En 2014, nuestro sector exterior restó crecimiento a la
economía, cuando había sido el motor
de crecimiento desde 2008 hasta 2013. Las exportaciones han pinchado,
tras varios años creciendo mucho, y las importaciones
crecen más, al despertar el consumo interno. Con ello, España ha aumentado su déficit comercial, el segundo mayor de la zona euro (tras Francia). Y como hay que tapar este agujero comercial, hemos
tenido que endeudarnos más con el exterior. Ya tenemos una deuda externa (pública y privada) de 1,7 billones de euros, el 161,7%
del PIB, la mayor del mundo, lo que nos hace muy
vulnerables a los mercados e
inversores extranjeros. Con el inicio de la recuperación, vuelve
el viejo problema de España: cuando crecemos, compramos fuera más de lo
que vendemos, tenemos déficit y eso nos obliga a endeudarnos más para taparlo.
La solución es cambiar nuestro modelo de crecimiento, ser más competitivos,
para exportar más e importar menos. Algo nada fácil.
enrique ortega |
2014 ha sido el
primer año, desde 2007, en el que el sector
exterior (exportaciones e importaciones) no “tira” de la economía: su aportación al crecimiento (PIB) ha
sido negativa (-0,8%), ha restado
al crecimiento final de la economía (+1,4%), cuyos motores han sido el consumo interno (+2%) y la inversión (+0,2%). Desde 2008 hasta 2013, el sector exterior ha contribuido
positivamente al crecimiento de la economía (entre el +1,5% y el +2,2%),
evitando que la recesión fuera mayor, que el PIB y el empleo cayeran más
durante la crisis. Pero ahora ya no nos ayuda y todavía este año 2015 restará crecimiento (quitará un -0,3%% al PIB) y en 2016
será neutro (+0%), según las últimas previsiones
de la Comisión Europea.
¿Qué ha pasado?
Pues dos cosas: que las exportaciones han
pinchado y las importaciones
crecen más. Empecemos por las exportaciones.
Han sido la válvula de escape de las
empresas en esta crisis: como no vendían dentro, han tratado de mantener el
negocio vendiendo más fuera, bajando precios gracias al desplome
de los salarios. Pero ganar mercados año tras año no es fácil, máxime
cuando todos los países están en lo mismo y cuando nuestros principales
compradores, Europa (70%
exportaciones), llevan los dos últimos años estancados, sin apenas crecer.
Y aunque la caída
del euro (-18,7% frente al dólar en el último año) debía habernos
ayudado, sólo beneficia a la mitad de nuestras exportaciones, las que van
fuera de la zona euro. Con todo ello, las exportaciones
españolas han crecido en
2014 sólo un 2,5%, frente al
4,3% de 2013 y al fuerte tirón de 2011(+16,8%) y 2012 (+15,2%).
Vayamos a las importaciones.
Mientras España pasaba lo peor de la recesión (2012 y 2013), el consumo interno
estaba por los suelos y se compraba poco,
dentro y fuera. Pero en 2014, la baja
inflación y la mejora del empleo (escaso y precario) han reanimado un poco el
consumo y con ello las compras
de productos extranjeros, más coches
que máquinas. Y aunque la bajada
del petróleo (-46% desde los máximos de junio 2013) ha reducido
la factura petrolera (menos de ese 46%, porque el barril se paga en dólares
que cuestan un 18,7% más), la depreciación del euro encarece la mitad de lo que importamos. Por todo ello, ha crecido la factura de las importaciones: un +5,7% en 2014, tras caer en 2012 (-2%) y
2013 (-2,2%).
Al final, como las importaciones son más y crecen más que
las exportaciones, el déficit comercial
(import-export) ha aumentado, cerrando
el año en -24.471millones de euros, un 53,4%
más que en 2013. Un déficit comercial que es el segundo
mayor de la zona euro, tras Francia
(-67.500 millones hasta noviembre) y el tercero de Europa, tras Gran Bretaña (-121.100 millones de
euros), superior al de Grecia
(-18.900 euros) y Portugal (-9.600
euros). Un balance muy diferente al de otros países europeos, que venden fuera
más de lo que compran y que por eso tienen superávit
comercial: Italia (+37.100
millones), Irlanda (+32.200
millones), Bélgica (+13.600
millones), Holanda (+57.500 millones)
y, sobre todo, Alemania
(+201.800 millones), que crece y no tiene casi paro gracias a que nos inunda a todos con sus productos.
A este déficit
comercial, España ha de sumar otro
déficit, el que tenemos en la balanza de
inversiones: las inversiones extranjeras en España ganan a las
españolas fuera en más de un billón de euros. Dos déficits, dos agujeros,
que no se pueden tapar con el superávit de
los ingresos por turismo (aunque
sean récord, como en 2014: unos 45.000 millones de euros). Y así, el balance
final de España con el exterior, el
déficit exterior, ha vuelto en 2014: -3.646
millones de euros hasta noviembre, según
el Banco de España. Algo que es habitual, salvo en 2013, el primer año que no
tuvimos déficit con el exterior desde 1.990.
La acumulación, año tras año, de déficits
con el exterior, obliga a España a taparlos pidiendo créditos, con endeudamiento.
Y así, la deuda externa de España
(pública y privada) alcanzaba los 1,7 billones de euros en septiembre
de 2014, según el Banco
de España. Con ello, España tiene la
mayor deuda externa del mundo tras EEUU (4,14 millones de euros), según
el FMI. Pero si se compara con la riqueza del país, nuestra deuda externa es del
163%
del PIB, la mayor del mundo
(la deuda USA supone el 34% de su PIB). El
problema de tener tanta deuda
externa es doble. Por un lado, limita
nuestra capacidad de crecimiento: hay que crecer para crear empleo y
riqueza dentro y para devolver la deuda fuera. Y por otro, nos hace un
país muy vulnerable, como han reiterado el
FMI y la Comisión
Europea: si los mercados se ponen nerviosos o si los tipos suben, tendremos
que pagar más para devolver esta deuda.
En definitiva, que ha vuelto el viejo
problema del déficit exterior, tras el espejismo de 2013, en que parecía
que había desaparecido. Se trata de un
problema estructural de España: en cuanto crecemos, se disparan las
importaciones y la necesidad de ahorro e inversión extranjeros. Y nos suben el déficit comercial, el
déficit exterior y la deuda externa. Es lo que pasó antes de la crisis ( en 2007, el déficit comercial fue de -200.000 millones de euros y el déficit exterior de -106.201 millones) y apunta de
nuevo ahora: crecemos “tirando de tarjeta”, endeudándonos, porque consumimos
más de lo que producimos. Y así, cuando apunta la recuperación, aparece de
nuevo la espada
de Damocles del déficit exterior, el síntoma de que España vuelve a crecer “mal”, a crédito.
Hay que cambiar
el modelo de crecimiento. ¿Cómo? En una economía abierta, no se
puede impedir ni frenar las importaciones ni el endeudamiento. La única salida
es exportar
más y ahorrar más dentro, para no depender tanto de la inversión exterior.
Dos objetivos complicados. Fomentar
el ahorro pasa por cambiar las políticas fiscales, que ahora lo
penalizan, y mejorar salarios e impuestos.Y potenciar
las exportaciones es posible, porque aún tenemos
margen para crecer, ya que exportamos la mitad que Italia (una economía
similar) y menos porcentualmente que
Bélgica y Holanda (economías menores).
El problema de
nuestras exportaciones es que están muy
concentradas, en pocas
empresas (5.000
concentran el 86% de las ventas exteriores), en cinco sectores
(automóviles, componentes de automoción, combustibles, acero y farmaquímica
concentran un tercio exportaciones) y en cinco regiones
(dos tercios de las exportaciones salen de Cataluña, Madrid, Andalucía,
Valencia y País Vasco). Por eso, el reto
es atraer a la exportación a un mayor número de empresas, sectores y regiones.
Para conseguirlo, habría que poner en marcha un Plan
de choque para la exportación, con distintas medidas: facilitar la financiación
(faltan créditos y avales), aumentar las ayudas
a la internacionalización de las
empresas (fiscales, asesoramiento y formación, más oficinas en el exterior), fomentar
las fusiones de empresas (las grandes exportan el 80% del total), la tecnología
e innovación y la industrialización.
Además, España tiene que afrontar dos grandes retos: diversificar lo que exporta y dónde lo vende. Por un lado, la mayoría de lo
que exportamos son productos de
tecnología baja (alimentos, ropa y calzado) y media (plásticos, metales y automóviles), mientras Alemania vende
productos de alta tecnología
(industriales), con más valor añadido (más precio) y que compiten no en precio (para eso están los países emergentes) sino en calidad, diseño e innovación (que
aseguran ventas más estables). El ejemplo más claro de lo que nos pasa
es el
vino: somos el
primer exportador del mundo, pero ingresamos un tercio que Francia, porque
vendemos el vino casi cinco veces más barato. Por otro lado, estamos demasiado centrados en vender a Europa (69,8%
de nuestras exportaciones) y falta mucho por hacer en Latinoamérica
(5,8% exportaciones), Asia (9,5%)
y África (6,8%), donde está el
comercio futuro.
En definitiva, que frente a tanta propaganda sobre lo mucho que crecemos, ahí vuelve
el viejo problema del déficit exterior para recordarnos que crecemos
mal, a crédito, y que eso
nos hace un país muy vulnerable frente al exterior, sobre todo en cuanto
se inquieten los mercados o suban los tipos de interés. Por eso, no basta con
crecer más (es urgente, dado el mucho paro que tenemos) sino que tenemos que crecer mejor, exportando
más y con más ahorro interno. Hay que volcarse
en la exportación, “mimando” a
las empresas para que vendan más fuera. Y para eso, el Gobierno tiene que fomentar una economía
más competitiva, facilitando la
fusión de empresas, la industrialización, la mejor organización del trabajo, la
tecnología y la calidad, para que España
pueda vender más no sólo tirando precios (a costa de los salarios). Hay que cambiar
el modelo de crecimiento: vender
fuera la mitad de lo que producimos (ahora exportamos el 34%), no crecer a costa de comprar fuera de
España y endeudarnos. Sólo así saldremos de verdad de la crisis y
aseguraremos un empleo estable para el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario