Mostrando entradas con la etiqueta política industrial. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta política industrial. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de junio de 2022

La industria pide paso

Este mes, el día 21, los sindicatos se manifiestan no para pedir más salarios sino para pedir más industrias. Saben que el futuro del empleo pasa por promover nuevas industrias, que crean un empleo más estable y mejor pagado, más inmune a las crisis que el de los servicios, como se ha visto con el coronavirus. Por eso, la prioridad de los Fondos europeos es relanzar la industria, junto a la economía verde y la digitalización. En España, ya se han aprobado 8 Planes estratégicos (PERTEs), para apostar por el coche eléctrico, la industria agroalimentaria, naval y aeroespacial, la economía circular, energías renovables y microchips, con una inversión estratosférica (66.000 millones), que espera crear 500.000 nuevos empleos industriales en 4 años. Parece que esta vez se apuesta por la industria y no sólo por batir récords de turistas, bares y comercios. Ahora falta una Ley de la Industria (es de 1992) y concretar el Pacto de Estado por la industria, que firmaron (¡en 2016 ¡) sindicatos y patronal. A ello.

Enrique Ortega

La pandemia sumió al mundo en una grave crisis económica, que ha afectado sobre todo a los servicios, en especial al turismo y al consumo. Curiosamente, la industria salió mejor parada, a pesar de los cierres durante algunos meses de las factorías y la interrupción de suministros en el comercio mundial. Los datos indican que mientras la economía se desplomaba en el primer año de la pandemia (-10,8% cayó el PIB en España), la industria ganó peso en la economía en 2020 y también en 2021: pasó de aportar el 14,5% del crecimiento (PIB) en 2019 al 14,7% en 2020 y el 15,3% en 2021. Y los datos del INE revelan que la industria ha seguido mejorando su peso en el primer trimestre del 2022, al aportar ya el 16% del crecimiento total de la economía. Y ello gracias a un menor peso de los servicios y la construcción, más dañados por la pandemia.

Pero esta ligera mejoría de la industria, por la mayor caída de los servicios, no puede ocultar que la industria en España está “de capa caída” comparada con hace 50 años: en 1970, la industria suponía más de un tercio de la economía (aportaba el 38% del PIB) y todavía en 1980 éramos la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (ruinosas). En los años 90, el gobierno Aznar privatizó las empresas públicas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. El resultado fue que el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,86% del PIB en 1987 al 16,36% en 2007 y un mínimo del 15,98% en 2013, el peor año de la crisis. A partir de ahí, siguió perdiendo peso, hasta aportar sólo el 14,5% en 2018 y 2019. Y sólo ha mejorado su aportación después (hasta el 16% actual), por la caída de los servicios con el coronavirus.

Con ello, España es ahora la 17ª potencia industrial del mundo y compite sobre todo en precio, por nuestros menores salarios en relación a la mayoría de Europa. Y la industria tiene un menor peso en España que en Europa: ese 15,3% que aporta a la economía (2021) contrasta con un 19% de media en Europa, el 23,6% de Alemania y el 17,4% de Italia,  aunque supera a Francia (13% aporta la industria) y queda muy por debajo de los paises de Europa del Este (con más del 20% de peso de la industria), según Eurostat. Y queda lejos del objetivo europeo para 2020: que la industria aportara el 20% del PIB.

Lo más preocupante no es sólo que la industria española no recupere el peso del pasado sino que se ha perdido mucho empleo industrial, trabajadores que se han cambiado a la construcción o a los servicios: se ha pasado de 3.244.300 empleos en el verano de 2008 a 2.697.100 ocupados en el primer trimestre de 2022, según la EPA. Son -547.200 empleos industriales perdidos entre la crisis financiera (-480.600) y la pandemia (-66.600). Esta caída del empleo industrial preocupa doblemente a los sindicatos: porque son empleos perdidos y porque los empleos industriales son “de más calidad” (mejores contratos, bien pagados).

Ahora, en 2022, se esperaba que la industria siguiera mejorando, tras haberse superado lo peor de la pandemia. Pero el 24 de febrero, Putin invadió Ucrania y estalló  una nueva crisis que ha trastocado otra vez la economía y también a la industria, que sufre una “tormenta perfecta”: se les han disparado los precios de la energía (gas, luz y carburantes) y las materias primas, mientras se mantienen los problemas de suministros en el mercado internacional. De hecho, la industria está siendo el sector más afectado por la alta inflación (+8,7% en mayo), sobre todo las industrias más dependientes de la electricidad (cuyo precio se ha duplicado en 2022), como la siderurgia, el aluminio o el cemento, o del gas natural (cuyo precio se ha multiplicado por 10), como la industria química o la cerámica.

La consecuencia es que la industria también “ha pinchado”, como el resto de la economía (+0,3% de crecimiento este primer trimestre, frente al +5,1% que crecimos en 2021), cayendo en el primer trimestre (-1,4%), como la agricultura (-2,2%), mientras se mantenían la construcción (+0,3%) y los servicios (+0,4%). El mayor problema en la coyuntura industrial lo tienen la fabricación de vehículos, la metalurgia y los plásticos (que caen en el primer trimestre), mientras aguantan mejor la industria de la madera y corcho, las refinerías, el textil, los productos electrónicos y farmacéuticos, según el Índice de producción industrial. Y otro indicador, el de clima industrial, ha caído en abril a niveles negativos, por primera vez desde junio de 2021. Lo que preocupa ahora a 3 de cada 4 empresas industriales es la inflación, la escasez de materiales y  la falta de demanda.

Antes de que estallara la guerra de Ucrania, la mayoría de los paises europeos ya habían aprendido una lección con la pandemia: que es demasiado peligroso depender de los servicios y que la industria es menos vulnerable a las crisis. Los datos lo dejan muy claro: los paises que mejor han aguantado el impacto de la pandemia han sido los paises con más peso de la industria: en 2020, China (la fábrica del mundo) creció un +2,3%, lo mismo que Taiwán (+3,1%), mientras Corea del Sur sólo caía un -1%. Y en Europa, Alemania caía un -4,9%, mientras paises con menos peso de la industria y más dependientes de los servicios sufrían una mayor crisis: Francia (-8,2%), Italia (-8,9%) y España (-10,8%).

Esta mayor o menor caída de las economías según el menor o mayor peso de la industria no es casualidad. Porque la industria ha demostrado, en todas las crisis (en la de 2008-2010 y ahora en la pandemia), que es menos vulnerable y que mantiene mejor la actividad y el empleo que los servicios. Ello se debe a que la industria es más innovadora (el 47% de las empresas innovadoras son industriales), compite mejor fuera (en España, el 83% de todas las exportaciones las hacen empresas industriales), tienen una mano de obra más formada y crean empleos más estables y mejor pagados (cobran un 20% más que en los servicios). Por todo ello, tener más industria supone disponer de “una red de seguridad” frente a las crisis. Eso sí, en el caso de Europa y España, la pandemia ha revelado la excesiva dependencia de China y Asia, así como de las cadenas internacionales de suministro (puertos, barcos, camiones), lo que exige ahora buscar una mayor autonomía industrial.

Por todo ello, la Comisión Europea lleva varios años impulsando una nueva política industrial europea, asentada en potenciar los sectores estratégicos, para lograr grandes compañías que puedan competir con EEUU, China y Asia, asegurando los suministros y la independencia europea en futuras crisis, tras las enseñanzas de la pandemia y ahora la guerra de Ucrania. Por eso, la política industrial es uno de los objetivos claves del Plan de Recuperación europeo (“Next Generation EU”), junto a la reconversión energética y la digitalización.

En el caso de España, durante muchas décadas se ha vivido con la idea de que “la mejor política industrial es la que no existe”. Así que los distintos Gobiernos se han dedicado a facilitar la inversión de las multinacionales (automóvil, farmacéuticas), pero sin entrar en una “planificación de la industria”, escaldados por la historia de las reconversiones de empresas públicas. Hasta que en junio de 2018, el nuevo presidente Sánchez, crea otra vez el  Ministerio de  Industria (antes, con Rajoy, estaba dentro del Ministerio de Economía) y posteriormente, en febrero de 2019, se aprueba las Directrices de la Nueva Política Industrial para 2030. Es el primer esbozo de una apuesta por la industria a medio plazo, que tarda en concretarse por los cambios políticos, aunque se traduce después en mayores recursos para la industria en los Presupuestos de 2020 y 2021.

Pero el gran salto, la verdadera apuesta por la industria se da con el Plan de recuperación, enviado a Bruselas el 30 de abril de 2021. Ahí se decide destinar el 17,1% de todos los recursos del Plan (70.000 millones de subvenciones europeas) a la política industrial en los próximos cuatro años. El objetivo es modernizar la industria española para que sea “más verde digital y tecnológica”, dotando a los programas con 6.106 millones de inversiones públicas entre 2021 y 2023 (3.781 millones con Fondos UE). La apuesta es apoyar a los sectores industriales claves (“tractores), como la automoción, la industria agroalimentaria, química, farmacéutica, aeronáutica y máquina herramienta, apostando además por sectores nuevos, que quiere impulsar Europa, como las baterías, el hidrógeno verde, la economía circular (residuos) y los microprocesadores.

Esta apuesta por la industria en el Plan de recuperación se ha traducido en la aprobación (entre julio de 2021 y mayo de 2022)  de 8 Programas estratégicos (PERTE), que son proyectos industriales a medio plazo donde se pone dinero público (de los Fondos UE y del Presupuesto) para atraer también inversiones privadas: PERTE del vehículo eléctrico (24.000 millones a invertir entre 2021 y 2023, 4.300 públicos), PERTE energías renovables (16.300 millones, 6.900 públicos), PERTE agroalimentario (3.000 millones, 1.000 públicos), PERTE economía circular (1.200 millones, 492 públicos), PERTE industria naval (1.460 millones, 310 públicos), PERTE industria aeroespacial (4.533 millones, 2.193 públicos), PERTE digitalización ciclo del agua (3.060 millones) y PERTE microelectrónica y semiconductores (12.500 millones de inversión pública, el programa más ambicioso). En total, una inversión industrial histórica, de 66.000 millones de euros, que pretende crear 500.000 nuevos empleos.

Ahora, España tiene un Plan para relanzar la industria y abundante dinero público (español y europeo), que necesita contar ahora con inversiones privadas y proyectos viables, que hay que ejecutar bien y a tiempo (si no, perderemos las ayudas europeas). Pero en paralelo a la ejecución de los nuevos proyectos, la industria española (toda) tendrá que reconvertirse y resolver sus problemas de fondo, sus debilidades: escaso peso de la tecnología, pequeño tamaño industrias, escasa financiación, baja formación trabajadores, altos costes de la energía y el hándicap de la geografía. Y además, hay que reducir la tremenda disparidad regional: sólo hay 3 regiones españolas con un peso importante de la industria (más del 20% de su PIB regional: Navarra, la Rioja y el País Vasco), mientras la mayoría tiene un peso bajo (en torno al 10%) y hay 5 regiones con un peso mínimo de las industria (del 2 al 7% de su PIB), concretamente Baleares, Canarias, Madrid, Extremadura y Andalucía.

La primera debilidad de la industria española es el escaso peso de la industria “tecnológicamente avanzada” (sólo el 6,2% del total), frente al enorme peso de las industrias tradicionales (agroalimentación, química, farmacéutica, automóvil y transporte suponen el 55% de la industria), lo que se traduce en menor productividad y competitividad, según este estudio de CCOO. La segunda debilidad  es el tamaño, demasiado pequeño porque hay un exceso de pymes en la industria: sólo el 15% de las industrias españolas tienen más de 10 empleados, frente al 38% de las industrias alemanas. Y la cifra media de negocio de las industrias españolas es de 3,42 millones de euros, frente a 4,17 millones de media que facturan las industrias europeas. Este menor tamaño redunda en menos inversión, menos tecnología y peor accedo al crédito. La tercera debilidad es el atraso tecnológico, por partida doble: España como país gasta menos en Ciencia (1,41% del PIB frente a 2,32 la UE -27) y las empresas españolas gastan en tecnología la mitad que las europeas. La cuarta debilidad es el mayor coste de la energía en España, lo que debilita su competitividad. La quinta, que las empresas (todas) tienen más dificultades para financiarse (la banca española “ha huido” de la industria). Y luego hay una 6ª debilidad, geográfica: nuestras industrias están en una punta de Europa y tienen que recorrer 2.300 kilómetros para llegar a los mercados de Centroeuropa.

Con todos estos “hándicaps”, aumentar el peso (y el empleo) de la industria en España no va a ser fácil. Pero es clave para consolidar una economía más estable en las crisis. Por eso, sindicatos y patronal ya firmaron el 26 de noviembre de 2016 un Pacto de Estado por la industria, algo poco usual, acordando un decálogo de medidas que pidieron entonces al Gobierno Rajoy: rebaja costes energéticos, digitalización de la industria, aumento tamaño empresas (fomentando fusiones), mayor inversión en tecnología e innovación, mejora en la formación, más financiación, unidad de mercado (no 17 regulaciones autonómicas), reducir los costes logísticos y de distribución, mejorar la sostenibilidad medio ambiental y ayudar a la expansión internacional de las empresas (captando más inversiones extranjeras).

Pasaron los años, cambió el Gobierno y las medidas no se aprobaban. El 22 de marzo de 2021, sindicatos y patronal volvieron a presentar su Pacto de Estado por la Industria en la Comisión de Industria del Congreso, donde todos los grupos lo apoyaron, pero sin más. Y hasta septiembre de 2021 no se creó el Comité Ejecutivo del Foro de Alto Nivel de la industria española, integrado por 30 organizaciones, entre ellas el Gobierno, sindicatos y patronal, que tienen pendiente aprobar formalmente el Pacto otra vez (ojo: ¡ 6 años después ¡), para enviarlo al Parlamento y que se traduzca en medidas concretas. Entre ellas, una nueva Ley de Industria, que sustituta a la vigente, que es de 1.992. El Gobierno lanzó a consulta pública un borrador de esta Ley en abril y quiere aprobarla este año 2022.

Como se ve, hay muchos motivos para que los sindicatos se manifiesten este mes para pedir de una vez medidas concretas para relanzar la industria española, porque no basta con los Fondos Europeos y los PERTEs. Hay que aprobar medidas para afrontar las debilidades estructurales de la industria y reforzarla para afrontar los retos de este siglo, básicamente la digitalización, el cambio climático y la revolución tecnológica. Hay que apostar a tope por la industria, porque es apostar por un empleo estable y de calidad. No podemos seguir siendo un país de hoteles, bares, comercios y grúas. Nos faltan industrias.

jueves, 9 de noviembre de 2017

La industria no se recupera


España lleva 4 años creando empleo (precario), pero casi en exclusiva en los servicios: 73 de cada 100 nuevos empleos (la mitad en el turismo, la hostelería y el comercio) y sólo 17 de cada 100 en la industria, el sector que crea un empleo más estable (80% indefinido) y mejor pagado. La industria española ha ido perdiendo peso desde los años 70, cuando aportaba el 38% de la riqueza, y ahora sólo aporta el 12,87% del crecimiento (PIB), lejos del objetivo del 20% que busca Europa para 2020. Hace ya un año que sindicatos y patronales firmaron un Pacto por la industria, pidiendo una serie de medidas para impulsar la industria en España, pero el Gobierno Rajoy no ha tomado ninguna ni la oposición se lo ha exigido. Y eso es preocupante, porque reindustrializar España es clave para asentar la recuperación y mejorar la competitividad en el mundo. El futuro está en la industria. No podemos ser un país de bares, hoteles y tiendas.

Hubo una época, los años 60 y 70 del siglo XX, en que España fue un país industrializado: el desarrollismo franquista llegó de la mano del turismo y de una poderosa industria estatal (a través del INI), asentada en la siderurgia, el naval, la energía, los automóviles, la aeronáutica, la química y las farmacéuticas. En 1972, la industria suponía más de un tercio de la economía (38,87% del PIB) y todavía en 1980 España era la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el Gobierno de Felipe González se vio obligado a afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (una fuente de pérdidas). Y en los años 90, el Gobierno Aznar privatizó las industrias públicas más rentables (de Telefónica a Repsol), mientras España se volcaba en el ladrillo y en los servicios. El resultado es que ahora estamos en el puesto 15º del ranking industrial mundial (y bajando) y la industria aportó en 2016 sólo el 12,87% de la riqueza (el 16,20% si sumamos la construcción), según la Contabilidad nacional del INE, lejos del 15,5% que aporta la industria en Europa (y del 22% en Alemania).

La industria es un sector importante en la economía de cualquier país, no sólo porque genera más riqueza (es “más productiva” que la agricultura, la construcción o los servicios) sino porque su empleo es más estable (el 80% de los contratos en la industria son indefinidos) y está mejor pagado: el sueldo medio en la energía es de 51.919 euros y el de las industrias manufactureras de 26.543 euros, frente a 19.651 euros que ganan en el comercio o los 13.977 euros de sueldo medio en la hostelería, según la última Encuesta anual de estructura salarial del INE (datos 2015). Además, es un empleo “más seguro”: en las crisis, cae menos que en el resto de los sectores. Así, en España, la industria ha sido el segundo sector que perdió menos empleo entre 2008 y 2014 (985.700 ocupados menos, el 30% de los que trabajaban en la industria), sólo más que la agricultura (21.500 empleos perdidos)  y menos que la construcción  (1.617.300 empleos perdidos, el 63% del empleo que había antes de la crisis) y los servicios (1.071.800 empleos perdidos, el 7,6% del empleo de 2008).

El problema ahora es que la recuperación ha llegado menos a la industria. Por un lado, el peso de la industria en la economía apenas ha mejorado con el crecimiento de la economía: si en 2007 aportaba el 13,47% del PIB (y el 16,36% con la construcción), en 2013 había bajado al 12,25% (12,45% con la construcción) y en 2016 sólo aporta el 12,87% (el 16,20% con la construcción), según la Contabilidad nacional del INE. Y lo peor es el empleo: si España ha creado algo más de 2 millones de empleos desde la primavera de 2014 (+2.098.600 empleos según la EPA), sólo 372.100 de esos nuevos empleos se han creado en la industria (el 17,7%), frente a 1.546.100 en los servicios (el 73,67%) y 212.500 en la construcción (el 10,12%), mientras la agricultura sigue destruyendo empleo (-32.100 más desde 2014).

El problema es que el nuevo empleo se ha creado sobre todo en los servicios (la mitad en la hostelería, el turismo y el comercio), donde ya hay más gente trabajando que antes de la crisis (14.446.900 personas en septiembre de 2017, frente a 13.972.600 en 2008). Y mientras, la industria ha recuperado sólo un tercio del empleo perdido con la crisis: 372.100 de 985.700 perdidos, con lo que hoy trabajan en el sector industrial 613.600 personas menos que antes de la crisis (2.670.700 frente a 3.284.300). Y esta menor recuperación del empleo en la industria se traduce en que el empleo hoy es más precario, menos estable y peor pagado. Y que la economía es menos competitiva (España ha caído hasta el puesto 34 en el ranking mundial de competitividad 2017 del Foro Económico Mundial)  y menos productiva, porque el crecimiento se asienta más en los servicios y menos en la industria. Somos cada vez más un país de bares, hoteles y tiendas y menos un país de industrias. Y así nos va.

La pérdida de la industria no es un problema sólo de España sino también de Europa, que ha perdido potencia industrial en las últimas dos décadas frente a Estados Unidos, Japón, China y los paises emergentes, donde muchas industrias europeas han trasladado cadenas de producción y montaje, en perjuicio del empleo industrial en Europa. Por ello, la Comisión Europea pidió a los paises, en marzo de 2014, un Plan conjunto para recuperar la industria europea, con el objetivo de que aportara el 20% de la riqueza (PIB) en  2020 (ahora es el 15,5%, aunque en Alemania llega al 22%). El Gobierno Rajoy aprobó en septiembre de 2014 una Agenda para el fortalecimiento de la industria, con un catálogo de 100 medidas, pero ha quedado en “papel mojado”, sin apenas recursos. Y la industria no se recupera.

La industria española tiene una serie de debilidades estructurales, señaladas en un reciente documento de CCOO. La primera, el reducido peso de la industria tecnológicamente avanzada (sólo el 6,2% del total) frente al enorme peso de las industriales tradicionales (agroalimentaria, química, farmacéutica, automóvil y transporte suponen el 55% de la industria), lo que se traduce en una menor productividad y competitividad. La segunda, el elevado peso de las pymes: sólo el 15% de las empresas industriales españolas tienen más de 10 empleados, frente al 38% de las industrias alemanas. Y ese menor tamaño redunda en menos inversión, menos tecnología y peor acceso al crédito. La tercera debilidad es el atraso tecnológico, derivado de que España no invierte (más bien recorta) en Ciencia (el 1,23% del PIB frente al 2,02% la UE-28) y de que las empresas españolas gastan en tecnología la mitad que las europeas (un 0,64% del PIB frente al 1,07%) y un tercio que las empresas de los paises OCDE (que invierten el 1,5% del PIB  en tecnología). La cuarta debilidad, la falta de financiación a la industria, ahora que los grandes inversores se dedican a la especulación financiera e inmobiliaria y la banca “ha huido” de la industria. Y hay un quinto "hándicap", la geografía: nuestras industrias están a 2.300 kilómetros de los mercados del centro de Europa, aunque también están muy bien situadas como "puente" frente a América y África.

Todavía hay otras dos debilidades muy importantes. Una, que las industrias españolas pagan la electricidad mucho más cara que las europeas, lo que les resta competitividad y eficacia: el precio del kilowatio industrial era de 0,086 euros en 2016 (sin impuestos), un 28,3% más caro que en Alemania (0,067 €/kWh, también sin impuestos), un 30,3% más caro que en Francia (0,066 €/kWh) y un 21% más caro que la media europea (0,071 €/kWh), según datos de Industria. Y la otra, que la industria española cuenta con una mano de obra poco formada: el 41,7% de los adultos españoles tienen una formación baja (la ESO o ni siquiera) frente al 22% en la OCDE y el 20% en Europa (15% en Alemania) y otro 22,6% tienen una formación media (Bachillerato o FP), frente al 44% en la OCDE y el 46% de adultos en Europa, según los preocupantes datos del informe de la OCDE “Panorama de la educación 2017”.


Eso sí, hay una ventaja clara de la industria española, forzada por tener el doble de paro y la reforma laboral de Rajoy: sus costes laborales son más bajos que en la mayoría de Europa. Así, en 2016, el coste laboral por hora en España era de 21,3 euros, frente a 25,4 euros en la UE-28 y 29,8 euros/hora en los paises euro (+40%), muy lejos de los 35,6 euros/hora en Francia (+67%), los 33 euros/hora en Alemania (+55%), los 27,8 euros/hora en Italia (+30%) o los 27,7 euros/hora en Reino Unido (+30%), según Eurostat.

Los problemas están claros y los reiteran la mayoría de expertos. También que la industria es un sector clave para la recuperación, para conseguir aumentar la productividad y la riqueza del país y crear un empleo más estable, de más calidad y mejor pagado. Por eso, el 28 de noviembre de 2016 sucedió algo inaudito en España: los sindicatos (UGT y CCOO) y las principales patronales de la industria (del automóvil, la alimentación, la química, el petróleo, el cemento, el papel, la siderurgia, el metal,  el textil y el calzado) firmaron un Pacto de Estado por la Industria, un acuerdo donde pedían una serie de medidas para impulsar la industria en España. Básicamente, más apoyo a la tecnología y a la innovación, otra política energética, ayudas a la internacionalización de las empresas, más financiación a la industria, mejora de las infraestructuras y el transporte, políticas activas de formación, menos dispersión normativa por autonomías y más ayudas fiscales a la industria. Y que el Gobierno crease una Secretaría de Estado de Industria, como motor de la reindustrialización.

Ha pasado casi un año de la firma de este Pacto de Estado por la Industria y el Gobierno Rajoy no ha tomado ninguna medida para reindustrializar España, en medio del silencio (culpable) de la oposición. Incluso, ha desmantelado el anterior Ministerio de Industria y Energía y ha pasado las competencias de Industria al Ministerio de Economía, como una secretaria general (ver organigrama). Y no se apoya la Ciencia ni se recorta el coste de la electricidad industrial ni se buscan ayudas ni financiación a la industria, siguiendo con la vieja idea de la derecha conservadora de que “la mejor política industrial es la que no existe”. Y mientras, España es cada día más un país de bares, hoteles y tiendas. Así nos va. No podemos seguir apostando a ser “la California de Europa”. Hay que cambiar el modelo productivo, reindustrializar España a 20 años vista. El futuro está en la industria.