Mientras las empresas y el empleo van al ralentí, por el impasse político, ahí sigue la
economía
colaborativa, las “otras empresas”
que nacen al amparo de Internet y de jóvenes que exploran nuevos negocios, desde
alquilar casa a compartir coche, aparcamiento, comida o energía. Una nueva economía que, como Uber, Airbnb o BlaBlaCar, mueve ya millones de dólares y provoca airadas
protestas de taxistas, hoteleros o empresas de autobuses, que los acusan de
competencia desleal. En España, cada
autonomía los regula a su aire, mientras la Comisión de la Competencia sale en
su ayuda, con recursos ante los Tribunales. Y la Comisión Europea aprobó en junio unas directrices donde las apoya a fondo y pide a los paises que no las prohíban.
Con todo, sólo un 5% de consumidores las usan, aunque seguirán creciendo,
amparadas en sus bajos precios. Pero también esconden economía sumergida y subempleo,
lo que obliga a regularlas. Y por mucho que crezcan, no sustituirán a la economía tradicional, sobre todo en empleo.
enrique ortega |
Internet y la
larga crisis económica son los
padres de la llamada “economía colaborativa”: iniciativas de jóvenes emprendedores que han lanzado
nuevas
plataformas (empresas) para poner
en contacto directo a los que ofrecen y buscan un producto o un servicio.
El objetivo es que millones de personas ofrezcan lo que tienen o les sobra a millones
de consumidores que lo necesiten, sin tener que montar una empresa, sino a
través de una plataforma creada por un
tercero que cobra una comisión por la intermediación a través de
Internet. La “economía colaborativa” nació en Estados
Unidos, en 2008, en la ciudad de San Francisco, a través de 2 iniciativas
que hoy son ya millonarias: Uber,
una plataforma para compartir el coche en la ciudad que ya utilizan 40 millones
de usuarios en 400 ciudades de 64 paises, y Airbnb, otra plataforma para compartir y alquiler apartamento que
ofrece ya más de 2 millones de alojamientos en 34.000 localidades de 191
paises. Y detrás de ellas han ido más de
7.500 plataformas de Internet donde se ofrece de todo en todo el mundo.
La economía colaborativa movió ya 28.000 millones de dólares en 2015, según estimaciones de la
Comisión Europea. Y los expertos de la consultora Price Waterhouse Coopers estiman que seguirá con su avance imparable y llegará a facturar hasta 335.000 millones de dólares en 2025. Actualmente, en sólo siete años, Uber está valorada en 50.000 millones de dólares, por encima de
Twitter o Linkedin (y que Repsol),
y Airbnb otros 25.500 millones. De
momento, el 62% de la economía colaborativa en el mundo se centra en el transporte (compartir coches en
ciudades y viajes), donde destacan
Uber (USA), Didi Kuaidi (China), BlaBlaCar (Francia) y Lyft (USA). Otro 18% en
el turismo (alojamientos), con Airbnb
(USA), junto a HomeAway, Niumba y Windu. Un 6% en las finanzas (transferencias y créditos entre particulares), con
Lending Club (USA), Jimubox (China), Crodcube y Dwolla. Y un 5% en
servicios, 4% en productos y el restante 4% en otras ofertas, desde
Parclick, ParkWihz o Coparto (aparcamientos) a Wallapop o Perby (ropa y cosas de
casa) a EatWith o Social Eaters (comida) y SolarCity o SomEnergia
(electricidad), según un reciente estudio de la Comisión de la Competencia (CNMC). Pero cada día aparecen nuevas propuestas, desde plataformas
para compartir plazas de garaje, oficina, comida, energía o el cuidado de
perros a vender ropa o solucionar problemas y enseñar ciudades. Todo lo que la
gente pueda necesitar y alguien pueda ofrecer.
La mayoría de las plataformas de economía colaborativa nacen
y crecen en Estados Unidos y
bastante menos en Europa, salvo Gran Bretaña, que reúne un 10% de la oferta
mundial, tanto como Alemania, Francia o España juntas. En nuestro país no hay un listado de “empresas colaborativas”, pero se
estima que rondan ya las 500 plataformas,
aunque sólo las 30 más importantes están agrupadas en la asociación Sharing España. Y
por encima de todas destacan tres plataformas: Uber
(compartir coches ciudades), Airbnb (apartamentos
y casas de alquiler) y BlaBlaCar
(compartir coche en viajes). Tres empresas que han provocado una gran polémica
y la dura oposición de tres sectores económicos que los acusan de competencia desleal
y los han llevado a los tribunales: los taxistas, los hoteleros y las empresas de
autobuses. Uber, con problemas en media Europa, tuvo que cerrar en
España en diciembre de 2014 y ha abierto de nuevo en marzo de 2016, bajo la
fórmula Uber X, que se basa en licencias VTR, como otra plataforma muy polémica
de alquiler de vehículos, Cabify. BlaBlaCar
está pendiente de un recurso presentado por la patronal de autobuses y Airbnb
es objeto de los ataques de la patronal turística Exceltur,
que se queja de que ofrecen ya en España 1,1 millones de casas y apartamentos
sin regular, sin control y sin pagar impuestos en muchos casos.
La realidad es que la
economía colaborativa no está regulada, ni en Europa ni en España, donde cada
autonomía va a su aire a la hora de establecer normas y controles. De
hecho, la Comisión nacional de la Competencia (CNMC), un organismo dependiente del Ministerio de Economía, se ha erigido en “defensora” de la economía
colaborativa, presentando recursos e
impugnaciones contra algunas normas
autonómicas y municipales. De momento, en junio pasado, el Tribunal de Justicia
de Madrid ha fallado contra la Comunidad de Madrid,
anulando un decreto de 2014 donde prohibía que las viviendas de uso turístico
pudieran alquilarse por menos de 5 días. La CNMC también ha impugnado las
ordenanzas de los Ayuntamientos de
Córdoba y Málaga que restringían el alquiler de coches sin conductor. E incluso,
la CNMC ha impugnado en enero un Reglamento aprobado en diciembre pasado por el Ministerio de Fomento (en funciones) que
restringía las plataformas de alquiler de vehículos con conductor. Y está
pendiente de que la Generalitat de Cataluña
publique un decreto restrictivo sobre alquileres turísticos para impugnarlo. La
CNMC ha elaborado incluso una serie
de recomendaciones
en defensa de la economía colaborativa, planteando al Gobierno que no se le
planteen restricciones porque “beneficia a la competencia y a los usuarios”.
Pero el mayor apoyo a
la polémica economía colaborativa se lo acaba de dar Bruselas: la Comisión Europea aprobó el pasado 2
de junio una serie de recomendaciones
en las que pide a los Gobiernos de los 28 que “dejen de restringir la economía
colaborativa”, porque no es ninguna amenaza para las empresas y ofrece un gran
potencial de crecimiento y de empleo. Los dirigentes europeos, preocupados por
el paro y el estancamiento de la economía, destacan que la economía colaborativa aporta 3.500 millones de euros de ingresos a la economía europea y por eso la van a apoyar,
aunque señalan que debe pagar impuestos y cumplir con las exigencias laborales.
Se trata de unas directrices no vinculantes para los paises, pero la Comisión advierte que “examinará las
actuaciones de los Gobiernos” y que “cualquier
restricción injustificada a la economía colaborativa será denunciada ante el Tribunal
de Justicia de la Unión Europea”. Uber, Airbnb, BlaBlaCar y otras han
saltado de alegría…
La economía
colaborativa tiene el apoyo de Bruselas y de la CNMC en España, pero
todavía se usa poco en Europa. El 52% de los europeos han oído hablar
de ella, pero sólo el 17% lo han usado al menos una vez, según un Eurobarómetro de junio pasado. Y sólo el 5% de los consumidores europeos
utiliza estas plataformas colaborativas de forma habitual, algo
en lo que coincide también el último estudio del Observatorio español de las Telecomunicaciones y la Sociedad de la
Información (ONTSI): un 5% de españoles usa estas plataformas de forma
esporádica y sólo un 3% las usa a diario.
La mayoría (56%) por su precio, para
reducir gastos, una cuarta parte (26,6%) por comodidad y otros tantos para
probar algo nuevo. Eso sí, un 80% de los que usan esas
plataformas están bastante satisfechos, según un estudio de la OCU, que pide una regulación europea para garantizar la
seguridad de los consumidores.
No es sólo que pocos usuarios utilicen aún la economía
colaborativa. La mayor crítica que puede hacerse es que todavía, la mayoría de
las propuestas
están poco maduras y son empresarialmente
muy débiles. De hecho, parece que sólo cinco plataformas de las que
operan en España son rentables, ganan dinero: Uber (coches), Rentalia y Airbnb
(alquileres), BlaBlaCar (compartir viajes) y Traity
(reputación online). Con todo, muchos críticos de estas plataformas denuncian
que en bastantes casos enmascaran proyectos de economía sumergida:
iniciativas que no se dan de alta, que no pagan impuestos ni cotizaciones, que
no hacen contratos legales y malpagan a sus empleados, con mucha explotación laboral. Y además, la mayoría son proyectos que crean
poco empleo: Uber, por ejemplo, valorada en 50.000 millones de dólares,
sólo tiene 6.000 empleados en todo el mundo.
En cualquier caso, todo indica que la economía colaborativa va a
seguir creciendo imparable, empujada por tres factores: el enorme desarrollo de Internet, el auge de los
móviles y el aumento de la economía “low
cost” (bajo coste), con una gran parte de la población inmersa en la
inestabilidad y los bajos salarios, que busca consumir y tener servicios al
menor precio posible, al margen de la calidad. Y mientras la industria y los
sectores tradicionales estén en retroceso, con un elevado nivel de paro en
Europa y en España, seguirá habiendo jóvenes y emprendedores que busquen una salida profesional en la economía
colaborativa, con miles de iniciativas de las que la mayoría no cuajen
pero otras sí.
Eso sí, no parece que
a medio plazo la economía colaborativa acabe con la economía tradicional, con
las empresas de siempre, que también buscarán negocios nuevos. Todo indica
que será una economía “complementaria”, que
cubra los huecos y “nichos de mercado” que no ofrece la economía tradicional.
Y puede ser una salida laboral para
alguna gente, pero no parece que sea suficiente y económicamente atractiva,
en la mayoría de casos. Eso sí, siempre habrá intermediarios "poco colaborativos” que se harán también con el grueso de estos nuevos
negocios. Si los usamos, seamos precavidos y miremos bien lo que contratamos y “compartimos”.
Porque ya lo decían nuestros abuelos: “nadie
da duros a cuatro pesetas”.
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