Por primera vez en los siete años largos de la Ley de Dependencia, en abril había menos ancianos y discapacitados que
recibían ayudas (4.400 menos) que cuando llegó Rajoy. Y con la pequeña subida de mayo, son casi los mismos. Además, hay otros 182.060 dependientes a la espera, con ayuda reconocida pero que no la reciben porque
las autonomías no tienen dinero. Una lista de espera que ha bajado porque
70.000 ancianos se han muerto esperando:
normal, porque el 54% de los dependientes tienen más de 80 años. El sistema está estancado y las familias de los dependientes sufren retrasos,
recortes y subidas del copago de los servicios. Y asfixia a las autonomías,
que ya financian un 60% porque el Estado ha recortado su aportación a la mitad.
La Dependencia está colapsada y sólo
hay una salida: que el Estado aporte más. Bastarían 1.300 millones extras al
año, una minucia comparada con el rescate
bancario. Es una obligación moral con
nuestros mayores. Se lo debemos.
enrique ortega |
La Ley
de Dependencia echó a andar el 1
de enero de 2007, para ayudar a los 3
millones de ancianos y discapacitados que no pueden valerse por sí mismos. Siete
años después, el sistema está estancado y languidece.
En abril, el número de beneficiarios
que recibían ayudas (dinero o servicios) había bajado a 734.187
dependientes, 4.400 menos que en diciembre 2011, cuando llegó Rajoy. Y aunque en mayo ha subido un poco, hasta 738.777, son prácticamente los mismos que hace dos años y medio. Además, hay otros 182.060 dependientes que
tienen la ayuda reconocida, pero no la reciben (legalmente, pueden tenerles
esperando hasta 2,5 años). El Gobierno se vanagloria de haber bajado esta lista de espera, desde los 305.941
dependientes (diciembre 2011), pero no
es para “sacar pecho”: 30.000 se han caído de la lista porque eran dependientes
moderados (Rajoy les quitó la ayuda) y otros
70.000 simplemente porque se han muerto esperando. Algo
que seguirá pasando, porque el 54% de los
dependientes tienen
más de 80 años. Al final, un dato visualiza el estancamiento de la Dependencia:
el sistema concede ahora 191
ayudas cada mes, frente a 6.724 que concedía en 2011. A este ritmo, acabar con la lista de espera costaría 80
años…
Al PP y a Rajoy nunca
les gustó la Ley de Dependencia de Zapatero. “La Dependencia no es viable”, declaró
Rajoy un mes antes de ganar las generales de 2011. Y a los nueve días de
tomar posesión, el Gobierno empieza a torpedear
la Dependencia: dejó fuera de las ayudas (hasta julio de 2015) a
los dependientes moderados (412.000). En marzo
2012 recortó 283 millones a la Dependencia y en julio 2012 aprobó un decreto
con cambios profundos, para facilitar a las autonomías un drástico
recorte en el gasto: dejó de
pagar la cotización a la seguridad Social a los 423.000 cuidadores familiares
de los dependientes y les bajó un 15% su paga mensual (55 euros sobre 400),
redujo servicios (ayuda a domicilio, simplificó los baremos (de 6 a 3, bajando
las ayudas) y subió el copago a las familias (en 2013 y más en 2014).
El total de medidas supone un recorte
a la Dependencia, entre 2012 y 2014, de 2.278 millones, un tercio del presupuesto de 2011. Pero lo peor es que el Gobierno
Rajoy ha estrangulado a la Dependencia reduciendo
a la mitad la financiación del Estado
central: si en 2011, la aportación estatal (1.803 millones) suponía el 40% del coste total de la Dependencia
(5.634 millones), en 2013 aportaba ya sólo
el 20% (1.317 de 6.363 millones). Eso ha obligado a un esfuerzo extra de las autonomías
(que han pasado de financiar del 50% al 60% del gasto total en Dependencia) y de las familias de los dependientes, que pagan ya un 19% del servicio
(10% en 2011).
En definitiva, la retirada del Estado central de la Dependencia (su aportación ha caído un 23% desde 2011, según el Tribunal de Cuentas)
ha tensionado a las autonomías, que no pueden hacer frente al coste. Y buscan
“ahorrar” por varias vías, según
el Observatorio
de la Dependencia. La primera, retrasando
los expedientes: entre que un dependiente solicita la ayuda y se le
reconoce pasan 246 días de media (540
en Valencia) y 11 autonomías incumplen el plazo máximo legal de 6 meses
para reconocer el derecho a una prestación. La
razón del retraso es ganar tiempo, porque no tienen liquidez, según han
reconocido Andalucía, Aragón, Baleares, Comunidad Valenciana, Canarias y Murcia
al
Tribunal de Cuentas. La otra vía de “ahorro”, cuando ya han reconocido el derecho
a la ayuda, es retrasar
su concesión lo más posible (Rajoy subió el plazo máximo legal de 2 a 2,5 años),
engordando las listas de espera. Entre uno y otro retraso pueden pasar entre tres años
y medio y cinco antes de pagar, lo que ha llevado a muchas familias a reclamar ante los Tribunales. Mientras,
muchos dependientes se mueren. Más
ahorro...
Otra vía de “ahorro” es ser
más rígido al valorar a los dependientes. En febrero 2012 se cambiaron los
baremos y se
endurecieron los requisitos para reconocer la gran dependencia (grado
III), con lo que su número ha caído en picado: hay 66.399 menos que en 2011. En
unos casos, porque estos grandes dependientes son los que más se mueren por el
camino, pero en otros porque se les ha
pasado al grado II (dependencia severa), “más barato”: el Estado paga 82,84
euros/mes por estos dependientes frente a 177,86 a los de grado III. Y lo mismo
pasando de grado II a grado I (ahora, sin ayudas). La tercera vía de “ahorro”
es revisar
de oficio las valoraciones
ya hechas: se llama al dependiente y se le baja de grado, algo que ha
multiplicado denuncias de familias en los tribunales (muchas las ganan, pero dos años
después).
Una cuarta vía de “ahorro” que usan las autonomías es ofrecer
dinero y no servicios a los dependientes, porque es más barato darle
450 euros a un cuidador familiar (el 50% de los dependientes reciben
prestaciones económicas) que pagar la mayor parte de una residencia (13,8%
dependientes), ayuda a domicilio (12,8% dependientes), teleasistencia (12,7%) o
centro de día (7,44%). O privatizar
servicios. El objetivo es “atender
al mayor número posible de dependientes (que salgan más en las estadísticas) con
el menor dinero posible”. La quinta vía de gastar menos es aumentar el copago a las familias, ahora
entre el 40% y el 90% del coste, según los ingresos del dependiente, los
servicios y la autonomía. En
Valencia, la peor, el copago ha subido entre 100 y 1.000 euros
mensuales en 2014.
Al final, las
autonomías se buscan la vida para reducir su déficit y aplicar con
restricciones la Ley de Dependencia. Lo más grave son las enormes
diferencias entre regiones. Así, las posibilidades de tener una ayuda son cinco veces mayores en
Cantabria (se beneficia el 2,5% de su población) que en Canarias (sólo 0,5%).
También en Canarias, más de la mitad de dependientes con derecho a ayuda (52,74%) están en lista de espera, mientras en Castilla y León sólo el 1,6%. En
Murcia, Cataluña o Baleares, las tres
cuartas partes de los dependientes reciben ayudas económicas y no servicios,
mientras en Galicia son un tercio. Y como resumen, Canarias gasta 39 euros por
habitante en la Dependencia (Baleares 56, Valencia 62 o Murcia 84),
mientras Cantabria gasta 174 (153 la
Rioja, 149 País Vasco o 140 Castilla y León).
O sea, que si la Dependencia funciona mal, en gran
parte de España peor. El Observatorio
de la Dependencia (directores y gerentes de servicios sociales) sólo da buena nota a Castilla y León (9,6 puntos)
y País Vasco (8,3), junto a La Rioja y Cantabria (6,3) y Andalucía (5,8)
aprobando raspado a Cataluña, Castilla la Mancha y Extremadura (5,4), Navarra,
Murcia o Galicia (5 puntos). Y suspende a
7 autonomías: Madrid (4,2), Asturias y Aragón (3,8), Baleares (2,9), Ceuta y Melilla (1,3) y sobre todo, Canarias (0,8 puntos) y Comunidad Valenciana (0,4), los farolillos
rojos desde 2009. Malos sitios para envejecer.
En definitiva, la
Dependencia no da más de sí y las tensiones aumentarán en 2015,
cuando haya que dar ayudas a los dependientes moderados (420.000 ahora). Sólo queda una salida: que el Estado central
cumpla la ley de Dependencia, aportando lo mismo que las autonomías (40% cada
uno y el 20% restante el copago). Eso supondría, como propone
el Observatorio de la Dependencia, que
el Estado central duplicara su aportación, de 1317 millones (2013) a 2.634
millones anuales. Un dinero extra (1.317
millones, lo que el Gobierno acaba
de devolver a Bruselas del rescate bancario sin pedírselo) que en parte recuperaría con más
cotizaciones e impuestos (478 millones) y que crearía 30.000 empleos directos en la Dependencia.
Eso para tapar los
agujeros actuales y acabar con los recortes. Pero para el futuro, hay que plantearse una
financiación estable de la Dependencia, en base a impuestos (quizás una parte de la futura tasa Tobin a la banca), recargo del IVA o una cotización adicional, medidas propuestas
en su día por la Comisión
de expertos. Bastaría con unos 8.000
millones anuales entre Estado central
y autonomías. Una cantidad mínima si se la compara
con el coste de los otros pilares del
estado del Bienestar: 121.500 millones las pensiones, 88.000 la Sanidad,
50.000 la Educación o 30.000 millones
el desempleo. Y serviría también para
liberar
camas en los hospitales públicos, ocupadas por ancianos que pueden
pasar a residencias y centros geriátricos (hay 50.000 plazas vacías).
Los dependientes y sus
familias llevan meses lanzando un SOS: la situación
es insostenible. Y cada año será peor, porque seremos
el país con más viejos de Europa en 2050 y tendremos 7 millones de dependientes, según
el CSIC. No podemos mirar para otro lado y dejar que los dependientes y sus
familias busquen cómo sobrevivir. Hay que ayudarles. Tienen derecho por Ley y es
un deber para con nuestros mayores. Una
obligación moral.
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