Este jueves 23 de junio, los británicos votan si siguen en Europa o se van (“Brexit”).
Las últimas encuestas predicen un resultado muy ajustado, que
afectaría no sólo al Reino Unido, cuya economía perdería mucho si se van: si gana el “no a Europa”, volverán las
turbulencias a los mercados, recortando el débil crecimiento europeo. Y España
sería uno de los países más afectados: somos el más vulnerable (tenemos más deuda y necesitamos que nos presten
400.000 millones este año) y también corremos el riesgo de perder muchos turistas británicos (son el 23% del total), al
desplomarse la libra si salen de la UE (viajar les sería más caro). Además, Reino Unido es nuestro tercer cliente y el primer destino de inversiones y bancos
españoles en el extranjero. Si Europa supera
el “Brexit”, seguirá con graves
problemas sin resolver: Grecia, estancamiento, paro, deflación, deuda, bancos,
refugiados… Y si Europa “no tira”, será difícil que España crezca más y cree
más empleo.
enrique ortega |
Empecemos con un poco de historia, sobre las tortuosas relaciones entre el Reino Unido y
el resto de Europa. Tras acabar la II Guerra Mundial, Francia y
Alemania trataron de recomponer el continente con la creación de la CECA, una unión europea del carbón y el acero. Y para ello, invitaron a
sumarse al Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y al Reino Unido, en 1950.
Pero los británicos dijeron no a la CECA (nació en 1951), igual que a la Comunidad Económica Europea (CEE), que nació con sólo 6 miembros el 1 de enero de 1958. Eso sí, Gran Bretaña maniobró para
crear una CEE alternativa, la Asociación Europea de Libre Cambio (la EFTA), creada en enero de 1960 por
Reino Unido, Dinamarca, Suecia, Noruega, Suiza, Austria y Portugal. O
sea, Europa
se partió en dos bloques
comerciales.
Pero la CEE avanzó con éxito y el gobierno conservador de
Harold Macmillan pidió ingresar en la CEE en julio de 1961, seguido por Irlanda y Dinamarca. Pero en
enero de 1963, chocan con el veto
del presidente francés,
Charles de Gaulle, quien teme que los británicos sean “un caballo de Troya” de Estados Unidos.
El laborista Harold Wilson vuelve a la carga en mayo de 1967, presentando una
nueva candidatura, y tropieza con el segundo
veto de De Gaulle. Hay que esperar a que el general se vaya, en 1969, para
que el Reino Unido presente una tercera candidatura, en octubre de 1971, con su Parlamento dividido (358 a favor
y 246 en contra). Y, por fin, el 1 de
enero de 1973, Reino Unido ingresa en la CEE, junto con Irlanda y Dinamarca.
A partir de ahí, las relaciones
entre Reino Unido y el resto de Europa han sido complejas y polémicas
hasta hoy. Pero antes de entrar en ellas, quiero hacer otro inciso histórico que puede resultar muy útil a los jóvenes y a los que
no están familiarizados con la historia. En
junio de 1940, Reino Unido fue el único país que hizo frente al avance
arrollador de Hitler, que en sólo 10 meses había conquistado Francia,
Polonia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca y Noruega. La URSS no entró en
guerra hasta que fue invadida por Alemania en junio de 1941 y Estados Unidos
hasta diciembre de 1941, tras Pearl Harbour. Así que sin la resistencia, en solitario durante un año, del Reino Unido,
dirigido por Churchill (frente a otros políticos británicos que querían “pactar” con Hitler), quizás
hoy toda Europa sería nazi, como explica la espléndida biografía de Churchill escrita por Boris Johnson, el exalcalde de Londres. No lo olvidemos cuando nos enfademos
(con razón) por la actitud de los británicos con Europa.
Y motivos de enfado con Reino Unido hay muchos. Ya a poco de ingresar en la CEE (recordemos, el 1 de enero
de 1973), Reino Unido empezó a quejarse
en Bruselas de las condiciones, tratando de renegociarlas. Y fuerzan un primer referéndum sobre si mantenerse en la CEE, en
1.975, donde el gobierno británico del laborista Harold Wilson promete luchar por el sí a cambio de múltiples
concesiones de la CEE (como ahora Cameron). El referéndum arroja un sí a Europa por el 67% de votos.
Pero no se acaban los problemas: en
cada avance de Europa, en cada nuevo Tratado, Reino Unido busca mejoras y privilegios.
Ya en 1984, Margaret Thatcher arranca al resto de líderes europeos el “cheque británico”: un privilegio por el que los demás países le abonan al Reino Unido dos tercios de su contribución neta al presupuesto común, 3.500 millones de euros anuales en 2014, que se les devuelven (a costa de Francia, Italia y España, sobre todo). En 1992, con el Tratado de Maastricht que crea la Unión Europea (UE), el Reino Unido consigue una excepción: mantener la libra y quedarse fuera del euro, con Dinamarca. Y quedar fuera de la Europa social. En 1997, cuando la UE firma el Tratado de Ámsterdam, Reino Unido queda fuera de la libre circulación de personas (Convenio de Schengen) y de las normas de asilo. En 2007, con el Tratado de Lisboa, los británicos no ratificaron la Carta de derechos Fundamentales ni las políticas comunes de Justicia e Interior. Y en 2012, Reino Unido se desentendió también del Pacto de Estabilidad de la UE, que obliga a los países a controlar su déficit público (no más del 3% PIB) y su deuda (no más del 60% PIB), so pena de multas. Tampoco va con ellos…
Ya en 1984, Margaret Thatcher arranca al resto de líderes europeos el “cheque británico”: un privilegio por el que los demás países le abonan al Reino Unido dos tercios de su contribución neta al presupuesto común, 3.500 millones de euros anuales en 2014, que se les devuelven (a costa de Francia, Italia y España, sobre todo). En 1992, con el Tratado de Maastricht que crea la Unión Europea (UE), el Reino Unido consigue una excepción: mantener la libra y quedarse fuera del euro, con Dinamarca. Y quedar fuera de la Europa social. En 1997, cuando la UE firma el Tratado de Ámsterdam, Reino Unido queda fuera de la libre circulación de personas (Convenio de Schengen) y de las normas de asilo. En 2007, con el Tratado de Lisboa, los británicos no ratificaron la Carta de derechos Fundamentales ni las políticas comunes de Justicia e Interior. Y en 2012, Reino Unido se desentendió también del Pacto de Estabilidad de la UE, que obliga a los países a controlar su déficit público (no más del 3% PIB) y su deuda (no más del 60% PIB), so pena de multas. Tampoco va con ellos…
Y así llegamos a la situación
actual, provocada por el conservador David Cameron,
que vio en “la vieja batalla con Europa” una gran oportunidad de ganar las elecciones de 2014. Y así, “excitando
las pasiones antieuropeas” de muchos británicos, prometió que
conseguiría más compensaciones de Europa y haría un nuevo referéndum. Consiguió
la mayoría absoluta en su Parlamento, pero metió
a Europa en un nuevo laberinto: cómo
ceder salvando la cara. Y en febrero
de 2016, una larga Cumbre europea daba nuevas concesiones
al Reino Unido, sobre todo una
“impresentable”: Londres podrá discriminar
las prestaciones sociales a los trabajadores extranjeros (incluso
europeos, españoles) durante 7 años. Además de aceptarle el veto a los acuerdos
europeos que perjudiquen la economía o la banca británicas. Y a cambio, Cameron se comprometía a hacer campaña a favor del sí, a quedarse en la UE.
El problema es que Cameron y todos los gobiernos británicos
han utilizado y alentado el nacionalismo británico y los sentimientos antieuropeos durante décadas y ahora no es fácil controlarlos
para que no gane el Brexit, a pesar de que el Gobierno, la mitad del
partido conservador (la otra mitad de diputados "toris" y hasta 5 ministros de
Cameron apoyan el Brexit), el partido laborista, los liberales demócratas, los
nacionalistas escoceses, las empresas y la banca apoyen el sí a seguir en Europa. Y muchos británicos aprovechan que les preguntan para incluir en su no todo el rechazo al
Gobierno, a la crisis y a las políticas convencionales, personificándolo en los burócratas de Bruselas.
Por eso, si gana el
Brexit no será por razones económicas ni por argumentos racionales, sino por un sentimiento nacionalista, en muchos casos de añoranza del poder perdido por Reino Unido en el mundo. Porque los argumentos económicos contra el Brexit son muy poderosos. Primero, la salida de
Reino Unido de la UE provocaría un desplome de la libra, que ya ha caído más de un 7% frente al euro (y un 3,7% frente al dólar) desde enero, por el referéndum: se teme una
futura caída de la libra del 10 al 15% si ganara el Brexit. Y eso supone que
los productos británicos serían un 10 o 15% más caros y los exportarían peor, máxime si volvieran los
aranceles, porque ya no estarían en un mercado sin fronteras. Eso sería fatal
para Reino Unido, que vende la mitad de sus exportaciones en Europa. Y con la
libra más débil, importar sería más caro, con lo que les subiría la inflación. Y al exportar menos, crecerían
menos, también porque habría multinacionales y bancos que se irían
de Londres, como muchas inversiones extranjeras. El gobierno
británico estima que con el Brexit perderían un 3,6% del PIB y 500.000 empleos (más a medio plazo). Además, caerían los ingresos públicos y el Gobierno tendría que hacer recortes y subir los impuestos.Y cada familia británica perdería 5.500 euros anuales hasta 2020.
Pero si gana el
Brexit, no perderían sólo los británicos. La economía mundial se vería afectada, con un menor crecimiento del ya
previsto, según han advertido el G-7, el FMI y la OCDE. Y el
resto de Europa lo sufriría también. Primero, porque la UE perdería a
la segunda economía del continente, un 17% del PIB de la UE-28. Y Europa
perdería un sector industrial, financiero y de servicios muy pujante, con gran
peso internacional, sobre todo en Asia. Pero, sobre todo, la salida del Reino
Unido de la UE provocaría una nueva tormenta en los mercados y en las Bolsas, incluso mayor a la que
vivimos en el verano de 2012. Y España
es el país europeo que más tiene que
perder si vuelven los nervios a los inversores por el Brexit. Y eso, porque somos el 6º país europeo con más deuda pública (100% PIB) y necesitamos este año que nos presten 400.000 millones de euros nuevos para cubrir la deuda pública y
privada. Si los inversores se ponen nerviosos por el Brexit, tendremos
problemas o nos costará más.
Pero eso no es todo. A España le afectaría mucho si gana el
Brexit porque amenaza a nuestra primera industria,
el turismo, que vive en gran parte de los
británicos: suponen casi 1 de cada 4 turistas (el 23%), 15,67 millones de los 68,13 millones que nos visitaron
en 2015. Y si les cae la libra, les costará mucho más viajar a España y muchos
pueden cambiar por Turquía, Túnez o el Caribe. Además, Reino Unido es ya en 2016 el tercer cliente comercial de España, tras Francia y Alemania. Y si salen de la
UE, tendrán más problemas para comprarnos. Además, Reino Unido es el primer
destino de las inversiones españolas
en el extranjero y los británicos son los quintos inversores extranjeros en
España. Y la banca española es la tercera banca europea más expuesta en Reino Unido, tras la norteamericana y alemana.
Así que toda Europa y
España más nos jugamos mucho en este referéndum aunque no votemos. Si se
pierde, Reino Unido tendrá que buscar su encaje en el mundo (relacionándose con la UE como Noruega o Suiza) y la Unión Europea tendrá que repensar su futuro, con muchos problemas nuevos por ambas partes. Pero
si se gana, Europa tiene muchos otros problemas urgentes de los que
ocuparse. El primero y fundamental, que la recuperación es muy débil, con un bajo
crecimiento (1,7% este año zona euro) que se traduce en un elevado
paro (10,2% en abril zona euro, con 23 millones de parados en la UE-28)
y una inflación negativa (-0,1% en
la eurozona), señal de que no tira la demanda (todavía inferior a la de 2008). Y este estancamiento es más preocupante porque el
resto del mundo no despega, con una recesión en Rusia y Latinoamérica y
problemas en China y muchos países emergentes, por el desplome del petróleo y
las materias primas. Además, Europa no
avanza en la unión económica, financiera y fiscal, mientras está atenazada
por la invasión de refugiados (1 millón en 2015 y otros 204.000 hasta mayo de 2016), a los que se trata de expulsar y alejar con dinero (inútilmente). Y la crisis de Grecia no está resuelta, a pesar del tercer rescate.
Con o sin Brexit, Europa
tiene que tomar medidas para dar “un salto hacia adelante” y dejarse
de “parches”. Hasta ahora, el Banco
Central Europeo (BCE) ha hecho de “bombero”, impidiendo
la ruptura del euro y el rescate de España en 2012 y tomando medidas para inundar los mercados de dinero barato, que no se pide
porque las empresas y particulares están muy endeudados y no piensan en
invertir y pedir más crédito. Es la hora de tomar otras medidas, como vienen diciendo hace años el BCE, el FMI y la OCDE: reanimar el consumo y
el gasto los países que pueden
(Alemania y el centro-norte de Europa), y lanzar un ambicioso programa de inversiones públicas (infraestructuras, energía y medio ambiente,
tecnología y digitalización, formación…), que ayude a relanzar la inversión privada, el crecimiento y el empleo. Y en
paralelo, ayudar a los países más endeudados del sur con los eurobonos,
deuda de la que responda (pagando menos) un
Tesoro europeo, no cada país.
Pero Alemania
y los "fundamentalistas" de Bruselas no quieren tomar esas medidas y
siguen con su política de “esperar y ver
“(como Rajoy aquí), exigiendo austeridad y más ajustes a Grecia, Portugal y España,
mientras los problemas se enquistan. Y mientras, como Europa no acaba de salir de la crisis y muchos europeos lo pasan
mal y no ven claro el futuro, crecen los descontentos y los euroescépticos,
no sólo en Reino Unido. Baste ver el auge en toda Europa de los movimientos de extrema derecha (Austria,
Francia, Alemania, Finlandia, Holanda, Grecia, Suecia, Hungría, Polonia,
República Checa) y los populismos
“de izquierda” (Grecia, España e Italia), colectivos que ponen en
cuestión la integración europea y que mañana pueden exigir nuevos referéndums,
como ha hecho Reino Unido. Y ahora mismo, España, Francia y Grecia (por este orden) son los países "con más riesgo político", según el último informe semestral del BCE.
La enseñanza del Brexit, sea cual sea el resultado, es clara: Europa tiene que avanzar, no retroceder. Hay que ir hacia “más Europa”, con
más unión, más integración y no más excepciones. No una Europa a varias velocidades. Y hay que reanimar la economía y salir con más fuerza de la crisis, crecer más y crear
más empleo, la mejor receta para fortalecer Europa. Y sólo así, con una Europa más fuerte, España también
crecerá más y mejor. Son los que tiran o no del barco.
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