Llevamos dos meses diciendo que viene el lobo de la tercera recesión, pero los
Gobiernos europeos siguen sin tomar
medidas. En la Cumbre europea de
la semana pasada, hablaron de energía y se limitaron a apoyar un Plan de inversiones pendiente
de concretar y que se queda corto: 300.000 millones en tres años (el
0,76% del PIB europeo) de inversiones públicas y privadas, sin que los países pongan un euro
nuevo. Y mientras intentan calmar a los países y mercados con esta “zanahoria” inversora, Merkel y
los fundamentalistas de la austeridad (que dominan la nueva Comisión
Europea) siguen con “el palo” de los ajustes: han pedido por
carta a 6 países, entre ellos
Francia e Italia, que recorten más su
gasto en los Presupuestos 2015. O sea, más
de la misma medicina: la austeridad,
que ha llevado a Europa al estancamiento,
el paro y la desigualdad. Si imponen
más recortes (aunque aderezados con pocas inversiones más), la tercera recesión será un hecho. Cambien de una vez.
enrique ortega |
Los últimos datos
que vienen de Europa confirman el estancamiento
económico de la zona euro, que no
creció nada (+0% PIB) en el segundo trimestre, tras un mínimo crecimiento
en el primero (+0,2%). En Alemania, las exportaciones (su “motor”) cayeron
en agosto y su economía podría haber pinchado otra vez en el tercer
trimestre (cayó un -0,2% en el
segundo), lo que ha obligado al Gobierno a rebajar 6 décimas su previsión de
crecimiento para 2014 (+1,2% ahora). Francia
va camino de un crecimiento negativo, tras dos trimestres sin crecer (+0%PIB). Italia
ya está en recesión (lleva dos trimestres decreciendo) y va a seguir así. Y otros cinco países euro se han sumado
al club
de los que decrecieron alguno de los dos primeros trimestres de 2014: Dinamarca (+0,8 /-0,3%), Holanda (-1,4%/+0,5%), Suecia (-0,1 /+0,2), Finlandia (-0,3% /+0,2) y Portugal
(-0,6/+0,6). Lo peor, además, es que
este estancamiento de Europa coincide con
una crisis en Latinoamérica
y con un freno al crecimiento de China
y otros emergentes, como demuestra la caída del
petróleo.
España sufre este estancamiento europeo, en
sus exportaciones
(cayeron un 2% en el segundo trimestre) y en su crecimiento,
que se
ha reducido dentro de lo mínimo que
es: del +0,6% en el segundo trimestre al +0,5% en el tercero, según estima el Banco
de España. Y aunque crece
el empleo, lo hace mucho menos: + 151.000 en el tercer trimestre frente
a +402.400 en el segundo. Además, llevamos tres
meses con inflación
negativa, otro indicador de
debilidad económica, mientras el crédito
(más caro), la inversión y el consumo no despegan. Y, sobre todo, seguimos siendo líderes
en paro (tras Grecia) y en déficit
público (tras Japón), ocupando un lugar destacado en deuda
pública (100%PIB). Y hemos perdido
cinco puestos en el ranking
mundial, pasando del 9º al 14º. Razones como para no presumir mucho de que
“vamos mejor que el resto de Europa”,
como hace
Rajoy.
Ante este panorama, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) acaba de reiterar que Europa
debe tomar medidas urgentes para reanimar la economía, con menos recortes y más inversiones. Y lo mismo
ha pedido la
OCDE y el
G-20. Pero los líderes europeos
no han hecho nada este año, primero preparando las elecciones
de mayo y después pactando
la nueva Comisión que se estrena el 1 de noviembre. Así que para frenar los temores
de “los mercados” (si Europa no
crece, no podrá pagar sus deudas), ha salido a la palestra otra vez el Banco
Central Europeo (BCE), a hacer
“de bombero” como en
julio de 2012, cuando las declaraciones de Draghi evitaron la ruptura del euro. En julio de 2013 volvió a calmar los
mercados, asegurando tipos bajos y liquidez. Y en junio de 2014, nos aseguró otro
verano tranquilo al bajar los tipos (al 0,15%) y anunciar que en septiembre
subastaría 400.000 millones para que los bancos pudieran dar más créditos.
Ahora, ha
ido más allá, al comprar (desde
el 20 de octubre) bonos de bancos
europeos, para inyectar más dinero
a la economía europea.
Pero el problema de
Europa no es que falte liquidez
(“estamos sentados sobre una montaña de
liquidez” ha
dicho con razón el ministro alemán de Finanzas). Lo que falta es actividad, demanda
solvente que pida ese dinero: la prueba es que los bancos
europeos sólo pidieron en septiembre al BCE 82.600 millones de los 400.000
disponibles. Europa no tira porque
falte crédito (aunque el poco que hay sea caro) sino porque las empresas no venden ni invierten porque los ciudadanos (endeudados y con bajos ingresos) apenas consumen.
Por eso, la receta del FMI, la OCDE y muchos expertos es que hay que reanimar la economía a base de mejorar los salarios, bajar impuestos y,
sobre todo, aumentar las inversiones
públicas, para que “tiren” de las
inversiones privadas, de la actividad
y del empleo. Vamos, lo contrario de lo que lleva haciendo Bruselas,
Merkel y los fundamentalistas de la austeridad desde 2010.
Como la realidad es
tozuda, el hecho cierto es que la tercera recesión está a las puertas
de Europa (el
FMI ve 40% posibilidades) y eso obliga a sus líderes a “hacer algo”. Por eso, el nuevo presidente de la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker (responsable, como presidente del
Eurogrupo entre 2005 y 2013, de lo mal que se ha gestionado la crisis del
euro) ha querido “mejorar la imagen” de los burócratas
de Bruselas, ofreciendo un
Plan de inversiones a nivel europeo para atajar la recesión, Plan que la
Cumbre europea respaldó la semana pasada. Suena bien, pero ojo. Primero, el Plan cuenta con pocos
recursos: 300.000 millones en
tres años (2015-2017), lo que supone anualmente el 0,76% del PIB europeo (como una gota de agua caliente en una
bañera helada). Segundo, el Plan no se presentará hasta
finales de diciembre, con lo que entraría en vigor para primavera de 2015, como pronto (demasiado tarde). Y tercero y
más importante: no
se va a gastar ni un euro nuevo, por imposición de Merkel: se pretende
que el Banco Europeo de Inversiones (BEI)
amplíe capital y movilice recursos públicos (créditos que los países europeos,
ya muy endeudados, tendrían que devolver) y privados. Algo difícil. Ya en junio de 2012 nos engañaron, aprobando con la propaganda habitual un "Pacto
de Crecimiento y Empleo (PCE)" de 180.000 millones que se
ha quedado en nada.
Este nuevo Plan de
inversiones (aún muy en el aire) es “la zanahoria” que ofrece la nueva
Comisión y la Cumbre a los europeos y a los mercados, para intentar
tranquilizarlos. Pero en paralelo, viene el
palo de los recortes, impulsado por Merkel y los fundamentalistas
de la austeridad, que han ganado
peso en Bruselas: ahora, los dos
vicepresidentes económicos de la
nueva Comisión, el finlandés Kaitanen
y el letonio Dombrovskis, son dos políticos conservadores y ex primeros
ministros que aplicaron en sus países duras dosis de austeridad. Y aunque
toman posesión el 1 de noviembre, ya han empezado a actuar: Kaitanen ha enviado
una carta a Francia, Italia, Eslovenia, Malta y Austria donde les dice que los Presupuestos presentados para
2015 no son suficientemente austeros para cumplir el déficit y que tienen que recortar más, según el
documento filtrado por el italiano Matteo
Renzi, muy molesto.
Así que por un lado, el
gobierno europeo le pone una vela (pequeña) al crecimiento, pero por otro, sigue forzando ajustes que hundirán más la economía europea: Francia ha propuesto recortar
50.000 millones en tres años e Italia
unos
15.000 en 2015. Más los ajustes de la Europa del sur, desde Grecia a
Portugal pasando por España (Presupuestos
2015). Merkel lo ha dejado
claro: hay que seguir
con los ajustes y Alemania
no está dispuesta a gastar e invertir más para reanimar la economía europea, como le piden el FMI, la OCDE y
el G-20. Defiende la posición de los
países (y bancos) acreedores: que los deudores gasten menos para que ellos puedan
cobrar. Pero si Europa entra en la tercera recesión, si no se crece, será más
difícil pagar. Francia
e Italia, gobernados por la izquierda, plantean suavizar los ajustes,
pero lo tienen difícil con la
nueva Comisión y Merkel,
apoyada además por sus compañeros de coalición, los socialdemócratas (“Endeudar
más a Alemania no va a generar más crecimiento en Italia, Francia, España o
Grecia”, ha
dicho el líder del SPD). Es una
pelea desigual: el que paga y
presta (Alemania) tiene la sartén por el mango (y el mango también).
Todo apunta a que, tras
esta Cumbre, los líderes europeos vuelven a intentar ganar tiempo (como Rajoy en España), sacando
de la chistera un Plan de inversiones descafeinado,
que reanimará poco y tarde la economía,
mientras se preocupan de que todos
los países recorten sus déficits, lo que hundirá a Europa en la tercera
recesión. Y sólo cuando estemos al borde del abismo, quizás
empiecen a priorizar la reactivación
sobre la austeridad. De momento, les puede su
ideología (“los
zombis de la austeridad europea” les
llama el Nobel Joseph Stiglitz) y su fundamentalismo no les deja ver que sus
recetas, impuestas desde 2010, han
fracasado claramente: dejan recesión,
paro histórico, pobreza y desigualdad, mientras Estados Unidos (e incluso Reino Unido), con otra política, están saliendo
adelante. “O logramos acercar a los
ciudadanos a la UE o fracasamos; o logramos reducir el paro de manera
draconiana o todo se irá al traste. Es la última oportunidad”. La
frase es del nuevo presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, ante el Parlamento Europeo, el 22 de octubre.
Es un buen diagnóstico. Lo malo es
que sus recetas llevan a Europa al coma.
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