Enrique Ortega |
Los precios siguen altos en todo el mundo, más en Europa, agravados por la guerra de Ucrania y los viejos problemas en la producción mundial de bienes y servicios y los atascos en las cadenas de suministros. Los Gobiernos tratan de paliar sus consecuencias, con ayudas a familias y empresas y más gasto público (500.000 millones en Europa), abandonando las viejas políticas “neoliberales” de recortes que se aplicaron frente a la crisis de 2008-2012 y que hundieron más las economías, con un alto coste social. Pero los bancos centrales, esas instituciones que nadie elige y tanto mandan, mantienen sus viejas políticas monetarias “neoliberales”: contra la inflación, subida de tipos, aunque provoquen una recesión. El “ricino” lo empezó a aplicar la Reserva Federal USA, con una 1ª subida el 16 de marzo, a la que han seguido 6 subidas más, la última este miércoles 14 de diciembre, subiendo los tipos oficiales del 0 al 4,5% en 9 meses. Y le siguió el Banco Central Europeo (BCE), que retrasó su 1ª subida al 21 de julio, a la que han seguido 3 subidas más, la última hoy jueves 15 de diciembre, que subirá el precio del dinero en la zona euro del 0 al 2,5% en 5 meses.
La “misión” de estos bancos centrales, desde la postguerra mundial, es vigilar la inflación y que se mantenga en unos límites “normales”, no superar el 2% anual. No vigilan el crecimiento ni el paro de las economías, sólo “que no se desmanden los precios”. Y cuando esto pasa, aplican su receta, sin consultar con Gobiernos ni Parlamentos (son “independientes”): subir los tipos de interés lo que haga falta, aunque el coste sea frenar en seco la economía y provocar recesión y paro. Esta vieja receta monetaria se ha aplicado varias veces, la más drástica de 1979 a 1981, provocando entonces la mayor recesión mundial desde 1929. La novedad ahora es que la alta inflación que sufre el mundo y Europa (supera el 2% anual desde julio de 2021) tiene un origen distinto: no se debe a que la economía crezca demasiado, esté “recalentada” por un exceso de demanda (inflación de demanda), sino por un aumento de costes, por la subida de la energía y materias primas, más los atascos en las cadenas de suministros (inflación de oferta). Y por eso, la vieja receta de subir tipos no es eficaz ahora: “la subida de tipos no puede reducir el precio del gas y no puede parar la guerra”, ha reconocido la presidenta del BCE, Christine Lagarde. Pero sigue subiendo los tipos.
El BCE sabe que no estamos ante la clásica inflación de demanda (causada por un exceso de consumo y de inversión) sino ante una inflación de oferta (por subida de costes), donde encarecer el dinero no va a frenar los precios de la energía ni de los alimentos. Pero se siente obligado a “hacer lo que tengamos que hacer para frenar los precios”. Aunque eso provoque una recesión. El BCE admite que su política monetaria “es más un machete de pescadería que un bisturí”, porque actúa sobre toda la economía y con retraso, tarda en surtir efecto. Pero no ve otra salida: intenta que la inflación baje, aunque sea “por las malas”, inducir un “coma” al enfermo, para que la actividad se ralentice al mínimo y la inflación baje como sea. Y reconoce que “no tienen otra alternativa”, aunque subir tipos será “doloroso”. Primero, porque la razón de ser del BCE es bajar la inflación. Segundo, porque van a remolque de la Fed: EEUU ha bajado tipos 7 veces ya, más que Europa (4 veces, hasta el 2,5% hoy frente al 4,5% en USA) y eso atrae capitales e inversiones hacia Norteamérica, fortaleciendo el dólar a costa del euro (que ha pasado de valer 1,1379 dólares el 1 de enero a 0,967 dólares el 26 de septiembre, no recuperando la paridad hasta el 4 de noviembre). Y con el euro débil (hoy vale 1,0605 dólares y cae un -6,8% este año), la inflación importada (energía y alimentos se pagan en dólares más caros) sube aún más en Europa.
Hasta aquí las justificaciones, teóricas (ideológicas) y prácticas, para subir los tipos. Pero la realidad es que esta subida de tipos ha sido ineficaz, no ha frenado apenas la inflación. Algo más en EEUU, donde la inflación anual estaba en el 7,9% en febrero (antes de la primera subida de tipos del 16 de marzo) y en noviembre está en el 7,1%. Pero no la ha bajado en Europa, donde la inflación de la zona euro era del 8,6% en junio (antes de la primera subida de tipos del 21 de julio) y estaba en el 10% en noviembre, tras 4 meses de subidas consecutivas y una mínima bajada en noviembre (del 10,6 % en octubre al 10%). Y la previsión es que la inflación europea siga por encima del 8% hasta la próxima primavera.
Así que la subida de tipos es ineficaz contra la inflación actual, como ya alertaban muchos expertos, porque las causas que la provocan (la guerra de Ucrania, las subidas de energías y alimentos y el aumento de márgenes empresariales) no se resuelven con el dinero más caro. El problema es que esta subida de tipos es muy dañina para las economías, porque va a encarecer las hipotecas de las familias, el crédito de las empresas y el coste de la deuda de los paises, frenando la actividad y provocando problemas a las empresas, menos consumo y más paro, agravando el riesgo de que Europa entre en recesión. De hecho, el BCE admite que la subida de tipos acelerará la recesión, aunque la suaviza hablando de que será una recesión “técnica”, que la caída del PIB durará sólo 6 meses. Aunque sea así, será medio año que agravará, innecesariamente, la situación de familias, empresas y paises.
El primer efecto de esta subida de tipos ya lo sufren muchas familias, las que están pagando una hipoteca a tipo variable y tienen que revisar la cuota (anual o semestralmente). Aunque la subida oficial del BCE se inició el 21 de julio, el Euribor (el tipo al que se prestan los bancos y que sirve para revisar las hipotecas) lleva subiendo desde abril, el primer mes en positivo tras estar en negativo desde 2016. En noviembre, el Euribor mensual estaba ya en el +2,828%, frente al -0,487% en noviembre de 2021. Eso significa una subida del Euribor de +3,315% en el último año, un aumento nunca visto antes. Y afecta mucho a los hipotecados: de los 5,5 millones de familias españolas con una hipoteca viva, el 70,5% (3,87 millones) tienen una hipoteca a tipo variable, el 90% referenciada al Euribor. Así que esta histórica subida afecta a 3,5 millones de hipotecados, que pagarán más al revisar su hipoteca.
Con el Euribor de noviembre, los que revisen su hipoteca en diciembre pagarán unos 3.000 euros más al año de hipoteca (+250 euros al mes), para un préstamo medio (150.000 euros a 25 años, con un tipo del Euribor+1%), que llegaría a una subida de 6.000 euros anuales para hipotecas mayores (180.000 euros). El mayor problema, dentro de esos 3,5 millones de hipotecados, lo tendrán los 1,5 millones que tienen una hipoteca más reciente, hecha entre 2016 y 2021, que apenas han pagado intereses hasta ahora, porque se han beneficiado del Euribor en negativo (entre 2016 y marzo de 2022). Pero todos pagarán una cuota más alta de la que pagaban, lo que dificultará sus cuentas en un momento de alta inflación, que ya se come sus salarios y pensiones con la subida de la energía y los alimentos.
El mayor problema lo tendrán las familias más vulnerables con hipoteca, aquellas donde la cuota mensual ya superaba el 40% de sus ingresos. Para evitar impagos y desahucios, el Gobierno ha pactado con la banca un Código de buenas prácticas (voluntario para las entidades), dirigido a reducir la subida de cuota en los colectivos más vulnerables (con ingresos menores a 29.400 euros): o se les amplía 5 años el periodo de carencia (para los que ingresen menos de 25.000 euros y la cuota supere el 50% de sus ingresos) o se congela su cuota 12 meses y se amplía 7 años el plazo de amortización (para los que ingresen menos de 29.400 euros y la cuota supere el 30% de sus ingresos). El problema es que estos requisitos son muy estrictos y sólo van a beneficiar a 1 millón de los 3,5 millones de hipotecados. Y además, si ahora van a pagar la misma cuota, no más (a pesar de la subida del Euribor), es a costa de más años pagando la hipoteca, con lo que acabarán pagando más intereses (unos 10.000 euros más de media).
En paralelo a este mayor coste de las hipotecas (las nuevas han subido un +81,8% del 1,38% en diciembre de 2021 al 2,51% en octubre de 2022, según el Banco de España), las familias ya están pagando más también por sus créditos personales, tras aumentar su endeudamiento en el último año (para mantener el consumo frente a la inflación): los tipos de los créditos al consumo (para comprar un electrodoméstico, un coche o un viaje) han subido un +19,5%, del 6,10% en diciembre pasado al 7,29% en octubre.
El segundo efecto negativo de esta subida de tipos lo están sufriendo las empresas, porque también ellas están pagando más caros los créditos, al subir el Euribor a 3 meses que rige en sus préstamos: ha pasado del –0,572% en diciembre de 2021 al +0,654% en agosto y el +2,005% a principios de diciembre. Eso significa un encarecimiento de los créditos que tienen con la banca: su saldo vivo era a octubre de 766.537 millones de euros y dos tercios de estos préstamos son a tipo variable, referenciados al Euribor a 3 meses (que ha subido un 2,57%). Y no sólo les sube el crédito que tienen, sino los futuros préstamos que las empresas puedan necesitar. De hecho, ya se ha producido una importante subida de tipos para las empresas: del 1,69% en diciembre al 2,98% en octubre de 2022 (+66,4%) para créditos hasta 250.000 euros, del 1,29% al 2,80% (+83%) para créditos medios (entre 250.000 euros y 1 millón) y del 1,04 al 2,67% (+108%) para los créditos de más de 1 millón. Subidas que frenarán la inversión y los nuevos proyectos (y empleos) de las empresas.
Y vamos con el tercer efecto negativo de esta subida de tipos, sobre la deuda de los paises (1,5 billones España), que tendrán que pagar más a los inversores (a “los mercados”) para colocar sus bonos y obligaciones, lo que supondrá más costes para el Presupuesto (y menos dinero para ayudas contra la inflación). Sin olvidar el riesgo de que vuelva “la tormenta de la deuda”, como pasó en 2010, provocando serios problemas a Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia. De momento, España no está preocupada (sí Italia), aunque la subida de tipos nos obliga a pagar más para colocar la deuda: si había que pagar en enero un 0,60% por el bono español a 10 años, en junio el interés subió a 2,779 y en octubre se alcanzó el máximo del 3,652%, aunque a mediados de diciembre, el interés del bono había bajado al 2,92% y hoy está en el 2,97%. No hay “nervios” sobre la deuda española, pero costará más colocar los 70.000 millones de euros de emisiones netas de deuda que España tendrá que emitir en 2023.
Así que la subida de tipos, además de ineficaz (no baja apenas la inflación en la zona euro, en el 10%, y aunque baja más en España, al 6,8% en noviembre, es por las medidas concretas que ha tomado el Gobierno en el sector energético), tiene un alto coste para las familias, las empresas y el Presupuesto, agravando el riesgo de una recesión en Europa. Y, por contagio, podría detonar una crisis mundial de deuda (nunca el mundo ha estado tan endeudado: 226 billones de dólares, el 256% del PIB mundial, según el FMI), que afectaría más a los paises en desarrollo (sobre todo Latinoamérica, África y parte de Asia), lo que entorpecería la recuperación de la economía mundial (y europea). Demasiados daños para tan pocos resultados.
Incluso los bancos centrales, la Fed y el BCE, ven los riesgos y ahora contemplan menores subidas de tipos para 2023, quizás sólo dos subidas más (+0,25% cada vez), hasta dejar los tipos en el 5% en EEUU y el 3% en la zona euro. Pero muchos expertos piden no subir más los tipos y buscar otras medidas más efectivas contra la actual inflación. Por un lado, intervenir más activamente en los mercados de energía, materias primas y alimentos, para fomentar la competencia, quitar distorsiones y evitar la especulación y los márgenes empresariales disparados. Como dice el Premio Nobel Stiglitz, “si los mercados no han funcionado en tiempos de paz, no van a funcionar mejor en tiempos de guerra”.
Hay que atajar el neoliberalismo económico (y político) que está impidiendo modernizar el mercado europeo de luz y gas, por ejemplo. Y tanto el G-7 como el G-20 deberían promover una mayor transparencia en los mercados mundiales de petróleo, gas y materias primas, que están poniendo al mundo de rodillas. Y colaborar a nivel internacional para reparar las cadenas de producción, transporte y suministro, rotas tras la pandemia y causa de la elevada inflación que ya teníamos antes de la guerra en Ucrania. Se trata de “redefinir” el capitalismo, tras las últimas dos crisis (pandemia e inflación). Avanzar en medidas económicas innovadoras y eficaces, olvidando el ricino dañino e inútil de la subida de tipos. Atrévanse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario