El coronavirus no
sólo ha causado enfermedad, muertes y la mayor crisis económica del último
siglo, sino que ha agravado la pobreza y la desigualdad, en el
mundo y en España, que ya era antes el 6º
país europeo con más pobreza y desigualdad. Ahora, 700.000 españoles se han sumado a los 10 millones que ya estaban en
riesgo de pobreza, según Oxfam. Y Cáritas
advierte que las peticiones de ayuda
han
aumentado un 77%, una cuarta parte de personas que nunca la habían pedido
antes. Ojo: hablar de pobreza y desigualdad no es “de izquierdas”: el gobernador del Banco de España dijo hace
una semana en el Congreso que uno de los 5 grandes retos de España
es reducir la desigualdad, porque
hace peligrar un crecimiento sostenible. Urge aprovechar la pandemia para revisar
el gasto social, “escaso e inútil” según la OCDE, el FMI y la Comisión
Europea. Y volcarse en conseguir empleo decente, formación, vivienda y ayudas
a las familias, las recetas
contra la pobreza.
Empezaré con un poco de historia, para situarnos. Las pandemias han acompañado a la humanidad desde siempre, como uno de “los cuatro jinetes” que han reducido la desigualdad a lo largo de los siglos, junto a las guerras, las revoluciones y los colapsos de los Estados, según relata Walter Scheidel en su excelente libro “El Gran Nivelador”, que recomendé leer hace dos veranos. Su tesis es que las muertes masivas de la Peste Negra del siglo XIV (se llevó del 25 al 40% de la población) o de “la Gripe española de 1918” (40 millones de muertos, el 2% de la población) sirvieron para reducir la mano de obra y subir los salarios, reduciendo la desigualdad, igual que han hecho las guerras y revoluciones. Pero ahora, el coronavirus no es tan letal (500.000 muertos sobre 7.800 millones de personas) y los expertos consideran que no servirá para reducir la desigualdad en el mundo, sino que la aumentará. Y eso, porque afecta más a unos paises que a otros (España e Italia o Latinoamérica) y, sobre todo, porque ha afectado más a los que ya eran más pobres, agravando la desigualdad.
enrique ortega |
Empezaré con un poco de historia, para situarnos. Las pandemias han acompañado a la humanidad desde siempre, como uno de “los cuatro jinetes” que han reducido la desigualdad a lo largo de los siglos, junto a las guerras, las revoluciones y los colapsos de los Estados, según relata Walter Scheidel en su excelente libro “El Gran Nivelador”, que recomendé leer hace dos veranos. Su tesis es que las muertes masivas de la Peste Negra del siglo XIV (se llevó del 25 al 40% de la población) o de “la Gripe española de 1918” (40 millones de muertos, el 2% de la población) sirvieron para reducir la mano de obra y subir los salarios, reduciendo la desigualdad, igual que han hecho las guerras y revoluciones. Pero ahora, el coronavirus no es tan letal (500.000 muertos sobre 7.800 millones de personas) y los expertos consideran que no servirá para reducir la desigualdad en el mundo, sino que la aumentará. Y eso, porque afecta más a unos paises que a otros (España e Italia o Latinoamérica) y, sobre todo, porque ha afectado más a los que ya eran más pobres, agravando la desigualdad.
El coronavirus no conoce fronteras y clases sociales, pero ha contagiado de forma desigual, cebándose
más entre los más pobres, según demuestran varios estudios. En España, los contagios se han concentrado en
los barrios más pobres de Madrid y Barcelona. Y lo mismo se ha detectado en
Inglaterra o Gales o en
Nueva York, donde los contagios se han duplicado entre los negros e
hispanos del Bronx respecto a los blancos de Manhattan. Y también en las
favelas de Brasil o en los barrios marginales de Lima o México DF. Y eso porque
las familias pobres tienen más
enfermedades previas (sobrepeso, hipertensión, diabetes), más dificultad para estar confinados (más
hacinamiento) y teletrabajar, empleos más precarios (los primeros que
se pierden) y dependen más de la economía sumergida y de trabajos que no entran
en ERTEs ni cobran desempleo. Y la
recesión del coronavirus también afecta de forma desigual a los paises, agravando la crisis en los paises que
viven del turismo y los servicios (España e Italia) y donde hay más economía
sumergida (Latinoamérica).
Además, el coronavirus ha encontrado un terreno favorable
para avanzar porque “la mitad de la población
mundial carece de servicios sanitarios esenciales y tiene poca o ninguna
protección social”, según señala la ONU en un informe de mayo
donde estima que el coronavirus empujará a la pobreza extrema a 100
millones de personas más (736millones de personas ya vivían en la pobreza extrema, con menos de 1,90 dólares al día,
antes de esta pandemia). El efecto del
coronavirus en el mundo es doble, según el Programa para el Desarrollo de la ONU (PNUD). Por un lado, deteriora el sistema sanitario y educativo de los paises, junto a su renta
y calidad de vida, sobre todo en los paises en desarrollo. De hecho, el PNUD considera
que la pandemia tiene un impacto mayor
que la crisis de 2008 y podría hacer
retroceder el desarrollo humano global, por primera vez desde 1990. Por
otro, el coronavirus está ampliando la desigualdad en el mundo, porque afecta
más a los paises pobres y en desarrollo, con una sanidad y educación más
débiles y con más brecha digital.
En España, el gobernador del Banco de España señaló en el Congreso, el 23 de junio, que “la
crisis del COVID 19 supondrá un
deterioro adicional en los niveles de desigualdad de nuestro país”. Y
se hizo eco de la evidencia internacional,
que revela cómo “los más afectados por la pandemia son los que ya partían de una
situación más vulnerable: mujeres, jóvenes y grupos con bajo nivel educativo”. El Gobernador recordó a los diputados que los más afectados por la pandemia
son los trabajadores más precarios y con bajos salarios, la mitad de ellos muy
vulnerables porque no tienen ahorros para soportar la falta de ingresos o su
recorte. De hecho, un tercio de los
hogares españoles (6,3 millones de familias) no tenían “hucha” para
aguantar tres meses sin ingresos y un
tercio (2,4 millones) ni siquiera podían aguantar un mes, según un estudio de BBVA Research. De ahí
que muchos
no hayan podido resistir y hayan
acabado en las colas del hambre o pidiendo ayuda.
Un reciente estudio de Oxfam Intermón pone cifra a estos “nuevos pobres” que ha traído la pandemia:
700.000
personas más que han caído en la pobreza y se suman a las 10.065.967 personas que ya eran oficialmente pobres antes, según las estadísticas
europeas. Un 21,5% de españoles en
situación de pobreza monetaria en
2018, según Eurostat, porque sus ingresos eran el 60% de la media: ingresan menos de
8.871 euros anuales (739 euros al mes) los solteros y menos de 18.629 euros
anuales (1.552 euros mensuales) las familias con dos hijos. Eso ya nos colocaba
como el 6º país europeo con más pobreza
(21,5%), tras Rumanía (23,5% de pobres
monetarios), Letonia (23,5%), Lituania (22,9%), Bulgaria (22%) y Estonia
(21,9%), lejos del 16,5% de la UE-28, según Eurostat. Y ahora, con la pandemia,
esa tasa de pobreza monetaria ha subido al
23,1% de la población, según Oxfam.
Además de agravar la pobreza, la pandemia va a agravar la
desigualdad entre españoles, porque ha afectado de manera diferente según el tipo de empleo (más a los
temporales y a tiempo parcial), el sector (más al turismo,
hostelería y comercio), al tipo de empresa (peor las pymes y autónomos)
y las
regiones (peor las islas Baleares y Canarias, Cataluña, Comunidad
Valenciana y Madrid). Y esto es más preocupante porque España ya era, antes de la pandemia,
el 5º país de Europa con más desigualdad,
según Eurostat: el 20% más rico tiene 6,03 veces más renta que el 20% más pobre,
sólo por detrás de Bulgaria (7,66 veces), Rumanía (7,21 veces), Lituania (6,78
veces) e Italia (6,09 veces), lejos de la media UE-28 (5,12 veces más renta los
ricos que los pobres).Y lo peor es que esta desigualdad creció con la crisis y la recuperación (era 4,94 veces en 2008) y crecerá
ahora con la pandemia.
Todo esto son estudios
de organismos serios sobre cómo la
pandemia agrava la pobreza y la desigualdad. Pero la realidad de cada día es más impactante, como lo atestigua Cáritas: las peticiones de ayuda les han aumentado
un 77% en los últimos tres meses. Y las personas que han podido atender han aumentado un 57%, tras multiplicar por 2,7 los fondos destinados a ayudas para
alimentos, pago de alquileres, dispositivos para seguir la enseñanza durante el
confinamiento, apoyo para hacer trámites online y apoyo psicológico y afectivo.
Lo más llamativo es que 1 de cada 4
personas que han solicitado ayuda a
Cáritas durante la pandemia no habían pedido ayuda nunca antes, no son las habituales que atienden,
donde lo más grave ha sido el deterioro de las personas sin hogar. Lo que
indica que esta pandemia ha creado “nuevos pobres” en España, personas y
familias que tenían una situación desahogada y que de repente se han quedado
sin ingresos.
La Fundación FOESSA,
ligada a Cáritas, ha publicado en junio un nuevo Informe
donde alerta que la pandemia ha anulado
en dos meses los años de recuperación y que hemos vuelto, para muchas familias, “a lo peor de la última crisis, al año 2013”. Destacan que la pobreza extrema (personas que
ingresan menos del 30% de la media: 2.661.809 españoles, el 5,7% de la población
en 2018) ha aumentado con la pandemia
y que hoy, 3 de cada 10 personas en
situación de pobreza carecen de algún ingreso. Y que sólo 1 de cada 4
hogares pobres se puede sostener con su trabajo. Y advierten que lo que se va a ver ahora es “una emergencia habitacional”, porque
la mitad de los hogares en situación de pobreza extrema no pueden pagar su alquiler ni sus facturas más urgentes. De hecho, las ejecuciones hipotecarias
ya habían aumentado un 9,3% en el primer trimestre de 2020, antes de la pandemia, tras 20 trimestre descendiendo. Y el problema vendrá cuando se acabe la moratoria de pagos de hipotecas y alquileres
aprobada coyunturalmente por el Gobierno. También alertan sobre la
exclusión educativa (hogares pobres tienen más difícil enseñanza online)
y el empeoramiento de la salud, por
menos gasto en medicinas (copago) y atención bucodental.
¿Qué se puede hacer para
afrontar este aumento de la pobreza y la desigualdad? La ONU ha propuesto a los paises reforzar los sistemas de protección social y
proteger al máximo a los empleos y a las empresas más vulnerables, con ayudas
como los ERTEs y subsidios. En el caso de España, el 29 de mayo se aprobó el ingreso mínimo vital, que ya cobraron el viernes 26 de junio los primeros 74.119 beneficiarios,
a los que se abonó de oficio 32 millones de euros (una media de 431 euros), que
han llegado a 250.000 personas
(136.000 menores), sobre todo en Madrid (7.382 beneficiarios), Sevilla (6.455),
Cádiz (4.696), Valencia (4.343) y Barcelona (4.001 beneficiarios). El resto, hasta 830.000 familias (2,2 millones
de personas beneficiarias, la mitad niños) que pueden recibir este ingreso mínimo vital (entre 462 y 1.015 euros
mensuales según la familia), tienen de plazo para solicitarlo hasta el 15 de septiembre
y lo cobrarán con efectos retroactivos desde el pasado 1 de junio.
El ingreso mínimo vital es un gran avance pero no es suficiente
para combatir la pobreza y la desigualdad. España necesita otra política social,
porque el gasto social es escaso y está
mal hecho,
es ineficaz, según han reiterado la Comisión Europea, la OCDE y
el FMI. Es escaso porque España, el 6º
país UE con más pobreza, destina el 16,6% del PIB al gasto social
frente al 18,8% que gasta la UE-28,
el 19,8% de la zona euro, el 22,4% que gasta Dinamarca, el 19,2% que gasta
Alemania, el 24,3% de Francia, el 20,9% de Italia o el 15,2% de Reino Unido. A
lo claro: destinamos 25.700 millones
menos que los europeos a gasto social cada año, según Eurostat. Ahora y también antes de la crisis, en 2008. Y dentro de ese
gasto social, somos el país UE que menos
gasta en ayudas a la familia, según la Comisión Europea) y uno de los que menos gasta en sanidad, educación,
dependencia y pensiones. Sólo gastamos más en desempleo, porque tenemos el
doble de paro que Europa.
El problema no es
sólo que el gasto social en España sea
escaso, sino que además, es ineficaz, está mal hecho, como
alertó en enero de este año el FMI: el 40% de las familias españolas más pobres
apenas reciben el 30% de las ayudas
sociales, que benefician sobre todo
a las familias con recursos medios y
altos y a los jubilados, en
perjuicio de los más pobres y los jóvenes. La propia Comisión Europea ya alertó, en enero de 2018, que “España es, con Italia, el país
en el que las prestaciones sociales menos ayudas a las rentas bajas”. Y
eso, porque se distribuyen mal y, además, porque los impuestos no benefician a los más pobres sino que “benefician
más a las rentas media y altas” (por el exceso de deducciones y
exenciones), según
otro informe de la OCDE, de noviembre de 2018, que aporta este dato muy explícito: el 20% de los hogares con menos ingresos reciben
en España el 55% del pago medio que
reciben todas las familias (en la OCDE reciben el 119%) mientras el 20% de los hogares con más ingresos reciben el 160% del pago medio (en la OCDE reciben
el 95%). Al final, la OCDE dice que de sus 34 paises, sólo
Portugal, Italia y Grecia hacen una
política social peor que España.
Así que urge hacer
otra política social, máxime ahora que ha aumentado la pobreza y la
desigualdad con el coronavirus. No es un objetivo “de izquierdas”,
que defiendan sólo “los rojos de siempre”: el gobernador del Banco de España dijo a los diputados
en el Congreso, el pasado 23 de junio, que 1
de los 5 retos estructurales que España debe afrontar era la lucha contra la desigualdad, junto a la mejora de la productividad, la elevada tasa de paro, el
envejecimiento de la población y el cambio climático. Y eso, porque tener una desigualdad excesiva “supone
con frecuencia un lastre al crecimiento
económico y a su sostenibilidad”. No hace falta saber mucho de economía
para entender que si 1 de cada 4 ciudadanos está en situación de pobreza, ni
consume ni crea riqueza y así no se crece de forma estable. Sin olvidar que la pobreza y la desigualdad deterioran la democracia, porque desalientan la participación política y alimentan
el populismo y la extrema derecha.
Reducir la pobreza y la desigualdad exige no sólo consolidar el ingreso mínimo vital y
cambiar radicalmente la política social, también hacer reformas económicas para conseguir una
economía más competitiva, que cree más empleo estable y de calidad. Y poner
en marcha un Plan de choque por el
empleo, centrado en los jóvenes, mujeres, inmigrantes y mayores de 45 años,
los más afectados por el empleo precario y mal pagado, la antesala de la pobreza y la desigualdad. Y resulta urgente implantar
una política eficaz de vivienda, porque el encarecimiento de los alquileres afecta más a las familias más
vulnerables, según les dijo también el gobernador del Banco de España a
los diputados. No en vano, son las familias más pobres las que tienen que destinar el 40% de sus ingresos a pagar el alquiler. Y hay que dedicar más
recursos a mejorar la formación y la enseñanza de las familias más
vulnerables (becas, refuerzos, tecnología), porque el paro es mayor entre los
menos formados. Y apoyarles en los gastos sanitarios crecientes, como
medicinas (copago) o atención dental.
Al final, la pandemia agrava la pobreza y la desigualdad, esas 3 Españas que estaban ahí antes del coronavirus y cuyas diferencias se han
agravado. Se trata de volcarse para ayudar
a los más vulnerables, no con caridad
sino con medidas para que mejoren su formación, su empleo, su vivienda
y su nivel de vida. Conseguir de verdad que nadie se
quede atrás.
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