Ha tenido menos eco que la Cumbre del G-20 en México, pero 193
países se han reunido en Río
para buscar un crecimiento sostenible
y evitar que sigamos cargándonos el
Planeta: emisión de gases, uso
insaciable de energía, sobrexplotación
de los océanos, deforestación y pérdida de
especies que provocan hambre, falta de agua y pobreza extrema
a uno de cada cinco habitantes de la Tierra. Ha sido otra Cumbre fallida, con muchas
palabras y ningún dinero para reducir la contaminación y promover un
desarrollo sostenible. La excusa es la
crisis, que tiene agobiado al mundo. Pero si no cambiamos el rumbo, en unas décadas los daños a la Tierra
serán irreparables y más costosos de resolver. Hace falta conseguir ingresos (impuestos verdes), invertir y cambiar de hábitos
para salvar el Planeta. Es más barato que destruirlo.
En 1992, también
en Río,
más de cien Jefes de Estado se reunieron en la primera Cumbre de la Tierra para
hablar de un concepto nuevo: desarrollo
sostenible. Crecer sin esquilmar los
recursos del Planeta, sin destruir los ecosistemas y buscando agua y
alimentos para una población disparada, con hambre, pobreza y muchas
desigualdades. Hoy, 20 después, tras
muchas Cumbres, declaraciones y planes, Rio+20 ha mostrado la dura realidad: estamos
peor. Hemos suspendido en los
tres retos (cambio climático, diversidad y desarrollo sostenible), según la
revista Nature. Y el mundo sale de esta nueva Cumbre
de Río sin más recursos para
preservar el Planeta (se pedía un Fondo de 30.000 millones de dólares) y
sin que los países acepten que el Programa de la ONU para el Medio ambiente (PNUMA)
se convierta en una Agencia con más nivel y medios, como la OMS (salud) o la
OMC (comercio).
Y eso que el balance de situación
presentado por la ONU en Rio+20 no puede ser más impactante: “los cambios que
se observan en el sistema Tierra no tienen precedentes en la historia de la
humanidad”. Empezando por el aire:
la concentración de CO2 en la atmósfera, por la quema de combustibles fósiles,
es la mayor en 850.000 años. Y ese CO2 retiene parte del calor que emite la
Tierra y calienta el Planeta:
llevamos dos décadas más calurosas, con nefastos
efectos
sobre las cosechas y la salud.
Y alertan que no se están reduciendo
suficiente las emisiones (de 7 Tm por persona ahora a 2 Tm en 2050), por lo
que no se podrá rebajar la temperatura en 2º C a mediados de siglo, como
se acordó en la Cumbre de Copenhague (2009).
En tierra,
alertan sobre la deforestación
“alarmante”, sobre todo en los
trópicos, talando árboles para poner cultivos y ganadería bajo presión de la
demanda de alimentos y las multinacionales. Deforestación que suprime bosques
necesarios como sumideros para absorber los gases de efecto invernadero. El
otro problema es la falta de agua potable para 890 millones de personas (12%
población).Y aún hay 2.600 millones (más de un tercio de la población) sin acceso
a la depuración de aguas. En el mar,
las costas están cada vez más contaminadas (415 zonas con
contaminación grave), los océanos
están acidificados por la absorción excesiva de CO2 y los mares están desprotegidos (sólo 1% océanos protegidos)
y sobrexplotados (75% de los caladeros
en Europa).
Un negro panorama que provoca una reducción
de las especies: un 41% de los anfibios, un 33% de los corales, un 25%
de los mamíferos y un 13% de las aves están amenazados, según la Lista roja de especies amenazadas (UICN).
Menos biodiversidad provocada, en una tercera parte, por el comercio mundial, según un estudio
científico que relaciona el consumo de café, azúcar, pescado, soja,
cerne y aceite de palma con la reducción de especies (y de bosques) en los países
productores. Perder biodiversidad (especies)
tiene además un alto coste económico:
un tercio de los alimentos del mundo (incluyendo 87 de los 113 principales cultivos) dependen de la polinización realizada
por insectos, murciélagos y aves, muchas amenazadas.
Al final, todo este desmadre del crecimiento no sólo
destruye nuestro Planeta, sino que dificulta la vida de la especie principal, el hombre: hay 1.290 millones de personas (22% de la población) que viven en la extrema
pobreza, con menos de 1 euro al día, según el Banco Mundial (2008). Y casi 1.000 millones de personas mal alimentadas.
La demografía
actúa como otra bomba de relojería:
ya somos más de 7.000 millones, una
población que se ha triplicado (2.500 millones en 1950) y que alcanzará los 9.300 millones en 2050, según la ONU. Un ejército de voraces
consumidores (de energía, de materias primas, de agua, de alimentos)
y
productores de residuos, ahora también
en los países emergentes (40% de la población), que agravarán más la preocupante
situación del Planeta.
¿Qué
se puede hacer? Primero, tomar
conciencia de la gravedad de la situación: no son locuras de ecologistas. Es un crecimiento insostenible económicamente. Después, tomar medidas realistas. Empezando por reducir la emisión de CO2, que pasa por promover
las energías renovables
y reducir el consumo de petróleo, en las industrias y en el transporte: si no
se hace, las emisiones de CO2 de los automóviles
se duplicarán entre 2000 y 2050, según la AIE. Tendrán que reducir más los
que más contaminan (EEUU, con 22,1 Tm por habitante, Japón con 12 Tm y
la Unión Europea, con 9,4 Tm), pero hay que ayudar a los países emergentes,
cada vez más contaminantes (China, Rusia o India), y subvencionar la protección de bosques, océanos
y especies. Y establecer un control
multinacional de los alimentos,
con etiquetas que indiquen el coste
medioambiental de producirlos.
Al final, hace falta
dinero para conseguir un crecimiento sostenible, algo escaso en todos los países
con la crisis.
Una opción, planteada por la Unión
Europea en Rio+20 es crear un impuesto sobre las transacciones financieras
(tasa Tobin), no sólo para sanear la banca y recortar déficits sino para invertir
en desarrollo sostenible. Pero no sólo es
cuestión de dinero: hay que cambiar
de rumbo, dar prioridad a la sostenibilidad en la salida de la crisis. Porque
un
crecimiento
insostenible, además de poner en peligro al Planeta, es siempre más caro: España, por ejemplo, consume cada vez
más energía,
el 80% importada, que nos cuesta lo que se ingresa por turismo. Ser ecologista
de verdad es consumir de forma razonable y sostenible, como individuos, como
empresas, como país. Economía eficiente
= economía
verde. Lo caro es destruir el
Planeta y que lo paguen nuestros hijos y nietos.
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