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lunes, 25 de abril de 2022

2 meses de guerra "pinchan" la recuperación

Hoy es el día 61 en la guerra en Ucrania, que ya ha provocado un frenazo en todas las economías, especialmente en Europa, que crecerá casi un tercio menos (España, una quinta parte menos). El conflicto sigue subiendo los precios de casi todo y la inflación ronda el 10%, mientras suben mucho menos las pensiones (+2,5%) y los sueldos (+2%). Con esta pérdida de poder adquisitivo, mayor entre los que menos ganan, será imposible mantener la recuperación iniciada, a pesar del tirón del turismo. Si el conflicto se mantiene, creceremos poco y no superaremos la crisis de la pandemia hasta finales de 2023. No hay recetas mágicas: sólo moderar las subidas de precios (reduciendo los márgenes y beneficios empresariales) y subir con cuidado los salarios. Y mantener las ayudas selectivas a las familias y sectores más perjudicados. Bajar impuestos suena bien, pero sería contraproducente, injusto y peligroso, como dice incluso el FMI. Hay que ajustar gastos, costes y precios, vivir algo peor porque la guerra nos empobrece.

Enrique Ortega

La peor parte de esta guerra se la llevan los ucranianos: miles de muertos, 5 millones de refugiados en el extranjero, millones de desplazados internos, ciudades en ruinas y una economía que perderá el 35% del PIB este año, según el FMI. El resto de europeos también sufrimos la invasión de Putin, pero sólo en nuestros bolsillos: la guerra ha provocado una subida generalizada de precios, que se ha “comido” parte de nuestros sueldos, pensiones y ahorros, lo que reduce el poder adquisitivo de la mayoría y aumenta los costes de las empresas, recortando el consumo y la inversión. Y con ello, el crecimiento y el empleo.

El 2º mes de guerra en Ucrania ha disparado la inflación en todo el mundo, con récords históricos de subidas de precios: +7,9% en EEUU (la mayor inflación desde 1981), +7,8% en la UE-27 (récord desde 2002) y +9,8% en España (la mayor inflación en 36 años). La inflación mundial ya era alta desde septiembre de 2021, por el aumento de actividad tras lo peor de la pandemia, pero se ha agravado con la invasión de Ucrania, por tres vías: el aumento de los precios de la energía (petróleo y gas, lo que encarece los carburantes y la electricidad), la subida de las materias primas (alimentos y metales) y los atascos en el comercio mundial (por falta de chips y componentes, problemas de transporte y rebrote del COVID en China). Un aumento generalizado de costes que las empresas han trasladado en cadena a los consumidores.

En España, el primer causante de la actual inflación (que superará el 10% en abril) es la subida de la energía, en especial el petróleo (a 106,56 dólares el barril el viernes, un +9% más caro que el día antes de la invasión), que ha encarecido el gasóleo (a 1,613 euros litro, un +9% más caro que el 23-F) y la gasolina (a 1,590 euros litro, prácticamente el mismo precio que antes de la invasión), más que el gas natural ( 84,68 euros MWh el viernes, un 4,7% más barato que los 88,89 euros del 23-F), aunque el precio de la electricidad en el mercado mayorista varía mucho cada día (entre 85 y 240 euros la semana pasada) y cuesta hoy lunes 226,57 euros MWh, un 15,6% más que antes de la invasión (195,86 euros MWh). Estas subidas de los precios energéticos se han trasladado a algunas materias primas, como metales y cereales o aceites, donde las exportaciones de Rusia y Ucrania eran importantes.

Al final, las subidas de precios de la energía y materias primas por la guerra se han trasladado en España al transporte (sus costes han aumentado del 14%, el sector aéreo, al 20% el ferrocarril), la industria auxiliar de la construcción (+14% costes), las refinerías de petróleo (+12%), la pesca (+10%), la metalurgia (+8%) y la industria química (+7% subida costes), según un estudio de CaixaBank Research, que también destaca subidas importantes en los componentes de automóvil, maquinaria, aceites, piensos y fertilizantes. Al final de la cadena, es el consumidor el que carga con las subidas, sobre todo en carnes y lácteos, bebidas, hostelería, productos agrícolas y ganaderos, coches, ropa, hoteles y restaurantes.

Ahora, si sigue el conflicto en Ucrania, la previsión es que los precios sigan altos en mayo y junio, aunque la energía podría bajar este verano, pero no los carburantes (por la alta demanda en vacaciones). Con todo, las empresas españolas no parecen dispuestas a asumir una parte del aumento de costes (reduciendo sus márgenes), según anticipa la Encuesta que les ha hecho el Banco de España: el 40% de las empresas ha subido sus precios en el primer trimestre, otro 37,5% los subirán en el 2º y nada menos que un 60% de las empresas consultadas “esperan subir sus precios a un año vista”. En definitiva, que mientras el consumidor no retraiga sus compras, las empresas seguirán subiendo precios.

La primera previsión tras la guerra, hecha la semana pasada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), augura una subida generalizada de la inflación en todo del mundo este año, especialmente  en Europa (+5,3% de inflación media en 2022, frente a 2,6% en 2021), principalmente en Reino Unido (+7,4%), Alemania (+5,5%), Italia o España (+5,3% frente al 3,1% en 2021), más que Francia (+4,1%) o Portugal (+4% de inflación).

De cumplirse estas previsiones de inflación, que pueden ir a peor (si el conflicto se alarga  o se dispara más la energía), la mayoría de europeos perderán poder adquisitivo este año, “seremos más pobres” por los efectos de la guerra de Ucrania. Y más en España, donde los ingresos son más bajos y la inflación está subiendo algo más. Los más afectados (“la inflación sí entiende de clases”) serán las familias más vulnerables (porque gastan comparativamente más en energía y alimentos) y, sobre todo los trabajadores (cuyos sueldos están subiendo en torno al 2%, el 75% de los convenios sin clausula de revisión salarial frente a la inflación) y los pensionistas (que tienen una subida este año del 2,5% en sus pensiones), a quien no se compensará de la subida extra del IPC hasta enero de 2023.

En conjunto, se ha calculado que la inflación se va a “comer” este año 85.000 millones de euros de los ingresos de trabajadores (perderán unos 21.000 millones de poder adquisitivo), pensionistas (15.000 millones que puede costar la revalorización de 2023) y ahorradores (50.000 millones perdidos en sus depósitos por la inflación extra). Este es el coste de la guerra” para los españoles de a pie, más el coste de las ayudas públicas y la pérdida de ingresos y beneficios de empresas y autónomos.

La consecuencia directa de esta pérdida de poder adquisitivo por la inflación es la caída del consumo y la inversión, los dos principales “motores” del crecimiento. Por eso, el FMI ha revisado a la baja el crecimiento de todas las economías: la economía mundial crecerá un 0,8% menos de lo previsto en enero (3,6% frente a 4,4%). Caerán menos la economía USA (-0,3%, creciendo un 3,7%) y China (-0,4%, creciendo un 4,4%) pero el “pinchazo” será mayor en Europa, que reducirá su crecimiento -1,1% (del 3,9 al 2,8%), en especial Alemania (-1,7%, crecerá sólo el 2,1%) , Italia (-1,5%, crecerá el 2,3%) y Reino Unido (-1%, crecerá el 3,7%, cayendo menos Francia (-0,6%, hasta crecer el 2,9%).

Para España, el FMI prevé una caída del -1% sobre el crecimiento previsto antes de la guerra, que bajará del 5,8 al 4,8%, con todo, el mayor crecimiento de los grandes paises occidentales. Esta semana, el Gobierno Sánchez tendrá que revisar a la baja su cuadro macroeconómico de septiembre pasado, que apuntaba un crecimiento este año del 7%. El Banco de España ha rebajado esta previsión al 4,5% (frente al 5,1% que crecimos en 2021) y otros expertos privados (Funcas, CaixaBank Research) lo rebajan al 4,2% (4,1% BBVA Research). Perder un 1% o más de crecimiento por la guerra de Ucrania frenará la recuperación y permitirá crear menos empleos (entre 200.000 y 300.000, frente a 840.000 empleos nuevos en 2021). Y sobre todo, retrasará la salida de la crisis del coronavirus: si pensábamos en recuperar el PIB de 2019 a finales de 2022, ahora se retrasará conseguirlo hasta septiembre de 2023.

La guerra de Ucrania nos hace más pobres, porque las subidas de precios se comen los ingresos de la mayoría. Y poco se puede hacer, salvo paliar con ayudas a las familias y sectores que más sufren esta nueva crisis, y tratar de no frenar de golpe el consumo, para lo que haría falta un “pacto de rentas”: a lo claro, que las empresas moderen sus márgenes (y beneficios) y que los salarios no suban demasiado, para no alimentar entre unos y otros la espiral de la inflación. Pero la realidad es que no hay un pacto de rentas porque la patronal ofrece una subida de salarios ridícula (+8% de subida en los próximos 3 años) y no renuncia en paralelo a subir precios (ya hemos visto que el 60% de las empresas piensan subir sus precios) ni a recortar beneficios ni dividendos. Un pacto de rentas sería “repartirse el sacrificio” de los costes de la guerra, unos en sus márgenes y otros en sus sueldos. Pero no hay intención por parte de la patronal, lo que podría provocar conflictos laborales.

Ante este panorama, alta inflación y menor crecimiento, el “nuevo” PP vuelve a viejas recetas: bajar impuestos. La propuesta enviada al Gobierno por Feijoo propone actuar por cuatro vías. Por un lado, ayudas directas de 200 y 300 euros a las familias que ganan entre 14.000 y 17.000 euros y que no declaran IRPF. Y a los que sí declaran y ganan hasta 40.000 euros, el PP propone descontarles la inflación de sus ingresos (“deflactarlos”), con lo que pagarán menos (unos 3.800 millones menos). La tercera medida sería rebajar el IVA eléctrico y del gas al 5% (el Gobierno lo ha bajado al 10%), lo que tendría que autorizar Bruselas. Y la cuarta, una rebaja en el impuesto de sociedades que pagan las empresas. En total, unas rebajas fiscales que costarían entre 7.500 y 10.000 millones y que se financiarían con el aumento de recaudación que está teniendo Hacienda por la subida de precios.

Suena bien, pero el “Plan” fiscal del PP es “contraproducente, injusto y peligroso”. Incluso el FMI criticó esta receta el mismo día que Feijoo presentó públicamente su propuesta: “no deben hacerse rebajas indiscriminadas de impuestos ni subsidios generalizados”, mientras llamaba a los Gobiernos a la “prudencia generalizada” ante el “limitado espacio fiscal” (elevados déficits públicos y mucha deuda en la mayoría de paises, entre ellos España) y “los mayores riesgos para las finanzas públicas por la guerra y la inflación”. A lo claro: no están las finanzas de los paises para gastar mucho más. Hay que concentrar las ayudas en los más vulnerables, lo mismo que dijo la OCDE el mes pasado. O sea, ayudas limitadas. Y "nada de bajadas de impuestos a la energía", señala en una carta a los paises el comisario europeo de Economía, Paolo Gentiloni.

Pero hay más. Los expertos, desde el FMI a la OCDE, creen que bajar impuestos ahora es “contraproducente” porque alimentaría más la inflación: si la gente tiene más dinero disponible, gastará más y eso hará que las empresas suban sus precios sin resistencia. Además, subvencionar los carburantes y bajar el IVA de la energía va en contra del Cambio climático: lo que hay que hacer es subir los impuestos a los carburantes que emiten CO2, no bajarlos. En segundo lugar, la bajada de impuestos es “injusta” porque beneficia siempre más a los más ricos y aumenta la desigualdad. Y más en el caso de bajar el IVA. La tercera crítica, la más de fondo, es que la rebaja de impuestos es “peligrosa: el Estado ha tenido que gastar millones en ayudas durante los dos años de pandemia y ahora tiene que seguir haciéndolo con la guerra, con lo que corremos el riesgo de disparar el déficit y la deuda demasiado. Y si eso pasa, las bajadas de hoy serán mañana recortes.

El debate de los impuestos debería ser “económico” y no ideológico: la derecha siempre lo utiliza para captar votantes, pero es poco realista. Por una cuestión de datos, no de política: España recauda menos que la mayoría de Europa. Entre 2011 y 2020, los ingresos públicos en España han sido del 38,7% del PIB, frente al 46,1% de media en la UE-27, el 52,8% en Francia, el 47,1% en Italia o el 45,5% en Alemania. Eso quiere decir (“a lo claro”) que España recaudó en 2019 (sin pandemia) 92.000 millones menos que la media de Europa. Y 175.000 millones menos que Francia, 104.500 millones menos que Italia y 97.000 millones menos que Alemania. Y así cada año, desde hace décadas. Por eso también gastamos menos (44,9% del PIB frente al 48,6% en la UE-27) y tenemos más déficit público.

España recauda menos que Europa en todos los impuestos (hay demasiadas deducciones, mucho fraude y se ingresa mucho menos en sociedades, por las grandes empresas: 23 multinacionales españolas sólo pagan el 2,6% de sus beneficios, según Hacienda). Y eso nos lastra para poder gastar lo que necesitamos (sanidad, educación, gastos sociales, empleo,  inversiones públicas, tecnología…) y atender a situaciones excepcionales como la pandemia o la guerra (donde las ayudas de España son inferiores a las de Francia o Alemania, que recaudan proporcionalmente más que nosotros). Así que los datos deberían forzar a España a recaudar más (como propone el Comité de Sabios encargado por Hacienda), no menos. Y a ser muy prudentes con las ayudas y bajadas de impuestos, porque tenemos poco fuelle. Y si no tenemos cuidado y la crisis se alarga, habría que volver a los recortes (que ya hizo el PP de Rajoy en 2012). En definitiva, no se puede soplar y sorber a la vez.

Ahora, entramos en el tercer mes de guerra y si el conflicto se enquista, para el verano habrá un nuevo recorte de previsiones, se retrasará la recuperación y harán falta más ayudas (españolas y europeas). Por eso hay que ser prudentes y tratar de repartir al máximo los costes de la guerra (tener conciencia de que “somos más pobres”), entre empresas, trabajadores y consumidores. Por ahora, los que más pagan la invasión son los ucranianos y los europeos más pobres. Es hora de un pacto de rentas entre empresas y trabajadores, para moderar no sólo los salarios sino también los márgenes (precios), beneficios y dividendos. Y compensar no sólo a  las familias y sectores más vulnerables, como ahora, sino también a las pensiones más bajas, que no pueden esperar a 2023. Se trata de ajustar el shock de la guerra, con solidaridad y prudencia, sin caer en soluciones “milagrosas” como la bajada de impuestos. La realidad es más compleja. 

lunes, 21 de octubre de 2013

IPC bajo, pero no llegamos a fin de mes


El Gobierno presume de que la inflación está muy baja y que el IPC acabará el año por debajo del 1%. Y es verdad. Lo que no dice es que los productos y servicios que más nos importan están subiendo mucho más, del 2,5 al 22%: alimentos, transporte, energía, educación y salud. Y la cesta de la compra sube este año el triple que el pasado, debido sobre todo a la subida de las marcas blancas, que abusan de su posición de dominio. Como los salarios están cayendo, diga lo que diga Montoro, las familias siguen recortando su consumo para hacer frente a las subidas de precios: la mitad sólo pueden afrontar los gastos básicos. Un camino que lleva a la caída del consumo y de las ventas de las empresas, impidiendo la recuperación y el empleo. Sin más consumo no salimos de la crisis.


                                                                                 Enrique Ortega
La inflación, el IPC, bajó en septiembre al 0,3% anual, desde el 2,9% de diciembre 2012 y el 2,1% de junio 2013. Es el nivel más bajo desde finales de 2009. La rebaja se debe a la recesión (que tira para abajo de ventas y precios) y sobre todo al efecto escalón de la subida del IVA en septiembre de 2012, que ahora ya no cuenta. Con ello, se espera que el IPC cierre  el año en torno al 0,7%. Pero este nivel de precios es un cierto “espejismo”, porque los productos y servicios básicos, que suponen el gasto principal de las familias está subiendo mucho más: alimentos, transporte, energía, educación y salud, con subidas que van del 2,5%  al 22%.

Los alimentos llevan subiendo desde el verano y alcanzan una aumento anual del +2,5%. Lo que más suben son los aceites (+21,4% anual), patatas (+20,8%), leche (+4,7%), frutas (+3,9%), preparados de legumbres y hortalizas (+3,7%), preparados de pescado(+3,3%), cerdo(+1,8%) y pollo (+1,1%). Se debe a las malas cosechas de frutas, aceite y patatas (por las lluvias de primavera), al aumento de exportaciones (carnes, frutas y aceites), que ha disparado algunos precios en origen, y a la menor oferta y mayor demanda internacional de alimentos, que fuerza el alza de precios (caso de la leche, con tirón de compras de leche en polvo de Rusia y China).

El transporte también ha subido mucho más que el IPC (+0,3%), tanto el transporte público urbano (+3,7% anual) como el transporte interurbano (+3%), los billetes de avión (tasas: +6,3%) y los peajes de las autopistas (+2,40/+3,50%), sin olvidar las subidas de los carburantes hasta agosto. La energía no ha parado de subir: luz (cuatro subidas y una bajada, con un saldo de +3,9%), butano (dos subidas, +7,15%) y agua (de +4 a +10%). El cuarto renglón inflacionista es la educación: fuerte subida de la educación universitaria (+22,3% anual, según el IPC) y aumentos en infantil y primaria (+1,7%), secundaria (+1,5%) y otros gastos de enseñanza (+1,8%), subidas que no contabilizan el recorte en becas y  ayudas de comedor, libros y transporte. Y por último, las subidas en salud: servicios médicos (+1,9%) y medicamentos (+0,3%), copagos aparte.

La consecuencia de estas subidas en los gastos más básicos es que se ha encarecido la cesta de la compra: subió un 2,2% en los ocho primeros meses de 2013, según un estudio de Nielsen, que confirma además una caída de compras (-1,9%), por segundo año consecutivo. Y según otro estudio de la OCU, un chequeo de precios a 1.164 supermercados de 63 ciudades, las cadenas de supermercados han subido la cesta de la compra un 2,9% de media en 2013, el triple que en 2012 (+1%). Y revelan que nueve alimentos básicos, desde aceites a frutas y verduras, han subido más del 20%. Luego de precios a la baja, nada.

El problema que revelan estos estudios es que, en alimentación, se están igualando precios: los supermercados más caros bajan (caso de El Corte Inglés, desde 2012) y los más baratos suben precios, aprovechando que han copado gran parte del mercado con sus marcas blancas (34% ya de cuota, que sube al 45% en alimentación). Como ya advirtió un informe de la Comisión de Defensa de la Competencia, las marcas blancas dominan la distribución de alimentos (Mercadona, Carrefour, Eroski, Día y Alcampo controlan el 65%) y han impuesto sus productos, a costa de desplazar (en ocasiones, con prácticas abusivas) a las marcas de fabricantes, penalizadas en precios y trato en las estanterías. Y ahora que el consumidor está “cautivo” y ya no compara tanto, han aprovechado para subir precios en muchos productos.

A estas subidas claves, de alimentos, transportes, energía, educación y salud, se suman el aumento de impuestos (IRPF, IVA, catastro) y tasas municipales (aparcamiento, agua…), que se comen unos ingresos familiares a la baja. Porque, diga lo que diga Montoro, los sueldos han caído en España. Por un lado, desde 2008 ha bajado la remuneración de los asalariados, nada menos que un 5,4% en 2013 (INE), debido al paro y la moderación salarial. Y por otro, los sueldos de los que trabajan llevan cayendo nueve meses seguidos (un -3,2% en el último trimestre de 2012 y -0,3% en los dos siguientes). Y el salario más frecuente ya es inferior a los 15.500 euros brutos anuales que fijó el INE en 2011. No en vano, casi 7,5 millones de trabajadores (más de la mitad de asalariados) declararon a Hacienda en 2011 ganar menos de 1.000 euros al mes.

Con todo esto, la renta disponible de las familias ha caído en junio de 2013 al nivel más bajo de los últimos 6 años, según el INE. Y como suben precios básicos e impuestos, las familias restringen al máximo su consumo y tienen cada vez más problemas para llegar a fin de mes. En 2012, casi la mitad de las familias (48%) sólo pudo afrontar los gastos básicos: vivienda (hipoteca y recibos luz, agua, calefacción y teléfono/Internet), comida y productos básicos, según un estudio de Nielsen. Una economía de guerra.

La presión sobre los precios sigue ahí, mientras crecen los márgenes empresariales (+3,5% frente al 0,6% los salarios en 2012, según el INE) y sus beneficios, siguen al alza otros costes no salariales (financieros, energía, transporte y distribución) y persisten los monopolios de hecho en sectores básicos (gas y electricidad, carburantes, agua, transportes…). Factores que tiran al alza de los precios tanto o más que los salarios y de los que no se habla. El Gobierno ha aprobado una Ley de Desindexación para 2014, con objeto de quitar peso al IPC y tratar de  sentarse encima de los precios”. Pero la clave de una baja inflación no es sólo limitar los precios regulados sino hacer más competitiva la economía (innovación, costes, reforma de la distribución, más competencia, relaciones laborales…) para que las empresas produzcan a mejores precios sin hundir los sueldos de sus empleados.

Rajoy va presumiendo por el extranjero de sueldos bajos y de que somos la China de Europa, un buen país para invertir. Y los grandes empresarios apuestan porque los costes laborales caigan otro -1,5% en 2014, mientras subirán un +2,9% en Alemania, Francia o Italia, con lo que la mano de obra aquí será un 20% más barata (34.400 euros por trabajador español frente a los 43.000 euros que cobran franceses o alemanes). Pero esta estrategia, lejos de sacarnos de la crisis, nos hundirá más. Porque las familias no pueden consumir: lo poco que ganan se lo comen los impuestos y los precios de lo básico (que suben más que la media del IPC). Y así, no despegan las ventas ni las empresas. Ni el empleo.

Hay que alentar el consumo, el motor de más de la mitad del crecimiento. Y para eso hay que frenar las subidas de los precios básicos y reanimar los salarios, junto a las mejoras de productividad y los beneficios empresariales. Seguir machacando los ingresos familiares, con más bajadas de salarios (como piden Bruselas y el FMI)  y subidas de precios, es un suicidio económico. Ya se ha visto estos años de recortes.