La ONU ha lanzado
un alarmante SOS: 20 millones de africanos
pueden morir de hambre si no se les ayuda en un mes. Es la mayor
catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra mundial y afecta a Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y Somalia,
asoladas por la guerra, la sequía y la miseria. De momento, los grandes paises, divididos por el
conflicto sirio y los problemas políticos internos, miran para otro lado. Y los ciudadanos ayudan poco: el
hambre nos incomoda, aunque lo tengamos en Europa y haya 1.600.000
españoles que comen de la caridad. Esta grave crisis en África se suma a
los 793 millones de personas que pasan
hambre en el mundo, no porque falte
comida sino porque está mal repartida. Y mientras, crece en muchos paises pobres
la obesidad, que ya es una epidemia mortal en los paises ricos.
La ONU quiere acabar con el hambre
para 2030, pero será imposible si no se racionaliza la producción y el
consumo mundial de alimentos. Una responsabilidad de Gobiernos y consumidores.
enrique ortega |
Es la mayor
catástrofe humanitaria que ha visto el mundo desde finales de la Segunda
Guerra mundial, según advirtió el secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios y Emergencias de la
ONU, Stephen O´Brien, el 11 de marzo, ante el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas. En conjunto, hay más de 20
millones de personas que podrían morir de inanición en Yemen (7 millones), Sudán del sur (5), Nigeria (5) y Somalia (3).
Y la ONU ha reclamado que urge reunir 4.200 millones de euros en poco más de un mes para evitar la
catástrofe. Pero de momento, los grandes paises no han movilizado estos
recursos y hay 30 organizaciones humanitarias en la zona intentando paliar la
hambruna, sin medios y con graves problemas para abrir “pasillos humanitarios”,
por culpa de las guerras locales.
Y es que el detonante
de esta histórica catástrofe humanitaria en el sureste de África son las guerras, que han acabado de hundir a unos países ya de por sí pobres y
atrasados, que además sufren graves
sequías por efecto del cambio
climático. En Yemen, dos tercios de la población necesitan ayuda (casi 19 millones de
personas), tras una guerra civil que se ha cobrado ya 100.000 muertos y que enfrenta
a la guerrilla insurgente Houthi (apoyada por Irán) y el Gobierno, respaldado
por una coalición liderada por Arabia Saudí. En Sudán del sur, la nación más joven del mundo (se independizó en 2011), más de
7,5 millones de personas necesitan ayuda tras una guerra civil que dura ya 3
años y que ha desplazado de sus hogares a 3,4 millones de personas. En Nigeria,
la guerrilla fundamentalista de Boko Harán ocupa zonas del noroeste desde hace
7 años, con 20.000 muertos y casi 2,6 millones de desplazados. Y en Somalia,
más de la mitad de la población (6,2 millones de personas) necesita ayuda, no
por una guerra sino por una tremenda sequía
que ha provocado la pérdida de ganado y cosechas, con un 27% de la población en
riesgo de hambruna.
Las ONGs se están
volcando con esta grave crisis humanitaria en África, mientras se retrasa la
ayuda de los grandes países y la ONU trata de abrir “pasillos humanitarios”.
Pero en general, el mundo es bastante pasivo ante estos dramas del hambre, que
periódicamente cuestan millones de vidas, como en Etiopía en 1983-85 o en Somalia
en 2011. Y eso sabiendo que estos 20 millones de hambrientos nuevos
se suman a los 793 millones de personas
que ya pasan hambre en el mundo, 1,1
de cada 10 habitantes del Planeta, según los datos de la FAO,
el organismo de la ONU para la alimentación y la agricultura. Un problema con
graves consecuencias para muchos paises, por su secuela de atraso, enfermedades y muerte: el hambre provoca que mueran 25.000 personas cada día, un tercio de ellos niños .
Hay una especie de fatalismo sobre el hambre (“siempre
ha habido y siempre habrá”) y la mayoría de los occidentales no quieren oír hablar de este problema, quizás menos ahora que lo
tienen cerca de casa. De hecho, el hambre y la malnutrición han vuelto con esta crisis a Europa, un continente que ya sufrió
las cartillas de racionamiento al final de la Segunda Guerra Mundial (ver libro “Postguerra”, de Tony Judt). Así,
en Gran Bretaña, 10,5 millones de familias reciben ayudas
de vivienda y alimentos, lo mismo que 6,7 millones de alemanes
que reciben ayudas del programa Hartz IV para parados sin subsidio. En Francia,
1,4 millones de personas cobran la renta de solidaridad para sobrevivir.
Incluso en EEUU, un 15% de los norteamericanos (47,6 millones) reciben vales de comida para subsistir. En España, hay 1.600.000 españoles
que comen gracias a los bancos de alimentos, mientras el 3,2% de los hogares (576.000 familias) no pueden permitirse una comida de carne, pollo o
pescado a la semana, según Eurostat. Y muchos padres y colegios han alertado que hay más de 100.000 niños españoles malnutridos, tras los recortes en las becas de
comedor.
Está claro que este “hambre occidental” es distinto del hambre de África o los paises
en desarrollo, pero quizás haya servido para desviar la atención de los paises ricos del grave problema del hambre en el mundo.
Un problema que en los últimos años cambia
de cara: muchos paises pobres han
pasado del hambre al sobrepeso. Un
ejemplo claro es América Latina, la
región del mundo que más ha reducido en hambre en las últimas décadas (del 14,7
al 5,5% de la población): ahora, 3 de
cada 5 latinoamericanos (el 58%), 360 millones de personas, tienen sobrepeso, según un informe de
la FAO. Y hay muchos paises, como Haití,
donde una parte de la población pasa
hambre y otra parte tiene sobrepeso, porque compran alimentos ultra
procesados, de baja calidad y con un exceso de grasas, pero más baratos que las
frutas, verduras, carnes y pescados que necesitarían para tener una dieta equilibrada.
La consecuencia
es que América Latina y muchos paises pobres de Asia y África comparten el hambre con la pésima
alimentación (zumos en polvo, bebidas azucaradas, patatas fritas, galletas, salsas, comida
preparada) que les causa sobrepeso, una “bomba letal” a medio plazo,
porque les acaba provocando obesidad y diabetes,
además de numerosas enfermedades (desde ataques cardíacos a ceguera,
amputaciones, ictus) y muertes. De hecho, la mala alimentación provoca que 1 de
cada 10 adultos latinoamericanos sufra una enfermedad crónica y 1 de cada 8
habitantes del Caribe sufre diabetes, según las estadísticas de la FAO.
Así que en los paises pobres, el hambre y el sobrepeso son las
dos caras de la misma moneda: la malnutrición y el subdesarrollo. Pero
además, hay 793 millones de hambrientos
en un Planeta donde la mayoría comemos muy mal y en exceso: 1 de cada 3 adultos
del mundo tienen obesidad (600 millones) o sobrepeso (1.900 millones de
personas), según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aumentando dramáticamente la obesidad infantil. Y en España, el 65,6% de la población
tiene sobrepeso y, de ellos, el 26,5%
padece obesidad (12.250.000 españoles), siendo el segundo país europeo con más obesos,
tras Reino Unido (28% de obesos), según los datos de la OMS (2014). Esta obesidad es el origen de numerosas
enfermedades cardiovasculares, ictus y sobre todo de la diabetes, que sufren 422 millones de personas en el mundo, de ellos 4,3 millones en España (el 9,4% de los españoles).
Volviendo al hambre
en el mundo, hay que partir de una premisa:
el problema no es que falte comida, sino
que está muy mal repartida. Hay alimentos
suficientes para 12.000 millones de personas, según la FAO, y somos 7.200
millones en el mundo. Los culpables
del hambre son la globalización y la
desigualdad. Durante casi todo el siglo XX, hasta 1990, África exportaba
alimentos, como explica Martín Caparrós en su libro “Hambre”. Pero a raíz de las políticas de ajuste y globalización,
impulsadas por el FMI y el Banco Mundial, se impuso un cambio de modelo,
donde África, Asia y Latinoamérica iban a desmantelar
su agricultura tradicional y centrarse en cultivos extensivos (soja, maíz,
algodón) para el mercado mundial,
para que así pudieran pagar los abultados intereses de su deuda externa. Y les obligaron a suprimir sus políticas de
reservas estratégicas y alimentos subsidiados, porque “iban contra el mercado”. La
consecuencia: estos paises pobres se
han visto forzados a importar alimentos
de los paises ricos, a precios
impagables.
En paralelo, se han producido otros hechos que han agravado el hambre. Por un lado, los paises ricos han multiplicado sus cosechas,
subsidiadas por sus Gobiernos (en Europa y USA), con un exceso de grano que ha
ido a alimentar animales (el 70% del
maíz USA), porque cada vez consumen más carne. Y ese grano (maíz, trigo, sorgo)
que en los paises pobres consumirían las personas va a alimentar vacas, cerdos
o gallinas: quien come carne se “apropia” de la comida de 5 a
10 personas en el Tercer Mundo. Además, se han desviado también alimentos
(sobre todo maíz) para biocarburantes:
llenar un depósito de etanol consume 170 kilos de maíz, la comida de un niño
africano durante un año… Y por si fuera poco, en los años 90, los bancos de
inversión empezaron a utilizar los
alimentos para especular, disparando los precios internacionales de muchos
alimentos.
La FAO señala que
las causas del hambre hay que buscarlas en
toda la cadena de producción alimentaria, desde las semillas a la
comercialización. Así, denuncia la enorme dependencia de los agricultores del
Tercer Mundo de unas pocas semillas
muy costosas, patentadas por las grandes multinacionales: hay 10.000 especies para alimentarse pero sólo se
utilizan 150 y el 60% de las calorías del mundo proceden de 4 cultivos (trigo,
maíz, arroz y patatas). Luego, en la mitad del Planeta se utiliza mal el agua, cada vez más escasa, y no hay
apenas abonos y tecnología para mejorar los cultivos. Y además, faltan tierras accesibles al pequeño
agricultor, en África, Asia y
Latinoamérica, mientras las acaparan multinacionales chinas, norteamericanas y europeas. Además, los pequeños
agricultores pobres no tienen medios para conservar,
transportar sus productos y que
accedan a los mercados: la FAO estima que con los alimentos que se pierden
en África y Latinoamérica por falta de medios para conservarlos podrían comer 600 millones de personas.
Y al final de la cadena, en Occidente, se tiran alimentos para mantener altos
los precios o porque los consumidores los desperdician: con lo que los europeos
tiran cada día a la basura podrían comer
200 millones de personas.
Así que hay hambre
en el mundo por el caótico sistema de producción y consumo de alimentos, que perjudica a los
agricultores y consumidores de los paises pobres, a costa de los enormes
beneficios de las multinacionales de la alimentación y del despilfarro de los
consumidores, que podríamos evitar consumiendo productos frescos locales y
menos carne. Ahora, el nuevo objetivo de
la ONU es acabar con el hambre para 2030, pero no
será fácil porque el mundo va a
seguir creciendo y los recursos (agua, tierra, energía) son escasos. Haría falta un gran Acuerdo
mundial contra el hambre, como el logrado en París contra el Cambio
Climático, asentado en varios frentes. El primero, potenciar el trabajo de la FAO, cuyo presupuesto en 8 años equivale
a lo que gasta el mundo en armamento en 1 día. Con más recursos, la ONU podría ayudar a los paises pobres a potenciar su agricultura, con semillas enriquecidas
(arroz o cereales con más proteínas), más tecnología, más medios para conservar
y transportar los alimentos y más acceso a los mercados. Y en paralelo, cambiar los hábitos alimenticios de Occidente, para reducir el sobrepeso y el despilfarro
de comida, con más alimentos naturales de mercados próximos y menos comida preparada de importación. Y
por supuesto, con una mayor apuesta de los paises ricos por la ayuda al desarrollo (el 0,7% que no cumplen), que España ha recortado un 73,5% (-3.300 millones de euros) desde 2008, y la
erradicación de las guerras, que agravan el hambre.
Curiosamente, la
comida, la primera necesidad del hombre, no está reconocida como un derecho en ninguna Constitución (salvo en
Bielorrusia o Moldavia), como sí lo están
la sanidad o la educación en muchos países. Los gobiernos occidentales no
quieren aprobar una ley que garantice la
alimentación de todos los ciudadanos, quizás porque sería reconocer los
fracasos de sus políticas sociales. Pero el
hambre está ahí, rondando en Occidente y masacrando a millones en los
paises pobres. Y ahora, la ONU lanza un SOS que debería quitarnos el sueño: hay 20 millones de
hambrientos más. El mundo debe
movilizarse para evitarlo. Todos podemos
ayudar, donando algo a una ONG. Les doy algunas: Acción contra el hambre, Manos Unidas, Intermón Oxfam, Médicos sin fronteras,
ACNUR…
Muchos pocos ayudan, aunque lo importante
es que se movilicen los gobiernos.
No podemos permanecer impasibles. Hay que erradicar el hambre como sea. Es una vergüenza para el mundo.
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