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jueves, 7 de noviembre de 2024

DANA y Clima: muertos, pérdidas... y más CO2

Los españoles seguimos conmocionados por las inundaciones de Valencia. Levante ha sufrido decenas de riadas los últimos siglos, pero ahora son más frecuentes y extremas, por el Cambio Climático, según confirmaron expertos de la ONU tras la tragedia: el aumento de la temperatura, en el mar y en la atmósfera, acelera las lluvias torrenciales, que han dañado en septiembre y octubre media Europa. “El Mediterráneo es un bidón de gasolina”, alertan los meteorólogos. Así que España sufrirá más inundaciones, lo que obliga a mejorar el sistema de alertas, modificar la ocupación del territorio (2,7 millones viven en “zonas inundables”) y, sobre todo, reducir las emisiones que provocan estos fenómenos extremos. Pero el mundo apenas toma medidas y las emisiones de CO2 aumentaron en 2023 y 2024. El lunes comienza otra Cumbre del Clima, en Bakú, pero no se esperan avances significativos (¡menos con Trump!). Y si los paises no toman medidas más drásticas, la temperatura aumentará 3,1 grados y habrá más desastres. “Estamos jugando con fuego”, advierte la ONU.

                Dana Valencia                                             Foto: AP Photo, Alberto Saiz

La humanidad ha abierto las puertas del infierno”, declaró el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el 20 de septiembre de 2023, en Nueva York. Lo decía tras el verano más cálido del siglo (superado en 2024), que provocó tremendos incendios en Canadá y EEUU, tornados y huracanes en el Caribe y Asia, potentes inundaciones en Grecia y Libia. Un año después, en octubre de 2024, los expertos de World Weather Atribution (WWA) han publicado un informe donde concluyen que “el Cambio Climático ha intensificado los 10 eventos meteorológicos más mortíferos registrados en el mundo  en las dos últimas décadas “, que se han cobrado 576.000 vidas, tras analizar 3 ciclones tropicales, 4 olas de calor (dos en Europa), 1 sequía y 2 inundaciones sufridas entre 2004 y 2023. “El Cambio Climático y el aumento de temperatura están haciendo nuestra vida más peligrosa”, concluyen.

Un día después, el 1 de noviembre, otro informe encargado por la Comisión Europea señalaba que “el Cambio Climático aparece como un factor clave de riesgo” y propone reforzar la preparación civil y militar de Europa ante las amenazas naturales. No en vano, un reciente estudio del Parlamento Europeo señala que las inundaciones han afectado a 5,5 millones de europeos en los últimos 30 años, causando 3.000 muertos y más de 170.000 millones de euros en daños económicos. Aunque no lo recordamos, en 2021, las graves inundaciones en Bélgica y Alemania dejaron más de 200 muertos. En 2023, nuevas inundaciones en Italia, Eslovaquia, Austria, Grecia, Italia y Francia causaron graves daños. Y entre el 12 y 15 de septiembre de 2024, la tormenta Boris provocó 24 muertos y afectó a 2 millones de personas en Centroeuropa. Y entre el 18 y 20 de octubre, el sur de Francia e Italia sufrieron las peores inundaciones en los últimos 40 años. Unos días después, el 29 de octubre, Valencia sufrió las peores inundaciones de la historia, con cientos de muertos y gravísimas pérdidas.

Europa y la cuenca mediterránea es una de las regiones del mundo más afectadas por el Cambio Climático, porque el continente se está calentando al doble de velocidad que el resto del Planeta, según los expertos. Dos días después de la tragedia de Valencia, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) emitió este comunicado, con una idea clave: que el Cambio Climático antropogénico (provocado por la acción del hombre) provoca que los fenómenos climáticos extremos “se hayan vuelto más probables y graves”, porque la atmósfera está más caliente y retiene más la humedad, propiciando lluvias más intensas.

Trombas de agua e inundaciones se han producido en el Levante español (y sur de Europa) desde hace siglos: desde la conquista de Valencia en 1238, se han producido 11 riadas catastróficas en el Turia, según señala el meteorólogo José Ángel Núñez. La más grave fue la de 1957 (81 muertos) y la última importante en septiembre de 1999, con 5 muertos, 3.500 evacuados y graves destrozos en Levante. La diferencia es que antes eran cada 70 años y ahora son más frecuentes. Eso se debe, según los expertos de la OMM,  a “la presencia de aire cálido en superficie, alimentado por el exceso de humedad del mediterráneo, más cálido, y la inestabilidad provocada por el choque con el aire frío de la atmósfera superior conduce a grandes nubes convectivas, con fuertes aguaceros e inundaciones repentinas”. Es lo que llaman DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos).

Así que el Cambio Climático, al aumentar la temperatura de la atmósfera y el mar, provoca, al chocar con el aire frío polar (que ahora llega más fácilmente al sur) que haya más inundaciones y más intensas. “El Mediterráneo actúa como un bidón de gasolina y con una DANA, el resultado es explosivo”, comentaba el meteorólogo Francisco Martín. El análisis de la OMM reitera que España y otros paises europeos deben prepararse para afrontar estos fenómenos meteorológicos extremos tomando medidas en dos frentes: mejorando los sistemas de alerta (para evitar muertes y daños) y actuando sobre la ocupación del territorio, para prevenir daños futuros en viviendas e infraestructuras. Dos temas claves que han fallado en esta DANA de Valencia y en las anteriores inundaciones.

España, como otros paises, cuenta con sistema de alerta ante inundaciones, que ha fallado parcialmente. No falló la AEMET (Agencia de Meteorología), que desde días antes anunció lluvias torrenciales y que a las 7,36 de la mañana del 29 de octubre, el día de la tragedia, activó el aviso rojo por inundaciones. No falló tampoco la Confederación Hidrográfica del Júcar, que tiene sondas en ríos y barrancos: a las 12,07 de la mañana del 29 de octubre envió un correo alertando que el barranco del Poyo superaba los tres niveles de alerta, con un caudal de 264 metros cúbicos por segundo (superando los 150 metros cúbicos del nivel 3), con tendencia “ascendente”. Y a las 18,43 de la tarde, la Confederación alerta que el caudal del Poyo está fuera de control: 1.686 metros cúbicos por segundo, rompiendo 12 minutos después los aparatos de medida, con un aluvión de 2.282 metros cúbicos/segundo (el triple del caudal del río Ebro), a las 18,55 de la tarde.

Con estas dos alertas tan evidentes, la Generalitat Valenciana trató de quitar importancia al riesgo de riada, diciendo (a las 11,48 horas) que el temporal “se iba hacia Cuenca” y esperaban “que remitiera a partir de las 18 horas”. Finalmente, a las 20,12 horas de la noche (casi 2 horas después de la alerta de riada máxima), la Generalitat lanzó una alerta a los móviles. Demasiado tarde: muchos habían muerto en casas bajas, coches y garajes o arrastrados por el sunami de los barrancos. Y cientos más estaban refugiados en tejados y pisos altos cuando recibieron la alerta. Está claro que el sistema falló, no sólo por la indecisión de la Generalitat sino por una falta de información a la población, que nunca ha hecho simulacros ante riadas, aunque las sufren periódicamente. Eso sí, sirvió de ejemplo para Andalucía y Cataluña, donde ha habido pocos muertos y menos daños: la población estaba avisada y se actuó mejor.

La otra recomendación de la ONU frente a las inundaciones es reordenar el territorio, porque el agua “tiene memoria” y cuando llueve tanto (en poco más de 3 horas llovió como en todo un año), busca los cauces de ríos y barrancos antes secos y a cuyo alrededor se han construido viviendas y viven cientos de miles de personas. En Levante y otras zonas de España, el turismo y el desarrollismo de los años 60 y 70 llevaron a construir por todos lados, incluidos viejos cauces y zonas aledañas, colonizadas por viviendas. Esto ocurrió profusamente hasta 2015, cuando la última versión de la Ley del Suelo obligó a los Ayuntamientos a elaborar “Informes de inundabilidad”, señalando como “no urbanizables” zonas con riesgo de inundación. Pero todavía hay muchos municipios y pedanías con Planes urbanísticos de hace más de 15 años, donde estas viviendas siguen en pie e incluso se hacen nuevas construcciones.

En España hay 26.773 kilómetros cuadrados (casi el 5% del territorio) catalogados como “zonas inundables (ver mapa del Ministerio de Transición Ecológica), donde viven 2,7 millones de personas, potencialmente en riesgo ante futuras riadas. Incluso la Comunidad Valenciana tiene un Plan de acción territorial de zonas inundables (PATRICOVA), que se puso en marcha en 2003 y se revisó en 2015. Pero esta cartografía regional de zonas inundables, entre las mejores de Europa, sirve de poco: las autonomías no tienen medios para vigilarlas y para hacer cumplir las normas urbanísticas. Y en muchos casos, la única opción es demoler estas viviendas, algo políticamente difícil de aplicar.

Los expertos en obras hidráulicas proponen muchas medidas que se pueden tomar para reducir los riesgos de riadas en estas zonas, como se ha hecho en Europa y en EEUU (en Nueva Orleans, a raíz del Katrina). Hay que empezar con obras en las cuencas, muy arriba de los pueblos en riesgo: reforestar zonas aledañas, canalizar ríos y construir presas de alivio, canales filtrantes y zonas inundables. Luego, en pueblos y ciudades, además de ensanchar los cauces (Turia), se pueden construir estanques de tormentas y parques fluviales, como se ha hecho en Zaragoza (al lado del Ebro), en Rotterdam o Pamplona. Y por supuesto, reordenar el urbanismo, impidiendo nuevas construcciones  en zonas inundables y derribando las viviendas próximas a barrancos, trasladando a los vecinos ”amenazados”.

Con estas dos medidas, alertas eficaces (con formación a los vecinos y “simulacros” ) y reordenación de las zonas inundables, las próximas riadas nos pillarán mucho más preparados y se reducirán las muertes y los daños, aunque para eso hay que invertir ya. Pero la clave es luchar contra el Cambio Climático, tomar medidas eficaces para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, que agravan las lluvias torrenciales y aceleran las inundaciones. Y aquí, los paises están haciendo poco, con lo que no se frena el aumento de la temperatura, que está detrás de la DANA de Valencia y otras que vendrán.

El dato es grave: las emisiones de CO2 aumentaron en 2023, según los datos publicados el 24 de octubre por el PNUMA, el Programa de la ONU para el Medio Ambiente: se emitieron 57,04 Gigatoneladas de CO2 equivalente, un +1,3 que en 2022 y un +44% que a principios de siglo (39,51 Gigatoneladas año 2000). La mayor parte de estas emisiones (39,02 Gigatoneladas) son de CO2 (producido por el hombre y su uso de combustibles fósiles), otra parte (9,75 Gigatoneladas) es metano (los humanos somos responsables del 60% y el resto procede de fuentes naturales), otra parte oxido nitroso (2,56 Gigatoneladas, el 43% por culpa del hombre) y el resto son emisiones de gases fluorados (1,68 GTm) y por cambio de usos del suelo  (4,03 GTm). Y con este nivel de emisiones, el mundo bate los récords históricos de CO2 (420 partes por millón), metano y óxido nitroso.

El 68% de estos gases de efecto invernadero, responsables de la mayor parte del Cambio Climático, los genera el transporte y la producción de energía y electricidad, el 10% la industria el 18% el campo y los bosques y el 5% los residuos, según la ONU. Y los paises desarrollados del G-20 produjeron el 77% de todas las emisiones del Planeta en 2023, acumulando 6 paises más de la mitad: China (28%), USA (10,5%), India (7,26%), la UE (5,67%), Rusia (4,67%) y Brasil (2,28%). El problema, según la ONU, es que 7 miembros del G-20 no han alcanzado todavía su “pico de emisiones” y  seguirán emitiendo más para alimentar su “desarrollo”: China, India, Indonesia, México, Corea, Turquía y Arabia Saudí.

Lo peor es que este año 2024, siguen aumentando las emisiones de CO2: el 30 de septiembre, en el mundo se emitieron 95,5 millones de Tm de CO2, un +6,8% que ese mismo día de 2023, según los datos de Carbon Monitor. Y han aumentado las emisiones este año en China (+14,6%), USA (+4,7%), India (+5,6%), Europa (+6,1%), Francia (+8,8%), Alemania (+6,5%), Italia (+8,8%) y España (+13,4%). Y los expertos de la Agencia Internacional de la Energía están preocupados, porque los bajos precios del petróleo y el gas han aumentado su consumo y en general la demanda energética.

El último informe del PNUMA (ONU) , publicado el 24 de octubre, alerta al mundo sobre este aumento de las emisiones y el riesgo de más calentamiento: con las políticas actuales de los paises, la temperatura subirá +3,1 grados a finales de siglo sobre la época preindustrial, cuando en la Cumbre de París (2015) se acordó que no debía subir más de 1,5 grados (este año 2024 acabará con +1,55 grados, según Copernicus). Ahora creen que “será difícil evitar que suba 2 grados”, aunque se tomen medidas, lo que incrementará los fenómenos climáticos extremos (como la DANA de Valencia). Lo advirtió otra vez  Antonio Guterres, 5 días antes de la catástrofe de Valencia: “Existe una relación directa entre el aumento de las emisiones y los desastres climáticos cada vez más frecuentes e intensos. En todo el mundo, la gente está pagando un precio terrible. Las emisiones récord significan temperaturas récord del mar que sobrealimentan huracanes monstruosos; el calor récord está convirtiendo los bosques en un polvorín y las ciudades en saunas; las lluvias récord provocan inundaciones bíblicas. Estamos jugando con fuego…”.

Avisados estamos. Urge tomar medidas para reducir las emisiones, como volverá a plantearse del 11 al 29 de noviembre, en la Cumbre del Clima (COP 29) de  Bakú (Azerbaiyán). Se acaba el tiempo para actuar y la ONU insiste en que hay que recortar ya las emisiones (un -42% para 2030), no dejarlo para después. Los paises tienen que presentar nuevos Planes de recorte de emisiones en febrero de 2025, pero los expertos son muy pesimistas y creen que los grandes emisores retrasan los recortes, a pesar de los desastres climáticos. China sólo piensa crecer a cualquier precio. EEUU lo mismo y peor con la victoria apabullante del "negacionista" Trump. Y en Europa, paladín de la lucha contra el Cambio Climático, ha crecido el poder de la derecha y la ultraderecha (16 de los 26 Comisarios, más la presidenta), más “negacionistas”, que defienden ahora menores recortes de emisiones que las previstas inicialmente (-90% en 2040 frente a las de 1990).

En resumen, todos nos conmocionamos cuando se desata una tragedia como la DANA de Valencia o nos preocupamos por las olas de calor, huracanes, sequías e incendios, pero no somos conscientes de que las estamos provocando nosotros, los humanos, con nuestro consumo descontrolado de energías fósiles y un estilo de vida no sostenible para el medio ambiente. Pedimos cuentas a los políticos por desatender a los damnificados por la DANA  pero no les exigimos aprobar planes más drásticos para el recorte de emisiones que causan estos desastres. Recuerden: “estamos jugando con fuego”.

lunes, 22 de mayo de 2023

La sequía, una pandemia sin vacuna

España entró en diciembre en una sequía de larga duración, de la que no saldrá hasta otoño (si llueve). Después del primer cuatrimestre más seco de nuestra historia, todo apunta a un verano cálido y seco, que tendrá un alto coste económico y social: restricciones de agua en media España, pérdida de cosechas y un encarecimiento adicional de los alimentos, sobre todo este verano, con otro récord de turistas. La situación es preocupante, sobre todo en Andalucía, Cataluña y Levante, e irá a peor en el futuro, porque el Cambio Climático afectará más al sur de Europa y al Mediterráneo. Estamos ante una sequía que no es puntual y que se va a agravar, según alerta la ONU. Sufrimos una nueva pandemia, para la que no hay vacuna. La clave es afrontar juntos este reto, desde el Gobierno y las autonomías y Ayuntamientos a agricultores, industrias y consumidores, ahorrando agua, gestionándola mejor y gastando más en infraestructuras y desaladoras. El agua es clave en nuestro futuro económico y vital. Hay que salvarla.

Enrique Ortega

El calor extremo y la sequía asolan a medio mundo, como consecuencia del Cambio Climático. Y más a Europa, el continente que más se calienta: su temperatura media aumenta a una velocidad que duplica la media global. Ya en el verano de 2022, Europa sufrió el verano más caluroso desde que hay registros, según Copernicus. Y en el último quinquenio, la temperatura media europea ha subido 2,2 grados por encima de la era pre-industrial (1850-1900), generalizándose una sequía que los europeos sufren desde 2018. Y ahora, el invierno y la primavera en Europa están siendo más cálidos de lo habitual, con lo que los europeos sufriremos otro verano cálido y seco, acompañado de lluvias torrenciales.

En España, como en el resto de la Europa del sur, la situación es aún peor. Por un lado, 2022 fue el año más cálido desde que hay registros (1961), según la AEMET, y terminó con temperaturas entre 5 y 10º superiores a las habituales. Y en 2023 hemos sufrido el mes de abril más cálido de nuestra historia, según la AEMET, tras un 5º invierno consecutivo muy cálido y el 2º marzo con mayores temperaturas del siglo. Y junto a las altas temperaturas, apenas ha llovido: hemos sufrido el primer cuatrimestre más seco de la serie histórica, con 112 litros por metro cuadrado entre enero y abril, un 54% por debajo de lo normal. Y con ello, las precipitaciones en lo que llevamos de año hidrológico (desde el 1 de octubre a mediados de mayo) han caído un -27,5% sobre el año pasado.

Resultado: España entró en diciembre en una sequía de larga duración, de la que no saldrá hasta otoño (si llueve), según la AEMET. Y eso porque los meteorólogos prevén que este verano sea “más cálido de lo normal” (otro año más), sobre todo en el este peninsular, Baleares y Canarias. Y que apenas llueva, agravando la sequía actual. Estos 2 fenómenos, el calor y la sequía, volverán a provocar más incendios forestales, ya iniciados en abril y mayo en muchas zonas de España. Con más virulencia, junto a fenómenos climáticos extremos, como el granizo y las lluvias torrenciales que han sufrido zonas del este y sur de España.

El indicador de la gravedad de la sequía la dan los pantanos, que tienen menos agua que nunca en casi 30 años (desde 1994). La semana pasada, los embalses estaban a menos de la mitad de su capacidad, al 48,2%, por debajo del 50,4% de hace un año, del 62,5% de hace 5 y del 69% de hace 10 años, según embalses.net. Pero la situación es más grave en algunas regiones: Andalucía (embalses al 27,8%, con la Cuenca del Guadalquivir al 24,18%, la del Guadalete-Barbate al 26,11%, la del Guadiana al 32,1% y la cuenca Mediterránea Andaluza al 34,41%), Murcia (embalses al 28,36%, con la cuenca del Segura al 33,3%), Castilla la Mancha (embalses al 37,5%, con la cuenca del Tajo al 59,85%), Cataluña (con los embalses al 39,69%), Cantabria (embalses al 42,96%), Aragón (embalses al 47,36%, con la cuenca del Ebro al 49,68%) y Extremadura (embalses al 49,82%).

Si los datos globales de los embalses son malos, son peores los de los embalses cuya agua se destina al uso humano y a la agricultura: están al 39,9% de su capacidad, frente al 48,3% de hace un año, el 57,4% de hace 5 y el 64,9% de capacidad hace 10 años, según los datos del Ministerio de Transición Ecológica. Esto ha provocado ya restricciones en el suministro de agua en Andalucía y Cataluña, la región donde algunos Ayuntamientos han tenido que acudir a camiones para abastecer de agua a pequeños municipios de Barcelona y Lleida. De momento, las restricciones no afectan al consumo humano y sí a la utilización de piscinas y al riego de jardines, así como a los agricultores que usan canales de riego. Pero como no se espera que llueva y sí un verano muy caluroso, el temor es lo que puede pasar en julio y agosto, en las zonas de interior y de costa de Cataluña, Andalucía y levante, más Baleares y Canarias, ante la afluencia de turismo español y un nuevo récord de turistas extranjeros, como en 2019 (llegaron 20 millones de turistas foráneos entre julio y agosto).

El calor y la sequía no sólo ponen en riesgo el abastecimiento de agua este verano (lo sufrirán  un 10% de la población, sobre todo en zonas rurales, según los expertos), sino que aumentan también la contaminación, especialmente en las grandes ciudades, porque no hay lluvia que arrastre partículas y pólenes. España está sufriendo ya una de las primaveras más secas de las últimas décadas y eso tiene efectos negativos sobre nuestra salud: más concentración de NO2 y partículas, más riesgo de neumonías y enfermedades crónicas y más alergias (que sufren la mitad de la población), además de daños a la piel (la sequía aumenta las dermatitis). Y no olvidemos las muertes que provocan las olas de calor: en 2022 hubo 5.876 muertes provocadas por las altas temperaturas, según el Instituto de Salud Carlos III. España se ha convertido en el país europeo con más riesgo de muerte por calor extremo: 30 por cada millón de habitantes, el doble que la media UE (15), según The Lancet.

Otra grave consecuencia del calor extremo y la sequía persistente son los daños al campo, a las cosechas y a la ganadería. Ya en 2022, las pérdidas por la sequía superaron los 8.000 millones de euros, según los Jóvenes Agricultores. Y todo apunta a que las pérdidas en 2023 serán superiores, superando los 10.000 millones de euros,  después de que las indemnizaciones pagadas a los agricultores por los seguros agrarios batieran su récord histórico en 2022: 769 millones de euros (frente a una media de 534 millones pagados entre 2007 y 2016 y 695 millones anuales entre 2017 y 2021) Incluso el ministro Planas cree que la situación en el campo es ahora “más dura que en los años 90, por las elevadas temperaturas”. De momento, y pendientes de que llueva o no en mayo y junio, la situación en el campo español es muy grave: la sequía asfixia ya al 80% del campo español y produce pérdidas irreversibles en más de 5 millones de hectáreas de cereales de secano”, dice el informe de la organización agraria COAG (11 mayo).

El informe de COAG da por perdidas las cosechas de trigo y cebada en Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, Murcia, Aragón, Madrid, Cataluña y Castilla y León, con el riesgo de que 3,5 millones de hectáreas queden improductivas. Están en riesgo los frutales de Andalucía, Murcia, Comunidad Valenciana y Cataluña, porque a la sequía se unen las restricciones al regadío. Y creen que será imposible el cultivo de arroz en Andalucía, mientras la cosecha de aceite y frutos secos en la mitad sur de España será sólo un 20% de la normal. Y la falta de pastos obliga a comprar pienso y forraje a los ganaderos, lo que agravará la situación de la cría de ovejas, cabras y vacas. Y para completar el panorama, los apicultores sufrirán su 3ª mala cosecha de miel, por falta de vegetación y floración.

Estos daños de la sequía, que se pueden agravar si no llueve en los próximos meses o si se repiten las olas de calor, nos anticipan que los alimentos se van a encarecer en los próximos meses, tras estar ya muy caros (suben un +12,9% anual, el triple que el IPC general, un +4,1%): subirán cereales, harina, patatas, arroz, aceite, frutos secos, frutas de fuera de temporada, verduras, carnes, huevos y lácteos… Y sobre todo este verano, cuando se reduzca la oferta de alimentos (por las malas cosechas) y se dispare la demanda, por el récord de turistas. Así que será difícil que baje más la inflación y los alimentos, porque la mitad de su subida se debe a la crisis climática.

También la sequía puede provocar una subida del recibo de la luz. Todavía la luz sigue “barata” (60,27 euros/kwh el viernes, frente a 145 euros el 3 de enero y 327 euros en septiembre de 2022), gracias a la mayor producción de energía renovable (eólica y solar) y a la drástica caída del precio del gas que se utiliza en las centrales térmicas (ha caído de 215,64  euros en septiembre a 25,67 euros el viernes). Pero si cambia el clima (se reduce el viento o las horas de sol) y sube el precio internacional del gas, ahora tenemos poca agua en los pantanos para producir electricidad hidroeléctrica. Los embalses de uso hidroeléctrico están mejor que los de uso humano y agrícola, pero están bajos: al 66,6% de capacidad, mejor que hace un año (55%) pero mucho peor que hace 5 años (72,7%), según la estadística de Transición Ecológica. Las cuencas que concentran las mayores centrales están mal (Ebro y Tajo) o regular (Duero), pero si persiste la sequía, se notará también en estas centrales y en la producción hidroeléctrica. En abril, el agua ha aportado sólo el 8,1% de toda la electricidad producida, según REE,  menos del 11,1% que aportó en el primer cuatrimestre, más que en 2022 (6,47%) y menos que en 2021 (11,4%). Ahora se espera un aumento del consumo eléctrico este verano (sobre todo si es caluroso y “tiramos” del aire acondicionado”), lo que podría encarecer el recibo de la luz, sobre todo se sube el precio del gas.

Como hemos visto, el calor extremo y la sequía tienen un alto coste, en el suministro de agua, las muertes, los daños a las cosechas, la subida de los alimentos y la factura de la luz. Para paliar estos daños, el Gobierno aprobó el 11 de mayo un paquete de medidas extraordinarias contra la sequía, con 2.190 millones. Una parte (784 millones) son ayudas directas a agricultores y ganaderos, más ayudas fiscales y una ampliación de la subvención a los seguros agrarios: habrá 358 millones para subvencionar entre el 50 y el 70% del coste, aunque agricultores y ganaderos aseguran poco sus negocios (sólo un 32% de la producción final agraria está asegurada). El resto del Plan (casi 1.400 millones) son inversiones en las cuencas, en desaladoras y en plantas de reciclaje de agua, además de subvenciones (57 millones) para el pago del canon del agua de los regantes.

La organización agraria COAG cree que estas ayudas son “insuficientes” y piden que se entreguen ya a los agricultores de cereal, los más afectados. Y los ecologistas de Greenpeace también las consideran “insuficientes”, además de “ir en la mala dirección”, porque refuerzan las infraestructuras hidráulicas en lugar de reducir la agricultura industrial, que es el origen del problema: es insostenible porque consume más agua de la que tenemos.

Los ecologistas culpan de los problemas del agua a una agricultura industrial sobredimensionada e insostenible medioambientalmente. Y dan un dato: el 85% del consumo total de agua en España se lo llevan los regadíos, quedando el 15% restante para el consumo particular (10%) y la industria (5%). La realidad es que el regadío no ha parado de crecer en las últimas décadas: se ha pasado de 3 millones de hectáreas en 2010 a 3.877.901 en 2021 y a 4 millones de hectáreas actualmente. Según Ecologistas en Acción, el regadío ha crecido un +64,7% en Castilla la Mancha en los últimos 25 años, un +44% en Andalucía y un +30% en Extremadura, debido al crecimiento de la agricultura “intensiva” y a que ahora se riegan cultivos “leñosos”, que antes eran de secano (olivos, viñas, frutas y cítricos). Actualmente, España (el país más seco del continente) es el país con más hectáreas de regadíos de Europa (4 millones), por delante de  Italia (2 millones), Francia (1,5 millones) y Grecia (1 millón de hectáreas).

Lo que pasa es que España se ha convertido en “la despensa de Europa”, aumentando drásticamente la producción agrícola (y ganadera), con la ayuda del regadío: naranjas, frutas, tomates, cerdos, aceite o vino son “nuestro petróleo” y vendemos fuera el doble de alimentos que de coches. Las exportaciones españolas de alimentos han saltado de 31.497 millones de euros en 2011 a 53.304 millones en 2020 y 62.248 millones en 2022, el doble que hace una década. De hecho, somos el 4º exportador agroalimentario europeo y el 7º del mundo, lo que mantiene 2,5 millones de empleos en España, a costa de un regadío que consume mucha agua, aunque sea cada vez más eficiente. Y a costa de la existencia de 1 millón de pozos ilegales, según Greenpeace, que riegan de forma ilegal 88.645 hectáreas (1,5 veces la superficie de Madrid capital), destruyendo los acuíferos.

El 2º gran consumidor de agua es el consumo humano (10%), que bajó en los últimos años (de 165 litros por habitante y día en 2001 a 127 en 2019), pero que ahora está aumentando (de 128 a 131 litros en 2022, según AEAS-AGA), debido a un cierto “relajo” y a los bajos precios del agua para consumo (1,97 euros m3), de los más baratos de Europa. Y también tiene mucho que ver el récord de turistas: gastan entre 450 y 800 litros por día, según algunos estudios, entre 4 y 6 veces más que un consumidor habitual en España. Eso crea un grave problema de consumo, sobre todo en verano, en Canarias, Baleares, Levante, Costa del Sol y Cataluña, región donde 8 millones de turistas pernoctan en hoteles. Queda el consumo industrial (5%), un porcentaje bajo pero importante, con determinadas industrias más consumidoras de agua (químicas, textiles, industria agroalimentaria, minerales y metales, disolventes y gestión de residuos), que en general carecen de planes de reducción de consumo, también porque pagan precios bajos.  Y no olvidemos otro consumidor oculto: las pérdidas de agua en las instalaciones: cada año se pierden 700.000 litros de agua por fugas y averías (cubrirían el consumo anual de 14 millones de personas), un 20% del consumo total de agua en España, lo que exige importantes inversiones en las viejas redes de abastecimiento.

Al final, la sequía es una pandemia que está aquí, pero contra la que no tenemos “vacuna” como con la COVID-19. Y va a ir a más, según el último informe de la OMM (ONU), por la crisis climática. Eso exigiría un gran Pacto del Agua, para actuar en muchos frentes: frenar el deterioro de ríos y acuíferos, mejorar la calidad del agua, ahorrar consumos innecesarios y frenar las fugas, racionalizar los regadíos y la producción agraria, subir tarifas para reducir el consumo humano e industrial, invertir en infraestructuras, canales y desaladoras, aumentar el peso del agua reciclada y conseguir un turismo sostenible. No hay una solución mágica contra la sequía, sino miles de actuaciones y un objetivo común: salvar el agua, cada vez más escasa pero clave para la economía y la vida. A ello.

jueves, 11 de julio de 2019

La 3ª mayor sequía del siglo


Tras la última ola de calor, las temperaturas serán más altas más altas de lo habitual este verano. Y como ha llovido un 25% menos este año, sufrimos  ya la tercera peor sequía de este siglo. Con ella, agricultores y ganaderos tienen pérdidas millonarias y los consumidores sufriremos subidas de precios en muchos alimentos este verano. Y como los pantanos están medio vacíos, habrá zonas turísticas con problemas de agua y la luz será más cara, al haber caído un 41% la producción hidroeléctrica. Y han aumentado los incendios: ya hay más superficie quemada que en todo 2018, con “mega incendios” cada vez más virulentos. Todos estos problemas vienen de lo mismo: del Cambio Climático, que afecta cada vez más a España y que agravará sus consecuencias en los próximos años. Urge aprobar un Plan contra el Cambio Climático, como toda la UE, junto a medidas de choque para limpiar los montes, asegurar más las cosechas y aprovechar mejor el agua. Hay que salvar nuestro entorno.


La última ola de calor, en Europa y más en España, ha sido un serio aviso de la naturaleza sobre los efectos del Cambio Climático. Las temperaturas, entre el 26 y el 30 de junio, han sido las más elevadas en un mes de junio de los últimos 40 años, según la Agencia española de Meteorología (AEMET). Y en 14 capitales españolas se registraron las temperaturas más altas de su historia. Al final, la temperatura media es 1,30 grados más elevada (16,78ºC) que en los años 80 (15,48ºC). Pero no es sólo un problema de España: el pasado mes de junio fue el más cálido registrado en el Planeta y el 2º más cálido en Europa, tras el anterior récord de junio 1999, según el programa Copernicus de la UE.

Y la previsión para este verano, entre julio y septiembre es que las temperaturas sigan altas, +0,5ºC por encima de lo habitual en las tres últimas décadas, según la AEMET, que advierte que en el noroeste de España, la temperatura podría subir +1ºC sobre lo habitual en otros veranos, sin contar con que no se repita una nueva ola de calor. Porque advierten que estas olas de calor son ahora 10 veces más frecuentes que en el siglo pasado y lo serán más en el futuro. Olas de calor que van a ser más frecuentes y cada vez con temperaturas más altas, según advierte el Informe Word Weather Atribution, que señala que la ola de calor de junio registró 4ºC más de temperatura que las olas de calor de hace un siglo.

Junto a las mayores temperaturas, el otro problema es que no llueve. La primavera ha registrado un 15% menos de lluvia de lo habitual y ha sido la 6ª primavera más seca de este siglo, según la AEMET. Y como el invierno también fue seco, el problema es que en 2019 ha llovido un 25% menos de lo habitual en las tres últimas décadas, con lo que estamos oficialmente en situación de sequía, en el 3º año más seco del siglo XXI, tras las anteriores sequías de 2017 y 2005. Un ejemplo: en Madrid, en mayo, se registraron 0 litros de precipitaciones por m2, algo que sólo había sucedido una vez antes en la historia (en 2015). La sequía afecta especialmente a Coruña, Burgos, Vizcaya, Huesca, sur de Castilla y León, Madrid, Extremadura, oeste de Castilla la Mancha, tercio occidental de Andalucía, norte de Tenerife y la Palma, según la AEMET. Y es grave en el extremo sur de Castilla y León, oeste de la comunidad de Madrid y oeste de la provincia de Toledo.

La AEMET no se atreve a hacer previsiones de lluvias para este verano, pero teme que la sequía se agrave porque no haya lluvias que compensen las elevadas temperaturas esperadas. Y eso, cuando los embalses están al 54,83% de capacidad (8 de julio), bastante por debajo del año pasado en estas fechas (estaban al 69,49% de capacidad). La situación más grave se da en las cuencas del Segura (embalses el 27,89% de capacidad) y Júcar (al 37,46%), pero también están muy bajos los embalses de las cuencas del Guadiana (al 46,36%), Guadalquivir (46,10%) y Tajo (al 47,48%).

Las altas temperaturas y la sequía propician los incendios forestales, que ya han batido récords en el primer semestre: hasta el 30 de junio se quemaron 43.929 hectáreas en 6.627 incendios forestales, más superficie quemada que en todo el año 2018 (25.162 hectáreas quemadas en 7.143 fuegos), según datos del Ministerio de Agricultura. Y lo peor es que ahora, los incendios son más graves y extensos (“mega incendios”), más virulentos y difíciles de atajar y con más daños humanos y materiales. De hecho, en lo que llevamos de siglo XXI se han producido ya 457 grandes incendios, de más de 500 hectáreas, algo casi sin precedentes en el siglo pasado. Y la ONU, a través del panel de expertos para el Cambio Climático (IPCC) ya ha advertido que el calentamiento global va a aumentar un 38% el riesgo de incendios forestales de aquí a 2040, aumentando los “mega incendios” o “teraincendios” como los sufridos por California, Portugal o el norte de España el año pasado.

La AEMET advierte del elevado riesgo de incendios este verano en la mayor parte de la España peninsular, debido a las altas temperaturas y a la desertificación del territorio, que afecta ya al 37% de la superficie española. Además, los expertos en incendios advierten que la rapidez en apagar los grandes incendios sufridos en las últimas semanas en Cataluña, Toledo y Ávila pueden servir de “combustible” para próximos incendios, si no se aplican con urgencia medidas de limpiezas de los montes. Para la AEMET, las zonas con mayor riesgo de incendio este verano son el Pirineo y el Cantábrico, porque tienen bosques muy viejos que han perdido la humedad tras varios años de fuerte sequía.

Las altas temperaturas y la sequía han dañado muchas cosechas y provocado graves pérdidas a agricultores y ganaderos. A principios de julio, la sequía afectaba ya a 1 millón de hectáreas de cereales (el 16,6% de la superficie cultivada), donde se perderá el 40% de la cosecha (la 2ª peor del siglo, tras la de 2017), con pérdidas que rondan los 1.000 millones de euros (la mitad en Castilla y León y el resto entre Castilla la Mancha, Aragón y Andalucía). Y la sequía también está perjudicando otros cultivos, como el olivar, el viñedo y el almendro. Y además, la falta de pastos encarece la alimentación de muchos animales, obligando también a mayores importaciones de cereales y piensos.

Un problema añadido a la sequía es que la mayoría de agricultores no tienen aseguradas sus cosechas: en cereales, sólo están aseguradas 2,2 millones de las 6 millones de hectáreas de cereales cultivadas. Eso hace que las indemnizaciones que va a pagar la empresa pública Agroseguros, desde el 15 de julio (100 millones de euros, para 980.000 hectáreas), sólo llegarán a una parte de los agricultores afectados, mientras otros no serán indemnizados porque no tenían seguro. Y no lo tenían, según los sindicatos agrarios, porque han subido mucho en los últimos años (entre un 20 y un 80% desde 2015) y son muy caros, a pesar de que las ayudas públicas subvencionan un 41% del coste. Además, para los que sí aseguran sus cosechas, si hay un siniestro (sequía), se reducen las coberturas y suben las primas para la próxima campaña, lo que retrae a los agricultores a contratarlos.

La sequía y la pérdida de cosechas, desde cereales a aceite, vino, frutas y hortalizas, se está traduciendo ya en subidas de precios de muchos alimentos. Y habrá más subidas de los alimentos este verano, coincidiendo con la mayor demanda del turismo. Hasta mayo, la sequía ha provocado subidas en el pan (+1,7% anual, frente a +0,8% de subida global del IPC), carne de cordero (+2,1%), cerdo (+3%), pollo (+1,1%), lácteos (+1,2%), legumbres y hortalizas frescas (+4,8%) y patatas (+14,5%), según el último IPC de mayo (INE). Y no sólo es que los agricultores y ganaderos suban sus precios, porque cosechan y producen menos y con más costes, sino que los distribuidores y grandes supermercados “aprovechan la ocasión” para subir los alimentos por el camino, del campo a la ciudad: los productos agrícolas suben 4,88 veces lo que se paga al agricultores y las carnes 3,18 veces lo que se paga al ganadero, según este listado de precios (IPOD) que publica cada mes la organización agraria COAG.

Las altas temperaturas y la sequía no sólo provocan muertes, incendios, pérdidas de cosechas y subidas de los alimentos, sino que también afectan al recibo de la luz, porque la climatología adversa reduce la electricidad de origen eólico (aire) e hidráulico (embalses). De hecho, hasta finales de junio, la producción de electricidad de origen hidráulico había caído un -41,7% y la eólica un -3,8%, según el balance de Red Eléctrica (REE). Eso se traducirá en aumentos de la factura de la luz este verano. De momento, en julio, el kilowatio se ha encarecido en el mercado eléctrico: de 48,32 euros/MWh el 1 de julio a 56,02 euros/MWh el 5 de julio, según la estadística diaria de precios de OMIE.

Y al final, esta sequía récord puede traducirse también en problemas de suministro de agua en algunas zonas de España, sobre todo en Levante y Andalucía, donde a la falta de agua en los embalses se sumará un número récord de turistas españoles y extranjeros (el Gobierno espera 29,6 millones de turistas extranjeros entre julio y septiembre, medio millón más que el verano pasado), que dispararán el consumo de un agua escasa.

En resumen, que el Cambio Climático está aquí y se traduce en altas temperaturas, sequía y altos costes para todos. Y lo más preocupante es que todos estos problemas que ya sufrimos se agravarán en los próximos años, como ya advirtió la ONU en 2011: aumentará la temperatura media y habrá olas de calor más frecuentes y más cálidas, con menos lluvias y más sequía. Y estos problemas serán más graves en el sur de Europa y especialmente en España, según los expertos. Por su situación geográfica y porque tenemos 2 problemas adicionales: un mayor grado de desertificación que el resto de Europa (7 de las 10 cuencas europeas con sequía están en España)  y un mayor problema de falta de agua (somos el 3º país europeo con más “estrés hídrico: consumimos un 34% de los recursos disponibles, frente al 10% de media en la OCDE)). Eso hace que gran parte de España se vea “muy afectada” por el Cambio Climático”: 32 millones de españoles según el Gobierno, básicamente los que viven en el sureste de España, Castilla la Mancha y el valle del Ebro.

¿Qué se puede hacer? A corto plazo, hay que actuar sobre los incendios, el consumo de agua y la sequía en las cosechas. En el terreno de los incendios, el Gobierno en funciones debería pactar un Plan de choque para limpiar los montes, con una dotación extra de recursos a Ayuntamientos, Diputaciones y autonomías, para que pongan en marcha este verano actuaciones urgentes en las zonas más deterioradas. Y, a medio plazo, hay que aprobar un Plan de montes para gestionar la política forestal, favorecer el pastoreo y el aprovechamiento industrial de la madera, gastando en limpieza de los montes y en prevención (ahora sólo se gasta en combatir los incendios). Y hay que aprovechar mejor los Fondos europeos (Fondos FEADER), que se pierden porque las autonomías no cofinancian su parte.

En cuanto al agua, cada vez más escasa, hay que racionalizar su uso, limitando el agua para el riego agrícola, que consume el 70% del agua dulce disponible, según Agricultura (y el 82% según Ecologistas en Acción). Habría que reducir las 4 millones de hectáreas de riego actuales a 3/3,2 millones y mejorar su eficiencia, subiendo las tarifas de riesgo. Y en paralelo, subir las tarifas de agua a los consumidores particulares, porque son las 8ª más baratas de Europa y encarecerlas reduciría el consumo, lo mismo que reducir las fugas y pérdidas (suponen hasta el 19% del consumo). Además, habría que conseguir más agua por tres vías: recuperación de aguas subterráneas (acuíferos), desaladoras y recuperación de aguas residuales. Además, es hora de retomar las inversiones públicas en infraestructuras hidráulicas, que han caído un 65% en la última década (de 1.983 millones en 2008 a 703 millones en 2017).

En tercer lugar, hay que ayudar más a los agricultores y ganaderos en su lucha contra la sequía, con inversiones y ayudas para que consigan explotaciones que consuman menos agua y con seguros agrarios más asequibles, porque la sequía seguirá ahí por muchos años y no les puede abocar a la quiebra cada mala cosecha. Y el Gobierno debe vigilar especialmente los canales de comercialización en épocas de sequía, para que no haya especuladores que se aprovechen y nos encarezcan de más el carrito de la compra.

Pero la clave es luchar contra el Cambio Climático, que es el origen de casi todos los problemas que estamos sufriendo. Ya no hay dudas: o actuamos con urgencia o luego será demasiado tarde, como viene avisando la ONU desde hace una década. Y España tiene que hacer más, porque es el 3º país europeo que más ha aumentado sus emisiones de efecto invernadero entre 1990 y 2017: un +17,9%, sólo superado por Chipre (+57,8%) y Portugal (+19,5%), mientras el conjunto de la UE las reducía un -23,5%. Y además, porque si hay un país que sufre y sufrirá más el Cambio Climático es España, junto a la Europa del sur.

La Comisión Europea pidió a los 28 paises UE un Plan eficaz contra el Cambio Climático, que el Gobierno Sánchez envió a Bruselas a finales de febrero. En esencia, el Plan español, considerado por los expertos como uno de los más ambiciosos, propone suprimir el uso del carbón en 2030, reducir las nucleares y contar con un 42% de energías renovables para 2030, además de reducir el uso del diesel y la gasolina en los transportes (plantea suprimir los coches de combustión a partir de 2040). Ahora, la futura Comisión Europea tendrá que analizar a fondo el programa español y el resto, con la idea de que se apruebe antes de finales de 2019 en el Parlamento (si es que hay Gobierno y no se repiten las elecciones). En cualquier caso, es prioritario aprobar un Plan eficaz, al margen de las peleas políticas, porque hay que reducir ya las emisiones de gases de efecto invernadero si no queremos más olas de calor, más sequías, más problemas de cosechas y alimentos, más escasez de agua.

La lucha contra el Cambio Climático debería ser una de las prioridades de la próxima Legislatura, junto a las medidas apuntadas contra los incendios, la sequía y la falta de agua. La naturaleza es un elemento clave de la vida y de la economía y si nos la cargamos, no habrá recuperación sino una crisis más profunda y letal. Lo sabemos pero no acabamos de tomar medidas. El Gobierno, las empresas y los consumidores. Es una tarea de todos. Y urgente.