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lunes, 31 de julio de 2017

El segundo rescate de las autopistas de peaje


El viernes pasado, mientras media España huía de vacaciones, el Gobierno aprobaba el rescate de 9 autopistas de peaje privadas en liquidación, que ahora serán públicas. El Estado cargará con su deuda y las reflotará con ayudas varias, con la idea de privatizarlas a finales de 2018, cuando estén saneadas con dinero público. Y eso tras haberles inyectado ya, Zapatero y Rajoy, más de 5.200 millones de ayudas públicas entre 2010 y 2021, para evitar su quiebra actual. El Gobierno Rajoy dice que este nuevo rescate “no costará dinero a los contribuyentes”, pero la factura estará entre 3.400 y 5.000 millones de euros y la mayoría no se recuperará. El escándalo no es sólo que estemos ante un nuevo rescate de errores privados (Cajas, déficit eléctrico, moratoria nuclear, almacén gas Castor…) sino que la historia se repite: en 1984, Felipe González tuvo que nacionalizar 6 autopistas en apuros y en 2003, cuando ya ganaban dinero, Aznar las privatizó (perdiendo dinero). Doble escándalo.



                                                                            Enrique Ortega

La historia de este segundo rescate de las autopistas se inicia a principios de este siglo, con tres protagonistas claves: el presidente Aznar, el ministro de Fomento Álvarez Cascos y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, empeñada en tener tantas autopistas cerca de la capital “como los catalanes y como París”. Para eso, embarcaron a las principales constructoras y bancos en un macro-proyecto de 10 autopistas de segunda generación, que se construyeron entre 1999 y 2003, en pleno boom económico (ver mapa): las 4 radiales de acceso a Madrid (R-2, R-3, R-4 y R-5), la M-12 a Barajas y la Madrid-Toledo (AP 41), junto a Ocaña-La Roda, Cartagena-Vera, la circunvalación de Alicante y Alicante-Cartagena (la única que queda ahora fuera del plan de rescate aprobado el viernes).

El problema es que se diseñaron pensando en un tráfico irreal, que se desplomó con la crisis, máxime cuando hay autovías gratuitas que circulan en paralelo. Y además se multiplicó por siete el coste de las expropiaciones, gracias a la ley del Suelo aprobada por Aznar en 1998. Pero no importaba: el negocio de las autopistas estaba en construirlas (sus dueños son las grandes constructoras: ACS, Ferrovial, Acciona, Sacyr, FCC, ferrovial y Globalvía) y en financiarlas (los bancos participantes, Santander, Bankia, La Caixa y Sabadell más algunos extranjeros cobraban de 10 a 20 millones al año en intereses), sin poner apenas capital. Un ejemplo: en la R-2 (Madrid-Guadalajara), inaugurada con toda pompa por Aznar en 2003, los socios solo pusieron el 12% de inversión y el 88% restante eran créditos (424,5 millones).

Una vez construidas las autopistas de peaje, si luego no pasaban coches y no salían las cuentas, el problema era del Estado. Sí, porque Aznar pactó con las concesionarias incluir en los contratos la cláusula de Responsabilidad Patrimonial de la Administración (RPA): si había problemas y las concesionarias no pagaban la deuda, debía hacerlo el Estado. Negocio redondo.

Con la crisis, el tráfico y los ingresos de estas autopistas cayeron en picado y amenazan entrar en quiebra. Para evitarlo, el Gobierno Zapatero salió en su ayuda (con apoyo del PP) en los Presupuestos de 2010 y 2011, con 800 millones de créditos blandos a devolver al final de la concesión (65 años) más un adelanto de dinero (80 millones anuales) para cubrir la caída del tráfico. Al llegar Rajoy, mantiene las ayudas en 2012 y las amplía hasta 2021 (ZP las estableció hasta 2018). Y para 2013, duplica el adelanto de dinero (de 80 a 150 millones anuales). En conjunto, estas autopistas que ahora se rescatan ya tenían garantizadas ayudas públicas por 5.200 millones de euros hasta 2021. Y eso sin contar las ayudas indirectas que supone subvencionar el 50% del peaje a los camiones que vayan por autopista (el Gobierno destinó 10 millones del Presupuesto en 2015 y otros 32,7 millones en 2017). Y además, Zapatero y Rajoy se comprometieron a subirles los peajes por encima del IPC entre 2011 y 2015, otra ayuda más a costa de nuestro bolsillo. Y eso sin contar con los 1.098 millones recibidos por las autopistas (todas) entre 1999 y 2011, como compensación por haber subido menos las tarifas para que España entrara en el euro (Real Decreto 6/1999).

Pero ni con estas importantes ayudas públicas han podido salir a flote estas autopistas de peaje. Y las concesionarias se encontraron con que no podían pagar la deuda ni conseguían refinanciarla. Y así, en 2013, suspendieron pagos una tras otra, mientras constructoras y bancos le recordaban al Gobierno que el problema era suyo, que la cláusula-regalo de Aznar obligaba al Estado a hacerse cargo de la deuda. Han sido tres años largos (2014-2016) en que el Gobierno, los bancos acreedores y las constructoras han tratado de renegociar una salida, sin conseguir un acuerdo. Y ahora, en julio, cuando los Tribunales han liquidado las primeras autopistas, el Gobierno Rajoy se ha visto obligado a tomar una decisión y rescatarlas.

El ministro de Fomento dice que no es una decisión política sino una obligación de los Tribunales. Es verdad. Pero se olvida decir que si las autopistas no quiebran y se cierran sino que se cargan ahora sobre el bolsillo de todos los españoles  es por una decisión política que tomó su partido a principios de siglo. También dice que “no tendrá coste” para los españoles, porque la idea es nacionalizarlas de nuevo a finales de 2018 y recuperar el coste del rescate, que subirá el déficit público de 2018, sobre todo. Pero está claro que coste habrá para los contribuyentes, como pasará con el rescate bancario.

Por un lado, el Estado tendrá que hacer frente a la deuda bancaria, unos 3.400 millones de euros. Además, tendrá que afrontar el pago de indemnizaciones aún pendientes por expropiaciones a algunos propietarios de terrenos, demandas que suman otros 1.200 millones. Y cargar con los costes de mantenimiento, conservación y personal de las 9 autopistas rescatadas (748 kilómetros, el 22% de toda la red de autopistas) y traspasadas a la Sociedad Estatal de Infraestructuras Terrestres (SEITTSA), unos 65 millones más al año. Además, seguro que aprobarán una subida extra de los peajes para ayudar a subir sus ingresos y sanearlas, además de la subvención a los camiones (otros 40 millones en 2018). Redondeando, el rescate nos costará unos 5.000 millones, según la patronal SEOPAN. Y luego, una vez que estas autopistas estén saneadas, sin deuda y con más ingresos, pues a buscar una sola empresa que compre las 9 autopistas (barato). Incluso no se descarta que puedan volver a una de las concesionarias que las tenían hasta ahora. Negocio redondo.

Lo más sangrante es que muchas de estas autopistas pertenecen a concesionarias y constructoras con elevados beneficios, como Abertis, Acciona, ACS, Ferrovial, FCC, OHL y Sacyr, Azvi, Isolux o Comsa. Y que varias de ellas explotan autopistas muy rentables (como saben catalanes y levantinos), en especial Abertis con Acesa, Aumar e Iberpistas. Lo lógico hubiera sido forzarles a “cargar con el error” de estas inversiones, o bien liquidando estas empresas o fusionándolas con otras autopistas rentables. Pero no, nos han cargado sus pérdidas a todos, al Estado, gracias a la cláusula de responsabilidad que les regaló Aznar.

Y lo peor es que la historia se repite. En marzo de 1984, el Gobierno de Felipe González creó la empresa pública ENA para nacionalizar seis autopistas en apuros (de Audasa, Audenasa y Aucalsa). Y en mayo de 2003, cuando ya ganaban dinero, el Gobierno Aznar las privatizó: las compró Sacyr, por 1.586 millones, menos de lo que aportó el Estado a ENA (1.700 millones). Y antes, las autopistas, habían gozado de importantes privilegios desde el franquismo: la Ley de autopistas de peaje de 1972 les permitía endeudarse en divisas con aval del Estado y seguro de cambio, un privilegio que duró hasta 1988 y que nos costó a los españoles unos 8.000 millones de euros. Ahora, de momento, nos costarán otros 6.300 millones más acordados por Aznar, Zapatero y Rajoy, más lo que nos cueste la empresa pública SEITTSA.

Ayudas públicas con dinero de todos para resolver los problemas creados por decisiones políticas erróneas y compromisos polémicos con empresas poderosas. Es una historia que se repite una y otra vez: déficit eléctrico (Aznar), moratoria nuclear (Felipe González), rescate bancario (Rajoy), el rescate del almacén de gas Castor (Zapatero-Rajoy) y ahora las autopistas. Dinero y más dinero público para ayudar a grandes empresas privadas (¡Viva la economía de mercado…¡), mientras 185.000 empresas españolas han tenido que cerrar con la crisis sin que nadie les haya ayudado. Y mientras los españoles hemos sufrido  los recortes de unos 30.000 millones de gasto público en educación, sanidad, desempleo, dependencia, ayudas sociales  I+D+i, cultura, Cooperación… Doble rasero. Es un escándalo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Dependencia: menos ancianos y discapacitados con ayudas


Si la crisis y los recortes del Gobierno Rajoy han deteriorado muy seriamente la educación, la sanidad y las pensiones, a la Dependencia, el cuarto pilar del Estado del Bienestar, la han herido de muerte: se ha recortado un tercio su financiación, se ha frenado la entrada de dependientes, se han reducido las ayudas y se ha disparado el copago y la privatización de servicios. Y lo peor: cada día hay 106 ancianos y discapacitados menos que reciben ayudas públicas, porque muchos mueren antes de que les lleguen. La Dependencia está en retroceso en 13 autonomías y los nuevos recortes previstos para 2014 y 2015 pueden acabar de dinamitarla. No se puede dejar a las familias, cada vez con menos recursos, que atiendan solas a sus ancianos y discapacitados. Son los eslabones más débiles de nuestra sociedad y ayudarles debería ser prioritario. Además, no cuesta mucho. Se puede y se debe 


                                                                                         Enrique Ortega                           
Desde julio de 2012, son doce los meses en que ha caído el número de ancianos y discapacitados que cobran ayudas por dependientes, algo que no había pasado nunca desde que entró en vigor la Ley de Dependencia, en enero de 2007. A finales de septiembre, eran 736.240 los dependientes que recibían alguna ayuda pública, 28.720 menos que a principios de año. Hay 106 dependientes menos con ayudas cada día. Ello se debe a tres causas: las autonomías están retrasando la concesión de ayudas para reducir gastos (pueden tardar hasta dos años y medio sin tener que pagar retrasos), se endurecen los criterios (incluso revisando niveles ya concedidos) y, sobre todo, porque muchos dependientes se mueren antes de que les lleguen: el 53% de los solicitantes tienen más de 80 años. Sólo en la Comunidad Valenciana han muerto 30.000 ancianos antes de que les llegaran las ayudas. Actualmente, hay 198.041 dependientes con derecho reconocido a una ayuda y que están a la espera de recibirla, muchos más de dos años ya.

Una forma dramática de ahorrar. La más habitual son los recortes puros y duros a los presupuestos de la Dependencia: entre 2012 y 2014, los recortes previstos suman 2.278 millones, un tercio del gasto de 2011, según los datos del Gobierno. Para 2014, el Presupuesto del Estado en Dependencia se reduce realmente un 0,1% (si descontamos el pago de deudas pendientes), aunque es mucho más porque se ha vuelto a eliminar la partida del nivel acordado (283 millones) que el Gobierno eliminó en 2012.Y habrá nuevos recortes de las autonomías, como en 2015, ya que el Gobierno les obliga a recortar otros 4.000 millones de gastos totales en los próximos dos años. Además, las autonomías buscan ahorrar en Dependencia retrasando pagos: muchas deben meses de ayudas a las familias y a las residencias, ONG, empresas y entidades sociales, asfixiadas por estas deudas. Y les han bajado “por decreto” los precios de los servicios que prestan (a costa de su deterioro).

Menos beneficiarios, menos presupuesto y deudas crecientes, un panorama de la Dependencia que se traduce al final en menos ayudas y más pagos para los dependientes y sus familias, que llevan casi dos años sufriendo los recortes. Recortes que empezaron en diciembre de 2011, a la semana de llegar Rajoy al Gobierno, cuando tomó la primera medida: dejar fuera de las ayudas, hasta julio de 2015 (al menos) a los dependientes moderados (412.000 solicitudes). En marzo recortó 283 millones a la Dependencia y en julio 2012 aprobó un decreto con profundos cambios para facilitar a las autonomías un drástico recorte del gasto en Dependencia: dejar de pagar la cotización a la Seguridad Social a los 423.000 cuidadores no profesionales de los dependientes, bajarles un 15% (y más : -70% Valencia) la paga mensual (55 euros sobre los 400 que cobraban), reducir los servicios (ayuda a domicilio), simplificar los baremos (de 6 a 3, bajando las ayudas), poder retrasar dos años más las ayudas (hasta 2,5 años) y subir el copago a las familias.

Desde junio de este año, todas las autonomías han subido drásticamente el copago de los servicios de Dependencia (sobre todo la teleasistencia), con lo que los dependientes y sus familias han pasado de pagar el 9,9% del coste del servicio (2009) al 19% (2013) y ahora entre el 40 y el 90% del coste, según los ingresos del dependiente y los servicios. Con ello, el dependiente paga mucho más y el Estado central mucho menos: si en 2009, los Presupuestos financiaban el 39,1% de la Dependencia, en 2013 sólo aportan la mitad, el 21,1%. Y cargan con dos tercios de la factura las autonomías (59,9% en 2013 frente a 39,15% en 2009).

Las autonomías, asfixiadas por la crisis y los recortes, buscan como ahorrar en Dependencia, para sostener otros servicios, sobre todo Sanidad y Educación (también con duros recortes). Y siguen distintos caminos: subir el copago, retrasar al máximo los expedientes, rebajar baremos y algunas, privatizar el servicio: promueven el cheque-servicio, un dinero que dan al dependiente (entre 426 y 715 euros al mes) para que él o su familia elijan la empresa con la que contratan el servicio (residencia, ayuda a domicilio, teleasistencia).Con ello, la autonomía se quita el problema de tener que ofrecer servicios (públicos o concertados) e invertir en centros, residencias y plantillas.

Esta modalidad de servicio (“prestación económica vinculada al servicio”) está en la Ley de Dependencia pero era marginal. En el último año, el cheque-servicio se ha disparado en cuatro autonomías del PP (Extremadura, Castilla y León, Aragón y Galicia), donde es ya la segunda prestación, tras la ayuda para cuidados familiares. Este cheque-servicio, denunciado por Andalucía y Asturias, tiene dos problemas. Uno, que no son los dependientes los que eligen residencia, sino las residencias quienes eligen a los dependientes (los de más recursos). Y otro, que si la Dependencia se convierte en un negocio, ¿quién atenderá a los dependientes de las zonas rurales, donde hay menos demanda y ancianos y discapacitados con menos recursos? Podría llegarse a una Dependencia dual: privada para los más ricos  y pública y marginal para los más pobres.

Al final, entre los recortes, la pérdida de ayudas, la caída de beneficiarios, el copago y la privatización, la Dependencia está herida de muerte: ha retrocedido en 13 autonomías y sólo ha mejorado en tres (País Vasco, Cantabria y Castilla y León), según el riguroso seguimiento de directores y gerentes de servicios sociales, que dan buena nota a dos autonomías (9,6 a Castilla y León y 8,3 al País Vasco), aprobado escaso a seis (6,3 La Rioja, 5,8 Andalucía y Cantabria,5,4 Cataluña y 5 Castilla la Mancha y Galicia), suspendiendo a las 10 restantes (con un 0,4 la Comunidad Valenciana, 1,3 Ceuta y Melilla y 1,7 puntos Canarias). O sea, que según donde vivan, así les van las ayudas a los dependientes y sus familias.

Las ayudas a la Dependencia no son caridad sino un derecho reconocido legalmente, aunque más reciente que otros y sin la financiación suficiente. Pero también es más barato: podría prestarse bien con unos 8.000 millones al año (en 2013 serán 6.255 millones), frente a los 121.500 millones de las pensiones, los 60.000 millones de la Sanidad, los 46.000 de la Educación o los 29.500 del desempleo. Y además, el coste en Dependencia tiene un amplio retorno (se recupera el 45% de la inversión, con impuestos y cotizaciones) y crea mucho empleo (invertir 10.000 millones crearía 1 millón de empleos, según la CEOE).

Pero no es sólo que invertir en Dependencia sea barato y rentable: es que estamos moralmente obligados con nuestros mayores y discapacitados, los eslabones más débiles de la sociedad. Ahora son 3 millones, pero para 2050, con una población envejecida, serán ya 7 millones de dependientes, según el CSIC. Hay que asegurar su cuidado y financiarlo de forma estable, buscando recursos suficientes a medio plazo, con impuestos, cotizaciones y copago, en paralelo con la reforma de las pensiones. Porque un derecho sin recursos es papel mojado. Se lo debemos a nuestros mayores. Antes de que se mueran.