jueves, 28 de marzo de 2019

Europa se la juega: Brexit y estancamiento


Mañana 29 de marzo, Reino Unido iba a salir de la Unión Europea, pero el Brexit se retrasa, con riesgo de que acabe en un Brexit duro, nefasto para británicos y comunitarios. Pero el gran problema viene después: ¿qué relación comercial tendrá el RU con la UE? Esta negociación clave durará dos años (o más) y de ella dependerán los aranceles que se pongan a nuestras exportaciones, la operativa de nuestras empresas, bancos o pescadores y la llegada de turistas británicos, temas claves para España. Así que tenemos Brexit para rato, entorpeciendo el futuro de una Europa que se enfrenta en 2019 a dos problemas más graves: el estancamiento económico (apenas crece) y el auge de la ultraderecha y los partidos euroescépticos, cara a las elecciones de mayo. Dos cuestiones que también afectan mucho a España, porque si vuelve otra crisis la sufriremos más que el resto. Por eso, los futuros Gobiernos, europeo y español, tienen que reanimar la economía y apostar por “más Europa”.


A los británicos les costó 15 años entrar en la Unión Europea (1 enero 1973) y llevan casi 3 años intentando salir, desde el 23 de junio de 2016, cuando una estrecha mayoría (52%) votó a favor del Brexit. Ahora, muchos de los que votaron por  “irse de Europa”, azuzados por los políticos euroescépticos, la añoranza del viejo Imperio británico y el “voto de castigo” a casi todo (como en USA con Trump), están pensando que fue una mala decisión y que “se han pegado un tiro en el pié”, porque el Brexit será malo para la economía británica y para sus vidas. Pero “Brexit es Brexit (Theresa May dixit) y una mayoría de políticos británicos no quieren dar marcha atrás, aunque su aprobación sea un “culebrón político” que refleja un país que no sabe dónde va.

El resto de Europa está harta de los retrasos y las dudas británicas y les han dado un ultimátum en la Cumbre Europea del 20 y 21 de marzo: voten ya la salida, antes del 12 de abril, y cuando confirmen legalmente que se van, podemos dejarles una tregua para poner sus normas al día, hasta el 22 de mayo, un día antes de las elecciones europeas (23-26 mayo). Pero no está claro que Theresa May pueda imponerlo y si no lo consigue, el 12 de abril habría un Brexit duro, “a las bravas”, que nadie quiere, porque supondría que toda la relación comercial y empresarial entre Europa y Reino Unido (la segunda economía del continente) pasaría por aranceles (impuestos a exportaciones e importaciones) y trabas, como con un país tercero, perjudicando a los europeos que viven en Reino Unido y a los británicos repartidos por Europa.

Pero aunque se sortee el Brexit duro, porque nadie quiere caer en este “abismo” insondable, y se apruebe finalmente el Brexit pactado entre la UE y RU el 25 de noviembre de 2018, queda lo más difícil: ¿cómo vamos a relacionarnos después? Porque, una vez fuera, el Reino Unido tiene que negociar con los 27 la relación comercial que van a mantener en el futuro, en principio antes de diciembre de 2020 (la fecha antes del retraso: ahora será más tarde). Los británicos querrían que todo siguiera como hasta ahora, seguir en el espacio económico europeo, pero sin tener a cambio que cumplir las normas europeas y sin aportar al Presupuesto UE. Estar “económicamente” en Europa pero políticamente “por libre”. Pero Bruselas ya les ha dejado claro que eso no es posible. Y que el futuro será diferente.

En principio, hay dos modelos de relación que la UE tiene con otros paises y que se manejan para Reino Unido. Uno, el que se tiene con Noruega, Islandia o Liechtenstein: integrar a Reino Unido en el espacio económico europeo (EEA), una zona de casi libre comercio, a cambio de aceptar la libre circulación de personas y la Jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia, contribuyendo en parte al presupuesto europeo (3 condiciones que no les gustan a los británicos). Otra opción es firmar un Acuerdo de Libre Comercio, como el que tiene la UE con Canadá o Corea del Sur, menos favorable porque incluye aranceles y restricciones. Y todavía hay una tercera, menos interesante: un Acuerdo de Asociación, como el que tiene la UE con Ucrania.

Los británicos buscan integrarse en la primera opción, en el espacio económico europeo, pero sin obligaciones, algo imposible. De momento, lo pactado en noviembre de 2018 es que Reino Unido se mantenga en la unión aduanera y el mercado único, como ahora, al menos hasta diciembre de 2020, para negociar estos 21 meses la relación futura. Pero hay un problema que lo condiciona todo: la frontera entre las dos Irlandas. La UE se ha comprometido con la República de Irlanda a que no habrá frontera con Irlanda del Norte (una de las cuatro naciones que integran Reino Unido, con Inglaterra, Gales y Escocia), pero para que esto sea posible, Irlanda del Norte (RU) tendrá que seguir en el futuro en el mercado único. Y si el resto del Reino Unido no se queda después en el espacio económico europeo, tendría que haber una frontera entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido. Algo que no quieren los conservadores británicos, porque rompería la integridad territorial del país y porque temen que, sin frontera, arrecien las opiniones a favor de una reunificación de Irlanda. Y, sobre todo, porque si se llega a diciembre de 2020 sin acuerdo, el Reino Unido seguiría dentro del mercado único hasta que lo haya (podrían prorrogarse 1 o dos años esta negociación) y los euroescépticos temen que el Brexit no se materialice nunca. Por eso lo han torpedeado en las votaciones del Parlamento. Por eso y porque pensaban que la UE iba a ceder.

Antes o después, salvo que se dé marcha atrás con un  2º referéndum (antes de finales de 2020), el Brexit deberá materializarse en una nueva relación comercial, económica y política entre la Unión Europea y el Reino Unido, donde ambas partes perderán. Y donde España se juega mucho, uno de los paises que más, porque el futuro estatus del Reino Unido afectará a los turistas británicos, a nuestro comercio, a la actividad de nuestras empresas y bancos, a los pescadores y a los españoles que viven en Reino Unido. Veamos cómo.

Empecemos por el turismo: en 2018, el 22% de todos los turistas que llegaron a España (82,7 millones) eran británicos (18,5 millones), siendo los extranjeros que más visitan Canarias (33,6% del total de turistas), Andalucía (20,5%) y la Comunidad Valenciana (28,6%) y los que se gastan 21 de cada 100 euros ingresados por el turismo. El Brexit va a rebajar el crecimiento y el nivel de vida de los británicos, depreciando la libra, con lo que restará turistas y gasto en España. Algunos expertos del sector estiman que la caída de turistas británicos puede llegar al 20% en unos años : supondría recibir 3,6 millones menos al año.

Luego está el comercio con las islas británicas, que son hoy nuestro 5º país cliente (detrás de Francia, Alemania, Italia y Portugal): les vendimos en 2018 por valor de 18.977 millones de euros, el 6,6% de todas las exportaciones y tenemos con ellos un superávit comercial (export-import) de +7.528 millones. Si en el futuro hay aranceles, eso afectará negativamente a las empresas españolas que ahora venden a Reino Unido coches (25,5% exportaciones), frutas, hortalizas y alimentos (10,3%), maquinas (6,9%), productos farmacéuticos (3,2%) y ropa (2,5), afectando negativamente al empleo en Comunidad Valenciana, Cataluña y Castilla y León, las tres autonomías que más exportan hoy al Reino Unido, el tercer mercado de los fabricantes de coches instalados en España.

También hay que hablar de las empresas españolas que operan e invierten (unos 60.000 millones anuales, sólo por detrás de Francia y Alemania) en Reino Unido, más de 300 compañías, que consiguen en las islas una buena parte de su facturación y beneficios: Ferrovial (34% ventas son en RU), Telefónica (30% facturación), Banco de Santander (30% de su beneficio sale del RU), Iberdrola (14% ingresos), FCC (10% beneficio), Inditex (110 tiendas), Banco Sabadell (15% negocio), IAG Iberia…De hecho, se estima que un 21% del beneficio de las grandes empresas del IBEX se genera en Reino Unido. Un elemento clave será el futuro de Iberia y Vueling, controladas por la británica IAG, que podrían tener problemas para volar en Europa tras un Brexit duro.  Y no podemos olvidar la incertidumbre que tienen los 140 barcos españoles que faenan en aguas británicas (Gran Sol y Malvinas).

Por último, otro frente de preocupación es el futuro de los 300.000 españoles que viven y trabajan en Reino Unido, preocupados por sus futuros derechos (laborales, residencia, sanidad, educación, como los de ese millón de británicos que viven en España (300.000 de forma permanente). En ambos casos, pueden ser los “rehenes” de la futura negociación sobre las relaciones económicas y comerciales entre la UE y Reino Unido a partir de 2021.

Y todo esto no afecta sólo a España, porque estos mismos temas preocupan al resto de los 27 paises que seguirán en la Unión Europea, un Club que pierde a su 2º socio más importante (el PIB de RU, 2,39 billones de euros, supera al de Francia, con 2,34 billones) y a un 13% de su población (66,27 millones de habitantes), aparte de su aportación tecnológica, de defensa, inversora, social o cultural, sin olvidar su aportación presupuestaria: 10.751 millones anuales, que al perderse obligarán a que España aporte 888 millones de euros más a Bruselas, con lo que seremos un país “contribuyente neto” desde 2019 (que paga más que recibe). Pero lo peor es que la negociación post-Brexit va a tener medio paralizada a la Unión Europea este año y el próximo, precisamente cuando tiene que ocuparse de otros 2 problemas más graves: el evidente  estancamiento económico y el futuro político de la UE.

El Brexit tiene medio paralizada a Europa cuando estamos sufriendo un estancamiento económico y la zona euro es la región del mundo que menos crece, según todas las estimaciones internacionales: la OCDE acaba de bajar su crecimiento para 2019 al +1% (un 0,8 menos que en noviembre), mientras el BCE habla del 1,1%, la Comisión Europea el 1,3% y el FMI un 1,6%, muy por debajo del crecimiento mundial (+3,3%) y de EEUU (+2,9%). Ello se debe a que la economía europea es la más abierta y su principal motor de crecimiento son las exportaciones, que han “pinchado” por el proteccionismo de EEUU y China (donde van un tercio de las exportaciones europeas, según Eurostat), la caída del comercio y la crisis de algunos paises emergentes (como Turquía y Brasil). Y lo más preocupante es el mínimo crecimiento de Alemania (estiman un +0,8% este año) y la recesión en Italia (-0,2% para 2019), con un bajo crecimiento en Francia (+1,5%), muy afectada por las protestas sociales. España de momento aguanta (+2,2% de crecimiento previsto para 2019), pero el estancamiento europeo ya nos afecta en dos de los motores del crecimiento: el turismo (se ha frenado) y las exportaciones, que cayeron en enero de 2019 (por tercer mes consecutivo), según Comercio, porque 2/3 de nuestras ventas van a Europa.

La situación económica de Europa, sobre todo de la zona euro, es tan preocupante que el Banco Central Europeo (el BCE) ha decidido volver a hacer de “bombero”, como cuando la crisis de 2013-2015: va a retrasar hasta 2020 la esperada subida de tipos de interés prevista para este otoño (como también lo hará EEUU) y seguirá inyectando dinero a los bancos europeos, al 0% y menos (si demuestran que lo prestan), para seguir “dopando” la economía europea y evitar una nueva crisis en la zona euro. En paralelo, y para evitar otra recesión, 18 de los 27 países de la UE (entre ellos Alemania, Francia, Holanda, Italia, Portugal  o España, han aprobado para este año más gasto, unos presupuestos más expansivos, para evitar que la economía se desinfle más y vuelvan los problemas a la Europa del euro.

La situación se agrava porque Europa está económicamente estancada en un momento político delicado, con unos dirigentes europeos “en funciones” y unas elecciones europeas a la vuelta de la esquina (23 a 26 de mayo), que auguran un avance de los partidos euroescépticos y de extrema derecha (en Holanda acaban de ganar las elecciones regionales), lo que dificultará el trabajo de la futura Comisión Europea. Porque la amenaza de crisis económica y el auge de los populismos sólo se pueden combatir con reformas para avanzar en la unión económica y política, creando instrumentos (Presupuesto europeo potente, política fiscal y social conjunta, unión bancaria eurobonos, Tesoro europeo…) que nos preparen mejor para afrontar otra crisis, si viene. Y demostrando con hechos a los europeos que se intentan resolver sus problemas, para reducir el euroescepticismo y la abstención política (el 58% europeos no votaron en las últimas elecciones europeas).

Este es el trasfondo tras el Brexit, del que se habla menos. Urge votar un nuevo Gobierno europeo que evite otra crisis y tome medidas conjuntas más ambiciosas para reanimar las economías europeas, con un Plan de inversiones y gasto a nivel continental. Y en España, el futuro Gobierno debería ir en esa línea, porque no vale decir que "nosotros crecemos más": crecemos más gracias a que en el último año han subido los salarios públicos, el salario mínimo  las pensiones y el gasto social (mal que le pese al PP y a Ciudadanos, todo ese gasto extra mantiene el consumo y sostiene el crecimiento). Pero si Europa se estanca, este “oxígeno” del gasto público se agotará  y acabaremos también en crisis. Y somos más vulnerables, porque tenemos el doble de paro y más déficit y deuda que el resto de paises.  Habría que hablar en esta campaña del 28-A sobre cómo evitar otra crisis, cómo reanimar la economía, lo que obliga a  un Presupuesto 2019 con más ingresos y más gastos. Y si no se hace, vendrá otra crisis y habrá que hacer más recortes, forzados otra vez por Europa.

Dicen que la economía no da votos y quizás por eso ningún partido habla del Brexit, del estancamiento de la economía y del futuro de Europa. Pero es donde nos jugamos nuestro empleo y nuestro bienestar, nuestro futuro, Más que en Cataluña, el “monotema electoral” de la derecha española. Quizás porque no quieren que sepamos sus alternativas para los demás problemas que tenemos. Pero si nos cae encima otra crisis (en Europa y en España), tendrán que aplicarlas antes o después. Y quizás no nos gusten.

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