Se dice pronto, pero es tremendo: los 20 españoles más ricos tienen tanto como los 14 millones de
españoles más pobres (el 30% de la población). Y en el mundo, 62 personas poseen la misma riqueza que 3.600 millones
(la mitad más pobre). Esta larga crisis ha agravado aún más la desigualdad y España es el segundo país de la OCDE donde más ha empeorado desde 2007,
de la mano del paro, los bajos salarios, la política fiscal y los recortes. Pero la
desigualdad no es inevitable, sino
producto de unas políticas que pueden cambiarse. Y no queda más remedio que
reducir la desigualdad, porque no sólo es injusta e inmoral sino que además representa una gran amenaza para la
recuperación económica y hasta para la democracia. El Papa Francisco,
Obama, el FMI, la OCDE, varios Nobel, muchos economistas y hasta algunos empresarios
coinciden: la desigualdad es el mayor
desafío de nuestro tiempo. Es un
cáncer social. Otra asignatura pendiente para el próximo Gobierno.
enrique ortega |
Desigualdad
social ha habido siempre, pero con
esta crisis ha llegado a niveles insoportables. Y así, esta desigualdad
extrema se ha convertido en la principal enfermedad del mundo en el siglo XXI. Baste un dato: en 2015,
62 personas poseían la misma riqueza que 3.200 millones (la mitad más pobre de
la población mundial), según el último informe de Intermón Oxfam. En 2010, eran 388
personas. Lo que ha pasado es que la
crisis ha aumentado aún más la desigualdad, porque esos 62 más ricos han aumentado un 44% su riqueza en los
últimos 5 años mientras a los 3.600 millones más pobres se les redujo un 41%. Y en todo el siglo XXI, la mitad del aumento de la
riqueza se ha ido al bolsillo del 1% más rico (70 millones de personas), que ya posee más riqueza que
el otro 99% de la población mundial (6.930 millones).
La desigualdad ha aumentado en todos los países, pero más en Estados Unidos, el país más desigual del mundo: el 1% más rico (que controla el 40%
de la riqueza del país) se ha llevado el 95% del crecimiento generado tras
la crisis financiera de 2007. En Europa,
la desigualdad es algo menor pero impresionante: el 1% más rico posee el 31% de la riqueza europea, el 9% siguiente
posee otro 38%, el 50% de la población poses el 30% de la riqueza y el 40% más
pobre de los europeos sólo posee el 1% de la riqueza restante, según Intermón Oxfam.
En España, los
datos son también tremendos: los 20
españoles más ricos (ver listado 200 mayores fortunas) tienen tanto patrimonio como el 30% de la población más pobre,
como 14 millones de españoles, según
el último informe de Intermón Oxfam. Y el 1%
de la población, los más ricos (465.000 españoles) poseen tanta riqueza como el 80% de españoles más pobres (36,8 millones).
Una tremenda desigualdad que se ha agravado con la crisis: España
es el segundo país de la OCDE donde más
ha crecido la desigualdad desde 2007, sólo por detrás de Chipre, casi 10 veces
más que la media europea (incluso 14 veces más que en Grecia). Y ahora, España es el cuarto país más desigual de
Europa, tras Portugal, Italia y Grecia, según un informe de Morgan Stanley.
¿Por qué tanta
desigualdad? La razón principal es que, desde los años 80 y 90, la rentabilidad del capital, del ahorro
y las inversiones, ha crecido muy por
encima de los rendimientos del trabajo, como explica el libro “El capital en el siglo XXI”, de Thomas Piketty. Dicho de otra manera: el capital, el dinero, se ha quedado cada año con un mayor trozo
del pastel de la riqueza, a costa del
trabajo. La desregulación económica y financiera, iniciada con Reagan y Thatcher y
agravada con los dos Bush, ha aumentado
el peso y la influencia del capital financiero y las grandes empresas, que
han multiplicado exponencialmente sus beneficios. Y en paralelo, la globalización ha presionado a la baja los salarios, mientras la crisis aumentaba el paro y reducía
más los ingresos de la mayoría. La puntilla han sido los impuestos: las empresas y los inversores han visto reducir su
fiscalidad (para “fomentar la inversión”) mientras aumentaban los impuestos
indirectos, los que “no se ven” (IVA, tasas, impuestos especiales), que
perjudican más a los que menos tienen. Recordemos la frase del multimillonario norteamericano
Warren Buffet: “Pago menos impuestos que mi
secretaria”. Y en los últimos años, los recortes han agravado mucho la desigualdad, porque se han sacrificado los
gastos (desempleo, sanidad, educación, pensiones, servicios sociales y dependencia)
que benefician más a las rentas más bajas.
Dentro de este abanico de causas de la desigualdad, el informe de Intermón Oxfam da un papel clave a la existencia de paraísos fiscales, que permiten a los más ricos, grandes empresas y
multinacionales eludir “legalmente” el
pago de impuestos. De hecho, el 90% de las 200 mayores empresas del mundo
tienen presencia en paraísos
fiscales, igual que las grandes empresas españolas: 34 de las 35 empresas del IBEX tienen sociedades en paraísos fiscales,
según Intermón Oxfam. Los “paraísos fiscales” son claves en la ingeniería fiscal de
bancos, grandes empresas y multinacionales para eludir el pago de
impuestos. Y su importancia es creciente: al menos la mitad del comercio mundial pasa por un paraíso fiscal y los
activos en estos paraísos se estiman entre 20 y 32 billones de dólares,
una cifra superior al PIB de EEUU y China juntos, según datos del FMI (2014),
recopilados por Intermón Oxfam.
Vistas las causas generales
de la desigualdad en el mundo, veamos qué ha pasado en España. Aquí, un
factor agravante de la desigualdad es el
paro, que ha sido el doble que en Europa y el triple que en EEUU, con la pérdida de 3,7 millones de empleos
durante la crisis. Otro, la mayor caída
de los salarios durante la crisis, agravando aún más la brecha salarial: los presidentes
de las empresas del IBEX cobran 158 veces más
que sus trabajadores y mientras los sueldos de los altos ejecutivos de
las empresas han subido un 10% con la crisis, la media de los salarios brutos ha
caído un 22,2% desde 2007 a 2014, según Intermón Oxfam. Y otro factor clave de la mayor desigualdad en España son los impuestos: las multinacionales apenas pagan, las grandes empresas sólo pagan el 7,3% de
sus beneficios (la mitad que las pymes) y las
grandes fortunas se refugian en las SICAV (hay 38.000 millones invertidos, una cifra récord), sociedades que
les permiten eludir el pago de impuestos. El resultado es que 9 de
cada 10 euros recaudados en España proceden de los trabajadores.
La tremenda
desigualdad, en el mundo, Europa y España, no es sólo totalmente injusta
e inmoral. Es que además, debilita la economía y el crecimiento, según distintos expertos. Un informe
del FMI de 2014 ya concluía que los países
con una desigualdad elevada tienen
periodos de crecimientos más cortos
y otro informe de 2015 ha abundado en esta idea, reiterando que si aumenta la
renta de los más ricos y no de los más pobres (que suponen un porcentaje mayor
del consumo), se reduce el crecimiento (PIB) a medio plazo. Y otro informe de la OCDE sobre 20 países reveló que en Italia
y Gran Bretaña, la tasa de crecimiento de los últimos 30 años podría haber sido
mayor (entre un 6 y un 9% más) si no hubieran aumentado tanto las
desigualdades. En todos los estudios, la razón es la misma: la caída de los ingresos de las clases media y
los más pobres reduce el consumo y
el crecimiento. Si los de abajo ingresan menos y no pueden comprar, las ventas y el crecimiento se frenan.
Pero hay más efectos negativos de la desigualdad extrema. Por un lado, fomenta la desigualdad de género: un estudio del FMI revela que los países con más desigualdad de ingresos son también
los que tienen mayor desigualdad entre hombres y mujeres (en salarios,
trabajo, acceso a la sanidad y educación, presencia en las instituciones…). Y
además, otros estudios señalan que la desigualdad fomenta las emisiones de CO2 y el cambio climático: los datos señalan que “la huella de carbono” (emisiones) del 1% más rico puede ser hasta 175 veces
mayor que la del 10% más pobre. Y además, la desigualdad debilita la democracia, como ha estudiado el Premio
Nobel de Economía 2015, Angus Deaton. Y eso porque la desigualdad debilita
la cohesión social, aleja a los más
pobres de la política y las instituciones, fomenta los extremismos y aumentan
los ciudadanos que no votan.
La desigualdad es el mayor desafío de nuestro tiempo,
algo en lo que coinciden el Papa Francisco, Obama,
el FMI, la OCDE, la Reserva Federal USA, varios Nobel
de Economía, muchose expertos y hasta algunos grandes empresarios. Lo fundamental es tener claro
que tanta desigualdad no es “necesaria” (para que los megaricos “tiren" de la
economía, como defienden los conservadores USA y rechaza el Nobel Krugman) ni “inevitable”,
como insiste el Nobel Joseph Stiglitz, en su último libro “La gran brecha”. Explica cómo la desigualdad no es una “consecuencia” de
la economía, sino el fruto de una serie de políticas, básicamente
fiscales y de falta de control del sistema financiero y los sectores básicos de
la economía, ese 1% que se ha apropiado de los resortes de la economía y del poder,
en EEUU y en todo el mundo, en perjuicio
del 99% restante. La otra idea de Stiglitz es que la desigualdad entorpece la recuperación, porque
reduce el consumo, frena las posibilidades de los jóvenes
(sus familias no pueden invertir en su educación), reduce la recaudación fiscal (y los países no pueden invertir en
infraestructuras, tecnología y educación, lo que frena su competitividad) y provoca que la economía sea más vulnerable
y más volátil (los ciclos de
prosperidad y depresión son más frecuentes y más severos).
El mundo está obligado a luchar contra la desigualdad extrema, no sólo por justicia y dignidad, sino para facilitar la salida de la crisis. A
nivel internacional, la principal medida pasa por reducir el peso de los paraísos fiscales y conseguir que las multinacionales, grandes
empresas y los más ricos paguen lo que deben. Casi un tercio de la fortuna de
los africanos más ricos se encuentra escondida en paraísos fiscales, según Intermón Oxfam. Y la Unión Europea pierde cada año por evasión y elusión
fiscal un billón de euros, que rondan los
58.000 millones en el caso de España. Cualquier medida para frenar la evasión fiscal ha de ser a nivel mundial y
tanto el G-20 como la OCDE van muy retrasados en esta batalla.
A nivel europeo y
español, la lucha contra la desigualdad pasa por terminar con la austeridad (los recortes afectan más a los más pobres) y relanzar las economías, para crecer más y crear más empleo, la medida más
efectiva contra la desigualdad. Un empleo decente y mejor pagado, con un
aumento del salario mínimo (objetivo: los 1.000 euros) y subidas salariales en línea con la mejora de beneficios y la productividad, reduciendo
la brecha salarial (hay una campaña en Europa, 1:12, para que
nadie gane más de 12 veces lo que otro). Pero sobre todo, hay que apostar por
una política fiscal contra la desigualdad, que aumente
la recaudación de los que menos impuestos pagan (multinacionales, grandes
empresas y los más ricos) y se vuelque en un gasto público, un Presupuesto que redistribuya la
riqueza en favor de los que menos tienen, a través de la educación, la sanidad,
los gastos sociales, las infraestructuras y la lucha contra la pobreza.
La desigualdad
extrema se debe y se puede reducir.
Hay quien dice que primero salgamos de la
crisis y luego lucharemos contra la desigualdad. Es una falacia, porque si
no recortamos la desigualdad, será mucho más difícil salir de la crisis de una
vez. Por eso, y por pura justicia y ética, hay que emprender una batalla global contra la desigualdad,
como una
gran prioridad no sólo económica sino también política: la desigualdad
erosiona la democracia, fomenta los extremismos y aleja a millones de personas
de la política. Es una “bomba de
relojería”, un verdadero cáncer de
nuestra sociedad, que crece año tras año, torpedeando el futuro.
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