En 2015, la media de los precios (IPC) no subió nada,
pero hubo muchas partidas que sí subieron, la que más los alimentos: un +1,8%,
cuando en 2014 habían bajado. Han subido
tanto los alimentos preparados como los frescos, sobre todo el aceite, las patatas, las frutas y verduras.
Subieron por el aumento de turistas (3 millones más), que tiró de la
demanda este verano, y, sobre todo, por
el clima: la sequía de primavera y el fuerte calor del verano y otoño han trastocado
muchas cosechas, disparando precios. Ahora, se espera que los precios
suban más este año (un +0,7%) y que los alimentos sean otra vez lo que más suba, un 1,6%. Sobre todo, por el clima cambiante que tenemos,
aunque también encarecen la comida la industria y los supermercados, que nos suben precios ahora que mejora el
consumo. Eso sí, el campo no se
beneficia: su renta apenas sube. Ya lo saben: comer es y será más caro.
enrique ortega |
El año 2015 se
cerró con una subida de precios del 0% y una inflación media anual del
-0,5%, clara prueba de la debilidad de una economía donde las empresas tienen
que bajar precios para vender (como en la zona euro, que cerró con una inflación anual del +0,2%). Pero de las 12 partidas de gasto del IPC, sólo dos bajaron de precio: transporte
(por los carburantes) y vivienda (por la calefacción, luz y gas). Las 10 restantes subieron de precio y la que más la alimentación, cuyos
precios subieron un 1,8% anual, cuando en 2014 habían bajado un 0,3%, según el INE (IPC).
Una subida tanto de los alimentos frescos (+1,8%) como de los elaborados (+1,8%),
mayor que la subida de los alimentos en
Europa, un 1,2% según Eurostat.
La subida de los alimentos ha sido casi general
y se ha notado sobre todo en los aceites
(+23,6%), las patatas (+14,9%), las frutas
frescas(+5,2%) y en conserva (+4,9%) o el pescado
fresco y congelado (+3,5%) y los crustáceos y moluscos (+2,4%), sin olvidar
las legumbres y hortalizas (+2%), el
agua mineral, zumos y refrescos (+1,6%), los preparados alimenticios (+1,3%) y
el café, cacao e infusiones (+1,1%). Sólo
bajaron la leche (-4,4%), el azúcar
(-1,9%), las carnes (del -0,1% al -2,1%)
y el pan (-0,1%). La subida de los alimentos no ha sido igual en toda España: ha sido mayor en las autonomías que más crecen
(más consumo), como la Rioja (+2.8% subieron los alimentos), Baleares (+2,4%),
País Vasco (+2,3%), Cantabria (+2,2%), Cataluña y Madrid (+2,1%), y menor en
las que crecen menos, como Ceuta (+0,9% subida alimentos), Canarias (+1%), Murcia
y Melilla (+1,3%), Extremadura (+1,2%) o Galicia (+1,4%).
El precio de los
alimentos subió en 2015 por dos causas. Una, la mayor demanda, sobre todo por el
tirón de consumo del turismo: llegaron a España 3
millones de turistas más que en 2014 y los españoles volvieron a viajar, en el
mejor verano turístico desde 2005. La otra y fundamental, el clima, con muchos
calores y sequía en mayo, verano y otoño, que han trastocado las cosechas, sobre todo la de aceite (tras una cosecha anterior
excepcional), las frutas y hortalizas y en especial la patata, que recupera su
precio tras una menor siembra por el desplome de precios el año anterior. En
general, la falta de lluvias ha
encarecido los cultivos de regadío (hortalizas, cítricos y parte del olivar) y
ha recortado los de secano (cereales y vino), mientras se encarecían las carnes
por falta de pastos. Y los barcos,
con pésimo tiempo, también han salido menos a faenar, encareciéndose el
pescado.
Ahora, la previsión de
los expertos es que la inflación total repunte algo en 2016, hasta un +0,7% a finales de año, y que la alimentación vuelva a ser lo
que más suba este año, un +1,6%,
según Funcas. Y eso, porque también va a
aumentar el consumo (de españoles y turistas) y sobre todo porque el clima sigue igual de loco y vamos a pagar la falta de lluvias del otoño y una previsión de mayor calor en 2016 (junto
a inundaciones sufridas ya en algunas zonas).
Esta subida de los alimentos afecta mucho a las familias, porque la comida supone la segunda partida de gasto de los españoles, tras
la vivienda, según la Encuesta de presupuestos familiares del INE: supone un 14,9% del gasto familiar, 4.028 euros de media al año (datos
2014). Y además, el gasto en alimentación pesa más en las familias con menos rentas.
Por eso resulta preocupante que la comida haya subido un 1,8% en 2015 cuando los sueldos han subido casi la tercera
parte (+0,74%) y las pensiones siete veces menos (+0,25%).
Y este año 2016, la subida de salarios (+1%) y pensiones (+0,25%) será similar,
mientras los alimentos subirán un 1,6%.
¿Quién se beneficia
de esta subida de los alimentos? Desde luego,
no los agricultores y ganaderos que los producen. La renta agraria sólo ha subido un
1,7% en 2015, hasta un ingreso medio de 22.170 euros por explotación, que
está por debajo de la renta de 2001.
Y lleva varios años cayendo, desde 2003, con lo que el campo español tiene
ahora unos ingresos (renta agraria) que son un
30,1% inferiores a los de hace 12 años. Eso se debe a que los precios que reciben agricultores y
ganaderos son muy volátiles,
fluctúan mucho y apenas suben, mientras se les encarecen los costes (fertilizantes, energía, agua, impuestos), que les
han subido un 46% desde 2003. Y eso les come cualquier posible beneficio.
Los agricultores y
ganaderos se quejan de que las subidas de
precios de los alimentos se quedan por el camino, entre el
cultivo o la granja y el supermercado. Y lo demuestran con el índice IPOD, que refleja la
diferencia entre el precio que cobran los agricultores/ganaderos y el que
pagamos los consumidores: en los productos agrícolas, los precios de venta
son 4,87 veces los precios pagados
al agricultor y en las carnes se paga 3,37
veces más, según el IPOD 2015
elaborado por COAG y los consumidores. Hay saltos de precios llamativos (ver lista): brócoli (921% de subida entre el campo y el súper), lechuga
(+708%), naranjas (+632%), manzana (+409%), patata (+257%), cerdo (+448%), ternera
(+314%), leche (+168%)…
¿Quiénes pelean por este margen que suben los alimentos por el camino, entre el
campo y el súper? Básicamente, las
industrias que los transforman y los
distribuidores que los transportan y los venden. Por un lado, las industrias agroalimentarias, para conseguir vender más barato y ganar margen, presionan a los productores
(agricultores y ganaderos), el eslabón
más débil de la cadena alimentaria, porque está dispersos y poco
organizados (hay 4.000 cooperativas agrarias, la mayoría demasiado pequeñas), con lo que no tienen fuerza para negociar precios y
condiciones. Y luego, estas industrias tienen que pelear precios con los distribuidores
y grandes cadenas de supermercados, que son el eslabón más fuerte de la
cadena y presionan a las industrias para que les den más por menos, a costa
del campo. Y así, al final, un litro de leche,
que se paga al ganadero a 0,28 céntimos litro (diciembre 2015) nos acaba
costando en el súper el triple, 0,75 céntimos (IPOD diciembre 2015).
La mayor parte del margen
se queda en la distribución, cada día más concentrada en media docena de empresas,
que controlan ya más de la mitad de las ventas totales: Mercadona (22,7% de cuota), Día
y sus marcas (8,7%), Carrefour
(8,4%), Eroski (5,9%), Auchan (3,8%) y Lidl (53,2%), según el último ranking de Kantar Worldpanel.
Unos gigantes de la distribución que imponen condiciones y precios a las
industrias alimentarias y en consecuencia a los agricultores y ganaderos. Y cuyo poder aumenta año tras año,
por el auge de las “marcas blancas” (39% de cuota) y la guerra de precios, que deja por el camino a los súper
más débiles, que venden o cierran. De hecho, la tendencia en Europa es a una concentración de la distribución
alimentaria, mayor que en España: así, los 5 mayores distribuidores controlan
el 89% del mercado en Portugal, el 80% en Reino Unido, el 58% en Francia y el
55% en Alemania, mientras en España copan el 49,5% del mercado. Eso se debe al
auge aquí (40% mercado) de los súper regionales (Ahorramas
en Madrid, Consum en Valencia, Covirán en Andalucía, Gadisa en Galicia o Lupa
en Cantabria), que hacen sombra a los grandes, aunque muchos acaban cayendo en
sus redes. Y todo apunta a una mayor
concentración cada año.
Al final, unos distribuidores
con más poder y unas industrias que
llevan años conteniendo precios por la crisis han aprovechado el ligero repunte del consumo para subir precios, apoyados también en el hecho
cierto de las malas cosechas por la variable climatología. Algo que choca con la tendencia
del mercado
mundial, donde los alimentos han vuelto a bajar de precio en 2015, por cuarto año consecutivo,
según la FAO,
debido al exceso de oferta y al menor crecimiento de los países emergentes. Un
hecho que también nos afecta, porque las industrias españolas y los grandes
supermercados no dudan en comprar más alimentos
importados cuando los alimentos en España
se encarecen: las importaciones de alimentos han crecido un +7,6% en
2015, sobre todo de lo que más sube aquí, aceites (+24,9% importaciones), frutas
(+16%) y pescado (+12,6%). Y así,
importan aceite de Túnez, naranjas de Sudáfrica, carne de Brasil o pescado de Vietnam, a
precios más bajos si suben en España. Y aunque baja la calidad, no baja el
precio y la diferencia va a sus márgenes.
Al final, el mayor
consumo de las familias españolas (porque hay un millón de personas más
trabajando y porque han bajado precios e impuestos) se traduce en una mayor compra de alimentos, que se había recortado con la crisis. Y el aluvión de turistas aumenta más la demanda, sobre todo en verano.
Como el clima no ayuda, con sequía, inundaciones y heladas a destiempo, las
cosechas no crecen como la demanda y menos en un campo donde a los agricultores
y ganaderos no les salen las cuentas. El resultado
de esta situación, más demanda y menos
oferta, es una subida constante de precios. Y más si son pocos los que controlan el mercado,
las ventas finales. Así que ya lo saben, comer será cada vez más caro. Al
margen de las ofertas gancho que nos ponen para que no cambiemos de súper. Ojo a la subida de los alimentos.
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