Visto con perspectiva, se ha avanzado mucho para promover la maternidad de las mujeres trabajadoras en España. En 1900, sólo tenían derecho a un descanso laboral de 3 semanas. En 1929, la dictadura de Primo de Rivera estableció el seguro obligatorio de maternidad, con asistencia médica e indemnización obligatoria durante las 6 semanas posteriores al paro. En 1931, la República amplió la ayuda tras el nacimiento a 12 semanas. Durante la dictadura franquista, desde 1942, el seguro obligatorio de enfermedad establecía un subsidio de lactancia de 10 semanas. Y en 1965, se amplió la baja por maternidad. Con la democracia, en 1980, tener un hijo suponía 14 días de baja para la madre y 2 días para el padre. Hasta que en marzo de 1989, el gobierno de Felipe González estableció 16 semanas de baja remunerada para las madres (las 10 primeras obligatorias) y 4 días para los padres, que han tardado años en ampliarlas: en 2007 subieron a 2 semanas las bajas remuneradas por paternidad, a 4 semanas en 2017, a 5 en 2018 (permitiendo fraccionar el permiso), a 8 en abril de 2019, a 12 semanas en 2020 y a las actuales 16 semanas de baja remunerada por paternidad desde enero de 2021.
Así que en los próximos meses, entre elecciones y polémicas
por la amnistía, nuestros políticos van a tener que debatir qué ayudas
familiares se aprueban y cómo ayudamos a la natalidad. Y en este debate,
convendría no olvidar que España
gasta la mitad que Europa en la protección a la familia y a la infancia:
un 1,5% del PIB (2021), frente al 2,4% de media en la UE-27. Así que deberíamos
gastar 13.000 millones más cada año para equipararnos a Europa. De momento,
las medidas contenidas en la Ley de Familia suponen
1.200 millones más de gasto, aunque si se amplían los premisos de 16
a 20 semanas, el coste sería mayor.