteriores
que internas. Por un lado, la guerra comercial (subida de
aranceles y proteccionismo) de Trump con China y la Unión Europea ha frenado el comercio mundial y las
exportaciones, afectando muy negativamente a la industria española, muy volcada
en vender fuera (automóviles, alimentación, textil). Y la otra razón, más
importante aún, es que la economía
mundial crece menos y sobre todo “se ha desinflado” Europa, con
un bajo crecimiento en la zona euro
(del 2,4% de 2017 se pasa al 1,9% en 2018 y a un 1,3% previsto para 2019) y el “pinchazo de Alemania (del 2,2% que creció en 2017 pasa al 1,5% en 2018
y el 1,1% para 2019) e Italia (del
1,6% que creció en 2017 pasará a crecer sólo el 0,2% en 2019), mientras baja
también el crecimiento de Francia
(del 2,2 al 1,3%) y Reino Unido (del
1,8 al 1,3% en 2019). Y no olvidemos que dos
tercios de las exportaciones españolas van a Europa y que el 80% de esas ventas exteriores las hace la
industria.
La actual crisis
industrial se centra sobre todo en tres subsectores:
la industria agroalimentaria (ha
perdido 28.000 trabajadores en 2018, el 6% de su plantilla), el textil y calzado (perdió 18.400
empleos en 2018, el 14,5% de su empleo) y, sobre todo, la industria del automóvil (despidió a 9.500 trabajadores, el 12%
de las plantillas), sin olvidar a las miles de empresas auxiliares que giran en torno a ellas. Y lo preocupante es
que la crisis del automóvil no ha hecho más que empezar: Ford ha anunciado
recortes de plantilla en Europa y Nissan Barcelona está operando por debajo del
40% de capacidad, fruto de la incertidumbre en un sector que ve los días
contados a los vehículos diesel y gasolina (dejarán de fabricarse para 2040). Y
esa tremenda reconversión, del motor de combustión al coche eléctrico, supone
cambiar de fabricar un coche de 1.400
piezas (5 o 6 trabajadores por coche) a fabricar un coche de sólo 200 piezas (que fabrican 1 ó 2 trabajadores).
España tiene,
además, un doble problema propio ante esta reconversión: el 43% de los coches
que se fabrican aquí son diesel (y
suponen el 57% de todos los empleos) y encima sólo Renault y Ford fabrican
motores aquí, con lo que nuestras
fábricas ensamblan motores hechos en otros paises (y cajas de cambio y
muchos componentes). Y las direcciones de las multinacionales, en Wolfsburgo (Alemania),
París o Detroit, pueden decidir montarlos en otro sitio, sobre todo
si la mano de obra formada y barata importa menos en la fabricación de los
coches eléctricos. Además, las tecnologías
de los futuros coches eléctricos (incluso la fabricación de baterías) se está jugando en China, Corea y Japón, no en Europa (y menos en España, donde sólo Seat
Cataluña investiga en su centro de I+D+i).
Junto a los problemas del automóvil, la industria agroalimentaria y el textil y calzado (que
sufren la dura competencia de los paises emergentes), en 2018 hemos asistido a “la fuga de grandes multinacionales”,
que se han ido o han amenazado con irse: Alcoa (aluminio, con dos plantas en
Galicia y Asturias), Vestas (primero
cerró en Tarragona y luego anunció el cierre en León, buscando el Gobierno un
comprador), Gamesa (cierre planta de
Miranda de Ebro) o Cemex (anuncio
200 despidos en Almería y Baleares). Son multinacionales que pueden cambiar de
país sin demasiados problemas y que buscan reducir costes energéticos (aquí la
luz y la energía son más caras que en Europa); eso sí, en muchos casos después
de recibir jugosas ayudas públicas:
Alcoa ha recibido más de 1.000 millones de ayudas pagadas con nuestro recibo de
la luz y Vestas ha recibido ayudas autonómicas y locales. Esto debería servir
para diseñar las futuras ayudas públicas a multinacionales.
Además de estos problemas, la industria afronta dos serios retos de futuro. Uno, la
necesidad de digitalizar su actividad , lo que se llama “industria 2.0”. Una nueva “revolución industrial”, que exigirá a todas las industrias una
profunda reconversión, desde la organización de la producción a la formación
del personal. Y el otro reto, es la
robotización. En el mundo hay 1,63 millones de robots, según la IFR, 35.000 en España y un millón de ellos en Asia (y la tercera parte
en China). Y para 2030 habrá más de 3 millones de robots, sobre todo en la
industria del automóvil, la paquetería y las grandes empresas logísticas, lo
que permitirá aumentar las fábricas en los paises ricos (al no necesitar tanta
mano de obra humana barata). España, con trabajadores poco formados, tiene un mayor riesgo con los robots, porque el 43% de los empleos actuales
tienen un alto riesgo de ser sustituidos por robots y un 24% de empleos tienen un riesgo medio, según el servicio de
estudios de la Caixa.
Pero la industria
española tiene además una serie de “debilidades estructurales” que
oscurecen su futuro, según un estudio de CCOO. La primera debilidad,
el escaso peso de la industria
tecnológicamente avanzada (sólo el 6,2% del total), frente al enorme peso de las industrias tradicionales
(agroalimentación, química, farmacéutica, automóvil y transporte suponen el 55%
de la industria), lo que se traduce en una menor productividad y
competitividad. La segunda debilidad,
el tamaño, el elevado peso de las pymes: sólo el 15% de las empresas industriales
españolas tienen más de 10 empleados, frente al 38% de las industrias alemanas.
Y este menor tamaño redunda en menos inversión, menos tecnología y peor acceso
al crédito. La tercera debilidad es el atraso tecnológico por partida doble: España como país gasta menos en Ciencia (el 1,23% del PIB frente al
2,02% de media en la UE-28) y las empresas españolas gastan en tecnología
la mitad que las europeas (un 0,64% del PIB frente al 1,07%). La cuarta
debilidad es la falta de financiación
a la industria, ahora que los grandes inversores se dedican a la especulación
financiera e inmobiliaria y la banca lleva décadas “huida” de la industria. Y la quinta debilidad es la geografía: nuestras industrias están
a 2.300 kilómetros de los mercados del centro de Europa, aunque tienen la
ventaja de estar bien situadas como “puente” frente a América y África.
Todavía hay que mencionar otras dos debilidades más,
muy importantes. Una, que las industrias instaladas en España pagan más cara la energía y sobre todo la
electricidad: el coste del kw/h industrial
(sin impuestos) era de 0,1008 euros en España (1º semestre 2018), según Eurostat, un 26,5% más caro que en Europa (0,0797 euros), un 35,8% más caro
que en Francia (0,0737€), un 30,7% más caro que en Alemania (0,0771 €), un 13%
más caro que en Italia (0,0892 €) y un 3,9% más caro que en Reino Unido (0,0970
€, paises con los que tenemos que competir. Y la otra debilidad, que la
industria española cuenta con una mano
de obra peor formada: el 41,7% de los adultos españoles tienen formación
baja (la ESO o ni siquiera) frente al 22% en la OCDE y el 20% en Europa (15% en
Alemania), y otro 22,6% tienen formación media (Bachillerato o FP), frente al
44% en la OCDE y el 46% en Europa, según el informe de la OCDE “Panorama de la Educación 2017”.
Eso sí, la industria
española tiene dos ventajas claras. La primera, una
mayor flexibilidad en la contratación
(el 26,86% de los asalariados tienen un contrato
temporal, el mayor porcentaje en Europa), siendo también líder europeo en contratos temporales de menos de 6 meses (el 60%), según acaba de denunciar la OIT. Y la segunda, unos costes salariales más bajos:
el coste por hora trabajada (sin SS ni otros costes) era en España de 15,9
euros, un 29,1% menos que en la zona
euro (22,42 euros hora) y un 22%
menos que en la UE-28 (20,36 euros/hora). Y está muy lejos de los 34,10
euros/hora que se pagan en Alemania (+40%),
los 36 euros de Francia (+34,6%), los 21,33 euros de Reino Unido (+25,5%) o los
20,38 euros de Italia (+22%), según Eurostat (2017).
Visto el panorama de
fondo de la industria, volvamos a su crisis, que es
doblemente preocupante. Primero, porque la industria ha dejado de ser un motor de la recuperación y del
empleo, como ha sido entre 2014 y 2017, dejando ese papel a la construcción (que cualquier día puede
“pinchar” o crear otra “burbuja) y a los
servicios, sobre todo el turismo y el comercio, que muestran signos de “agotamiento”:
el turismo apenas creció en 2018 y el
comercio crece menos, como se vio en el
Black Friday y Navidad.
Pero, sobre todo, porque la industria
es clave para crear riqueza y empleo: los paises más ricos y competitivos (y los que más exportan) son los más industrializados
y el empleo en la industria es más estable (cae menos con las crisis) y está
mejor pagado. Así que deberíamos “mimar la industria”.
Los sindicatos saben la importancia de
la industria y por eso firmaron con la patronal un Pacto de Estado por la industria, el 26 de noviembre de 2016, algo poco usual.
Ambas partes, trabajadores y empresas, acordaron un decálogo de medidas
que pidieron al Gobierno: rebaja costes energéticos, digitalización de la
industria, aumento del tamaño de las empresas (fomentando fusiones), mayor
inversión en tecnología e innovación, mejora de la formación, más financiación,
unidad de mercado (no 17 regulaciones autonómicas), reducir los costes
logísticos y de distribución, mejorar la sostenibilidad medio ambiental y
ayudar a la expansión internacional de las empresas (captando más inversiones
extranjeras).
Un Plan de acción
claro, con recetas para atacar las ya mencionadas debilidades de nuestra industria. Pero hoy, dos años largos después, casi nada se ha hecho. El Gobierno Rajoy tenía preparado un “Marco estratégico de la España industrial 2030”, para aprobarlo a finales de
mayo de 2018, pero salió antes por la moción de censura, sólo con dos Planes
sectoriales aprobados para la industria papelera y la automoción. Y el Gobierno Sánchez, además de crear un Ministerio
de Industria que no había, sólo aprobó en diciembre un “parche” laboral para la
industria, un real decreto que permite sólo a las
empresas manufactureras (en especial, al automóvil) seguir rejuveneciendo plantillas a costa de la Seguridad Social: se
permite que un trabajador mayor reduzca su jornada si a cambio entra a trabajar
uno joven al que forma antes de jubilarse. Lo normal es que el trabajador mayor coja una jubilación parcial, por la que cobra un
25% de sueldo y el 75% restante como pensión. El “truco” es que, a raíz de una
sentencia del Supremo, pueden concentrar
las horas en unos meses o años, con lo que el
trabajador mayor se acababa jubilando antes,
como si fuera una jubilación anticipada, sin
ninguna penalización (con el 100% de pensión) y sin tener que formar al
joven que le “releva”. Y muchas industrias utilizan este sistema para cubrir
con estos jóvenes vacaciones y picos de producción. Un privilegio que no tienen las
empresas no industriales.
Ahora, con unas elecciones próximas, será otro medio año perdido para sacar a la industria
de la crisis. Pero luego, gane quien gane, el futuro Gobierno deberá apostar
de verdad por la industria, poniendo en marcha el Pacto que firmaron en 2016 sindicatos y patronales, con el
objetivo de que la industria vuelva a
aportar el 20% de la producción (PIB), como hace 20 años. A más industria, más competitividad, más
riqueza y mejor empleo. No podemos
seguir apostando por ser un país de grúas, bares, hoteles y tiendas, por ser la California de Europa. El futuro está en la industria.
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