Es la gran revolución
energética del siglo XXI: perforar y romper
las rocas para extraer gas (y petróleo). Es el fracking. Una técnica que
ha permitido a EEUU, en sólo 15
años, autoabastecerse de gas y ser el
primer productor mundial de petróleo. Pero es una técnica muy polémica y contestada a la que se
achaca contaminar acuíferos, emitir
gases y provocar microseísmos, por lo que ha sido prohibida en zonas de EEUU y en Francia. Europa está dividida sobre el fracking y la semana pasada decidió que
no haya una Directiva común y cada país
legisle a su aire. El Gobierno Rajoy se
adelantó y aprobó en octubre y noviembre dos
Leyes para promover el fracking,
a pesar de las protestas en pueblos y
autonomías. España no puede perder el
tren del fracking, pero debe ir poco
a poco y con todas las garantías. Y buscar antes las energías de arriba (eólica, solar, biomasa) que las del
subsuelo.
enrique ortega |
La mayoría del gas
natural se extrae por métodos
convencionales: perforando una bolsa que está a pocos cientos de metros, en
una roca porosa, y el gas sale por la diferencia de presión. A finales de los años 90, se inició en
EEUU la búsqueda de gas no convencional
(gas pizarra), que se encuentra en capas de pizarra a más profundidad (de 2.000
a 5.000 metros), para lo que hay que romper
esta roca poco permeable. La técnica de fractura
hidráulica (fracking) consiste (ver gráfico animado) en hacer una
perforación vertical hasta llegar a la pizarra (unos 5.000 metros) y luego otra
perforación horizontal (de 1.500 a 3.000 metros), provocando pequeñas
explosiones para fracturar las rocas. Después se inyecta agua a presión, con arena y aditivos químicos, que
ayudan a liberar el gas y subirlo a
la superficie.
EEUU lleva quince años extrayendo gas no convencional (y
petróleo) con el fracking, y ha
abierto más de un millón de pozos (ahora unos 35.000 al año). El boom del fracking
se gestó a principios de este siglo, en 2005, con el apoyo de Bush hijo y su
vicepresidente Cheney (su
empresa Halliburton, que explotó el
petróleo de Irak tras la guerra, es líder en tecnología de fracking), aunque
también recibe apoyos (y un mayor
control) con
Obama. El éxito del fracking ha permitido que el gas
pizarra suponga ya un 25% del consumo de
gas y que EEUU
sea ahora autosuficiente en gas y el primer productor mundial de crudo en 2013, según
la OPEP, por delante de Rusia y Arabia Saudí. Una revolución energética, clave para asentar la recuperación
norteamericana: EEUU paga un tercio por
el gas y la mitad por la electricidad que Europa o Japón.
Pero el fracking
tiene su lado oscuro: los riesgos para el hombre y el medio ambiente. El principal, que utiliza hasta 600 productos químicos (muchos tóxicos y hasta
cancerígenos) que pueden dispersarse por
los acuíferos subterráneos o incluso en la superficie (almacenamiento,
transporte), contaminando al hombre y al medio natural. Además,
a veces se escapa metano, un gas con
un potencial de efecto invernadero 21
veces mayor al CO2. Y puede provocar microseísmos. En cuarto lugar, genera muchos residuos y desechos
líquidos, que hay que almacenar y gestionar. Y quinto, utiliza mucha agua (de 54.000 a 174.000 m3 en un campo de 6 pozos) y mucho espacio (entre 16 y 20
hectáreas por campo) y genera mucho ruido y movimiento de camiones (entre 8 y
12 meses de perforación día y noche). Por todo ello, en EEUU se han multiplicado las protestas
contra el fracking, visualizadas en
el documental Gasland.
Y por ello, se ha prohibido en Nueva
York, Buffalo y Pittsburg, a la espera de un informe definitivo de la Agencia
de Protección Ambiental (EPA).
En Europa, las autoridades comunitarias están impactadas por los logros energéticos de EEUU con el
fracking, pero se
encuentran divididas a la hora de apoyarlo y legislar, por los riesgos de su impacto ambiental. Por un
lado, Francia
prohibió el fracking con Sarkozy (por Ley, en 2011) y otros países aplican moratorias, como Bulgaria, República
Checa, Dinamarca o Irlanda. Y por otro, hay dos países firmes partidarios del fracking: Polonia y
Reino Unido, donde el premier Cameron quiere abrir 20.000 pozos para 2020,
en medio de las protestas locales. Ante este panorama, la Comisión y el Parlamento europeo están divididos sobre el fracking. Y la semana pasada, han tomado una decisión salomónica: que no haya una Directiva, sino aprobarunas recomendaciones y que cada país
legisle a su aire.
España se ha
adelantado a estas recomendaciones, aprobado
el Gobierno Rajoy, en 2013, dos Leyes
(en solitario, sin apoyo de otros grupos) para
impulsar
el fracking. “No podemos perder este tren”, ha dicho
el ministro Soria. Primero, la noche del 9 de octubre de 2013, el PP introduce
por sorpresa en el Senado una enmienda para incluir
el fracking en la Ley de Hidrocarburos (de 1998), a través de algo tan
estrambótico como dos disposiciones adicionales a la Ley de
garantía del suministro eléctrico a Baleares y Canarias…Y el 28 de
noviembre, el Congreso aprobó, por trámite de urgencia (no habitual), la Ley de
Evaluación Ambiental, que complementa la legislación sobre fracking. Por un lado, centraliza en el Estado la competencia,
quitándosela a las autonomías (el Parlamento de Cantabria
prohibió el fracking en abril 2013). Además, acelera los proyectos, al reducir a 4 meses el plazo para resolver
los expedientes de impacto ambiental (ahora 3 años). Y concede la cláusula de confidencialidad a los proyectos, dificultando las alegaciones (hay ya 102 municipios contra el
fracking en España).
Con esta normativa,
todo apunta a un boom
del fracking en España. El Gobierno
ya ha concedido 75
permisos
de investigación (en Soria, Burgos, Álava, Cantabria, la Rioja, Huesca,
Castellón, Guadalajara, Jaén, Sevilla y Cádiz) y hay otras 75 en espera (en
Asturias, Navarra, Burgos, Palencia, Euskadi, Zaragoza, Lleida, Gerona y
Albacete), de la mano de una decena
de empresas, la mayoría multinacionales norteamericanas
(BNK, Heyco, Trofagas, Schuepbach, Heritage Petroleum, True Oil, Cambia),
canadienses (R2Energy) o británicas (Leni Oil Gas), además de la vasca SESHA,
creada por el ex lehendakari Patxi López, con mayoría de capital público, para
explotar el yacimiento
alavés de Gran Enara. Ahora, los proyectos
están en fase de investigación y no se hará ninguna prospección antes de dos años (según el ministro), con lo
que se
tardará en extraer gas masivamente hasta una década.
Los defensores del fracking argumentan
que permitiría a España cubrir el
consumo de gas durante 70 años (y el 20% del consumo de crudo durante 20
años), aunque un informe del
Consejo de Ingenieros de Minas habla de reservas de gas para 39 años. Los detractores dicen que
las estimaciones están infladas
(como pasó en Polonia), para atraer
inversiones al fracking: entre 700 y
1.000 millones de euros están ya comprometidos en España. Y temen que este
nuevo negocio quite recursos a las energías renovables.
España es el país europeo más
dependiente del petróleo y el gas extranjero (99% se importa) y pagamos cada año una factura
energética de 45.000 millones de euros, lo que ingresamos por el
turismo. Por ello, cualquier nueva técnica que nos permita extraer hidrocarburos debería
ser bien recibida. Pero con
matices. Porque nos hace falta más
petróleo que gas, dado que existe
una burbuja de centrales de gas,
que funcionan
al 10% de capacidad, por la política de incentivos
que pagamos con el recibo
de la luz. Y porque tenemos que
concentrar los esfuerzos en buscar energía arriba
(eólica, solar, geotérmica…) antes que
en el subsuelo, que tiene más riesgos
medioambientales y menos rentabilidad
energética: la tasa de retorno
energético (TRE) de la eólica (18) y solar (7) es mayor que la del gas
pizarra (entre 2 y 5). Y las reservas
disponibles son menores (que el sol o el aire).
Con todo, es verdad que
España
no debe perder el tren del
fracking, pero tampoco liderarlo.
Hay que ser prudentes, avanzando poco a
poco, con una normativa estricta y con
transparencia, incorporando a los municipios implicados (se podría crear una Comisión de seguimiento, con participación pública, privada y ciudadana). Y
abrir un debate riguroso, sin prejuicios
ni mentiras ,
apoyado en informes técnicos
independientes. Y siempre, en línea con
lo que haga la mayoría de Europa. No pretenda el Gobierno vendernos ahora el milagro del fracking. La energía con mayúsculas está a la vista.
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