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jueves, 30 de marzo de 2017

20 millones de hambrientos más


La ONU ha lanzado un alarmante SOS: 20 millones de africanos pueden morir de hambre si no se les ayuda en un mes. Es la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra mundial y afecta a Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y Somalia, asoladas por la guerra, la sequía y la miseria. De momento, los grandes paises, divididos por el conflicto sirio y los problemas políticos internos, miran para otro lado. Y los ciudadanos ayudan poco: el hambre nos incomoda, aunque lo tengamos en Europa y haya 1.600.000 españoles que comen de la caridad. Esta grave crisis en África se suma a los 793 millones de personas que pasan hambre en el mundo, no porque falte comida sino porque está mal repartida. Y mientras, crece en muchos paises pobres la obesidad, que ya es una epidemia mortal en los paises ricos. La ONU quiere acabar con el hambre para 2030, pero será imposible si no se racionaliza la producción y el consumo mundial de alimentos. Una responsabilidad de Gobiernos y consumidores.
 
enrique ortega

Es la mayor catástrofe humanitaria que ha visto el mundo desde finales de la Segunda Guerra mundial, según advirtió el secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios y Emergencias de la ONU, Stephen O´Brien, el 11 de marzo, ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En conjunto, hay más de 20 millones de personas que podrían morir de inanición en Yemen (7 millones), Sudán del sur (5), Nigeria (5) y Somalia (3). Y la ONU ha reclamado que urge reunir 4.200 millones de euros en poco más de un mes para evitar la catástrofe. Pero de momento, los grandes paises no han movilizado estos recursos y hay 30 organizaciones humanitarias en la zona intentando paliar la hambruna, sin medios y con graves problemas para abrir “pasillos humanitarios”, por culpa de las guerras locales.

Y es que el detonante de esta histórica catástrofe humanitaria en el sureste de África son las guerras, que han acabado de hundir a unos países ya de por sí pobres y atrasados, que además sufren graves sequías por efecto del cambio climático. En Yemen, dos tercios de la población necesitan ayuda (casi 19 millones de personas), tras una guerra civil que se ha cobrado ya 100.000 muertos y que enfrenta a la guerrilla insurgente Houthi (apoyada por Irán) y el Gobierno, respaldado por una coalición liderada por Arabia Saudí. En Sudán del sur, la nación más joven del mundo (se independizó en 2011), más de 7,5 millones de personas necesitan ayuda tras una guerra civil que dura ya 3 años y que ha desplazado de sus hogares a 3,4 millones de personas. En Nigeria, la guerrilla fundamentalista de Boko Harán ocupa zonas del noroeste desde hace 7 años, con 20.000 muertos y casi 2,6 millones de desplazados. Y en Somalia, más de la mitad de la población (6,2 millones de personas) necesita ayuda, no por una guerra sino por una tremenda sequía que ha provocado la pérdida de ganado y cosechas, con un 27% de la población en riesgo de hambruna.

Las ONGs se están volcando con esta grave crisis humanitaria en África, mientras se retrasa la ayuda de los grandes países y la ONU trata de abrir “pasillos humanitarios”. Pero en general, el mundo es bastante pasivo ante estos dramas del hambre, que periódicamente cuestan millones de vidas, como en Etiopía en 1983-85 o en Somalia en 2011. Y eso sabiendo que estos 20 millones de hambrientos nuevos se suman a los 793 millones de personas que ya pasan hambre en el mundo, 1,1 de cada 10 habitantes del Planeta, según los datos de la FAO, el organismo de la ONU para la alimentación y la agricultura. Un problema con graves consecuencias para muchos paises, por su secuela de atraso, enfermedades y muerte: el hambre provoca que mueran 25.000 personas cada día, un tercio de ellos niños .

Hay una especie de fatalismo sobre el hambre (“siempre ha habido y siempre habrá”) y la mayoría de los occidentales no quieren oír hablar de este problema, quizás menos ahora que lo tienen cerca de casa. De hecho, el hambre y la malnutrición han vuelto con esta crisis a Europa, un continente que ya sufrió las cartillas de racionamiento al final de la Segunda Guerra Mundial (ver libro “Postguerra, de Tony Judt). Así, en Gran Bretaña, 10,5 millones de familias reciben ayudas de vivienda y alimentos, lo mismo que 6,7 millones de alemanes que reciben ayudas del programa Hartz IV para parados sin subsidio. En Francia, 1,4 millones de personas cobran la renta de solidaridad para sobrevivir. Incluso en EEUU, un 15% de los norteamericanos (47,6 millones) reciben vales de comida para subsistir. En España, hay 1.600.000 españoles que comen gracias a los bancos de alimentos, mientras el 3,2% de los hogares (576.000 familias) no pueden permitirse una comida de carne, pollo o pescado a la semana, según Eurostat. Y muchos padres y colegios han alertado que hay más de 100.000 niños españoles malnutridos, tras los recortes en las becas de comedor.

Está claro que este “hambre occidental” es distinto del hambre de África o los paises en desarrollo, pero quizás haya servido para desviar la atención de los paises ricos del grave problema del hambre en el mundo. Un problema que en los últimos años cambia de cara: muchos paises pobres han pasado del hambre al sobrepeso. Un ejemplo claro es América Latina, la región del mundo que más ha reducido en hambre en las últimas décadas (del 14,7 al 5,5% de la población): ahora, 3 de cada 5 latinoamericanos (el 58%), 360 millones de personas, tienen sobrepeso, según un informe de la FAO. Y hay muchos paises, como Haití, donde una parte de la población pasa hambre y otra parte tiene sobrepeso, porque compran alimentos ultra procesados, de baja calidad y con un exceso de grasas, pero más baratos que las frutas, verduras, carnes y pescados que necesitarían para tener una dieta equilibrada.

La consecuencia es que América Latina y muchos paises pobres de Asia y África comparten el hambre con la pésima alimentación (zumos en polvo, bebidas azucaradas, patatas fritas, galletas, salsas, comida preparada) que les causa sobrepeso, una “bomba letal” a medio plazo, porque les acaba provocando obesidad y diabetes, además de numerosas enfermedades (desde ataques cardíacos a ceguera, amputaciones, ictus) y muertes. De hecho, la mala alimentación provoca que 1 de cada 10 adultos latinoamericanos sufra una enfermedad crónica y 1 de cada 8 habitantes del Caribe sufre diabetes, según las estadísticas de la FAO.

Así que en los paises pobres, el hambre y el sobrepeso son las dos caras de la misma moneda: la malnutrición y el subdesarrollo. Pero además, hay 793 millones de hambrientos en un Planeta donde la mayoría comemos muy mal y en exceso: 1 de cada 3 adultos del mundo tienen obesidad (600 millones) o sobrepeso (1.900 millones de personas), según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aumentando dramáticamente la obesidad infantil. Y en España, el 65,6% de la población tiene sobrepeso  y, de ellos, el 26,5% padece obesidad (12.250.000 españoles), siendo el segundo país europeo con más obesos, tras Reino Unido (28% de obesos), según los datos de la OMS (2014). Esta obesidad es el origen de numerosas enfermedades cardiovasculares, ictus y sobre todo de la diabetes, que sufren 422 millones de personas en el mundo, de ellos 4,3 millones en España (el 9,4% de los españoles).

Volviendo al hambre en el mundo, hay que partir de una premisa: el problema no es que falte comida, sino que está muy mal repartida. Hay alimentos suficientes para 12.000 millones de personas, según la FAO, y somos 7.200 millones en el mundo. Los culpables del hambre son la globalización y la desigualdad. Durante casi todo el siglo XX, hasta 1990, África exportaba alimentos, como explica Martín Caparrós en su libro “Hambre”. Pero a raíz de las políticas de ajuste y globalización, impulsadas por el FMI y el Banco Mundial, se impuso un cambio de modelo, donde África, Asia y Latinoamérica iban a desmantelar su agricultura tradicional y centrarse en cultivos extensivos (soja, maíz, algodón) para el mercado mundial, para que así pudieran pagar los abultados intereses de su deuda externa. Y les obligaron a suprimir sus políticas de reservas estratégicas y alimentos subsidiados, porque “iban contra el mercado”. La consecuencia: estos paises pobres se han visto forzados a importar alimentos de los paises ricos, a precios impagables.

En paralelo, se han producido otros hechos que han agravado el hambre. Por un lado, los paises ricos han multiplicado sus cosechas, subsidiadas por sus Gobiernos (en Europa y USA), con un exceso de grano que ha ido a alimentar animales (el 70% del maíz USA), porque cada vez consumen más carne. Y ese grano (maíz, trigo, sorgo) que en los paises pobres consumirían las personas va a alimentar vacas, cerdos o gallinas: quien come carne se “apropia” de la comida de 5 a 10 personas en el Tercer Mundo. Además, se han desviado también alimentos (sobre todo maíz) para biocarburantes: llenar un depósito de etanol consume 170 kilos de maíz, la comida de un niño africano durante un año… Y por si fuera poco, en los años 90, los bancos de inversión empezaron a utilizar los alimentos para especular, disparando los precios internacionales de muchos alimentos.

La FAO señala que las causas del hambre hay que buscarlas en toda la cadena de producción alimentaria, desde las semillas a la comercialización. Así, denuncia la enorme dependencia de los agricultores del Tercer Mundo de unas pocas semillas muy costosas, patentadas por las grandes multinacionales: hay 10.000 especies para alimentarse pero sólo se utilizan 150 y el 60% de las calorías del mundo proceden de 4 cultivos (trigo, maíz, arroz y patatas). Luego, en la mitad del Planeta se utiliza mal el agua, cada vez más escasa, y no hay apenas abonos y tecnología para mejorar los cultivos. Y además, faltan tierras accesibles al pequeño agricultor,  en África, Asia y Latinoamérica, mientras las acaparan multinacionales chinas, norteamericanas y europeas. Además, los pequeños agricultores pobres no tienen medios para conservar, transportar sus productos y que accedan a los mercados: la FAO estima que con los alimentos que se pierden en África y Latinoamérica por falta de medios para conservarlos podrían comer 600 millones de personas. Y al final de la cadena, en Occidente, se tiran alimentos para mantener altos los precios o porque los consumidores los desperdician: con lo que los europeos tiran cada día a la basura podrían comer 200 millones de personas.

Así que hay hambre en el mundo por el caótico sistema de producción y consumo de alimentos, que perjudica a los agricultores y consumidores de los paises pobres, a costa de los enormes beneficios de las multinacionales de la alimentación y del despilfarro de los consumidores, que podríamos evitar consumiendo productos frescos locales y menos carne. Ahora, el nuevo objetivo de la ONU es acabar con el hambre para 2030, pero no será fácil porque el mundo va a seguir creciendo y los recursos (agua, tierra, energía) son escasosHaría falta un gran Acuerdo mundial contra el hambre, como el logrado en París contra el Cambio Climático, asentado en varios frentes. El primero, potenciar el trabajo de la FAO, cuyo presupuesto en 8 años equivale a lo que gasta el mundo en armamento en 1 día. Con más recursos, la ONU podría ayudar a los paises pobres a potenciar su  agricultura, con semillas enriquecidas (arroz o cereales con más proteínas), más tecnología, más medios para conservar y transportar los alimentos y más acceso a los mercados. Y en paralelo, cambiar los hábitos alimenticios de Occidente, para reducir el sobrepeso y el despilfarro de comida, con más alimentos naturales de mercados próximos  y menos comida preparada de importación. Y por supuesto, con una mayor apuesta de los paises ricos por la ayuda al desarrollo (el 0,7% que no cumplen), que España ha recortado un 73,5% (-3.300 millones de euros) desde 2008,  y la erradicación de las guerras, que agravan el hambre.

Curiosamente, la comida, la primera necesidad del hombre, no está reconocida como un derecho en ninguna Constitución (salvo en Bielorrusia o Moldavia), como sí lo están la sanidad o la educación en muchos países. Los gobiernos occidentales no quieren aprobar una ley que garantice la alimentación de todos los ciudadanos, quizás porque sería reconocer los fracasos de sus políticas sociales. Pero el hambre está ahí, rondando en Occidente y masacrando a millones en los paises pobres. Y ahora, la ONU lanza un SOS que debería quitarnos el sueño: hay 20 millones de hambrientos más. El mundo debe movilizarse para evitarlo. Todos podemos ayudar, donando algo a una ONG. Les doy algunas: Acción contra el hambre, Manos Unidas, Intermón Oxfam, Médicos sin fronteras, ACNURMuchos pocos ayudan, aunque lo importante es que se movilicen los gobiernos. No podemos permanecer impasibles. Hay que erradicar el hambre como sea. Es una vergüenza para el mundo.

lunes, 23 de mayo de 2016

Las exportaciones "pinchan" por el euro y la crisis


En España se habla poco de las exportaciones, pero mucho del crecimiento y empleo depende de que nuestras empresas vendan más fuera, lo que no es fácil. Por eso, debería preocuparnos que las exportaciones hayan caído en marzo y estén casi estancadas este año, porque Europa y el mundo no tiran y el euro ha subido, lo que encarece los productos españoles. El objetivo es que las exportaciones “aguanten” este año y sólo resten un 0,4% al crecimiento español. Pero si el comercio mundial no tira y sigue la crisis de los países emergentes, las exportaciones pueden “pinchar” y con ello peligrarían 50.000 empleos de los 425.000 que se quieren crear en 2016. Así que otra prioridad del futuro Gobierno debería ser un Plan de choque para reanimar las exportaciones, para conseguir que vendan fuera más empresas, sobre todo en Latinoamérica y Asia. Pero hay que competir con productos de más valor y calidad, no sólo tirando precios y salarios. No podemos ser la China de Europa.
 
enrique ortega

Las exportaciones han sido la válvula de escape de muchas empresas en esta crisis: han tratado de vender fuera de España para compensar la caída del consumo dentro. Y así, las exportaciones crecieron mucho en 2010 (+16,8%) y 2011(+15,2%), para subir menos con Rajoy, entre 2012 (+5,1%) y 2015 (+4,3%). Con ello, España ha aumentado un 56,5% sus ventas en el exterior, pasando de exportar mercancías por 159.889 millones de euros en 2009 a 250.241 millones en 2015, todo un récord histórico, apoyado por dos factores clave, que han empujado las ventas fuera: unos bajos precios (negativos) y unos bajos salarios. Y aunque también aumentaron las importaciones, las compras fuera, crecieron menos, con lo que el déficit comercial se ha reducido a -23.688 millones en 2015, la mitad que en 2010.

Las exportaciones españolas no sólo han batido récords durante la crisis sino que crecieron  en 2015 un 4,3%, más que las de Francia (+4%), Italia (+3,7%) o Reino Unido (-1,7%), aunque menos que las de la zona euro (+4,2%), toda Europa (+4,8% UE-28) o Alemania (+6,4%). Pero aun así, las exportaciones aportan menos al crecimiento en España que en otros paises. En 2015 suponían el 23,63% del PIB, lo que nos colocaba como el 5º país de Europa con menos peso relativo de las exportaciones, sólo por delante de Chipre (9,46%), Grecia (14,65%), Reino Unido (16,15%) y Francia (20,88%) pero muy alejados de Alemania (39,60% PIB), Irlanda (51,48%) o Portugal (27,8%) y, sobre todo, de países más pequeños donde las exportaciones suponen hasta cuatro veces lo que en España: Bélgica (87,8% del PIB), República Checa (87,11%), Eslovaquia (87,10%), Hungría (81,78%), Holanda (75,35%) o Eslovenia (74,77%).España es el país nº 18 en el ranking mundial de exportadores, pero si tomamos el peso de las exportaciones sobre la economía (ese 23,63% del PIB), estaríamos en el puesto 98 de 189 países, según el ranking de la OMC. En definitiva, las exportaciones han batido un récord en España pero tienen un peso reducido en la economía, por debajo del que tienen en la mayoría del mundo.

Y además, frente al triunfalismo del Gobierno Rajoy con el récord exportador de España, hay que añadir otras “sombras” en el balance. La fundamental, que el tirón exportador está concentrado en pocas empresas: de las 147.378 empresas españolas que exportaron en 2015, sólo 47.782 lo hacen de manera regular (al menos en los últimos 4 años). Y sólo 100 empresas concentran el 40% de todas las exportaciones, mientras dos tercios exportan menos de 50.000 euros. En definitiva: la exportación está en manos de pocas grandes empresas, un 35% de ellas son multinacionales extranjeras. Y se concentra también en pocos sectores: casi la mitad de todas las exportaciones son automóviles (18,4%), alimentos (17,5%) y ropa y calzado (10,3%). Y si se suman los bienes de equipo (maquinaria, material de transporte y motores, un 19,5%) y los productos químicos (14,8%), tenemos ya un 80,5% de todas las exportaciones sólo en estos cinco sectores. También está concentrada en 5 regiones, que exportan dos tercios del total: Cataluña (25,5%), Comunidad Valenciana (12,5%), Madrid (10,8%), Andalucía (10,3%) y País Vasco (8,4%). Y nuestras exportaciones se dirigen sobre todo a Europa, donde van el 73,3% de las ventas (67,9% a la UE-28).

El Gobierno Rajoy también presume que España lleva 10 trimestres seguidos (dos años y medio) con una mejora de la competitividad frente a Europa y los paises OCDE, aunque no entra mucho en el porqué. Y es importante y clarificador: si los productos españoles compiten mejor fuera es porque han caído los precios en los últimos años (IPC negativo desde julio de 2014) y, sobre todo, porque han caído los salarios, lo que ayuda a las empresas españolas a exportar. De hecho, el pago por hora trabajada en España es de 15,8 euros, frente a 21,8 euros en la zona euro, 20 euros en Italia, 24 en Francia, 25 en Alemania y 35,6 euros en Dinamarca. Así que “el secreto” del récord exportador es que nuestras empresas pagan a sus trabajadores un 28% menos que las de los paises euro, un 36% menos que las alemanas y la mitad que las empresas danesas. Y así consiguen exportar, tirando precios, mal pagando a los trabajadores, no por la calidad de nuestros productos. Somos la China de Europa.

Con todo, lo más preocupante es que las exportaciones han “pinchado” en marzo, cayendo un -3,3%, la mayor caída en ese mes desde 2008. Y están prácticamente estancadas este año: crecen sólo un +0,2% en el primer trimestre, frente al 4,4% en 2015 y muy por debajo de los años buenos (+14,3% en 2010 y +24,7% en 2011). La causa del “pinchazo” es doble: por un lado, la economía europea y mundial tiran menos, y por otro, la fortaleza del euro hasta mediados de mayo, que ha encarecido los productos europeos y españoles. Y hay muchas posibilidades de que las exportaciones sigan débiles el resto del año, por tres razones. La primera, porque la economía europea no acaba de despegar y algunos clientes nuestros, como Francia, Italia, Reino Unido o Alemania, van a crecer poco este año. La segunda, que la economía internacional está estancada, por el menor crecimiento de China y la crisis de algunos emergentes, como Rusia, Asia, África y Latinoamérica (clave para España). Y sobre todo, porque el euro está fuerte (aunque ha bajado los últimos días)  y eso encarece las exportaciones españolas.

El euro débil ayudó a las exportaciones españoles en 2014 y 2015, pero este año lleva subiendo desde enero y eso dificulta nuestras ventas, aunque haya bajado algo la semana pasada. La inyección de liquidez del BCE, comprando deuda, ha atraído capitales a Europa mientras el dólar baja porque no acaba de recuperarse la economía y el empleo en USA ni suben más los tipos de interés. Con ello, el euro se ha revalorizado hasta mediados de mayo un 4,25% frente al dólar pero más frente a otras monedas: un 6,3% frente a la libra, un 5,3% frente al yen japonés y un 4,7% frente al yuan chino. Y mucho más frente a monedas de paises emergentes con problemas, como el rublo ruso, el peso mexicano, el real brasileño, la lira turca, el dírham marroquí o el rand sudafricano. Eso significa que una empresa española, con el euro más fuerte, vende ahora entre un 4 y un 8% más caro que a principios de año, que las divisas se comen el sacrificio salarial. La semana pasada, el euro bajó algo y hoy lunes está en 1,1206 euros por dólarcon lo que aún se revaloriza un 3,2% este año, lo que encarece y dificulta nuestras exportaciones fuera de países euro.

Que vayan bien las exportaciones es crucial para España, porque si crecen menos, la economía y el empleo también crecerán menos. Este año 2016, la previsión del Gobierno es que la economía crezca un 2,7% (menos del 3,2% de 2015) y que se consiga todo gracias a la mejora del consumo y la inversión dentro de España, mientras el sector exterior (exportaciones e importaciones) reste un -0,4% de crecimiento (en 2015, restó -0,5% al crecimiento). Pero si las exportaciones no crecen lo esperado y las importaciones crecen más (porque sube el petróleo, algo que ya está pasado), el sector exterior podría restar más al crecimiento total (-0,7% en vez de -0,4%) y creceríamos menos, un 2,4% en vez del 2,7%. Eso supondría 50.000 empleos menos en 2016. Ahí se ve lo importante que es que las exportaciones vayan bien y “no pinchen” este año.

Al margen de lo que haga el euro, que no está en nuestras manos, España puede y debe tomar medidas para reanimar las exportaciones, para asegurar un mayor crecimiento y empleo. Y hay margen para que crezcan más, porque exportamos la mitad que Italia (con una economía similar) y porcentualmente la cuarta parte que Bélgica, Holanda, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia o Hungría, economías mucho menores. El primer reto ha de ser atraer a la exportación a más empresas (sólo exportan habitualmente unas 48.000), de más sectores y regiones. Y para ello, el futuro Gobierno debería poner en marcha un Plan de choque para la exportación, con varias medidas: facilitar la financiación a las empresas (faltan créditos y avales para exportar), aumentar las ayudas a la internacionalización (fiscales, asesoramiento y formación, más oficinas en el exterior), fomentar las fusiones de empresas (cuanto más grandes son, más exportan), la tecnología, la innovación y la industrialización. Y dotar de más recursos al ICEX, cuyo presupuesto se ha reducido a la tercera parte.

Además, hay otros dos retos de fondo: diversificar lo que se exporta y dónde se vende. Porque la mayoría de lo que exporta España son productos de tecnología baja (alimentos, ropa y calzado) y media (plásticos, metales y automóviles) y sólo un 10% de lo exportado tiene un alto contenido tecnológico, a pesar de que estos productos suponen casi la cuarta parte de la demanda mundial. O sea, exportamos productos de menos valor que otros paises y competimos en precio (gracias al desplome de salarios) y no en tecnología y calidad. El otro reto es exportar más fuera de Europa, donde van el 73,3% de todas nuestras ventas (67,9% a la UE-28 y el 53,1% a la zona euro). Hay que fomentar la exportación en zonas con gran potencial, como Latinoamérica (sólo 5,1% de las exportaciones españolas), Oriente Medio (3,3% exportaciones), Asia (5,7% sin Oriente Medio) y África (6,2%).

La exportación puede parecer una cuestión sin interés para el gran público, pero es la base de un crecimiento y un empleo estables: los países ricos son los que exportan la mitad de lo que producen. Y para eso, España tiene que cambiar el modelo económico, buscar un crecimiento asentado en la industria, la innovación, la tecnología y empresas de mayor tamaño volcadas al exterior, en producir productos y servicios de alto valor añadido y calidad. Es el ejemplo del vino: producimos más litros que nadie pero ingresamos la tercera parte que Francia, porque vendemos mucho vino barato y a granel, de poco valor. Es una tarea a medio plazo: construir una economía y unas empresas que produzcan mejor, con más calidad y valor, no que compitan sólo con precio, como la China de Europa. Si no nos ponemos las pilas con la exportación, otros venderán por nosotros en Europa y en el mundo. Y serán ellos los que creen más empleo a costa de nuestro paro. Ahí está el quid de las exportaciones.

jueves, 5 de mayo de 2016

Cooperación española: recortes de vergüenza


Mucho vender la “marca España” por el mundo y resulta que somos el país que más ha recortado la ayuda a los países pobres y el cuarto país que menos dinero aporta al mundo subdesarrollado. Con la crisis, el Gobierno Rajoy ha recortado ayudas dentro pero más fuera, donde hay 900 millones de personas en pobreza extrema. La OCDE acaba de publicar un  informe demoledor sobre la ayuda española: gastamos poco y mal en los países pobres. Y las ONGs denuncian sobre todo el hundimiento de  la ayuda humanitaria, para situaciones de emergencia (como la de Ecuador), que ha pasado de 320 millones anuales a sólo 50 millones. Urge recuperar la Cooperación de España en el mundo, que fue ejemplar hasta 2008. Todos los grupos políticos (salvo el PP)  han aprobado una proposición no de ley para triplicar la ayuda en la próxima Legislatura. Se puede y se debe. Porque ayudar a los más pobres tiene una triple recompensa: moral, política y económica. No nos avergüencen.
 
enrique ortega

Los fondos de ayuda al desarrollo (FAD) es el dinero que los países ricos destinan a ayudar a los países pobres, con proyectos para luchar contra la pobreza y el subdesarrollo. Con la crisis, todos los países occidentales recortaron sus aportaciones, que cayeron entre 2007 y 2009, estancándose después. Pero ahora, los últimos datos de la OCDE revelan que la ayuda al desarrollo (FAD) se está recuperando: creció un 6,8% en 2015, por tercer año consecutivo, y alcanzó los 146.680 millones de dólares (28 países). Eso supone que ahora dedican un 0,30% de su PIB para ayudar a los países pobres, volviendo a los niveles de ayuda de 2006, aunque el dato tiene "truco": inflan las ayudas al desarrollo incluyendo en ellas lo que los países ricos gastan "dentro" en atender a los refugiados (12.000 millones de dólares en 2015). Y aún así, todavía están lejos del objetivo del 0,7%, que comprometieron gastar con la ONU, en 1970. Los que más gastan en ayudar a los países pobres son Estados Unidos (31.080 millones dólares), Reino Unido (18.700), Alemania (17.780), Japón (9.320) y Francia (9230 millones dólares) , pero gastan poco en relación a su riqueza (0,17% de su PIB USA o el 0,51% Alemania) y sólo hay 6 países que gastan en ayuda al desarrollo más del 0,7% que propone la ONU: Suecia (1,40% de su PIB), Noruega (1,05%), Luxemburgo (0,93%), Dinamarca (0,85%), Países Bajos (0,76%) y Reino Unido (0,71%).

España está en el pelotón de cola de la ayuda al desarrollo: gastó 1.446 millones de euros en 2015, un 0,13% del PIB, el cuarto país que menos ayuda a los países pobres, sólo por delante de la República Checa (0,13%), Eslovaquia y Polonia (0,10%), incluso menos que Grecia (0,14%) o Portugal (0,16%), según el ranking 2015 que acaba de publicar la OCDE. Y  España es el país occidental que más ha recortado su ayuda al desarrollo con la crisis: un -73,7%, pasando de gastar 5.500 millones de euros en 2008 a 1.446 millones en 2015, casi la cuarta parte. El impresionante recorte muestra el cambio drástico que ha dado la ayuda exterior española: si en los años 80 gastábamos mucho menos que los demás (0,04% del PIB frente al 0,34 total en 1983), en los años 90 nos equiparamos (0,28% frente a 0,29% en 1993) y en la década del 2000 superábamos incluso al resto de la OCDE, con un máximo en 2008: España dedicó el 0,45% de su PIB a ayudas al desarrollo frente al 0,30% de los 28 países ricos. Pero en 2011, Zapatero pega el primer tajo a la Cooperación (baja al 0,29%) y en 2012 y 2013, Rajoy pega dos tijeretazos más, para bajarla al actual 0,13% del PIB. En resumen: de ser “un país modelo” en ayuda al desarrollo hemos pasado a ser “un vergonzoso ejemplo”.

El recorte a las ayudas al desarrollo y la Cooperación internacional no lo ha hecho sólo el Gobierno central, sino también las autonomías, Ayuntamientos, Universidades, Fundaciones, entidades y empresas: hay más de 900 entidades que ayudan y suponen un 15% del gasto total. Y este desplome de fondos ha supuesto el cierre de proyectos en muchos países y la desaparición de un tercio de las ONGs, según un informe de la Caixa. En España hay unas 2.000 ONGs que gestionan ayudas al desarrollo en unos 100 países y su futuro es muy incierto porque dependen en un 60% de recursos públicos (recortados). Las ONGs que no han cerrado han tenido que recortar plantillas, sueldos y proyectos, mientras buscan desesperadamente recursos de empresas y particulares. Porque si en 2010, los fondos públicos al desarrollo llegaban a 665 ONGs españolas, en 2012 sólo llegaron a 78 ONGs.

El problema no es solo que se gaste casi la cuarta parte en Cooperación internacional. Otro problema grave es que además se gasta mal. Primero, porque no se gasta todo el menguante dinero disponible: en 2012, un tercio de la ayuda al desarrollo no llegó a su destino por problemas de gestión de los créditos reembolsables.  En 2013 sólo se gastó el 69% del presupuesto disponible y en 2014 no debió subir del 70%. Segundo, porque una buena parte de la ayuda se gasta en burocracia, en gastos administrativos, no en proyectos concretos. Y además, expertos y ONGs se quejan de que no hay auditorías que sigan la eficacia de las ayudas (por no hablar de corrupción, como el caso que saltó en la Comunidad Valenciana).

Otro problema es que dos tercios de toda la ayuda española al desarrollo no la gestiona España: se tramita a través de organismos multilaterales, que gestionan  el 67% de toda la ayuda exterior, mientras en los demás países OCDE sólo se canaliza así el 27% de toda la ayuda. Eso significa que la mayor parte de nuestra ayuda son contribuciones fijas a organismos multilaterales (el 78%, contribuciones obligatorias a la Unión Europea, que es la que las gasta) y que sólo un tercio de toda la ayuda es bilateral, de España con cada país. Y aquí hay otro problema: el Gobierno Rajoy ha cambiado las prioridades y ha centrado buena parte de esta ayuda exterior en países de renta media (como Perú, Colombia y Ecuador), por interés de las empresas españolas que invierten fuera (los que venden la “Marca España”), recortando la ayuda a los países más pobres y en conflicto, que deberían ser los prioritarios (han pasado de llevarse el 25% al 18% de la ayuda total). Así, la Cooperación española con los países del Magreb y el África subsahariana (de donde salen las pateras con inmigrantes) ha caído un 91% desde 2011.

Otra crítica que hacen expertos y ONGs a la Cooperación española es que Rajoy ha cambiadoe l modelo de gestión, quitando recursos al Ministerio de Exteriores y la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID), el organismo más profesionalizado, que han pasado de gestionar el 47% de los recursos (2011) a sólo el 12% (2015). Y se los ha dado a los Ministerios económicos, para ligar más la ayuda exterior al crecimiento internacional de las empresas españolas. Así, ahora, más de la mitad del presupuesto (recortado a 1.446 millones de euros) lo gestionan Hacienda (el 50%, sólo para “transferir” las cuotas a los organismos multilaterales) y Economía (15%), además de muchos otros Ministerios e instituciones públicas, porque otro problema de la Cooperación española es que la hacen multitud de organismos, con poca coordinación entre ellos. Los expertos y ONGs critican también que la ayuda española se dirige a demasiados proyectos y países, 23 de Latinoamérica y África (Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú, República Dominicana, Mauritania, Marruecos, Sahara y territorios Palestinos, Malí, Níger, Senegal, Etiopía, Guinea Ecuatorial, Mozambique y Filipinas).

Estos problemas de la Cooperación española y otros más aparecen en el último informe del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE, que cada 4 años evalúa la ayuda española y que publicó en marzo su informe de 2015. Es un análisis muy crítico con la política española de ayuda al desarrollo, que denuncia la escasez de recursos, la descoordinación y falta de control administrativo, el exceso de burocracia que se exige a las ONGs, la desaparición de las contribuciones voluntarias de España a organismos de la ONU (desde el PNUD a ACNUR o UNICEF) y sobre todo denuncia la caída drástica de la ayuda humanitaria española, la ayuda para catástrofes (como la de Ecuador): ha caído de 320 millones que se gastaron en 2009 a los 50 millones gastado en 2015, sólo un 4% de la ayuda total al desarrollo.

La OCDE recomienda a España, sobre todo, que aumente su ayuda al desarrollo, con el objetivo de gastar ese 0,7% objetivo de la ONU (recordemos que gastamos el 0,13%). Y sobre todo, pide que se suba la ayuda humanitaria, hasta el 10% del gasto total (serían 144 millones en vez de 50). Y proponen  más coordinación entre organismos, menos burocracia y concentrar la ayuda en menos proyectos y en  los países más pobres y con graves conflictos. Propuestas en las que coinciden los expertos y ONGs, que como Intermón Oxfam o Unicef, piden además que el futuro Gobierno cree una Secretaría de Estado de Cooperación (suprimida por Rajoy en diciembre de 2011), que potencie la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID) y que concentre las ayudas en menos países (España tiene proyectos en unos 100 países, frente a los 28 países donde trabaja Reino Unido, que gasta 15 veces más en Cooperación) y menos proyectos, más especializados, buscando programas donde España tiene experiencia y ventaja comparativa, como salud, seguridad alimentaria, infancia, educación o infraestructuras básicas. Y todos piden una política de Estado para la Cooperación, que dedique recursos en educar a los españoles sobre la importancia de la ayuda exterior.

Los españoles, teóricamente, somos solidarios con los países más pobres: un 90% considera que la ayuda al desarrollo es importante y un 57% cree que debe ser prioritaria para el Gobierno español, según el Eurobarómetro de 2015. Y un 50% de los españoles creen que se dedican pocos o muy pocos recursos a la Cooperación, según la encuesta del CIS (marzo 2015). Pero cuando se pregunta si hay que recortar antes fuera que dentro de España, la mayoría contesta que sí, lo que parece “avalar ”los recortes de Rajoy a la Cooperación (han pasado bastante desapercibidos). Y más en un país donde hay menos tradición de ayudas particulares a ONGs: sólo un 20% de españoles donan a ONGs, el porcentaje más bajo en Europa (33%), muy por debajo del 34% de Alemania, el 38% de Italia, el 49% de Francia o del 55% de Reino Unido. Y además, estas donaciones han caído con la crisis: de 800 millones en 2006 a menos de 500 en 2014, según un estudio de la Asociación de Fundraising.

Ahora, cara a la próxima Legislatura, todos los partidos políticos, salvo el PP, han apoyado en abril una proposición no de Ley presentada por Ciudadanos que defiende subir la ayuda al desarrollo del 0,13% al 0,40% (media hoy en Europa) para 2020. Eso supondría gastar 2.800 millones en 2017 (0,25%) y llegar a los 4.400 millones de euros en 2020, el triple que ahora. Y además, se comprometen a que un 10% sea en forma de ayuda humanitaria. Los expertos, ONGs y la mayoría de partidos creen que este “salto en la Cooperación” es posible y que bastaría con destinar a la ayuda exterior la mitad de lo que España ingrese con la tasa Tobin, el impuesto a las actividades financieras que debe entrar en vigor en 2017 (se prevé que ingrese 5.000 millones extras anuales). Además, se podrían conseguir más recursos privados, de empresas (cuando se apruebe una Ley de Mecenazgo) y particulares, si se estableciera una nueva casilla en la Renta (IRPF), para poder destinar un 0,7% de la declaración a Cooperación (como se hace para la Iglesia y fines sociales).

Habrá que esperar al próximo Gobierno, que tiene que aprobar antes de fin de año un nuevo Plan de Cooperación 2017-2020. Pero España no puede seguir “mirándose el ombligo de su crisis” y estando a la cola en la ayuda a los países pobres. Es una vergüenza inadmisible. Primero, por una cuestión ética y moral, de pura solidaridad. Pero también es una forma de desactivar tensiones geopolíticas, de reducir la presión migratoria,  y de defender mejor los intereses de España por el mundo. Gastar en ayudas y solidaridad con los países más pobres es una obligación ética pero también el mejor pasaporte de la “marca España”. No seamos rácanos. Porque ayudar a los demás siempre tiene recompensa. Moral, política y económica.