jueves, 3 de marzo de 2022

Guerra de Ucrania: así afecta a España

Lo que le faltaba al mundo, tras una pandemia que se ha cobrado 6 millones de muertos, es que estallara una guerra en Europa. Todo patas arriba otra vez. Lo peor son los muertos y refugiados ucranianos, pero esta guerra nos afecta a todos: suben el petróleo, los carburantes, la luz (más) y otras materias primas, bajan turistas o exportaciones y se frena la recuperación, con menos crecimiento y empleo. Pero no podemos quejarnos: “si no pagamos hoy este precio, pagaremos mañana uno más alto”, advierte Borrell, responsable de la política exterior UE. Porque frenar el imperialismo de Putin es clave para asegurar el futuro de Europa y del mundo. Nos jugamos “un nuevo orden mundial”, entre la democracia y las autocracias (Rusia y China), entre el “matonismo” del más fuerte y la defensa de la legalidad internacional. Esta es la guerra de fondo, que no podemos perder, aunque nos cueste más la luz o la gasolina. A Ucrania le cuesta vidas.

Enrique Ortega

El primer efecto de cualquier guerra es que encarece la energía, por el miedo a los cortes de producción y suministro y por la mayor demanda para aumentar las reservas. Y más cuando la amenaza viene de Rusia, el tercer mayor productor mundial de petróleo (tras USA y Arabia Saudí) y el 2º mayor productor de gas natural (tras EEUU). Lo peor es que esta guerra de Ucrania llega cuando la energía ya alcanzaba antes precios récord, tanto en el petróleo (rondaba los 97 dólares antes de la invasión, el precio más alto desde 2014), como el gas (92 euros por MWh antes de la guerra, un récord histórico), la electricidad (195 euros por megavatio el 23 de febrero) o los carburantes (la gasolina y el gasóleo tenían los precios más altos desde 2012 antes de la invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero). Y con la energía por las nubes, el mundo sufría una inflación histórica antes del conflicto, desde EEUU (+7,5%, la inflación más alta en 40 años) a Europa (+5,8%, la mayor subida en 25 años) y España (+7,4% de inflación en febrero, la más alta desde hace 33 años).

O sea que la invasión de Ucrania se produce en un mal momento económico, con los precios de la energía disparados y una inflación histórica. Y lo primero que ha provocado ha sido empeorar la situación, disparando aún más los precios del petróleo (116,5 dólares por barril hoy, una subida del 19% desde la invasión y el precio más alto en 14 años), el gas natural (163,73 euros/MWh hoy, +77% subida sobre el 23-F), la electricidad (341 euros hoy, cerca del récord histórico de 384 euros en diciembre) y los carburantes (la gasolina cuesta ya 1,65 euros por litro y el gasóleo 1,55 euros, un 7% más que antes de la invasión). Y en paralelo, también suben muchas materias primas y alimentos, producidos en Rusia (aluminio, níquel, paladio) o en Ucrania y Rusia (trigo, maíz y soja), lo que acabará encareciendo los costes de nuestros ganaderos y la factura de la compra.

Y todavía las subidas de la energía pueden ir a peor, si Rusia “corta el grifo” del gas y el petróleo a Europa, donde lo sigue vendiendo porque necesita estas divisas para financiar la guerra. Pero si se interrumpe el suministro energético, será un drama para Europa, porque recibe de Rusia un 40% de todo el gas que consume y un 25% del petróleo. Y hay paises con una peligrosa dependencia energética del gas ruso: República Checa, Letonia, Moldavia, Bosnia Herzegovina y Macedonia del norte (el 100% de su gas viene de Rusia), Eslovaquia (85%), Bulgaria (75%), Serbia (69%), Finlandia (67%), Alemania (65%), Polonia (55%), Estonia (46%), Italia (45%), Rumanía (44%) y Lituania (42%). España es uno de los paises menos dependientes: importamos de Rusia el 5,8% del gas y un 4,3% del petróleo.

La Unión Europea ha aprobado un Plan de contingencia para afrontar el posible corte energético de Rusia, diversificando la oferta de gas con la llegada de barcos metaneros de Estados Unidos y Oriente Medio. España puede cumplir un papel clave en este Plan, ya que es el país europeo con más plantas de regasificación (6) y almacenamiento. Podría jugar el papel de “portaaviones” intermedio de suministro, aunque chocamos con un grave problema: los gasoductos a Europa (por Irún y Navarra) tienen poca capacidad y serían un “cuello de botella” para asegurar la llegada del gas no ruso a Europa. Esto obliga a la UE a plantearse a medio plazo una política de diversificación e independencia energética, que ha llevado ya a Alemania a construir dos plantas regasificadoras de gas en el Báltico, mientras 7 paises centroeuropeos ya están coordinando sus reservas de gas.

Con o sin cortes del suministro ruso de gas y petróleo, los precios de la energía a plazo auguran nuevas subidas, que pagarán los consumidores, en todo el mundo y en Europa. Y eso obligará a los paises europeos a un mayor gasto en ayudas, que ya se había disparado antes de la guerra de Ucrania: la rebaja de impuestos a la electricidad y las ayudas a las familias más vulnerables ya han costado a Europa 23.000 millones de euros, de ellos 7.000 pagados por España. Ya era un gasto insostenible y ahora, con las nuevas subidas, la factura de las ayudas subirá. Por eso, la Comisión Europea está estudiando un cambio en el mercado eléctrico (como llevan meses pidiendo España, Francia y los paises del Este), para excluir el gas natural (con precios disparados”) del cómputo de costes del mercado, para evitar que esta energía (que sólo produce el 20% de la electricidad ) dispare el precio final, al  obligar a pagar todas las energías (hidroeléctricas, nuclear y renovables, mucho más baratas) al precio desorbitado del gas. Urge aprobar este cambio para bajar el recibo de la luz. Mientras, el Gobierno español acaba de prorrogar hasta julio la rebaja fiscal a la electricidad.

La gran novedad de esta crisis, a diferencia de la invasión rusa de Crimea en 2014, es que el mundo ha reaccionado unido y con fuerza frente al “matonismo” de Putin. En pocos días, la Unión Europea y EEUU han aprobado unas durísimas sanciones económicas, para forzar al autócrata ruso a parar la guerra ante el daño a su economía. El abanico de sanciones es muy amplio: prohibición de exportaciones a Rusia de tecnología de defensa, semiconductores, equipos de telecomunicaciones, chips y sensores, congelación de bienes en el extranjero a Putin y los oligarcas, desconexión de los principales bancos rusos del sistema de transferencias internacionales SWIFT (se deja abierto en algunos bancos para poder seguir pagando el gas y el petróleo), cierre del espacio aéreo europeo a las aerolíneas rusas y la medida más importante, congelar las reservas de divisas rusas en el extranjero (la mitad de los 570.000 millones de euros en reservas están en EEUU y Europa, en dólares y euros, y Putin no podrá acceder a ellas para financiar la guerra).

La primera consecuencia de estas durísimas sanciones fue el desplome del rublo, este lunes: la moneda rusa cayó un 32% (de 90,87 rublos por dólar el 23 de febrero a 120 rublos para comprar un dólar el 28 de febrero), lo que supone que Rusia es un tercio más pobre. En los días siguientes, Putin ha obligado a las empresas a vender divisas y comprar rublos, para subir su cotización, pero está hoy en 123,20 rublos por dólar, una caída del -35,5% desde la invasión. Y en paralelo, los rusos hacen cola en los bancos por miedo a que no funcionen las tarjetas de crédito (por la desconexión de los bancos al sistema SWIFT) y se limiten las retiradas de efectivo. Mientras, los rusos empiezan a notar falta de productos occidentales y suben en cadena los precios, mientras el Banco de Rusia ha subido los tipos del 9,5 al 20%, encareciendo créditos e hipotecas. Y numerosas multinacionales, desde BP o Shell a Volvo, Apple, Nike, Adidas, Maersk o VISA han anunciado que dejan de operar en Rusia, castigada también por la FIFA y el Comité Olímpico.

El presidente Biden ha dicho que las sanciones convertirán a Putin en “un paria” en la escena internacional. Y el ministro de Finanzas francés ha ido más allá: ”Vamos a librar una guerra económica y financiera total contra Rusia. Vamos a provocar el colapso de la economía rusa”. Putin trata de evitarlo diversificando sus reservas (las ha aumentado en yuanes chinos y oro), recortando gastos no militares, sustituyendo importaciones, prohibiendo el uso de divisas y manteniendo las ventas de gas y petróleo. Y amenazando con el “botón nuclear”. Pero sabe que aunque sea una potencia militar, Rusia es una economía muy débil, del tamaño de Italia, y con un bajo nivel de vida (su PIB per cápita, 8.846 euros, es la tercera parte del español, 25.410 euros), que ahora se va a empobrecer. Las sanciones golpean al entramado político y económico que sostiene a Putin y afectarán muy negativamente a los rusos, lo que aumentará las protestas, aunque controle los resortes de poder.

Las sanciones económicas y financieras a Rusia también van a dañar al resto del mundo y sobre todo a Europa y España. Lo que más notaremos todos es la subida de los precios, desde los carburantes a la luz y el gas, pero también muchos alimentos y materias primas y el transporte. Además, muchas empresas europeas van a sufrir las restricciones impuestas al comercio con Rusia, dado que la Unión Europea es el mayor socio comercial de Rusia (sobre todo los Paises Bajos, Alemania, Italia y Reino Unido, que juntos exportan allí más que China) y Rusia es el 4º mayor cliente de Europa (tras EEUU, Reino Unido y China). En el caso de España, en 2021 exportamos por valor de 2.213 millones (moda, cerámica, coches, maquinaria, productos químicos y medicamentos, aceites) e importamos por valor de 6.033 millones (petróleo, gas, metales y aluminio). Y son muy importantes los turistas rusos (1.311.746 llegaron en 2019, antes de la pandemia, el 10º país por llegadas), que gastan más que el resto de europeos, sobre todo en la Costa Brava, Alicante, Málaga y Tenerife.

La guerra de Ucrania subirá más la inflación en todo el mundo y en Europa, lo que puede acelerar la subida de tipos, anunciada ya para marzo en EEUU y que iba a retrasarse a fin de año en Europa, aunque ahora el BCE podría anticiparla. Pero el mayor riesgo es que la inflación y la caída de las exportaciones y la actividad, por la guerra, frenen la recuperación económica iniciada: se estima que el PIB podría crecer un 1% menos este año por la invasión de Ucrania, rebajando al 3% el crecimiento de la UE y al 4,6% el de España. Y eso se traduciría en menos empleo y un deterioro de ingresos, un empobrecimiento general. Para compensarlo, la Comisión Europea estudia aprobar ayudas, reforzar el Plan de recuperación.

El daño a las economías, sobre todo europeas, va a depender de la duración del conflicto. Pero tendrá un alto coste. “Si no pagamos hoy ese precio, pagaremos mañana uno más alto”, ha advertido José Borrell, responsable de la política exterior europea. Porque lo que está en juego en Ucrania es la seguridad de Europa. Incluso más: un nuevo orden mundial, como resultado de la lucha entre la democracia y las autocracias (Rusia ahora y China en un futuro, atacando Taiwán), una lucha entre el “matonismo” de los nuevos imperialistas (que buscan consolidar sus zonas de influencia: la URSS y el Pacífico) y los que defienden la legalidad internacional frente a las amenazas. Es una “guerra” de fondo que la invasión de Ucrania ha dejado muy clara al mundo, que está aislando cada día más a Putin.

Además de este tema de fondo sobre la geopolítica mundial, la invasión de Ucrania ha planteado otra cuestión muy importante: el futuro de Europa. Igual que la pandemia reveló nuestras vulnerabilidades e impuso actuar más unidos que nunca, por las vacunas y la recuperación económica, la guerra de Ucrania ha desvelado la gran vulnerabilidad de Europa en el ámbito militar y energético. La UE necesita claramente una política militar común, para no depender de que “la salve” EEUU (el gasto militar de la UE, el 1,3% del PIB, es la tercera parte del ruso, 4,26%, y del  norteamericano, 3,7%). Por eso, Alemania, el motor europeo, no ha dudado en aprobar un gasto militar extraordinario de 100.000 millones de euros, para subirlo del 1,5% del PIB actual al 2% que defiende la OTAN. Y en paralelo, paises “neutrales” como Suecia o Finlandia han enviado armas a Ucrania, para defenderse (igual que han hecho Alemania y otros 15 paises más, también España), mientras la Comisión ha creado un Fondo de 500 millones para financiar el envío de armas a Ucrania, una decisión “tabú” hace solo una semana. Y Europa necesita una política energética que la haga más autosuficiente, algo que exigirá años.

En definitiva, la guerra de Ucrania es un revulsivo para definir el papel de Europa en el mundo: no basta con ser una potencia económica y comercial, ha de convertirse en una potencia global, con autonomía política y militar para configurar el nuevo orden mundial, para convertirse en bandera de un modelo político y social (la democracia y los Estados del bienestar) frente a los dictadores que quieren repartirse el mundo. Y eso exige cambios profundos, en las instituciones europeas y en los paises, también en España, huyendo de los debates localistas a corto plazo y poniendo las luces largas para afrontar el futuro. Esta adaptación  tendrá costes, económicos y políticos para todos nosotros. Pero ojo: más costes tiene para Ucrania, en muertos y refugiados. Que no sufran en vano.

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