El detonante de la crisis de Bankia (y del rescate a la banca) fue una auditoría
que revelaba un agujero no aceptado por Rato. Pero ese mismo auditor había dado
antes por bueno que Bankia tenía 305 millones de beneficios cuando ahora se
sabe que tenía 3.318 de pérdidas. Otros auditores
bendijeron antes las cuentas de siete
Cajas y bancos intervenidos, sin que tampoco el Banco de España detectara nada. En paralelo, los auditores públicos (interventores) han dado tres datos de déficit público en seis meses y han sido incapaces de detectar ni
la corrupción de Gürtel o los ERES ni las facturas sin pagar desde 2002. Ha fallado estrepitosamente el control de las cuentas, públicas y
privadas, y eso nos sale muy caro. El Gobierno
quiere privatizar parte del control
de las cuentas públicas, empezando por Ayuntamientos
y empresas públicas.
enrique ortega |
Rato entregó a principios
de mayo las cuentas de Bankia-BFA sin
auditar, por una discrepancia con su auditor (Deloitte), que quería aflorar un
agujero de 3.500 millones, lo que provocó la nacionalización. Pero ese
mismo auditor no tuvo problemas en bendecir, en julio de 2011, la salida a Bolsa de Bankia como una
operación “redonda” para los 347.000 inversores que han perdido ya tres cuartas
partes de su dinero. Y otros auditores acaban de decirnos que los 305 millones
de beneficios de Bankia en 2011 son
en realidad unas pérdidas
de 3.318 millones. Y que su saneamiento nos costará 19.000 millones
más.
Hace dos años, en junio 2010, nacía Bankia con la fusión de Caja Madrid, 5 cajas pequeñas
y Bancaja, auditada también por Deloitte, que dio el visto bueno a sus
cuentas 2010. Pero ahora, otra auditoría encargada por Rato
en febrero (a través del responsable de Auditoría de BFA, el exministro del
Interior Ángel Acebes), ha revelado
que Bancaja
estaba en quiebra técnica, con un patrimonio de -4.465 millones. Y Deloitte también auditaba (“sin
problemas”) al Banco de Valencia,
controlado por Bancaja, intervenido por el Banco de España en noviembre 2011.
No son casos aislados. La auditora KPMG no detectó ninguna irregularidad en las cuentas de los últimos
veinte años de la CAM, intervenida
en julio 2011 por el Banco de España (“la
CAM es lo peor de lo peor”, dijo el Gobernador, pero cuando ya le había
caído encima). Ni tampoco los auditores de Catalunya
Caixa (Deloitte), Unnim (Price Waterhouse) o NovaCaixa
Galicia (sólo una salvedad de Deloitte
en las cuentas de 2011, no antes), intervenidas por el Banco de España en junio
2011. Sólo en Caja Castilla la Mancha
(CCM), intervenida en marzo 2009, y Cajasur
(mayo 2010), los auditores (Ernst Young
para CCM y Deloitte) pusieron
salvedades (tarde) en sus auditorías, que llevaron al Banco de España a
intervenir y cambiar sus gestores.
Salvo en estos dos casos (y tarde), el Banco de España no fue capaz de anticipar y evitar las crisis
bancarias que han supuesto el rescate de la banca española y costarán 60.000 millones en ayudas públicas. Los inspectores
se defienden diciendo que ellos no deciden los planes de inspección y piden más
independencia. Pero el prestigio
del Banco de España está por los suelos y más después de que el Gobierno
haya contratado 7 auditoras
privadas (dos
“ sospechosas”, Goldman Sachs y Oliver Wyman, y otras cuatro,
Deloitte, Ernst Young, KPMG y PWC, que llevan
años auditando a bancos y cajas, incluidos los intervenidos…) para analizar las
cuentas de la banca, junto al BCE,
el FMI y la autoridad bancaria europea (EBA).
En paralelo, los
auditores públicos (interventores)
han dado el visto bueno a tres cifras
distintas de déficit público
en menos de seis meses: 6% en noviembre,
8,5 % en febrero, 8,9% en mayo.
Y si Europa ya no se fiaba, por lo que mandó
dos misiones de inspectores
de Eurostat en marzo, ha vuelto a mandarlos en mayo para revisar otra
vez nuestras cuentas públicas.
Cuentas que legalmente fiscalizan los interventores,
funcionarios que trabajan en el Estado, las autonomías y Ayuntamientos.
Y también el Tribunal de Cuentas y las Cámaras de
Cuentas que tienen 13 de las 17 autonomías.
Pero estos
interventores tampoco han visto los problemas, desde el desvío de los déficits a las facturas
impagadas desde 2002 o los casos de corrupción,
como los de la Comunidad Valenciana (en
especial, el caso Gürtel), Baleares (caso Matas) o Andalucía (EREs), donde la propia Guardia Civil han censurado a la Intervención General por “ignorar su deber”. La
ley les obliga a fiscalizar pagos, pero o
no ven o firman presionados por los políticos de turno.
La falta de
credibilidad de los auditores está también detrás de la actual crisis mundial: no detectaron el
problema de las hipotecas basura y las
agencias
de rating que ahora nos descalifican (Moodys, Standard &Poors y Finch) les otorgaron la máxima calificación
hasta unos días antes de la quiebra de Lehman Brothers. Y en 2001, la crisis
de Enron, tras falsear sus cuentas, ya supuso la desaparición de Arthur Andersen,
la primera auditora del mundo.
Sin embargo, con la
crisis, las auditoras
son de los pocos negocios boyantes. Parece que “la transparencia vende”: en 2011, un 25% de las auditorías hechas
en España fueron voluntarias. Las auditoras
facturan 896 millones, pero un 76% lo mueven las cuatro grandes (Deloitte, Ernst
Young, PwC y KPMG) que llevan muchos
años auditando
a los mismos: la mayoría de los
grandes bancos y empresas del IBEX llevan
con el mismo auditor desde 1.990.
Algo que quiere cambiar la Comisión
Europea, con dos importantes cambios que tienen revolucionado al
sector: las empresas tendrán que cambiar
de auditor cada 12 años y no les
podrán dar otros servicios (consultoría, legal, etc., que suponen ahora el
55% de la facturación de las auditoras).
Con esta norma, habrá
más competencia y Bruselas quiere dar cancha a las medianas y pequeñas auditoras.
Por eso, las auditoras presionan
al Gobierno para que obligue a más empresas a auditarse (no sólo a las
que cotizan). Y además, quieren entrar a saco en el sector
público. El Gobierno ya les permite,
en la Ley de Estabilidad, participar
en las futuras auditorías
de los Ayuntamientos. Y también podrían entrar en las auditorías de las 20.630 entidades
públicas, un jugoso pastel ya
que sólo el 8% se auditan.
En definitiva, que en lugar de controlar y sancionar a los
auditores, inspectores e interventores que no ven, el Gobierno busca corregirlo dando
el trabajo ( y la minuta) a las empresas
privadas (que tampoco han visto), privatizando la fiscalización de las
cuentas públicas. Para eso no hay recortes. Es nuestro dinero y debería controlarse con medios públicos. Eso
sí, eficaces e independientes. Y si no
vigilan y nos cae la crisis, que lo paguen.
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