jueves, 8 de junio de 2017

Más Selectividad, no estudiar para trabajar


Esta semana y la que viene se celebran en toda España los últimos exámenes de la Selectividad, el “filtro” al que se enfrentan 300.000 jóvenes bachilleres para acceder a la Universidad. Será la última vez: el año que viene, cada Universidad pondrá sus pruebas de acceso, como en casi todos los paises. Seguirá habiendo “filtros”, que dejan fuera a un 20% de jóvenes que quieren estudiar una carrera, porque muchas están saturadas. El contrasentido es que tenemos más universitarios que la mayoría de Europa y a la vez el doble de paro entre los que tienen una carrera. Porque los estudios van por un lado y las ofertas de trabajo por otro. Y las empresas se quejan de que les faltarán casi 2 millones de profesionales cualificados para 2020. Urge un gran acuerdo entre las Universidades y las empresas para delimitar estudios y carreras, planificando la formación a medio plazo. Lo contrario es estudiar para parados. Menos Selectividad y más preocuparse de enseñar para trabajar.



                                                                                            enrique ortega

Este año no debería haber pruebas de Selectividad. La polémica Ley educativa aprobada por el Gobierno Rajoy, la LOMCE, establecía que este curso desaparecían las tradicionales pruebas de Selectividad y se cambiaban por una reválida en 2º de Bachillerato y una prueba de acceso que fijaba cada Universidad. Pero la comunidad educativa se ha opuesto a las reválidas y los rectores de las Universidades le pidieron al Gobierno que retrasara un año las nuevas pruebas de acceso, porque no estaban preparados. Y así, en noviembre pasado, el Gobierno Rajoy acordó con los rectores y las Universidades que este año volvería a haber Selectividad y que la aplicación de la LOMCE se dejara para el año que viene (?).

Así que esta semana y la que viene, unos 300.000 jóvenes que han terminado el Bachillerato se enfrentan a varios días de pruebas para superar la Selectividad y poder luego estudiar una carrera. Las pruebas son bastante similares a las de años anteriores, con pequeños cambios. Hay una prueba obligatoria, que consta de 4 ejercicios, uno por cada materia troncal (Lengua y Literatura, Historia de España y Lengua extranjera) y el cuarto a elegir en función de la modalidad de bachillerato cursado (Matemáticas, Latín, Materias Aplicadas a las Ciencias Sociales y Arte), más un 5º ejercicio sólo en las autonomías con lengua oficial propia. La principal diferencia con la selectividad de 2016 es que los alumnos no se examinan ahora de las asignaturas de 1º de bachillerato (Filosofía, Historia Universal, Economía e Historia Contemporánea). Y para los que quieren mejorar nota, hay una prueba voluntaria, en la que se examinan de un máximo de 4 materias troncales de 2º de Bachillerato que han de ser diferentes a las materias elegidas en la fase obligatoria.

Al final, tras estas dos pruebas, el alumno consigue una nota de acceso a la Universidad, que suma tres componentes: el 60% de la nota media del Bachillerato más el 40% de la nota sacada en la prueba obligatoria de Selectividad más las calificaciones obtenidas en las 2 mejores materias de las cuatro examinadas en la prueba voluntaria. En total, pueden conseguir un máximo de 14 puntos. Y con esta “nota de corte”, mirar a ver si superan el mínimo exigido por cada Universidad (se puede utilizar este buscador de 2017),  mínimo que varía según la carrera (12,84 en Medicina o 6,50 en Humanidades) y, sobre todo, de si va a estudiar en Madrid o Barcelona o en provincias (para Administración de Empresas, ADE, oscila entre 11,14 puntos en la Pablo de Olavide de Madrid y los 5,07 en Castilla la Mancha). Al final, un 90% de los bachilleres aprueban la selectividad y un 80% logra ingresar en la carrera que prefieren, algunos cambiando de ciudad.

Las pruebas de acceso a la Universidad, en España la Selectividad, es algo que de una u otra forma se hacen en todos los paises, aunque en la mayoría no se trata de una prueba similar para todos los bachilleres, sino que cada Universidad es la que fija las pruebas de acceso de los estudiantes, aunque hay paises, como Alemania, donde también cuenta el expediente del Bachillerato. Y en Estados Unidos, además de aprobar el examen de acceso (el SAT), cuentan mucho el historial académico previo y las recomendaciones que se aporten.

El año que viene, para junio de 2018, en España dejará de haber exámenes de Selectividad como hasta ahora y serán las Universidades las que fijen las normas y pruebas de acceso a sus distintas carreras. Eso romperá con la uniformidad y homogeneidad actual, porque las pruebas de acceso serán diferentes por autonomías y Universidades, más rigurosas en unas y menos en otras, con lo que “el filtro” será muy diferente. Y si ahora hay poca diferencia entre estudiar una carrera en un sitio que en otro, en el futuro será muy importante dónde se ha licenciado un universitario, desde las pruebas de acceso al final de la carrera. Y más porque la tendencia es que las Universidades españolas sean cada vez más autónomas, tanto para ofrecer planes de estudios como para cobrar tasas diferentes.

Ya hay Universidades, en Cataluña, que este curso han empezado a ofrecer licenciaturas de 3 años en vez de 4, una posibilidad abierta por el ministro Wert en 2015. Y el próximo curso 2017-2018, habrá más Universidades que ofrecerán licenciaturas de 3 años, a las que sumar 1 ó 2 años de Master (3+1 o 3+2). El único requisito, acordado en mayo de 2017 por el Consejo de Universidades, es que han de ser carreras “nuevas” (se teme que algunas Universidades "maquillen" carreras viejas...). De momento ya hay autorizadas 11 nuevas titulaciones de 3 años en Cataluña, la mayoría en Universidades privadas. Un sistema que permite ofrecer un título en menos tiempo y coste para las Universidades, además de atraer a estudiantes para hacer 2 años complementarios de Master (en vez de 1 como ahora), por los que las Universidades cobran un 50% más que por un curso de Grado.

Además de títulos distintos, las Universidades tienen precios distintos, sobre todo tras la fuerte subida de tasas decretada en 2012, que osciló entre el 20% (Andalucía o Castilla la Mancha) y el 60% (en Barcelona y Madrid), mientras sólo Galicia y Asturias las han congelado. Así, un grado de medicina o uno de Ingeniería cuesta 2.372 euros en Cataluña, el triple que en Andalucía (757 euros) y el doble que en Extremadura (1.111 euros). Y un grado de Derecho cuesta el doble en Cataluña (1.516 euros) que en Andalucía (757 euros). Y un master en la Universidad pública de Barcelona tiene un precio medio de 4.000 euros, frente a 1.800 euros máximo en las universidades de Andalucía.

Sean cuales sean los precios, estudiar en la Universidad en España se ha encarecido mucho y somos el 6º país de Europa con los grados universitarios más caros (1.100 euros de media), tras Reino Unido, Irlanda, Italia, Letonia y Lituania, según un estudio elaborado por comisiones Obreras. Y el 7º país más caro de Europa en Master (se pagan 2020 euros de media), tras esos mismos paises y Grecia. Y según un estudio de los propios rectores, España es el cuarto país más caro para estudiar en la Universidad (1.257 euros de media en 2013-2014), sólo por detrás de Reino Unido (4.409 euros), Irlanda (2.500 euros) e Italia (1.300 euros). De hecho, apenas se paga por estudiar en la Universidad en Alemania (200 euros) , Francia (283 euros) o Polonia (41 euros) y hay 11 paises europeos donde estudiar en la Universidad es gratuito (Austria, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Grecia, malta, Noruega, Escocia-RU, Suecia, Turquía y Chipre). Y además de ser más cara, el Gobierno Rajoy ha endurecido los criterios y  recortado la cuantía de las becas a los universitarios.

La consecuencia de que la Universidad sea más cara y hayan bajado las becas es doble. Por un lado, hay 134.000 estudiantes que han dejado la Universidad desde 2012, según un informe de la Fundación CyD. Y por otro, han aumentado los alumnos en las universidades privadas, ahora que se han acortado los precios en Grados y sobre todo en los Master al subir más las tasas en las públicas. De hecho, los alumnos en los Grados de las 32 universidades públicas han crecido un 17,6% entre el curso 2008-2009 y el 2015-2016, mientras caían un 6,3% en las 50 Universidades públicas. Y en los Master, han crecido los alumnos de las públicas un 167% en estos 7 cursos, mientras aumentaban un 587% en las privadas. El resultado es que las Universidades privadas han ganado cuota de mercado a costa de las públicas: de un 11 a un 13% (173.381 alumnos) en enseñanzas de Grado y de un 15 a un 32% (52.710 alumnos) en enseñanzas de Master entre 2008-2009 y 2015-2016, según datos oficiales del Ministerio de Educación.

Las Universidades públicas pierden peso mientras no consiguen recuperarse de los recortes aplicados por Zapatero y sobre todo Rajoy: -1.370 millones, el 14% del Presupuesto de 2010. Y eso lleva a un problema de fondo, de falta de recursos: el gasto público en España por cada universitario es de 12.604 dólares, un  20% inferior a los 15.665 euros de gasto medio en Europa (UE-22) o a los 15.772 dólares por universitario que gasta la OCDE, según el informe “Education at a glance 2016”. Y España, como país, dedica el 1,3% de su PIB a financiar la Universidad, por debajo del 1,5%  del PIB que gasta la OCDE (34 paises). O sea, que tendríamos que gastar 2.250 millones de euros más cada año en la Universidad.

Pero hay más problemas en la Universidad española que la falta de dinero. Uno importante es ajustar la oferta universitaria, recortando titulaciones (hay 2.637 Grados y 3.661 Master) y fusionando Centros (hay 234 Campus, con ofertas de estudios similares a pocos kilómetros de distancia). Otro reto es reducir la endogamia (7 de cada 10 profesores trabajan en la misma Universidad donde leyeron su tesis) y abrir la docencia al mundo económico y empresarial. Y sobre todo, fomentar la autonomía universitaria y las auditorías de eficiencia y calidad (para que las Universidades españolas compitan en el mundo: sólo hay una, la de Barcelona, entre las 200 mejores Universidades del mundo). Pero, con todo, el mayor reto de la Universidad española es conseguir que sus licenciados trabajen.

Hoy por hoy, los títulos universitarios no son una garantía de empleo, aunque tengamos más universitarios que el resto de Europa (32,6% de los adultos frente al 27,1% en la UE). El 10,89% de los universitarios están en paro, menos que el conjunto de españoles (18,75% en paro) pero el doble de parados que en Europa (5,7% de paro entre universitarios) y en la OCDE (4,9% paro universitario). Y además, 1 de cada 3 universitarios que trabajan (el 33,7%) están subempleados, sobrecualificados: han hecho una carrera pero trabajan de otra cosa, de teleoperador o cajera de supermercado. Lo que sucede es que apenas hay trabajo para algunos licenciados (sólo el 4,8% de las contrataciones para Humanidades y Ciencias Sociales y un 9,7% para salud), mientras las contrataciones se concentran en licenciados en ADE, Economía y Derecho (40%), Ciencias e Ingenierías (27%), Informática y TICs (17,7%), según un estudio de la Fundación Everis sobre lo que demandan las empresas.

Cara al futuro, la brecha entre lo que se estudia y lo que necesitarán las empresas se va a agravar: en 2020 faltarán en el mercado español 1,9 millones de profesionales altamente cualificados, sobre todo perfiles STEM, el acrónimo en inglés de especialistas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, según un estudio de Randstad. Y además, no bastará con tener esos títulos. Las empresas se quejan de que los universitarios españoles les sobra teoría y les falta formación práctica, habilidades para afrontar el reto laboral, que necesitan mejorar en idiomas y entorno digital, ser más flexibles y saber trabajar en equipo. Y saber adaptarse mejor a los cambios, empezando por cambiar de ciudad o país para trabajar.

Urge pensar menos en la Selectividad, en filtrar a los alumnos para entrar en la Universidad, y pensar más en lo que estudian para mejorar su salida laboral. Y eso exige un gran acuerdo Universidad-empresa, donde el mundo docente se abra a las necesidades de las empresas para configurar las carreras con más futuro, que mejor aseguren un empleo. Y enseñar practicando, en la Universidad y en las empresas. Esa debería ser la obsesión de la Universidad, los alumnos y los políticos cara a los próximos cursos. Enseñar para trabajar.

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