La semana pasada, el ex presidente Aznar presentó el 2º volumen de sus Memorias y volvió a presumir de
su gestión, de los éxitos económicos de
sus Gobiernos. Pero no habló de su herencia, de los problemas que los españoles seguimos
sufriendo hoy por sus
errores de entonces: la explosión de la burbuja
inmobiliaria, la crisis financiera,
las subidas desmesuradas de la luz por
su Ley eléctrica, las pérdidas de las
autopistas que fomentó y cuyas pérdidas toca ahora nacionalizar, la obra
faraónica (y medio vacía hoy) de la T-4
de Barajas, un Ejército sin medios por
sus compras impagables de nuevo armamento y hasta una nueva Ley educativa que es un calco de la LOCE que Aznar aprobó en
2002… Y su peor herencia: no haber
aprovechado los años de vacas gordas para implantar un nuevo modelo de crecimiento para España al margen del ladrillo
y el turismo. Así que, señor Aznar, no
presuma.
enrique ortega |
José María Aznar
llegó al poder en marzo de 1996, con
sólo 290.000 votos de ventaja sobre Felipe González y se consolidó en el 2000,
con mayoría absoluta hasta 2004, gracias a su “milagro
económico”: fuerte crecimiento (del 1,6% en 1993-96 al
3,6% de 1.997 a 2002), mucho empleo (5 millones de ocupados más en 8
años), menos paro (del 22,2% en 1996
al 12% en 2004), menos inflación
(del 4,30% en 1995 a 3,22% en 2004) y apenas nada de déficit público (del 5,5% PIB en 1996 al 0,1% en 2004).
Un “milagro económico” que Aznar se atribuye, pero que no
es mayoritariamente suyo. El
cambio de Gobierno coincide con el final
de la crisis española de 1992-93 y el
inicio de una fuerte recuperación internacional, cuya ola aprovecha toda Europa, que crece
casi tanto como España en esa década. Y el otro gran empujón nos lo da la entrada de España en el euro, en 1.999, que acarrea tres grandes ventajas a nuestra
economía: fuerte bajada de tipos (del 11% en 1995 al 3,5% en 2003-2005), un
aluvión de ayudas
europeas (España recibió cada año, entre 1996 y 2006, ayudas por importe del 1% del PIB, casi
un tercio del crecimiento) y la apertura
de España al exterior, con un salto de las exportaciones. Este marco de dinero
barato promovió la burbuja inmobiliaria, motor del crecimiento en la
época Aznar, junto a la ayuda de los inmigrantes (4,2 millones entre 1996
y 2007).
Puede decirse que la
entrada de España en el euro fue un
mérito de Aznar y su equipo económico. Y así es, pero ayudados por los sacrificios
de todo el país: moderación
salarial (pacto con los sindicatos en 1997), esfuerzo empresas para moderar
precios, congelación de inversiones públicas y gastos sociales, subida de
impuestos indirectos (mientras Aznar
bajaba el IRPF dos veces antes de las dos elecciones) y, sobre todo, la privatización
de 40 empresas públicas (pan para hoy…) que ingresó casi 30.000 millones de euros, claves para bajar el déficit
y poder entrar en el euro.
Pero hablemos de hoy, de la
herencia que nos dejó Aznar. Empezando por la más letal, el estallido de la burbuja
inmobiliaria, que ha provocado un desplome
de los precios de las viviendas a la mitad y el endeudamiento de muchas familias. La burbuja inmobiliaria se alimentó del dinero barato, pero su
origen está en la Ley 7/1997,
de 14 de abril, que
liberaliza el suelo: Aznar
legisla que todo el suelo es urbanizable, salvo que se justifique clasificarlo como no urbanizable. Y en
abril de 1998, lo refuerza con otra
Ley que da vía libre a autonomías
y Ayuntamientos para que pongan suelo a disposición de los promotores. Y lo
hacen: si en 1996 se inician 287.100
viviendas en España, en 2000 se
inician 534.010 y en 2004 otras
686.920, casi el triple que al llegar Aznar (y la inercia sigue hasta un
máximo de 760.130 viviendas iniciadas en
2006 con ZP, que no estalló la burbuja). Consecuencia: la vivienda en
España se revalorizó un 191 % entre 1997
y 2007, la mayor subida en la OCDE, según The Economist. Algo que las familias sufren todavía hoy: unas porque su piso vale
la mitad, otras porque están hipotecados
hasta las cejas (con desahucios).
Vayamos a otra burbuja, la financiera, donde Aznar también tuvo mucho que ver. Por un
lado, en 1997 puso a un compañero de oposiciones, Miguel
Blesa, al frente de Caja Madrid, quitando a un profesional reconocido
como Jaime Terceiro, que la había hecho grande. Y su protegido acabó
hundiendo la entidad, entre el ladrillo y operaciones especulativas que
le han llevado a
la cárcel. Y su vicepresidente Rato culminó
el desaguisado, con una polémica multi-fusión y salida a Bolsa,
errores que han costado a los españoles
24.500 millones, además de ser el detonante de una crisis financiera que nos costará más de 100.000. Y Aznar nombró en
2000 a Jaime Caruana gobernador del
Banco de España, la entidad que debía haber evitado la burbuja financiera y que
no
lo hizo, a pesar de la advertencia
de sus inspectores, que en mayo de
2006 enviaron
esta carta a Solbes denunciando ”la
complaciente actitud del Banco de España ante el crecimiento del crédito”.
Algo más de un año después, ni Caruana ni Rato, su mentor y entonces gerente del FMI, fueron incapaces de
predecir desde Washington la Gran Recesión. Doble fallo.
Tercera burbuja, la eléctrica:
tenemos centrales para producir 100.000
Mw y sólo gastamos ahora 40.000. Ello se debe a la crisis y a que los
incentivos de la época Aznar han multiplicado las centrales, sobre todo
térmicas de gas y fuel. Pero hay más: pagamos
la luz más cara de Europa (tras Irlanda y Chipre), que ha
subido un 88% desde 2006, porque
en 1997 Aznar (hoy asesor de Endesa)
aprobó una Ley
del Sector Eléctrico que fija un sistema
de precios que reconoce a las eléctricas un
extracoste que pagamos
todos. Se paga por la luz lo que cuesta producirla en la central
más cara (térmicas de gas y fuel), beneficiando a las centrales con menos
costes (hidráulicas y nucleares). Es como
pagar lo mismo por la carne picada al que la prepara con pollo o con chuletón.
Y como esos precios no cubren los costes de la mayoría de centrales, les
compensa con una serie de primas. Y así nos
sube
el recibo.
Cuarta burbuja:
autopistas. En su segunda Legislatura, Aznar
apoyó la construcción de una docena
de autopistas de segunda generación, la mayoría en los alrededores de Madrid, con la presión de Esperanza Aguirre, que quería “tener autopistas como los catalanes”. Muchas iban paralelas a
autovías gratuitas y han acabado siendo ruinosas, sin tráfico. Pero no es problema: el negocio era construirlas (sus dueños son las grandes
constructoras) y si salía mal, el Estado
saldría en su ayuda: Aznar
pactó con ellas la inclusión
de la responsabilidad patrimonial de la Administración (RPA), que comprometía
al Estado a pagar su deuda si ellas no podían. Y ahora que hay 6 autopistas
en suspensión de pagos, el Gobierno Rajoy
va a nacionalizar
a 10 de estas autopistas, cargando
al contribuyente con sus 3.600 millones de deuda. Eso después de que ZP y
Rajoy les hayan dado 5.200 millones de ayudas
públicas desde 2010. Y un aumento extra de peajes, del 30% en
diez años.
Aznar no sólo inauguró autopistas, también AVEs (prometió
que todos los españoles “tendrían uno a
30 kilómetros de su casa”) y obras
faraónicas como la T-4
de Barajas, que inauguró en
febrero de 2004 (un mes antes elecciones), dos
años antes de que despegara de ella un avión (2006), una infraestructura
que costó seis veces más de lo presupuestado (6.200 millones) y que ahora está medio vacía, sumida en la crisis
de Iberia, una de las
empresas públicas privatizadas por Aznar y cuyo primer accionista fue muchos años Caja Madrid (Blesa y Rato),
incapaces de enderezarla. De estas privatizaciones también tenemos herencia, la de unos monopolios públicos que se han convertido en
oligopolios privados, que nos imponen
sus precios. Es el caso de Repsol,
denunciada por la Comisión de la
Competencia por manipular
y pactar precios de los carburantes, en perjuicio de los conductores. O
Telefónica, beneficiada por Aznar en 2004 (como otras telecos) al no hacer subasta
de licencias de telefonía móvil (como Alemania y Gran Bretaña), con lo que
pagaron al Estado 480 millones de euros en vez de 6.000.
Y luego está el Ejército,
al que Aznar
quiso ganarse en 1997 aprobando un ambicioso Programa
de compra de armamento (PEAS), comprometiendo un gasto de 24.000
millones hasta 2025. Como era una cantidad desorbitada, se inventó un truco contable: dar
un crédito sin interés (lo
pagamos todos) de 14.000 millones a las
empresas de armamento, para que fueran fabricando y Defensa les pagaría a
partir de 2011. Pero vino la crisis y no había dinero, mientras la factura
había subido a 35.000 millones. Resultado, Rajoy
lleva dos años (2012 y 2013) aprobando
créditos
extraordinarios para pagar esta herencia (2.659 millones ya), mientras
recorta en sanidad, educación o gastos sociales. Y volverá a aprobarlos en 2014
y 2015, mientras el Ejército no tiene
dinero ni para maniobras o misiones internacionales.
Y como colofón, la
polémica Ley
Wert de Educación, la LOMCE, es la herencia de la LOCE, la Ley de
Educación que aprobó
Aznar en diciembre de 2002 (sólo con apoyo de Coalición Canaria) y
que apenas entró en vigor, porque Zapatero la anuló por decreto en mayo de 2004.
Los principios de aquella
LOCE son los de la Ley Wert: religión evaluable,
reválidas, obsesión por las asignaturas técnicas y desprecio música y artes,
centralización, apoyo a la enseñanza concertada, distintos itinerarios en ESO y
bachillerato, la cultura del esfuerzo y la excelencia por encima del apoyo a los
chavales con problemas… Volvemos a 2002.
Como se ve, la
herencia de Aznar es alargada, sin contar con que los españoles hemos heredado su delfín (Rajoy) y buena parte de su equipo económico (de Guindos y Montoro),
culpables de parte de esta herencia aunque ahora
no
vayan a la presentación del libro de Aznar. Pero la peor herencia es que Aznar
no aprovechó sus ocho años de vacas gordas (como tampoco ZP los cuatro
suyos) para sentar las bases de una
nueva economía, alejada del ladrillo y apoyada en la innovación y la tecnología, la industria y la
exportación, con una fuerte inversión en la formación y la empleabilidad de los
españoles. Subido en burbujas varias, todo
era Jauja, hasta que estalló la
crisis y caímos más que los demás en la recesión y el paro.
Por desgracia, Aznar
no es algo pasado, sino que su
sombra está presente en nuestras vidas, desde que pagamos la luz o la
hipoteca hasta los peajes, la gasolina o las misiones en Mali, sin olvidar la
educación de nuestros hijos. No lo olviden cuando le oigan. Y Aznar, que deje de presumir.
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