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jueves, 18 de marzo de 2021

El ingreso mínimo vital, al ralentí


La pandemia ha dejado millones de contagiados y 75.000 muertos, pero también la mayor crisis económica de nuestra historia reciente y una pérdida de empleos e ingresos para muchas familias, aumentando la pobreza y las “colas del hambre”. Esta “epidemia social” es más preocupante en España porque ya éramos, antes de la pandemia, el 5º país con más pobreza de Europa. Y los 9,7 millones de españoles con bajos ingresos en 2019 podrían ser ahora 1,2  millones más, 10,9 millones. Frente a esta “pandemia social”, el Gobierno aprobó en mayo el ingreso mínimo vital (IMV), para asegurar la subsistencia de 850.000 familias. Pero no ha funcionado, por un exceso de requisitos y burocracia: hoy sólo cubre a 200.000 familias, mientras más de 3 millones son atendidas por Cáritas o Cruz Roja y abandonadas por el Estado. Urge reformar el ingreso mínimo vital y que llegue de verdad a los que lo necesiten. Y darles no sólo dinero sino formación, empleo, vivienda y un futuro. Asegurar que no se queden atrás.

Enrique Ortega

En  España, la pandemia nos pilló con demasiada pobreza, fruto todavía de la dura crisis de 2008 y su secuela de recortes y desigualdades. Concretamente, en 2019, España era el 5º país europeo con más pobreza, con un 20,7% de españoles (9.695.989 personas) que ingresaban menos del 60% de la media del país (menos de 9.009 euros los solteros y menos de 18.919 euros las familias con 2 hijos), mientras en Europa eran “pobres” el 16,5% de la población (65.6 millones de europeos), según Eurostat. Y sólo tenían más “pobres” que España cuatro paises del Este: Rumanía (23,8%), Letonia (22,9%), Bulgaria (22,6%) y Estonia (21,7%). Y lo peor era que de esos “españoles pobres”, casi la mitad, el 9,2% (4.300.000 personas) estaban en situación de “pobreza extrema”, ingresando menos del 40% de la media del país (ganaban menos de 6.006 euros al año los solteros y menos de 12.600 euros las familias con dos hijos). Y lo más sangrante: éramos el tercer país con más pobreza infantil de Europa, tras Rumanía y Bulgaria, con 2,1 millones de niños “pobres”.

En este panorama de elevada pobreza, la pandemia ha sido un tsunami que ha destrozado las cuentas de muchas familias, atacando más a las personas que ya eran vulnerables (se han contagiado más y han perdido más empleos) y creando serios problemas de subsistencia a familias que tenían una economía saneada y han perdido ingresos, trabajos o negocios. Así que la pobreza se ha agravado doblemente, en los pobres de antes y con otros nuevos. A falta de publicarse los datos de 2020, Oxfam Intermón aumenta la cifra de pobres en 1,2 millones más (de 9,7 a 10,9 millones en 2020). Y apunta a que la mayoría son personas “en pobreza extrema” (ingresan menos de 16 euros al día los solteros y menos de 35 euros diarios las familias), que han aumentado en 800.000 (a 5,1 millones).

A falta de cifras oficiales, “la nueva pobreza” se aprecia en las “colas del hambre” que se ven en las grandes ciudades y el aluvión de personas que piden ayuda a las ONGs. Por un lado, el Banco de Alimentos está aportando comida a 1.630.000 personas, 600.000 más que hace un año. La Cruz Roja atiende ya a 3.600.000 personas y ha tenido que multiplicar por 5 sus entregas de comida y bienes básicos a familias españolas (80%) e inmigrantes (20%), que están en su mayoría en paro (el 52%) y sin ingresos (el 22% de los hogares que atienden). Y Cáritas atiende ya a más de 3 millones de personas, de las que 500.000 nunca habían ido antes a pedir ayuda y que necesitan comida y dinero urgente para recibos y alquileres, porque no tienen ingresos: más de 825.000 personas atendidas por Cáritas están en situación de pobreza extrema y 258.000 no tienen ningún ingreso.

Para intentar paliar este tsunami de pobreza por la pandemia, el Gobierno aprobó el 29 de mayo el ingreso mínimo vital (IMV), con el objetivo de que 850.000 familias vulnerables recibieran una ayuda económica (entre 462 y 1015 euros, según el tipo de familia), a cobrar con efectos retroactivos desde el 1 de junio, además de ayudarles a encontrar empleo (debían registrarse en las oficinas del paro). Hoy, el último balance del ministro de Seguridad Social habla de que se ha concedido la ayuda a 200.000 familias, la cuarta parte del objetivo. Y lo peor es que se han presentado 1,2 millones de solicitudes, la mayoría denegadas sin explicación. De hecho, el dato que aportaba hace unos días Cáritas es muy revelador del fracaso del IMV: el 96,4% de las personas atendidas por Cáritas no ha recibido el ingreso mínimo vital tras haberlo solicitado. Y lo mismo denuncian otras ONGs: la mayoría de las familias vulnerables que han pedido el ingreso no lo han recibido y a muchas se les ha denegado, incluso sin explicarles el por qué.

El ingreso mínimo vital (IMV) nació con un decreto-Ley aprobado por el Gobierno (29 de mayo) y que ahora tiene que ser convalidado en el Congreso. Pero en estos meses, se han aprobado tres decretos más, para tratar de corregir el IMV, dos en septiembre de 2020 y el último el 2 de febrero de 2021, cuando se aprobó un decreto ley para que puedan recibir el ingreso mínimo algunos colectivos antes excluidos: aumentan las personas acogidas dentro de una unidad familiar (se permite núcleos familiares más extensos), personas sin domicilio (que viven en albergues o en la calle) y usuarios de residencias. A la vez, abre la puerta a que los servicios sociales y ONGs puedan certificar el domicilio y la residencia en España hace un año, lo que resulta positivo pero crea un problema adicional, porque los servicios sociales municipales están colapsados y las ONGs no tienen medios.

A pesar de estos cambios, los expertos en servicios sociales y ONGs critican que el Gobierno, sigue sin resolver los problemas de exceso de requisitos y burocracia con los que nació el ingreso mínimo vital. El principal, que se pide a los solicitantes que justifiquen su caída de ingresos en 2019, cuando “los nuevos pobres” perdieron sus ingresos en 2020 y eso no se aprecia en su última declaración de renta (de 2019). Además se quejan del exceso de requisitos y de la dificultad que existe en muchos casos para demostrar el empadronamiento y el domicilio (muchos tienen contratos de alquiler no registrados o viven en viviendas ocupadas), el número de miembros de la familia, su presencia en España desde hace un año… Y se deja fuera del IMV a los jóvenes de 18 a 23 años, a los refugiados, asilados y protegidos por razones humanitarias y a los extranjeros que llevan menos de 1 año en España. Y no se reconoce la prestación a familias con más de 3 menores (sólo hasta el tercer hijo).

Otra queja de fondo, de los expertos en servicios sociales y ONG, es la falta de transparencia de todo el proceso de solicitud y concesión del IMV. No es posible hacer un seguimiento telemático de las solicitudes. Y en muchos casos, no se explican las razones por las que se deniegan el 60% de las solicitudes, ya que en muchos casos terminan en “inadmisión”, lo que impide conocer los motivos por los que se rechaza. Y tampoco hay estadísticas periódicas sobre solicitudes, concesiones e importes de la ayuda (se están dado desde 14 euros a 50 y  100 euros junto a los 462 prometidos), de las que el Gobierno informa a cuentagotas. Además, algunas ONGs denuncian que el periodo de retroactividad del ingreso (desde el 1 de junio) ha finalizado y muchas familias siguen esperando la ayuda sin tener ningún ingreso.

Es hora de cambiar radicalmente los requisitos para que el IMV llegue a los que de verdad lo necesitan. Los Directores y Gerentes de Servicios Sociales (DYGSS)  acaban de enviar al Gobierno unas propuestas de mejora muy concretas, que piden se incluyan en la Ley del IMV que está a debate en el Congreso. La primera y fundamental, que se cree una pasarela desde las rentas mínimas autonómicas, para que los 297.183 beneficiarios de estas ayudas autonómicas pasen a ser beneficiarios del ingreso mínimo vital, sin más papeleo adicional y con comprobaciones posteriores. La segunda propuesta, que las familias afectadas por la pandemia y cuyos ingresos han caído drásticamente en 2020 puedan hacer “una declaración responsable” de esta caída de ingresos y con ella recibir el IMV, a expensas de regularizarlo y confirmarlo cuando declaren a Hacienda esta primavera. Y el tercer cambio, que se tenga en cuenta la situación familiar al hacer la solicitud y no un año antes, dejando que sean los servicios sociales los que informen sólo en los casos de discordancia.

Además, los expertos piden que se refuercen los servicios sociales municipales, que ya estaban sobrecargados antes de la pandemia (recibían 10 millones de consultas al año) y que se ayude a las ONGs sin ánimo de lucro, que colaboran en la gestión del IMV sin medios ni contrapartidas. Además, las ONGs piden más transparencia en la gestión de las solicitudes y una mejora de la gestión telemática, para conocer el estado de los expedientes. Y se quejan de que no se incluyan, junto al IMV, ayudas a la vivienda y alquileres sociales, uno de los problemas más graves que tienen las familias vulnerables. Y que no se les forme ni se diseñe su reinserción laboral, aunque se les obligue a apuntarse al paro.

Otro problema importante es que el ingreso mínimo vital ha desactivado las rentas mínimas que daban las autonomías. El dato que acaba de dar Cáritas es muy explícito: 4 de cada 10 familias que recibían ayudas autonómicas han dejado de recibirlas, por solicitar o percibir el ingreso mínimo vital. Y es que las autonomías han reaccionado cada una a su aire ante la llegada del ingreso mínimo: unas (Madrid) han suspendido algunas rentas mínimas, otras (Castilla la Mancha) han archivado las peticiones pendientes de rentas mínimas y otras  (Baleares) han subido sus rentas mínimas. Pero en general, las autonomías han visto el cielo abierto con el ingreso mínimo vital: una oportunidad de gastar en otras cosas esos 1.686 millones de euros que hasta ahora gastaban en rentas mínimas para  familias desfavorecidas, a las que dan entre 667 euros (País Vasco) y 400 (Madrid).

Lo lógico sería que las rentas mínimas desaparecieran en el ingreso mínimo vital, pero que ese dinero no se perdiera: que las autonomías lo utilizaran para complementar el IMV, para reforzar los servicios sociales (autonómicos y sobre todo municipales), para financiar a las ONGs y, sobre todo, para financiar ayudas complementarias a las familias más vulnerables (alquileres, becas, ayudas de comedor) y para poner en marcha programas de formación y políticas de empleo para la reinserción laboral de las familias más pobres. No ahorrarse el gasto en rentas mínimas sino hacer más y mejor gasto social autonómico.

El ingreso mínimo vital tiene recursos (3.100 millones para 2021), aunque quizás necesite más, si la recuperación se retrasa. Pero lo que más necesita es flexibilidad y transparencia, para que las familias más afectadas por la pandemia tengan ayudas ya, sin retrasos. Hay que reducir burocracia y dejar de poner trabas a los pobres, como denuncian las ONG. Pero no basta con esta ayuda. No podemos dejar que la pobreza se enquiste, en determinados colectivos y familias (madres solas con hijos, trabajadores precarios, inmigrantes, jóvenes y mujeres). Hay que poner en marcha un Plan de choque para que vuelvan a trabajar y tener ingresos, apostando por su formación y tutelando su recolocación desde las oficinas de empleo (que hay que reformar y dotar de medios). Y en paralelo, aprobar un Plan de alquileres subvencionados  y viviendas sociales. Y programas específicos de seguimiento educativo, para que los hijos de familias pobres no abandonen el colegio y tengan acceso a becas y educación online. Y una atención específica a las familias pobres con padres e hijos dependientes y con niños.

No vale con asegurar a los pobres una pequeña ayuda para sobrevivir, que hoy no llega a la mayoría. Hay que hacer una política social eficaz, no sólo por una cuestión de justicia sino por una mera cuestión económica: una pobreza y desigualdad excesivas son” un lastre para tener un crecimiento sostenible”, como dijo el gobernador del Banco de España en el Congreso. Así que luchar contra la pobreza y la desigualdad no es “de izquierdas” sino de puro sentido común: si 1 de cada 4 ciudadanos está en situación de pobreza, ni consumen, ni crean riqueza, ni pagan impuestos o pensiones, ni creceremos suficiente. Y además, esta tremenda pobreza alimenta los populismos y deteriora la democracia

Por eso, un objetivo de la recuperación, de los Fondos europeos, debe ser reducir la pobreza y la desigualdad, crear más empleo y mejorar el nivel de vida de 10 millones de españoles vulnerables. Salir de la recesión sin que muchos se queden atrás. Un reto de todos, por la justicia, la economía y la democracia.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Gasto social: poco y mal hecho (según la OCDE)


Hay que conseguir que el crecimiento beneficie a todos. Hemos dejado a muchos fuera”. No lo ha dicho un economista de izquierdas ni alguien del PSOE o de Podemos. Lo ha dicho en Madrid el secretario general de la OCDE, que integra a los 36 paises más industrializados del mundo. Su último informe sobre España reitera que crecemos pero “con mucha pobreza y desigualdad”, como ya dijo la Comisión Europea en marzo. Y revela que España gasta poco y mal en políticas sociales, porque los impuestos y transferencias ayudan más a los que más tienen, con lo que nuestra política social es la 4ª peor de Europa, tras Grecia, Italia y Portugal. Lo dijo también la Comisión Europea, en su informe de primavera: las políticas sociales reducen menos la pobreza y la desigualdad en España que en Europa. Pero ni Gobierno ni oposición se dan por enterados: están a “otras cosas”. Y por eso, la mayoría de españoles no notan la recuperación. Y crecen los populismos y extremismos o la abstención.


La economía española sigue creciendo, pero menos (2,6% este año frente a 3,1% en 2017) y aún crecerá menos en 2019 (2,2%), según el último informe sobre España 2018 de la OCDE, presentado el 22 de noviembre. Pero su mayor preocupación no es que España crezca más sino “conseguir que el crecimiento beneficie a todos”, algo que no ha pasado con la recuperación iniciada en 2014. “Hemos dejado a muchos fuera”, reconoció en Madrid el secretario general de la OCDE, la organización que integra a los 36 paises del mundo más industrializados (salvo China). Por eso, el informe señala que el gran reto de España es “conseguir que los retos de la recuperación económica se compartan de forma más generalizada y que nadie quede excluido”. Para ello, proponen “mejorar el bienestar y reducir las desigualdades sociales y regionales” en España. Lo mismo dijo en marzo la Comisión Europea, en su informe sobre España 2018: el crecimiento no ha reducido la pobreza y la desigualdad, que son de las más altas de Europa, y hacen falta políticas sociales eficaces para que la recuperación económica llegue a todos.

En su Informe económico 2018 sobre España, la OCDE dedica muchas páginas a hablar de dos problemas sobre los que casi nadie habla: la pobreza y la desigualdad, porque considera que pueden “perjudicar el crecimiento, la productividad y las oportunidades de inversión”. Empezando por la pobreza, la OCDE destaca que “no ha dejado de crecer en España”, donde un 26,6% de la población (12.236.000 españoles) son “oficialmente pobres, según la estadística europea AROPE: o ingresan menos del 60% de la media (familias con 2 hijos que ingresan menos de 17.896 euros al año o solteros con menos de 8.522 euros) o tienen poco empleo o privaciones materiales severas. Y la OCDE destaca la pobreza infantil en España, señalando que “se ha disparado durante la crisis”: afecta al 22% de los niños de menos de 18 años, casi el doble que en la OCDE (13% niños son pobres), siendo España el tercer país con más niños pobres, tras Israel y Turquía (25%).Y además, destaca el informe, 8 de cada 10 niños españoles en edad escolar sufren “carencias materiales”, sobre todo en vivienda y educación, básicamente por el paro o la precariedad laboral de sus padres.

En marzo, el informe de la Comisión Europea sobre España ya alertaba de la pobreza y destacaba  que se cebaba en los niños (el 28,8% de los menores de 16 años son “pobres”), los parados (el 59,1% son pobres), las madres solas con niños (47,9% están en riesgo de pobreza), los inmigrantes (40,8% de los que vienen de Europa son pobres y el 58,7% entre los que vienen de otros paises), jóvenes (34,8% entre 16 y 29 años) y mujeres (27,1% de tasa de pobreza frente al 26% los hombres). Y también revelaba que muchos trabajadores españoles son “pobres”: un 14,8% de los trabajadores son pobres, frente al 8% en la OCDE, lo que sitúa a España como el país con más trabajadores pobres de la zona euro y el 7º de la OCDE (tras China, India, Costa Rica, Turquía, Brasil y México).

La OCDE destaca que el otro gran problema de España es la desigualdad, mayor que la media de los 36 paises OCDE: la desigualdad de ingresos en España (0,34 en el índice de Gini) nos coloca en el puesto 9º del ranking de desigualdad OCDE (índice 0,31), sólo con menos desigualdad que México, Chile, Turquía, EEUU, Israel, Reino Unido, Nueva Zelanda y Letonia. Y eso es consecuencia de que los ricos son ahora más ricos y los pobres más pobres, por el triple efecto del paro, el subempleo y los bajos salarios. El dato que aporta la OCDE es muy explícito: el 20% de españoles más ricos gana 6,6 veces más que el 20% más pobre, cuando en la OCDE esa desproporción es de 5 veces. Y además, ha empeorado con la crisis, porque la desproporción en España era de 5,6 veces en 2008.Y el 10% de los hogares acomodados posee ya la mitad de la riqueza total de España, mientras que sólo un 20% de esa riqueza está en manos del 60% más pobre, según el informe de la OCDE.

Para la OCDE, lo preocupante no es solo que se hayan agravado las diferencias de ingresos sino que la desigualdad se ha instalado en España en múltiples ámbitos: hay desigualdad por edades (los jóvenes tienen menos trabajo y más paro que los adultos), por sexos (la mujer trabaja y cobra menos), por nivel de formación (las personas sólo con la ESO tienen un 15% menos de posibilidades de encontrar trabajo, una brecha superior a la que existe en dos tercios de paises OCDE) y por regiones (el paro en Andalucía es el 22,85% y en Baleares el 7,16%), con un gran desequilibrio de rentas entre autonomías (la riqueza por habitante en Extremadura es de 18.283 euros, la mitad de la renta de Madrid, que fue de 36.276 euros por habitante en 2017, según el INE). Y todo ello, sin olvidar la desigualdad de España con Europa: tenemos el 92% de la renta media europea (26.700 euros/habitante) y ocupamos el lugar 14º en el ranking de riqueza europeo, según Eurostat (2017), a pesar de ser la cuarta mayor economía  y la tercera mayor de la zona euro.

Lo peor ya no es sólo que la pobreza y la desigualdad hayan crecido en España a pesar de la recuperación. Lo más preocupante es que España lo ha hecho mal al tratar de corregirlo con los impuestos y transferencias, con la política social, según destaca el informe de la OCDE. Por un lado, revela que el gasto social en España es bajo respecto a la OCDE, salvo en pensiones (porque somos el 2º país más envejecido del mundo) y desempleo (porque somos líderes en paro, tras Grecia). De hecho, el gasto en protección social en España supuso el 16,8% del PIB en 2016, unos 25.700 millones de euros menos de gasto social que la media europea (19,1% del PIB en gasto social), según Eurostat. España gasta menos cada año en la vejez (9,2% del PIB frente a 10,2%), enfermedad e invalidez (2,4% del PIB frente al 2,7% la UE-28) y familia (0,7% del PIB frente al 1,7% en la UE-28), gastando sólo más en desempleo (1,8% del PIB frente al 1,3%), porque tenemos más del doble de parados.

Pero lo más llamativo del informe OCDE es que revela que España gasta mal lo poco que gasta en políticas sociales. Por un lado, las transferencias en efectivo que hace el Estado benefician más a las familias con más ingresos, con lo que agravan y no corrigen la desigualdad: el 20% más pobre de españoles reciben el 55% del pago medio por transferencias (en la OCDE reciben el 119%) y el 20% de españoles más ricos reciben el 160% de la media (el 95% en la OCDE). Eso supone que España es el cuarto país de la OCDE que corrige peor las desigualdades, tras Grecia, Italia y Portugal, cuyas políticas sociales son también “regresivas”, ayudan más a los que más tienen.

La clave de que esto pase son los impuestos, que están mal orientados en España y no ayudan a corregir las desigualdades, según detalla el informe de la OCDE.  Sobre todo en el IVA, las exenciones y tipos reducidos restan ingresos pero no ayudas a los más pobres sino a las clases más acomodadas y a sectores que no lo necesitan (como el turismo, que se beneficia del 10% de IVA). También hay deducciones y exenciones en el IRPF que ayudan más a los que más tienen (Planes de pensiones, ahorro…). Y por supuesto, lo poco que pagan las grandes empresas en Sociedades. La OCDE alerta también de las rebajas en el impuesto de Sucesiones (herencias) hechas por varias autonomías, que dicen “benefician a los más acomodados”. Y en general, señalan que los impuestos están orientados en España a las rentas del trabajo (aportan el 83% de los ingresos”) lo que agrava la desigualdad y “penaliza el crecimiento y el empleo”, según la OCDE.

Esta crítica de la OCDE a la política social en España se suma a la que hizo la Comisión Europea en marzo, en su informe sobre España 2018, donde señalaba que “la capacidad redistributiva de los impuestos y las prestaciones sociales es baja en comparación con otros paises europeos”. Y daba este dato: las políticas sociales en España sólo reducen las desigualdades un 34,5%, mientras en Europa las reducen un 40% de media. Y señalaba varias causas, además de unos impuestos poco progresivos: baja cobertura del desempleo y por poco tiempo (el 45% de los parados EPA no cobra ningún subsidio), pocas ayudas familiares y unas ayudas públicas a los más pobres (rentas mínimas) que llegan a poca gente (314.562 beneficiarios) y que pagan poco (434 euros de media, con grandes diferencias entre los 300 euros mensuales de Murcia o los 385 euros de la Comunidad Valenciana y los 672 euros que paga el País vasco o los 600 euros de Navarra). Y la Comisión llamaba la atención sobre el bajo gasto público español en prestaciones familiares (el 1,3% del PIB frente al 2,4% en la UE-28), que explica en gran medida el aumento de la pobreza infantil.

Con este panorama de mucha desigualdad y pobreza y bajas ayudas sociales poco eficaces, no es extraño que la mayoría de los españoles (el 70%, según el Informe FOESSA 2017) digan que “no notan la recuperación”. Y que un 93,2% de españoles consideren la actual situación económica como muy mala (15,2%), mala (33,9%) o regular (44.1%), según el Barómetro del CIS, aunque llevemos 5 años creciendo más que los grandes paises de Europa. El problema es, como reiteran la OCDE y la Comisión Europea, que este crecimiento no es “inclusivo”. A lo claro: que beneficia a algunos pero no a la mayoría. Y eso perjudica a la recuperación, como advierte ahora la OCDE y antes la ministra de Economía, Nadia Calviño, quien cree que la pobreza y la desigualdad son uno de los tres grandes desequilibrios económicos de España, junto al paro y la deuda, porque tener a tantos españoles malviviendo  (12,2 millones) reduce el consumo y frena el crecimiento y el empleo, rebaja la recaudación fiscal y deteriora las cotizaciones y el déficit de las pensiones.

Así que crecer de forma desigual no es sólo injusto socialmente sino que pone en peligro la recuperación económica, además de fomentar el desinterés por la política y engrosar los populismos y radicalismos. Por ello, la OCDE propone a España “un crecimiento más inclusivo” , utilizando para ello diversas palancas. La primera, la política de empleo, fomentando (con una reducción de cotizaciones) la contratación estable de los trabajadores con salarios más bajos, jóvenes, mujeres y parados de larga duración, favoreciendo los trasvases de personas entre las regiones con más paro y menos. La segunda, la política educativa, para reducir el abandono escolar (18,3%) y los repetidores (tenemos la segunda mayor tasa de la OCDE), mejorando la formación de jóvenes y adultos. La tercera, la política de apoyo a la familia, con más ayudas a las familias con hijos y a las guarderías- La cuarta, una política de vivienda que facilite el alquiler, una losa para las familias: se llevan el 40% de los ingresos del 38,4% de familias más pobres en España y del 36% en Europa. Y la quinta y clave, otra política fiscal y social, que consigan recaudar más (España ingresa 81.456 millones menos cada año que la media europea) y gastar mejor, haciendo pagar más impuestos a los que más tienen y concentrando las ayudas sociales en las rentas más bajas.  

Este reciente informe de la OCDE sobre España está ahí, como el informe de la Comisión Europea de marzo. Pero el Gobierno y los políticos no los hacen ningún caso: están a lo suyo, a sus peleas diarias y a preparar las próximas elecciones. Y mientras, el crecimiento se debilita y se reparte de manera muy desigual, año tras año. Y, como dijo el secretario general de la OCDE, muchos “se quedan fuera” de la recuperación. Y no sólo es socialmente injusto, sino que pone en peligro la recuperación y el empleo, además de fomentar el desencanto político y los populismos extremos. A ver cuántos informes más necesitamos  (y cuantos "avisos" como el de las elecciones en Andalucía) para tomar medidas y crecer de forma más sana y justa.