Este domingo son también las elecciones europeas, aunque más de la mitad de los españoles no voten (ni el 58% de los europeos). Y nos jugamos mucho en ellas, porque cada día se toman más decisiones en Bruselas, desde la política económica a las emisiones de los coches, las ayudas a los bancos o las normas alimentarias. Y estas elecciones europeas son especialmente decisivas, porque esta vez se corre el riesgo de que los partidos euroescépticos y de extrema derecha consigan un 30% de los votos y paralicen los avances hacia una Europa más unida, la única garantía para sobrevivir en un mundo globalizado donde las naciones solas tienen poco futuro. Europa es el continente socialmente más avanzado del mundo y eso hay que defenderlo votando a los europeístas, los que defienden un continente más unido, no un nacionalismo rancio. Una Europa más competitiva, que cree más empleo y sea menos desigual, tras la pésima apuesta por la austeridad. España sale ganando con más Europa. Vota.
Las elecciones europeas, para escoger el Europarlamento y (indirectamente) el Gobierno de la Unión Europea, se estrenaron en 1979, con un cierto apoyo (votaron el 62% de los europeos), pero pronto dejaron de interesar a la mayoría y desde 1999 son mayoría los europeos que no votan. En las últimas, en mayo de 2014, sólo votaron el 42,6% de los europeos y en la mayoría de los 28 paises UE ganan los abstencionistas, salvo en Bélgica (89,6% votaron), Luxemburgo (85,6%) y Grecia (60%), tres países donde es obligatorio votar. En Italia votaron el 56,3%, en Alemania el 48,1%, en España el 43,8%, en Francia el 42,4% y en Reino Unido el 35,6%. ¿Por qué los europeos no votan? Básicamente, por desconocimiento y desinterés hacia la política europea, que ven muy lejana, aunque lo que aprueban el Parlamento europeo y la Comisión Europea (el Gobierno UE) afecta cada vez más a sus vidas. Y también hay una abstención de castigo contra “los burócratas europeos”, alejados de los problemas de la gente o responsables de la austeridad impuesta entre 2010 y 2015.
La mayoría de europeos no votan, pero los que votan lo hacen cada vez de
forma más radical, con un auge de
las posiciones euroescépticas y antieuropeas, propiciadas por la extrema derecha y los populismos. El “primer aviso” se lo dieron a los políticos europeos tradicionales las elecciones europeas de 2014: los
partidos euroescépticos ganaron esas
elecciones en Reino Unido (UKIP
obtuvo casi 30% votos), en Francia
(el Frente Nacional sacó el 25% de los votos, por delante del 20% de los
conservadores y el 18% de los socialistas, en el Gobierno), en Hungría (51,5% del ultraconservador
Orban, apoyado en la ultraderecha del Jobbik, el segundo partido, con el 14,6%
de votos) y en Dinamarca (victoria
del Partido Popular danés, con el 25% de los votos), mientras otros partidos
euroescépticos, populistas o de extrema derecha se convertían en el 2º partido más votado en Polonia
(31,8% para Ley y Justicia) y en el 3º
partido más votado en Alemania (7% Alternativa para Alemania), Austria (19,5%
FPÖ) y Finlandia (12,9% para los Verdaderos Finlandeses).
Pero los demócratas-cristianos
(217 escaños) y los socialdemócratas
(186 escaños), que gobiernan Europa en distintas coaliciones desde el inicio de
la UE (hace ya 62 años), "no tomaron nota" de este primer aviso de 2014
y continuaron con su política distante y su receta de austeridad, que ha
agravado la desigualdad en Europa tras la crisis. Y no adoptaron ninguna medida efectiva para frenar el “euroescepticismo”. El resultado
ha sido claro: los partidos euroescépticos,
populistas y de extrema derecha han seguido creciendo en toda Europa.
Y hoy están presentes ya en los Parlamentos de 24 de los 28 países europeos (en todos,
salvo Portugal, Irlanda, Luxemburgo y Malta), siendo en algunos países la
primera fuerza política (Hungría, Polonia o Italia), la 2ª (Francia o Austria),
la tercera (Suecia, Finlandia y Holanda) o la cuarta (Alemania, Dinamarca,
Noruega), con más del 10% de los votos en 12 paises (incluido España, con el 10,3% de Vox).
Y partidos euroescépticos están ahora en el Gobierno en 7 paises europeos: Polonia,
Hungría, Italia, Austria, Letonia, Eslovaquia y Bulgaria. Y dan apoyos
puntuales al Gobierno de Dinamarca.
Ahora, los políticos
europeos tradicionales, que desatendieron “el primer aviso” de 2014,
nos dan a todos “el 2º aviso”: ojo a los partidos euroescépticos, populistas y de extrema derecha, que pueden conseguir el 30% de los votos en
estas elecciones europeas y “vetar” los avances hacia una Europa más
unida. Las encuestas estiman que estos partidos podrían
conseguir 150 diputados en el futuro
Parlamento Europeo (705 escaños), donde perderían escaños los populares
europeos (de 217 a 181) y los socialdemócratas (pasarían de 186 a 135), con lo
que la coalición conservadora-socialdemócrata (316 escaños de 705) no podría
gobernar Europa como en las últimas décadas y necesitaría pactar con los
liberales (Macron y sus correligionarios podrían sacar 75 escaños) y con los
verdes (49 escaños).
Con todo, aunque los europeístas
acaben ganando y formando un Gobierno europeo, el problema es que será muy difícil avanzar si tienen un tercio del Parlamento europeo
boicoteando sus propuestas. La clave no sólo va a estar en cuántos diputados europeos consigan sino en el porcentaje de votos que consigan en algunos paises, porque si los
euroescépticos, populistas y la extrema derecha triunfan en Francia, Italia,
Polonia, Hungría y quizás en Reino Unido, Austria, Finlandia, Dinamarca y
Suecia, estas elecciones europeas van a desestabilizar los Gobiernos de muchos
de estos paises. Y, además, la estrategia de estos ultraderechistas es desestabilizar
a los conservadores europeos, presionar a una parte del PPE (181 posibles
diputados) para que se unan con ellos al votar algunas propuestas para frenar
el avance de Europa. Su primer objetivo es conseguir el apoyo de Víktor Orbán,
el ultraconservador primer ministro de Hungría, ahora en las filas del PPE (aunque amenazado
con sanciones por la Comisión Europea, debido a su política antieuropea). Y unir a
este bloque euroescéptico, encabezado por el ultraderechista italiano Salvini, a los polacos de Ley y Justicia, los franceses de Le
Pen, los holandeses de Geert Wilders, los alemanes de Alternativa para Alemania, los austríacos del FPÖ, los Verdaderos Finlandeses, el Partido del Pueblo Danés y otros grupos ultraderechistas
europeos (incluido Vox).
¿Qué defienden estos euroescépticos, populistas y ultraderechistas?
Básicamente, un ataque al federalismo
europeo (rechazan avanzar hacia los “Estados
Unidos de Europa”) y una defensa de
las políticas nacionales, para devolver competencias a los paises. Otro
elemento común es la política contra la
inmigración, una mayor dureza contra
el terrorismo y una cierta “islamofobia”, junto a su simpatía por Putin (salvo los polacos). Y en muchos casos, plantean
salir de la Unión Europea, como el
Reino Unido con el Brexit.
El avance de estos
grupos euroescépticos es peligroso para Europa no sólo por razones
ideológicas sino prácticas: la Unión Europea se encuentra en una
encrucijada y necesita avanzar para
sobrevivir a medio plazo. Primero, porque todavía no ha terminado la arquitectura económica e institucional que evite
otra grave crisis del euro cuando haya otra recesión (y la habrá, antes
o después). Y segundo, porque en un mundo cada vez más globalizado y
multilateral, con la amenaza de China e India junto a EEUU, Japón y Rusia, Europa es "un gigante comercial" pero “un enano empresarial”: entre las 40 mayores empresas del mundo,
sólo 5 son europeas (Shell, BP, Volkswagen, Daimler y Total).
Y entre las 10 mayores multinacionales, 7 son tecnológicas: 5 son de EEUU y 2 de China, ninguna de Europa. Aquí está el fondo del problema: Europa no puede
defender su futuro sin grandes empresas que puedan competir con las chinas y
norteamericanas (luego con las indias). Y para ello, hay que lanzar ya una estrategia para crear “campeones europeos”,
grandes empresas europeas fruto de la fusión de menores empresas alemanas,
francesas, británicas, italianas o españolas. Eso exige tiempo, ayudas y financiación, además de leyes, cuestiones
todavía pendientes y que figuran como un reto clave del futuro Gobierno europeo que salga del 28-M.
El primer reto
del futuro Gobierno europeo es avanzar en la arquitectura del euro para evitar otra grave crisis como la
sufrida en Europa entre 2010 y 2015. Hay que avanzar en la unión económica y financiera,
con medidas que aún no se han aprobado o son contestadas por Alemania y la
Europa del norte: un Fondo para bancos en apuros (el Fondo de rescate creado,
el MEDE, es insuficiente), un Fondo de garantía de depósitos, un Presupuesto europeo potente (hoy es el 1% del PIB UE, frente al 25% del
PIB del Presupuesto federal USA) que actúe ante futuras crisis, emitir de una
vez eurobonos o un seguro de paro
europeo. Y avanzar en una política
fiscal común, armonizando los tipos de sociedades e IVA (muy dispares) y
liquidando los paraísos fiscales dentro de Europa (como Luxemburgo, Holanda o Irlanda). Y conseguir
más recursos fiscales para afrontar dos grandes retos, el cambio climático y la competitividad, apoyando la reindustrialización, la tecnología
y la digitalización, para que existan grandes multinacionales europeas y un
empleo con futuro. Y avanzar unidos para afrontar temas tan cruciales como la inmigración (Europa va a perder 26 millones de habitantes para 2050 y unas entradas reguladas
de inmigrantes serán necesarias) y la
seguridad, con la necesaria creación de un ejército europeo a medio plazo que nos permita no depender siempre de
EEUU.
Y sobre todo, hay que avanzar en una Europa de los ciudadanos, para conseguir un crecimiento más inclusivo, que
reduzca las desigualdades. Porque la
crisis y la recuperación han agravado las diferencias entre el norte y el sur,
beneficiando a Alemania, Holanda o Austria, en perjuicio de Grecia, Italia, Portugal
o España, hoy más lejos de la renta media
europea que antes de la crisis. Así, Grecia tenía el 95% del PIB por
habitante que la UE-28 en 2008 y en 2017 tenía el 77%. Italia ha pasado del
108% al 96%, Portugal del 82 al 77% y España del 103% del PIB/habitante europeo
en 2008 al 92% en 2017. Y en paralelo, Alemania tenía el 119% del PIB/habitante
europeo en 2008 y ahora tiene el 123%, según Eurostat. Esto puede corregirse con una política fiscal europea y un
Gobierno que gaste e invierta más en la Europa pobre del sur para corregir las
desigualdades con la Europa rica del norte.
Para eso están estas elecciones europeas, para hacer frente a estos desafíos, que son europeos pero también españoles, porque de la política europea futura dependerá en
buena medida lo que pueda hacer Pedro Sánchez en España. Y por eso, es
importante que se recupere el voto socialdemócrata y conservador “civilizado”,
para que no volvamos más a sufrir políticas de austeridad, que hundieron la economía europea entre 2010 y 2015 y
que sufrimos especialmente en España. Ya hoy, muchos economistas reconocen que la política de recortes defendida por
Merkel, Juncker y Rajoy llevó a Europa a
una mayor recesión y a una recuperación más tardía y débil que la de EEUU, que optó por reanimar
la economía, no por la austeridad. Y por eso, el crecimiento USA desde 2008 ha
superado en un 10% al de Europa, según concluye el Instituto de Finanzas Internacionales (IFI).
Al final, la primera preocupación de los españoles, el empleo, tiene mucho que ver con lo que se decida en la Unión
Europea en los próximos 5 años, con que haya una política europea para reanimar la economía del continente (hoy estancada) y promover un crecimiento asentado en industrias más
competitivas y más tecnológicas, apoyadas con ayudas e inversiones europeas.
Una Europa más fuerte, que compita con China y EEUU, que ayude a la mejor formación de los jóvenes en
los empleos futuros y que consiga recursos públicos para asegurar un Estado del Bienestar europeo que es pionero en el mundo. Y una
Europa que sea líder en la lucha contra el
cambio climático, la seguridad, el trato a los inmigrantes y la defensa de las
libertades. Objetivos que están en peligro si los euroescépticos y la
extrema derecha ganan posiciones en el Europarlamento y en muchos paises. El
dilema es avanzar o retroceder en Europa. Por eso hay
que votar en estas elecciones europeas. Nos jugamos mucho.
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