jueves, 15 de septiembre de 2022

La sequía agrava la inflación

Aunque esta semana llueve algo, no soluciona el grave problema de la sequía, en Europa (sufre la peor sequía en 500 años) y en España, con los embalses al nivel más bajo desde hace 27 años. Las olas de calor y la falta de lluvia están afectando seriamente a la economía, provocando una mayor subida de la luz (la energía hidroeléctrica aporta la mitad que en 2021) y de los alimentos, al haber caído la cosecha de cereales, aceite, vino y frutas, obligando a los ganaderos a encarecer leche, huevos y carnes por la falta de forraje. Una sequía que incluye restricciones de agua en media España. Tenemos un serio problema de agua, no sólo porque cada vez llueva menos sino porque se dispara su consumo, sobre todo para la agricultura (85%), para que España sea “la despensa de Europa”. Hay que ahorrar agua, recuperar ríos y acuíferos y usarla mejor, porque el agua es clave también para la economía. Y ahora, la sequía agrava la inflación.

Enrique Ortega

El Cambio Climático se ha acelerado este verano, con olas de calor y falta de lluvia en toda Europa, que sufre la peor sequía en 500 años, según alertó en agosto del Observatorio Europeo de Sequía: el 17% de la UE está en situación de alerta y otro 47% en aviso por sequía (dos tercios del continente sufre el problema), con 340 millones de europeos afectados. Y eso se traduce en un alto coste económico para Europa, por la caída de la energía hidroeléctrica, los problemas en el transporte fluvial (en centro Europa, han cambiado barcazas fluviales por camiones), el mayor consumo de aire acondicionado, el coste de los incendios (660.000 hectáreas quemadas en la UE, un tercio en España) y, sobre todo, la caída de las cosechas, con el consiguiente subida extra de los alimentos.

En España, como en todo el sur de Europa, la situación es más preocupante. Por un lado, el verano 2022 ha sido el más caluroso de la serie histórica (desde 1961), con una temperatura media en agosto de 24,7grados, 0,4 grados más que el anterior verano récord (2003) y 2 grados por encima de la media de temperatura de 1981 a 2010, con 42 días de “olas de calor” entre junio y agosto. Y a este calor inusual se ha sumado la falta de lluvia: ha llovido un 26% menos de los valores normales entre el 1 de octubre de 2021 y el 30 de agosto de 2022, según la AEMET, con un enero y febrero muy secos, un marzo y abril con más lluvias de lo habitual y un verano muy seco. Y ahora, a pesar de las tormentas de esta semana, la AEMET prevé un otoño más seco (y cálido) de lo habitual.

La falta de lluvias y el calor excesivo han  provocado una caída drástica del agua embalsada: este martes 13 de septiembre, cuando llovía en casi toda España, los embalses estaban al 34,22% de su capacidad, frente al 40,74% hace un año y el 51,88% hace 10 años, según embalses.net. Es el menor porcentaje de agua embalsada desde el año 1.995 (31,03%). Y están por debajo de ese 34,22% los embalses vitales de Andalucía y Extremadura, las cuencas del Guadalquivir (al 20,95% capacidad), Guadiana (23,91%) y Guadalete-Barbate (23,99%), estando muy bajos en la cuenca del Duero (33,04%), Segura (35,18%), Tajo (36,66%), Cataluña interior (38,26%), Ebro (39,48%) y Miño-Sil (46,67%).

La primera consecuencia de este “nivel rojo” en los embalses es que media España ha sufrido restricciones de agua, sobre todo en agosto (al haber más población en el sur y este de España, por el turismo): en unos casos (Galicia, Cataluña, Andalucía, Extremadura, Castilla y León) ha habido que llevar agua a muchos pueblos con camiones cisternas y con barcos (Euskadi). Y en muchos municipios se ha prohibido regar jardines, ducharse en las playas o llenar piscinas. Y si no llueve este otoño, pueden agravarse las restricciones, sobre todo en Andalucía, Extremadura, Cataluña y Galicia.

La segunda consecuencia de la sequía y la falta de agua en los embalses es la mayor subida de la luz, derivada de la caída de la energía hidroeléctrica, que se ha desplomado al nivel más bajo en 30 años. Este año, de enero al 15 de agosto, las centrales hidroeléctricas han aportado la mitad de energía eléctrica que en 2021, obligando que funcionaran muchas más horas las centrales de gas y disparando así el precio de la electricidad (la luz ha subido un +60,6% en el último año, según el INE). Y mucho tiene que ver, además de la guerra de Ucrania y el precio del gas, la sequía y la falta de agua en los embalses: la energía hidráulica sólo aporta en septiembre el 4% de la energía eléctrica, cuando en 2021 aportó el 11,4% y en 2018 (con los embalses al 82%) aportaba el 13,8% de la electricidad.

La tercera consecuencia de la actual sequía es que ha dañado muy seriamente las cosechas y la ganadería, encareciendo los alimentos y disparando aún más la inflación. Según las organizaciones agrarias COAG y ASAJA, la sequía ya ha dañado de forma irreversible la cosecha de cereales (trigo, cebada, avena y centeno), recortándola un -23% sobre la media de los últimos tres años. En maíz se espera recoger un 25% menos  y en girasol, las olas de calor y la falta de lluvia reducirán el rendimiento a la mitad. En el viñedo, el clima ha obligado a adelantar una vendimia que espera recoger entre un 15 y un 20% menos de uva. En el olivar, ha afectado muy seriamente a las 900.000 has de regadío (de un total de 2,7 millones) y se espera recoger un 20% menos de cosecha (tras la caída de 2021). En arroz, frutas y hortalizas, el calor y la sequía (más las heladas y pedrisco) ha deteriorado las cosechas. Y para terminar, la falta de pastos ha obligado a los ganaderos a gastar más en piensos y forrajes, reduciendo producción y encareciendo leche, huevos y carnes.

Todo ello ha desembocado en una fuerte subida de los alimentos este año, no sólo por la guerra de Ucrania y la energía (que suben los costes de agricultores y ganaderos) sino también por la sequía y las olas de calor, por su desastroso efecto sobre las cosechas y la ganadería. Basta ver los datos del INE, sobre la inflación en agosto, con una subida anual de los alimentos del +13,8%, la mayor desde 1994. Y lo que más sube son los cultivos más afectados por la sequía: cereales (+21,7%), mantequilla (+31,8%) y leche (+25,6%), aceites y grasas (+24%), huevos (+22,4%), carne de pollo (+17,6%) y vaca (+15,2%), patatas (+15,9%),  lácteos (+15,8%), pan (+15,2%), legumbres y hortalizas (+14,8%) o las frutas (+12,1%). Subidas que tienen mucho que ver con el aumento de costes y la subida de márgenes de los intermediarios, pero también con el clima y la sequía, con las malas cosechas.

Este problema, la subida de los alimentos, está muy ligado al Cambio Climático y por eso irá a más en el futuro, cuando se resuelva el conflicto de Ucrania y la crisis de la energía. El problema se agravará más en España, porque sufriremos más la falta de agua (los recursos hídricos podrían disminuir un 11%),  debido a dos causas: el 75% de la superficie está en riesgo de desertificación, con un “estrés hídrico” alto o severo, y el 25% de los acuíferos están en riesgo de agotarse. Así que se espera que llueva menos y eso nos afectará más porque tenemos un terreno que capta peor el agua y unas reservas subterráneas (acuíferos y pozos) muy agotadas. Pero el mayor problema no es sólo que vaya a llover menos en el futuro sino que ya hoy consumimos demasiada agua.

¿Quién consume la poca agua que tenemos? Básicamente, la agricultura, los regadíos, que se llevan el 85% del consumo (del 80 al 90%, según zonas). Y además, el gasto de agua de la agricultura y ganadería se ha disparado, mientras se reducía el agua disponible: se ha pasado de 3.044.710 hectáreas regadas en 2010 a 3.877.901 hectáreas en 2021, según los datos del Ministerio de Agricultura. Y en realidad, superan los 4 millones has, por el aumento de los riegos ilegales, según diversas ONGs. Eso coloca a España (el país con menos lluvias de Europa) como el país con más regadíos del continente, muy por delante de Italia (2 millones has regadas), Francia (1,5 millones) y Grecia (1 millón has). Es el precio (en agua) que pagamos por ser “la despensa de Europa”: naranjas, frutas, tomates, cerdo, aceite o vino son nuestro “petróleo” y vendemos fuera el doble de alimentos que de coches. Somos el 4º exportador agroalimentario europeo y el 7º del mundo, lo que mantiene 2,5 millones de empleos en España, a costa de un regadío que esquilma el agua.

El gran salto en los regadíos se ha dado en la última década, por el crecimiento de la agricultura intensiva y, sobre todo, porque se riegan ahora cultivos leñosos que antes eran de secano: olivos (suponen ya un 22,58% de la superficie regada), viñas (10,25%), frutales (10,56%) y cítricos (7,40% de la superficie regada), aunque la mayor superficie de regadío siguen siendo los cereales (24,06% del total regado), según los datos de Agricultura (2021). Andalucía (1,1 millones de has regadas), Castilla la Mancha (582.767 has), Castilla y León (472.113 has) y Aragón (420.527 has), regiones muy secas, se llevan más de la mitad del agua para la agricultura, aunque las regiones con más peso del regadío son Canarias (el 58% de la superficie cultivable se riega), Comunidad Valenciana (45,7%), Murcia (39,19%), Navarra (31,27%) y Andalucía (31,84%), todas más que la media (22,94% cultivos).

El segundo gran consumidor de agua en España (12% del total) son los hogares y el ocio, con un gasto medio de 132 litros por persona, que está en la media europea, sólo por encima del consumo doméstico en Alemania (125 litros habitante) y con menos gasto de agua que en Italia (220 litros), Portugal (205), Francia (170), Grecia (150) y reino Unido (140 litros por persona). Pero los expertos creen que aún gastamos demasiada agua en casa, debido a que la pagamos más barata: una media de 1,88 euros/m3, el 7º precio más barato de Europa, donde se paga de tarifa doméstica desde los 9,32 euros/m3 en Dinamarca a 4 euros en Francia, 3,50 en Reino Unido o 2 euros en Italia. Y el tercer gran consumidor de agua son las industrias (3% del total), donde hay una gran divergencia por sectores y negocios, aunque se echan en falta planes de ahorro, también por las bajas tarifas del agua para las industrias.

Esos son los consumos “oficiales” de agua, pero las ONGs llevan años denunciando “el robo de agua por muchos agricultores y ganaderos, también por algunas industrias. En España puede haber hasta 1 millón de pozos ilegales robando agua de nuestros acuíferos, según una estimación de Greenpeace. Y la ONG WWF ha publicado un informe (“El saqueo del agua”) donde investigó 4 grandes acuíferos (Doñana, las Tablas, Mar Menor y los Arenales) y descubrió que riegan de forma ilegal 88.645 hectáreas (1,5 veces la superficie de Madrid capital), con 220 millones de m3 de agua robada. A primeros de septiembre se secó la laguna de Santa Olalla, la última laguna de Doñana, por la sequía y la sobreexplotación de acuíferos (por el turismo y los cultivos regados).

El agua en España, además de ser escasa, por la sequía y el consumo disparado en la agricultura, tiene mala calidad, debido a que la agricultura y la ganadería intensivas lanzan restos de fertilizantes (nitratos y fósforo) y purines, que se transfieren a ríos y aguas subterráneas, con un serio peligro para la salud y los ecosistemas. Por ello, la Comisión Europea, en octubre de 2021, alertó a España y otros 11 países europeos (Alemania, Bélgica y Países Bajos entre ellos) por “registrar una mala calidad del agua en todo su territorio y un problema sistémico para gestionar la contaminación por nutrientes de la agricultura”. Y ha puesto en marcha un proceso de infracción, que puede acarrear multas a los países. Además, España ya paga (desde 2018) una multa importantepor falta de depuración de aguas residuales en 9 aglomeraciones urbanas” (donde viven 350.000 personas). Y este mes de abril, la Comisión ha vuelto a llevar a España ante la Justicia europea por incumplir el tratamiento de las aguas residuales en otras 133 poblaciones…

Visto el panorama, es evidente que España tiene un serio problema de agua, en cantidad y calidad, llueva o no (con sequía más, claro). E irá a peor con el Cambio Climático, porque España será uno de los 33 países del mundo con problemas serios de desabastecimiento de agua en 2040, según un informe del Word Resources Institute. Eso obliga a plantearse la política del agua como una prioridad de futuro. Para afrontarla, el Gobierno presentó en junio de 2021 los borradores de Planes Hidrológicos para 2022-27, reformulando el actual Plan Hidrológico de 2001. Su objetivo es reducir el consumo de agua un 5%, aumentar las desaladoras e invertir 21.000 millones de euros (la mayoría con Fondos europeos) en la restauración de ríos (11.000 millones), saneamiento y depuración de aguas (650 millones), restaurar acuíferos y mitigar el riesgo de inundaciones (800 millones) y facilitar la transición digital de la agricultura (250 millones), junto a un Decreto-ley para reducir la contaminación del agua de origen agrícola-ganadero. Ahora, las autonomías están preparando los Planes de Cuencas, pero con el riesgo de enfrentamientos regionales y “politización” de la política del agua, que exige un gran Pacto político y regional para repartir la escasez.

Las ONGs piden ir más lejos en la política del agua, con propuestas más radicales: reducir un 25% la superficie de regadío en 6 años (con un tope de 3 millones de has), eliminar los regadíos ilegales y clausurar esos pozos no autorizados en 6 años, depurar el 100% de las aguas residuales de consumo humano e industrial para 2027, no subvencionar el agua desalada para riegos agrícolas y subir las tarifas de agua para fomentar un consumo responsable de los usuarios. Otros expertos  piden trasvases interterritoriales (polémicos pero necesarios), reducir pérdidas agua en los suministros, recuperar las aguas de lluvia y, sobre todo, modernizar los sistemas de regadío para que sean más eficientes.

Como siempre, no hay atajos ni soluciones fáciles, sino que urge tomar múltiples medidas a corto y medio plazo para afrontar la falta de agua, llueva o no. Porque el agua es clave, no sólo para la vida sino para asegurar el crecimiento y la economía. Ya lo vemos ahora, con el calor y la sequía agravando la inflación. Hay que luchar con firmeza contra el Cambio Climático y por el agua, un bien más escaso cada año.

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