Dependencia: 900.000 muertos esperando ayuda
Se cumplen 18 años de la Ley de Dependencia
(2007-2024), con un balance agridulce. Por un lado, ha atendido a 3,7 millones
de dependientes, en su mayoría mayores, y ahora reciben ayuda 1,5 millones.
Pero ofrece ayudas escasas y servicios “low cost”, que tardan un año o
más en recibirse: hay casi 300.000 dependientes esperándolas. Y el gran
punto negro: casi 900.000 dependientes han muerto esperándolas estos
18 años. Todo porque la Dependencia cuenta con pocos recursos públicos
(sólo 11.500 millones al año, 8,6 veces menos que la sanidad y 5,5 veces menos
que la Educación) y no es una prioridad para las autonomías, que
las gestionan pero sólo financian la mitad del gasto, con grandes desigualdades
de atención según donde vivan los dependientes. Urge afrontar el futuro de la
Dependencia con muchos más recursos, simplificando y
agilizando trámites, liquidando las listas de espera y
ofreciendo a los dependientes unos servicios de calidad, ayudando
más a sus familias. Porque cada vez hay más viejos y más dependientes.
Enrique Ortega
El 14 de diciembre de 2006 se aprobaba en el Congreso, con
el apoyo del PSOE y el PP, la Ley de
Dependencia, el 4º
pilar del Estado del Bienestar, junto a la Sanidad, la Educación y las Pensiones
públicas. Era el principal legado del primer Gobierno Zapatero, que pretendía incorporar a España a la pequeña
lista de paises europeos que tenían una Ley para garantizar a los
ciudadanos una atención o una ayuda cuando no pueden valerse por sí mismos: Austria
aprobó una Ley en 1993, Alemania en 1995 y Francia en 1997, mientras los paises
nórdicos y Holanda lo tienen incluido en sus Leyes de servicios sociales. Y en
el resto de Europa, se atiende a los dependientes, pero dentro de la
asistencia sanitaria o social, sin una Ley específica que reconozca este
derecho a los ciudadanos.
La Ley de Dependencia arrancó el 1
de enero de 2007 con un problema de partida que ha lastrado su
evolución: la falta de una financiación específica, algo que no
preocupaba entonces porque la economía estaba en años de “vacas gordas”. En
estos 18 años de rodaje, pueden distinguirse 6 fases diferentes, según
el exhaustivo balance realizado por los Directores y Gerentes de Servicios
Sociales. En la 1ª
fase, de “despegue” (2007-2011),
el avance fue lento, porque había que implantar un nuevo sistema y su
aplicación fue muy desigual por autonomías, quienes gestionan solicitudes y
ayudas, financiando la mitad del sistema. Pero se avanzó y a finales de 2011 había
más de 1 millón de dependientes con derecho reconocido, aunque sólo 740.000 recibían
atención.
La 2ª
fase, entre 2012 y 2015, fue “un auténtico desastre para la Ley”,
por los recortes impuestos por Europa y ejecutados por Rajoy, que no
creía mucho en la Ley: en noviembre 2011, tres días antes de ganar las
elecciones, declaró
en El País: “la Dependencia no es viable”. Y menos lo iba a ser con su
política de recortes, que empezó a aplicar sólo 9 días
después de tomar posesión: dejó fuera del sistema (hasta julio de 2015) a
los dependientes “moderados”(Grado I), recortó drásticamente la aportación del
Estado a la Dependencia y aprobó un
Decreto con cambios profundos para facilitar a las autonomías (la mayoría
gestionadas por el PP) un drástico recorte en el gasto: dejó de pagar la
Seguridad Social a los 423.000 cuidadores familiares de los Dependientes, les
bajó un 15% su ayuda mensual (55 euros sobre 400) redujo servicios (ayuda a
domicilio), simplificó los baremos (de 6 a 3, rebajando así las ayudas) y subió
el copago a las familias.
Tras estos recortes del Estado (-2.825
millones entre 2012 y 2015) y de las autonomías (otros 1.000 millones),
la Dependencia vio desplomarse sus recursos. Y los gobiernos autonómicos se
tuvieron que “buscar la vida” para atender a los dependientes, recurriendo
a distintas vías. La primera, “retrasando”
los expedientes, tanto el reconocimiento del derecho como la
adjudicación de las ayudas, aumentando las “listas de espera”. La
segunda, endureciendo
los requisitos: redujeron el número de “grandes dependientes”
(Grado III), los más caros de atender, aumentando “los más baratos”, los dependientes “severos” (Grado II) y los “moderados”
(que no había que atender hasta 2015). La tercera vía de “ahorro” fue revisar
“de oficio” (a la baja) valoraciones ya
hechas, lo que multiplicó las denuncias de las familias ante los Tribunales.
Y sobre todo, buscaron “rebajar el coste de las ayudas”, tanto las
económicas como los servicios: menos ayudas para residencias (las más caras) y
más ayudas a domicilio o teleasistencia (“low cost). Objetivo: atender a más
dependientes gastando poco.
En julio de 2015 empieza la
3ª fase, de lenta
recuperación, con la incorporación de los Dependientes “moderados”
(Grado I), que dispara las listas de espera (de 139.297 en junio de 2015 a
442.356 en septiembre de 2015). Los recortes del Estado se mantienen
pero el sistema recobra pulso con una mayor aportación de las autonomías,
tras las elecciones de mayo de 2015 (el PSOE pasó a gobernar en 7 autonomías),
afianzada en 2019 (el PSOE gobierna ya en 8 autonomías). En 2019 se
entra en una
4ª fase de “ralentización”, porque el nuevo Gobierno de Pedro
Sánchez se ve obligado a prorrogar los Presupuestos 2018 de Montoro (restrictivos).
Y en 2020 se entra en una 5ª
fase, de “retroceso” del sistema de
Dependencia por la pandemia: caen las nuevas solicitudes y se reducen
los beneficiarios, retrocediendo servicios y prestaciones.
En enero de 2021 empieza la 6ª fase de esta
historia de la Dependencia, al aprobarse un Plan
de Choque 2021-2023, con el que el Gobierno Sánchez se compromete a “inyectar”
1.845 millones de euros extras a la Dependencia (615 al año), para reducir
las listas de espera y mejorar la atención a los dependientes. Un Plan que ha
mejorado la situación, pero que tiene un gran punto negro: muchas
autonomías (ahora gobernadas por el PP, con VOX) han aprovechado
esta mayor aportación estatal para “hacer caja” y reducir su gasto
en Dependencia. En 2022 lo hicieron 10 autonomías (Castilla y León,
Galicia, Aragón, País Vasco, Navarra, Murcia, Extremadura, Canarias, La Rioja y
Castilla la Mancha), “ahorrándose entre todas 309 millones (que gastaron en
otras cosas). Y en
2023 han vuelto a hacerlo otras 9 (Cataluña, Andalucía, Comunidad
Valenciana, Madrid, Extremadura y Asturias), recortando su gasto en Dependencia
en otros 186 millones… Y en 2024, con los Presupuestos prorrogados, el
Gobierno no ha podido aumentar la aportación estatal a la Dependencia.
Lo más positivo de estos 18 años de Ley es que
se
ha atendido a 3.699.000 personas, según los Directores de Servicios
Sociales, aunque a finales de 2024 eran 1.644.518 las personas que tenían
reconocida su dependencia y 1,5
millones los que recibían alguna ayuda o servicio. Pero el sistema
sigue con problemas de fondo, provocados básicamente por los recortes (-6.321 millones de euros entre 2012 y 2020) El 1º, los enormes retrasos
en el reconocimiento de la dependencia: la media de resolución de los
expedientes es de 330 días, cuando la normativa establece que no
deberían demorarse más de 180 días. Y hay 5 autonomías con gran demora:
Andalucía (618 días), Canarias (574), Murcia (514), Galicia (387)
y Asturias (339 días), según los Directores de Servicios sociales. Y sólo
cumplen el plazo legal Ceuta (57 días), Castilla y León (126) y País Vasco
(128 días).
Pero los dependientes y sus familias esperan mucho más
para recibir una ayuda o un servicio, porque después de que les reconozcan su
derecho, todavía esperan a que sea efectivo su Plan de atención (PIA) y
a que les llegue efectivamente la ayuda o servicio (el “limbo de las listas
de espera”. Así, a finales de 2024, hay 291.649 dependientes en espera, “desatendidos”:
136.954 pendientes de valoración, otros 23.612 con un Plan aprobado pero no
efectivo y 131.083 con derecho reconocido pero sin recibir una ayuda o servicio
(en “el limbo” de las listas de espera), según
el balance de los Directores de Servicios Sociales. Eso supone que están
“desatendidos” el 13,3% de los dependientes que han solicitado ayuda.
Pero el problema es mucho más grave en 4 autonomías: Canarias (el
41,78% de los dependientes solicitantes no tienen ayuda), Murcia
(22,75%), Asturias (20,46%) y Cataluña (18,86%). Y son
bastante eficientes Navarra (sólo un 2,24% dependientes desatendidos),
Galicia (3,40%), Madrid (5,41%) y Cantabria (7,57% desatendidos).
Lo grave de esta desatención es que 4
de cada 5 dependientes tienen más de 80 años, con lo que muchos
se mueren antes de recibir la ayuda a la que tienen derecho. Este año 2024,
los Directores de Servicios Sociales estiman que morirán 35.920 dependientes
esperando que les reconozcan su dependencia o recibir una ayuda o servicio reconocido.
Son 98 dependientes que mueren cada día desatendidos. Y haciendo balance de estos 18 años, estiman que
han
muerto casi 900.000 dependientes sin la ayuda a la que tenían derecho:
473.268 mayores a los que no se reconoció a tiempo su dependencia y otros
388.932 que sí la tenían reconocida pero que fallecieron en las listas de
espera. Una cifra dramática que muestra el gran fracaso
del sistema, a pesar de sus avances.
El 2º grave problema es que el sistema de Dependencia no ofrece
una ayuda o servicio de calidad a los dependientes que sí las reciben.
Año tras año, las autonomías han buscado vías para atender a más
dependientes gastando poco, con
servicios “low cost”. Tras estos 18 años, la ayuda más
extendida es la prestación económica a las familias con un dependiente:
se les paga una cantidad mensual (baja) y “así se cumple”. La reciben 627.450
beneficiarios, el 41,4% de las personas atendidas, aunque sólo supone el 15,8%
del coste total. Y eso, porque la ayuda oscila entre los 180 euros mensuales
(Grado I), los 315,90 euros (Grado 2) y los 455,40 euros de media (Grado III),
aunque hay grandes diferencias por autonomías. El 2º servicio que más se presta
(y el más barato) es la teleasistencia, que reciben unos 500.000
dependientes. El tercero, la ayuda a domicilio, que reciben unos 350.000
beneficiarios. Y crece la prestación vinculada al servicio, un cheque (de
100 a 200 euros, según autonomías) para que las familias contraten servicios:
lo reciben el 15% de dependientes, pero casi la mitad en Extremadura , un
tercio en Castilla y León y el 27% en Canarias.
En cambio, el
servicio más demandado, la ayuda para una residencia, sólo la
reciben el 12,2% de los dependientes, básicamente porque es la asistencia
más cara (supone el 42,2% del gasto total). Y eso que no sale barata para
el dependiente: si la financia totalmente, paga el 86% de sus ingresos
(pensión). Y si tiene ayuda, el pago se reparte entre la autonomía y el
Dependiente (mínimo 950 euros/mes y máximo 1.911 euros). Aunque el mayor
problema es que no
hay plazas concertadas en
muchos lugares y han de esperar y recibir otra ayuda.
Esta penuria de ayudas y servicios se explica
porque cada vez se gasta menos por dependiente, para “atender
a más con poco”: el
gasto por dependiente atendido ha bajado de 8.145
euros en 2010 a 7.341 en 2015, 6026 en 2020 y 5.982 euros por persona en
2024, a pesar del fuerte aumento de la inflación estos años. Y aunque cada
vez hay más viejos y dependientes, España sólo gasta
181,31 euros por habitante en Dependencia, el triple que en 2009
(61,91 euros), pero poco más que en 2019 (151,24 euros). Y hay sólo 4
autonomías que gastan en Dependencia más que la media: Castilla y
León (250 euros/habitante), País Vasco (209), La Rioja (207)
y Andalucía (199). Están a la cola Canarias (91), Navarra (109),
Baleares (112), Murcia (119), Asturias (127), Aragón y Galicia (128 euros/habitante).
Al aprobarse la Ley de Dependencia, el objetivo era que
el gasto publico se repartiera entre el Estado central y las autonomías,
mitad cada uno. Así fue en 2009 (52,5% Estado y 47,5% autonomías), pero con los
recortes se rompió el equilibrio y el Estado sólo aportó el 25,6% de la
financiación pública en 2012 y el 19,5% en 2019 y 2020. Con el Plan de
Choque, la aportación del Presupuesto estatal subió al 28% en 2021 y al 39,6%
en 2024 (las autonomías todavía aportan el 60,4% público restante). Con
todo, los usuarios, las
familias de los dependientes, cada vez pagan
más (copagos): si en 2009 sólo financiaban el 14,7% del
gasto total en Dependencia, en 2024 pagan ya el 20,2% del gasto (las
autonomías pagan el 49,6% y el Estado central el 30,1% restante).
Con todo, el gasto total en Dependencia, tras
18 años de Ley, es bajo: 11.073
millones de inversión en 2024, sólo el 0,8%
del PIB. Una cifra mínima si se la compara con las otras
tres “patas” del Estado del Bienestar: 190.687 millones gastados en Pensiones,
99.347 millones en Sanidad o 63.380 millones en Educación).
Y además, la inversión en Dependencia (mínima) es muy rentable en empleo
(se han creado 355.000 empleos y por cada millón invertido en dependencia se crean
40 empleos) y en ingresos para el Estado (revierte el 40,7% del
gasto hecho en impuestos y cotizaciones: 3.550 millones sólo en 2024).
Cara al futuro, los expertos coinciden que la Ley
de dependencia necesita
un impulso político, para dotarla de más recursos y menos
burocracia. Sólo acabar con las listas de espera costaría 1.750
millones de euros. Pero además, el Estado central y las autonomías deben aportar
más, para cubrir la demanda potencial: hay 2 millones de personas que han
solicitado ayuda a finales de 2024, pero 6,3
millones de españoles son potencialmente dependientes. A medio
plazo, habría que gastar 20.000 millones en Dependencia (frente a los
11.000 actuales). Pero no es sólo cuestión de dinero: urge agilizar
“el disparatado proceso burocrático en
las solicitudes” creado por las autonomías, con más personal y
menos burocracia, reduciendo los procesos administrativos y el papeleo
que se exigen ahora a las familias de los dependientes.
A final, mucho hablamos de los problemas de la
sanidad, la educación y las pensiones y poco de la
Dependencia, de una
Ley que reconoce unos derechos pero que no puede garantizarlos, por falta
de recursos y voluntad política. Urge dar un impulso a las ayudas a los
dependientes, para que sean dignas y suficientes, para que no sigan
muriéndose mayores sin ser atendidos. Y por puro egoísmo:
pronto, los dependientes podemos ser nosotros.
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