En 2014 volvió a caer
la renta agraria, los ingresos
de agricultores y ganaderos, algo que sucede desde 2007, más en España que en Europa.
Y eso porque bajaron algunas
producciones, pero sobre todo por la
caída de los precios que reciben, las importaciones de alimentos, el cierre
del mercado ruso y la presión de industrias
y supermercados, que pagan menos a los que producen los alimentos aunque
luego se encarezcan por el camino. La
consecuencia es que se produce menos, se
pierde empleo y el campo se despuebla. Lo mismo pasa con la pesca, donde la flota se ha reducido
a la mitad en los últimos 18 años. Si no se apoya a los agricultores y
ganaderos, cada vez habrá menos comida de
origen español y menos jóvenes se
quedarán en el campo, en perjuicio también del medio ambiente. Hay que apostar
por el campo, porque los ordenadores, los móviles o los coches no se comen.
enrique ortega |
A los que trabajan en
el campo no les
salen las cuentas. Sus ingresos, la renta
agraria, les viene cayendo desde
2007 y en 2014 cayó un 7,1%, según
el Ministerio de Agricultura. Con ello, la renta agraria cerró el año en
22.110 millones de euros, un valor cercano al del año 2.000. Una caída de la renta por activo del -4,5%, el triple que en Europa (-1,7%), según
Eurostat. De hecho, España es el 9º país de la UE con una mayor caída
de la renta agraria en 2014. Además de caer la renta, el empleo agrícola se ha estancado (sólo hubo 224 nuevos afiliados
a la SS agraria en 2014), se han recortado
producciones y en consecuencia, sigue cayendo
el precio de la tierra de cultivo (a 9.633 euros por hectárea), un -14% desde
2007.
El año 2014 podría
haber sido peor de no haberse reducido
algunos costes para agricultores y ganaderos (se les han abaratado los piensos, los fertilizantes y la luz,
aunque les subieron las semillas) y
de no haber subido el peso de las
subvenciones (6.365 millones), el 28,8% de sus ingresos. Pero les
falló lo fundamental: los
ingresos por lo que producen. Por un lado, porque algunas cosechas y producciones cayeron (-26,2% vino, -18,7%
cereales, -4,1% plantas
forrajeras, -3,6% frutas, -10,9% huevos, -4,7% ovino y caprino y -3,5% bovino).
Y, sobre todo, porque bajaron
el 80% de los precios que perciben. Algo que se debe a tres factores: mayores producciones, competencia de alimentos importados y, sobre
todo, el efecto del veto ruso, que ha
forzado a la baja los precios de algunas frutas y carnes.
Además, los agricultores achacan los
bajos precios que reciben a la presión de las industrias y de los grandes
distribuidores. La industria
agroalimentaria es la segunda industria española (factura 90.000
millones) y exporta la cuarta parte de lo que produce, compitiendo en Europa y
en todo el mundo con sus productos. Y por eso presiona
a la baja lo que paga a agricultores y ganaderos españoles, optando en
ocasiones por importar alimentos o fabricar
incluso en el extranjero (conservas de pimientos y espárragos, por
ejemplo). En cuanto a los grandes
distribuidores, copan el 72% del mercado (Mercadona, Carrefour, Eroski,
Día y Alcampo concentran el 57% de las ventas) y presionan a las industrias y a
los productores para conseguir productos cada vez más baratos en origen, aunque
luego multiplican por tres y hasta por cinco
su precio final al consumidor,
como revela el Observatorio
IPOD. Y en ocasiones, venden
alimentos a pérdidas (leche, pollo, aceite, vino, sandía, conejo…), tirando precios, como parte de su guerra
comercial para ganar clientes y cuota de mercado.
El resultado es que agricultores
y ganaderos ven recortarse los precios que reciben aunque a nosotros nos cuesten más en el supermercado. Y se
ven indefensos ante la industria y los distribuidores, porque los
productores son muchos y pequeños: en España hay 4.000
cooperativas agrarias que facturan unos 19.000 millones de euros, entre todas
como las cuatro mayores cooperativas de Holanda.
Y de los 900.000 agricultores, sólo 400.000 son profesionales, muchos con una explotación
poco modernizada, sin financiación. Y así, muchos abandonan: las
producciones han
caído a la mitad en dos décadas. Y no hay relevo generacional: 1 de
cada 3 agricultores tiene más de 65 años.
El campo es un sector muy débil y vulnerable, que
subsiste gracias a las subvenciones
europeas (28,8% de sus ingresos). Unas subvenciones
que se han recortado para toda Europa, con lo que España recibirá 750 millones menos al año entre 2015 y
2020:35.700 millones en pagos directos y 8.300 millones para desarrollo rural. Menos dinero, para menos sectores (no
hay ayudas para el olivar, frutas y hortalizas) y a repartir entre más hectáreas (ahora se incluyen en las ayudas barbechos blancos y pastos), lo que rebajará las ayudas a las hectáreas más
productivas. Y además, seguirán cobrándolas los titulares agrarios no
activos (terratenientes, absentistas y hasta cotos de caza), en contra de las organizaciones
agrarias, que denuncian que
hay 900.000 españoles perceptores de ayudas y sólo 400.000 agricultores y
ganaderos profesionales. También critican que Bruselas, con la
nueva PAC, elimine los mecanismos para regular los mercados, lo que supondrá mayor volatilidad de precios. Y que la
Comisión Europea, junto al recorte de fondos al campo, haya multiplicado los acuerdos con Marruecos,
Latinoamérica y Asia, para facilitar la entrada de sus alimentos
en Europa.
Otro sector que languidece es la pesca: la flota española se
ha reducido a la mitad, de 18.478 pesqueros (1995) a 9.871 en 2013.
La mayor caída se ha dado en la flota
artesanal (7.602 barcos), que se
ha reducido un 25% en los últimos 7 años, por
culpa del recorte de capturas,
la reducción de ayudas, el envejecimiento de la flota (en 2006 se
retiraron las ayudas a renovar los barcos), la
caída de ingresos (el salario medio anual de la flota artesanal ha caído a
7.796 euros, un tercio del de la flota industrial) y la falta de relevo generacional (sólo el 6,8% de pescadores tiene
menos de 25 años).
El campo y la pesca
pierden renta, empleo y ayudas y a
nadie parece preocuparle, porque si no hay comida aquí se
importa de otros países.
Y a los consumidores no les preocupan
los problemas de los agricultores, ganaderos y pescadores españoles siempre que
puedan ir al supermercado y comprar
barato, aunque los tomates sean
marroquíes, los ajos chinos, los garbanzos mexicanos, las lentejas turcas, las
naranjas sudafricanas, los zumos californianos, los pollos brasileños, las
carnes argentinas, el cordero neozelandés o el pescado vietnamita. Pero los alimentos son algo estratégico,
ligado a nuestra cultura, que mantiene la vida en nuestros campos y puertos, no
sólo el empleo sino también el medio ambiente: los agricultores y ganaderos son
los mayores cuidadores de nuestros ecosistemas. Y si “pasamos” de ellos, nuestras zonas
rurales se despoblarán y se deteriorarán (aún más).
Hay que poner freno
al abandono del campo (y la pesca). Primero, el
Gobierno debe mediar entre los
productores y la industria y la gran
distribución, para que no abusen a la hora de pagar precios y fijar
contratos, aplicando mejor la nueva Ley
de la cadena alimentaria. Segundo, hay que dedicar recursos y personal
a profesionalizar más las explotaciones
agrícolas y ganaderas, con créditos
públicos, formación e innovación, fomentando crear potentes cooperativas agrarias, al hilo de la nueva
Ley de Cooperativas. Y, sobre todo, hay que gastar recursos en promover el desarrollo de las zonas rurales,
que suponen el 90% del territorio y tienen
sólo el 20% de la población. El
campo no es sólo algo bonito para hacer turismo, tiene que ser un
buen lugar para vivir, con escuelas, sanidad, vivienda, servicios y
ocio, con una renta suficiente para que los jóvenes no
emigren. Y España, en lugar de
apoyar a las zonas rurales (como Francia), no gasta en ellas e incluso pierde los fondos europeos (FEADER) por no ejecutar un tercio de los
proyectos (en 2014 perdimos 150 millones).
El campo, los
agricultores y ganaderos, son los
grandes olvidados de la crisis, entre los políticos, los medios y la
mayoría de ciudadanos, que vivimos en las ciudades. Y eso es grave porque el campo es nuestra despensa y no se
comen ni los ordenadores, ni los móviles, ni los coches. Y además, si no
cuidamos el campo descuidamos el medio ambiente y nos cargamos el futuro. Piénsenlo
cuando vayan al súper. Tenemos que estar
al lado de nuestros agricultores, ganaderos y pescadores, evitar que los
jóvenes dejen estos trabajos y los pueblos se abandonen. Y que la mayoría de los
alimentos sean importados (y cada vez más caros). Con la comida no se juega.
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