lunes, 2 de octubre de 2023

Universidad: nueva Ley sin más financiación

Más de 1,7 millones de jóvenes han iniciado otro curso universitario, en el que se estrena la nueva Ley de Universidades (LOSU), la 4ª de la democracia. Su objetivo es reorganizar los Campus, estabilizar las plantillas de docentes (la mitad, interinos), internacionalizar los estudios y mejorar la formación. Casi todo ello cuesta dinero y la Ley promete 3.100 millones más cada año, pero no asegura quien los pagará. Se pretende que los alumnos (que ahora financian un 30%) paguen menos por las matrículas, pero eso obliga a una mayor financiación de las autonomías (que aportan el 81% del gasto público universitario). Los rectores buscan acuerdos con los Gobiernos autonómicos, empeñados la mayoría (PP y VOX) en bajar impuestos (e ingresos), pero temen que les falten recursos para reconvertir la Universidad. Mientras, las Facultades siguen “fabricando” parados y precariedad: el 36% de los universitarios que trabajan lo hacen en empleos para los que les sobra formación (abogados trabajando de teleoperadores). Estamos “tirando” recursos” y perdiendo el futuro.

                                           Enrique Ortega

Este es el primer curso universitario en que empieza a aplicarse la nueva Ley de Universidades, la LOSU (Ley Orgánica del Sistema Universitario), la 4ª Ley universitaria de la democracia, tras la Ley de Reforma Universitaria (LRU) de 1983 (Felipe González), la Ley Orgánica de Universidades (LOU) de 2001 (Aznar) y la modificación parcial de la LOU, en abril de 2007 (Zapatero). Esta nueva Ley, otra reforma impuesta por Europa para recibir los Fondos europeos, ha tenido una gestación larga y compleja, porque el primer anteproyecto lo presentó el ministro Castell en agosto de 2021, chocó con el rechazo de rectores y universitarios y la rehízo el nuevo ministro Subirats, con un nuevo texto que el Gobierno Sánchez aprobó en junio de 2022. Y no se ha aprobado en el Congreso hasta el 9 de marzo de 2023, con 182 votos a favor, 8 abstenciones y 157 votos en contra, básicamente de Ciudadanos, Vox y PP, que ha prometido derogarla si gobierna. 

Los grandes objetivos de la LOSU son terminar con la precariedad laboral de los profesores universitarios, ordenar la carrera docente, mejorar la gestión de los Campus, auditar y controlar mejor sus cuentas, mejorar la calidad de la enseñanza, internacionalizar su actividad y vincular más sus planes de estudios con las empresas y el empleo. Y en paralelo, negociar con las Universidades la rebaja de costes de las matrículas, prometiendo a cambio una mayor financiación pública a las Universidades y una ampliación de las becas. 

Tres son los temas clave de esta nueva Ley. El primero, que se da mayor libertad y autonomía a las Universidades para decidir cómo se organizan y gobiernan, facilitando la presencia de docentes (cualquier profesor) y alumnos (25%) en Rectorados, Claustros y órganos de decisión. El segundo y fundamental, la reducción de la precariedad del profesorado universitario: sólo la mitad (50,8%) tienen contrato fijo (catedráticos y profesores titulares o contratados doctores) y la otra mitad son interinos (profesores ayudantes, ayudantes doctores, profesores asociados y visitantes), con contratos muy precarios, marginales y mal pagados (hasta con 300 y 600 euros al mes). La LOSE se compromete con Europa a rebajar esta altísima precariedad docente al 8% del profesorado, para lo que obliga a las Universidades a convertir a 26.000 profesores asociados interinos en indefinidos, con una mayor transparencia en los futuros concursos y menos “endogamia” (3 de cada 4 profesores imparten clase en la Universidad donde estudiaron). Además, crea nuevas categorías, como los profesores permanentes laborales (doctores con contrato fijo). 

La tercera cuestión clave es conseguir una mayor internacionalización de la Universidad española, fomentando las alianzas europeas e internacionales y los títulos compartidos, para captar más alumnos extranjeros y permitir la mayor movilidad de los españoles, así como para atraer docentes e investigadores. Actualmente, hay 44 Universidades españoles incluidas en las 50 Alianzas Universitarias europeas, pero sólo hay 2 Universidades españolas en el ranking de las 300 mejores del mundo (las Universidades de Barcelona y de Granada, ambas en el puesto 201-300 del ranking de Shanghái). Otras cuestiones que contempla la nueva LOSU son el fomento del alumnado adulto, el acceso libre y gratuito a las investigaciones de las Universidades públicas, la mayor presencia de la mujer en la docencia universitaria y, sobre todo, la elaboración de Planes de estudio más vinculados a las actuales demandas de empleo, favoreciendo la colaboración entre Universidades y empresas.

Pero la verdadera cuestión clave de esta nueva Ley universitaria es su financiación. Todos estos cambios que introduce la LOSU implican más gasto de las Universidades (sobre todo en personal) y los rectores se quejan de que “la Ley no les asegura más recursos”. Eso sí, hay un compromiso, en la Ley y en el Gobierno Sánchez”, de aumentar la financiación pública a la Universidad “hasta el 1% del PIB en 2030” (hoy se aporta el 0,76%), lo que supone, según los cálculos hechos por IVIE para el Ministerio, gastar 3.100 millones más cada año en las 50 Universidades públicas españolas. Pero la Ley no dice cómo conseguirlos ni quien va a pagarlos y los rectores dicen que “así no pueden planificar el futuro de sus Universidades”. Y piden asegurar ya la financiación para poder aplicar la LOSU.

El problema es ¿quién paga las Universidades? Hoy por hoy, sólo dos tercios de la financiación universitaria es pública (el 66%), una aportación inferior a la media en Europa (76% de financiación pública), según el último informe educativo de la OCDE (con datos de 2020) lo que obliga a que los alumnos españoles (y sus familias) financien un 30% del gasto universitario, más del doble que en Europa (donde aportan sólo el 14%, con muchos paises donde la enseñanza universitaria es gratuita, como Alemania, Dinamarca, Suecia o Finlandia y un mínimo pago en Francia). El resto de la financiación universitaria la aportan en España entidades privadas e internacionales (4% aquí, frente al 12% en la UE-25).

La nueva Ley establece que los alumnos deben pagar menos en el futuro, porque defiende seguir bajando las tasas universitarias, más elevadas que en la mayoría de Europa. Ya en mayo de 2020 se llegó a un Pacto entre el Gobierno Sánchez y las autonomías para rebajar el altísimo precio de las matrículas (tras el “tasazo” del PP en 2012), que se han reducido en los tres últimos cursos. Pero hay dos problemas. Uno, que todavía son muy elevadas en algunas autonomías, sobre todo en Madrid y Cataluña, con un coste muy desigual según dónde se estudie: una carrera de Humanidades cuesta más del doble en Barcelona que en Santiago, por ejemplo. Y el otro, que aunque ha bajado la 1ª matrícula, han subido mucho (el doble y hasta 5 veces) las segundas y terceras matrículas (y los Máster) lo que afecta especialmente  a los que suspenden los primeros años de las duras carreras técnicas.

Si la LOSE no quiere que los alumnos (y sus familias) paguen más en el futuro, la nueva financiación (esos 3.100 millones extras anuales) la tendrá que aportar el sector público. Pero como las Universidades son una competencia autonómica, tendrán que pagar más las autonomías (“ellos invitan y nosotros pagamos”, se quejaba de la LOSE García Page, desde Castilla la Mancha). Y eso porque los Gobiernos autonómicos asumen hoy el 81% de la financiación pública universitaria (frente al 18% la Administración central y el 1% los Ayuntamientos), algo similar a Alemania (77% financian los Länder regionales), pero muy distinto del resto de Europa, donde el 88% de la financiación universitaria la asume el Estado y sólo un 11% las regiones, según la OCDE.

Por todo ello, el Gobierno Sánchez (que aprobó la LOSE) planteó que ahora se abre un periodo para que las Universidades pacten acuerdos de financiación con los distintos Gobiernos autonómicos, para que aseguren más recursos a medio plazo. La Junta de Andalucía ya ha firmado un acuerdo con sus Universidades para aportarlas el 1% de su PIB regional para 2027 (ahora aportan el 0,87%). Y el Gobierno de Madrid promete una nueva Ley de Universidades que clarifique su financiación. Así que ahora, los Rectores tendrán que negociar con sus autonomías y ver cuanto más pueden financiarles. Pero esto choca con 2 problemas: muchas autonomías prometen bajar impuestos (e ingresos). Y ya existe una gran diferencia de partida entre autonomías sobre la financiación universitaria, desigualdad que se puede agravar.

España ya gasta menos (gasto público y privado) en financiar la Universidad (14.361 dólares por alumno) que la media de Europa (17.578 dólares) y que la OCDE (18.105 dólares), según el informe 2023 de la OCDE (datos de 2020). Pero también el gasto público universitario es menor. Y sobre todo, está muy mal repartido: las Universidades mejor financiadas por sus gobiernos autonómicos son La Rioja (8.972 euros por alumno), País Vasco (8.158), Navarra (8.026), Cantabria (7.756), Asturias (7.246) y Galicia (7.070), según un reciente estudio de la Fundación CYD. Y las autonomías con las Universidades peor financiadas son Madrid (4.959 euros públicos por alumno), Cataluña (5.204), Baleares (5.474), Andalucía (5.779) y Murcia (5.802), desigualdad en la financiación pública que explica por qué en estas Universidades los alumnos pagan matrículas más caras.

Ahora queda ver si estas autonomías que menos financian la Universidad pública (muchas apostando por las nuevas Universidades privadas) se vuelcan en apoyar más sus Campus y reducir las tasas de los alumnos. Algo que choca con su propuesta de bajar los impuestos autonómicos, una medida que defienden las 11 autonomías gobernadas por el PP (5 con Vox). El efecto de esta rebaja será bajar los ingresos autonómicos: las rebajas ya aprobadas en 2021 restaron 4.000 millones sólo a Madrid, según un estudio del REAF. Y Madrid, sólo por suprimir  el impuesto sobre el Patrimonio deja de ingresar 905 millones anuales (que tanta falta les hacen a las Universidades madrileñas, asfixiadas financieramente). Así que la rebaja de impuestos va en contra de mejorar el gasto público en las Universidades (y en sanidad, educación, vivienda…). Y además, cualquier excusa financiera para no gastar más se contradice con el hecho de que las autonomías llevan 5 años recibiendo más dinero del Presupuesto, gracias a la mejora de ingresos. Sólo este 2023, las autonomías recibirán del Estado 134.335 millones en transferencias (+26.130, un 24% más que en 2022).

Mejorar la financiación de la Universidad es clave, para acabar con la precariedad de sus docentes, mejorar su organización e internacionalizarlas. Pero sobre todo, urge mejorar la formación universitaria, “manifiestamente mejorable”. Primero, reducir la alta tasa de abandonos (un 22% el primer año, el 13,9% en Euskadi y el 22,8% en Baleares), el alto porcentaje de suspensos y la baja tasa de graduación a los 4 años (52,8% de los alumnos), con enormes desigualdades: hay regiones donde se gradúan más alumnos en 4 años, curiosamente en algunas de las mejor financiadas (61% en Navarra, 60,8% en País Vasco, 60,7% en Cataluña) y otras con peor tasa de graduación en plazo (44,4% Baleares, 45,8% Canarias, 48% Andalucía…), según el último informe de CYD.

Pero lo más preocupante es que la formación universitaria no asegura el futuro empleo de los estudiantes, sino que los lleva al paro y a la precariedad profesional. En España, el empleo entre los universitarios es más bajo que en Europa (81,4% trabajan frente al 86,4% en la UE), siendo mayor el porcentaje que trabajan entre los licenciados en  Salud y Servicios Sociales (88,6%), ingenierías (63,8%), Ciencias (60,5%) y Educación (60%), pero baja la empleabilidad de los que estudian Negocios, Administración y Derecho (39,7%), Ciencias Sociales (42,6%), Artes y Humanidades (47,4%). Y la tasa de paro  de los universitarios españoles (8%) casi duplica la de los licenciados europeos (4,2%). Otro dato muy preocupante, que ilustra la falta de “salidas laborales” de muchos titulados: España lidera la “sobrecualificación” en la UE, con un 36,1% de los universitarios trabajando en un empleo inferior a su formación (frente a sólo el 22,1% de los licenciados europeos), según otro estudio de la Fundación CYD. Un subempleo que lleva a que la mitad de las carreras abocan a sus graduados a ganar menos de 1.500 euros en los 4 años siguientes a licenciarse, según un estudio del BBVA e IVIE.

Un panorama muy preocupante, que exige cambiar radicalmente la formación universitaria, promoviendo más los estudios de carreras técnicas (STEM) y mejorando la coordinación entre la Universidad y las empresas, para conseguir una formación más vinculada al empleo futuro. No sólo urge buscar más dinero (público y de entidades privadas) para la Universidad, sino reconvertirla a fondo, desde las plantillas de profesores a los planes de estudio, para que sea más eficiente y asegure mejor el futuro laboral de los jóvenes. Pero está claro que aumentar la financiación es una exigencia de partida para asegurar las mejoras necesarias. Hay que saber que financiar la Universidad es una inversión, no un gasto, porque devuelve 5 euros por cada euro invertido (según los rectores) y porque, a pesar de su fracaso laboral, ser universitario es un antídoto contra la crisis: tienen menos paro y ganan más que el resto de jóvenes, aunque tarden casi una década en encontrar un trabajo decente.

En resumen, hay que apostar por la Universidad, con más gasto y mejor formación, como hacen los paises punteros del mundo, desde Estados Unidos o Singapur a Finlandia y Noruega. Hay que aprobar este reto en los próximos años, para asegurarnos el futuro. Y eso exige un gran acuerdo entre el Gobierno, autonomías, Universidades, alumnos y empresas, para que la Universidad deje de ser “una fábrica de parados y subempleados”. A ello.


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