Enrique Ortega |
El pescado es un alimento clave, sobre todo en los países pobres y en desarrollo, pero su consumo crece más que sus capturas. El problema de fondo se ve bien en estos datos del Informe SOFIA de la FAO (ONU): entre 1990 y 2018, el consumo mundial de pescado ha aumentado un +122%, mientras las capturas aumentaron un +14%. Y aunque la acuicultura (pescado “cultivado” en ríos y mares) aumentó un espectacular +527%, no fue suficiente para atender a una demanda que está esquilmando los mares. Y en 2020, la producción pesquera mundial (capturas y acuicultura) había crecido un +60% sobre la pesca producida en los años 90. O sea, la pesca crece mucho más que la población mundial.
En 2020, la producción pesquera mundial fue de 214 millones de toneladas, por un valor de 424.000 millones de dólares, un récord histórico, según el último informe de la FAO. Esa producción se reparte entre la pesca de capturas (90,3 millones Tm y 141.000 millones de dólares, la acuicultura (que desde 2014 supera a las capturas: 122,6 millones de Tm y 281.500 millones de dólares) y las algas (36 millones de Tm y 2.500 millones de dólares). El total de la producción pesquera (214 millones Tm) se concentra sobre todo en Asia (75% del total entre pesca, acuicultura y algas), seguida muy de lejos de América (10%), Europa (8%), África (6%) y Oceanía. Y por países, los líderes en la pesca de capturas son China (15%), Indonesia (8%), Perú (7%), Rusia (6%), India y EEUU (5% de las capturas mundiales cada uno), con España en el lugar 20º del ranking (1% capturas mundiales). En acuicultura y algas, el líder vuelve a ser China (64,3% de la producción mundial), seguida de Nigeria (11,63%), India (11,6%), América (5%) y Europa (3,74%), con España en cabeza.
España es una potencia pesquera y un gran consumidor de pescado. En 2021, el consumo de pescado en España era de 42,4 kilos por habitante, casi el doble que la media mundial, estimada por la FAO en 20,5 kilos por habitante, lo que nos coloca entre los cinco mayores países consumidores de pescado, tras Portugal y Japón (superan los 50 kg/habitante) y en línea con Noruega e Islandia. La mitad de este consumo de pescado lo hacen las familias en sus casas (22,5 kg de pescado por habitante) y el resto se come en restaurantes y bares, siendo mayor el consumo en el norte y Galicia y menor en el interior, según el Panel de Consumo 2021. Las especies más consumidas en España son bacalao, lubina, dorada, merluza, caballa, atún, rape, salmón, sardina y lenguado.
Una parte de este consumo se cubre con las capturas de la flota española, que es la mayor de Europa en tonelaje (329.572 Tm de registro bruto), la 2ª en potencia (tras Francia) y la tercera en número de buques pesqueros (8.732 barcos pesqueros en 2021, sólo por detrás de los 14.551 de Grecia y los 12.179 de Italia). La flota española capturó 790.000 Tm de pescado en 2020, más de la mitad (57%) en aguas internacionales (hay 2.000 barcos españoles pescando en aguas de más de 20 paises), un 7,6% en aguas de la UE y el 34% restante pescado en aguas españolas (donde faena el 95% de la flota). En conjunto, la pesca de captura emplea en España a 31.000 marineros, más otros tantos empleos generados en la industria pesquera (570 empresas).
Otra parte del consumo, un tercio de la producción total pesquera española proviene de la acuicultura (313.274 toneladas en 2021), que tiene ya 5.100 establecimientos y emplea a 40.000 personas. Y aquí, de nuevo, España es líder en Europa: somos el primer productor de acuicultura en toneladas (el 23% de toda la producción acuícola europea) y el 2º en valor de la pesca cultivada (596,7 millones de euros, el 11% del total UE, sólo por detrás de los 1.075 millones que produce Reino Unido), con una producción creciente de dorada, corvina, lubina, rodaballo (cultivados en mar), trucha y esturión (en agua dulce).
A pesar de ser líderes europeos en capturas y acuicultura, la producción pesquera no alcanza a la demanda española de pescado, por lo que somos un país muy importador, el 4º mayor importador del mundo (7.500 millones de dólares en 2021), tras EEUU (22.000 millones importados de pescado), China (15.000 millones) y Japón (13.000 millones), según la FAO. Este año, la importación de pescado sigue creciendo y ya van 5.057 millones de euros importados de enero a julio (+34,6%), lo que prevé cerrar el año con más de 8.000 millones de euros importados de pescado, un récord histórico y casi el doble del pescado que importamos en 2012 (4.811 millones de euros). Los principales paises a los que compramos pescado son Marruecos (521 millones euros), Argentina (328), Francia (291), Portugal (282), China (248) y Ecuador (243). También España exporta pescado, pero menos (4.612 millones en 2021, 3.035 este año hasta julio), aunque no estamos entre los 20 mayores exportadores mundiales. Vendemos sobre todo a Italia, Portugal, Francia y Japón.
Visto el panorama de la pesca, en el mundo y en España, el gran problema es la mala situación de los recursos pesqueros y su negro futuro. La FAO y los ecologistas han lanzado un SOS: “los mares están en peligro”. Según los últimos datos disponibles, el 31% de las poblaciones pesqueras están “sobre explotadas” y otro 58% de las especies no se pueden explotar más. Y la situación aún es peor en el Mediterráneo: el 90% de las poblaciones de peces que se pescan están sobreexplotadas. Y otra alerta: los sistemas de pesca de arrastre llevan a que un 40% de las capturas mundiales sean “no deseadas”, peces que se descartan (y se pierden). En definitiva, que hemos esquilmado los mares, destrozando ecosistemas y especies: hemos perdido un 78% de las familias de peces para el consumo (incluidos atunes, caballas y bonitos), según el informe Living Blue Planet.
En las últimas dos décadas, la FAO y los países han aprobado normativas para tratar de conseguir una “pesca sostenible”, con acuerdos internacionales y certificaciones (como el sello MSC), que han proliferado más en Europa y EEUU que en Asia o África. En concreto, la Unión Europea lleva décadas apostando por la pesca sostenible y por ello ha reducido drásticamente las capturas en aguas de sus países miembros, hasta un 40%, lo que ha obligado a dolorosas reconversiones de las flotas pesqueras: la europea ha pasado de 104.000 barcos pesqueros (1.995) a 81.071 (2021) y la española de 18.478 a los 8.732 actuales.
Ahora, la Comisión Europea ha dado “otra vuelta de tuerca” en su política pesquera conservacionista, al aprobar el 15 de septiembre de 2022 un Reglamento que prohíbe la pesca en 87 zonas del Atlántico nororiental (desde el Golfo de Cádiz al Gran Sol, pasando por el Golfo de Vizcaya), lo que afecta a unos 10.000 pescadores de 4 países europeos: Francia, Irlanda, Portugal y España (afecta a 500 buques y unos 2.500 pescadores del Cantábrico, Galicia y Andalucía). Se trata de una “veda” pesquera, desde el 9 de octubre, que la Comisión ha justificado en un informe científico del Consejo Internacional para la Explotación del Mar (CIEM), que justifica esta veda “para proteger los ecosistemas marinos de unas zonas muy vulnerables”, pero que suponen 16.419 km2, sólo el 1,16% de todas las aguas del Atlántico nororiental.
Los pescadores españoles se han mostrado en contra de esta “veda” pesquera, porque se basa en un informe antiguo del CIEM (con datos de 2011 y 2009), que además sólo habla del efecto de algunas “artes de pesca” (el arrastre) y no de otros (palangre o otro enmalle). Y ya han anunciado que van a presentar un recurso ante el Tribunal Europeo de Justicia, al igual que el Gobierno español, que tampoco está de acuerdo con los informes técnicos que esgrime la Comisión Europea y ha defendido (sin éxito) retrasar la veda hasta que se conozcan otros informes más actualizados en noviembre. Bruselas ya ha advertido que, aunque los informes sean favorables a las tesis españolas, el posible cambio en la veda no se produciría hasta la próxima primavera.
Bruselas no ha cedido y reitera que la veda se inició el domingo 9 de octubre, aunque unos días antes envió una carta a los países afectados donde “suavizaba” la medida (la Comisión dice que no es un cambio sino “una aclaración”): la veda sólo limitará la pesca de 400 a 800 metros (a más de 800 metros está prohibido pescar desde 2016), lo que en realidad afecta a 35 de las 87 zonas iniciales en el Atlántico nororiental. En definitiva, que en otras 41 zonas (con una profundidad de menos de 400 metros), los barcos europeos sí podrán pescar. Eso suaviza la veda, sobre todo para los pescadores de Andalucía y el Cantábrico, con lo que la prohibición ahora perjudica más a Galicia (la mitad de los 300 barcos afectados). Y se notará en la reducción de capturas de merluzas de pincho, palometas, cabras y cigalas, que seguro van a subir ahora más de precio al consumidor.
Esta polémica veda europea marca el camino de lo que veremos en el futuro: regulaciones más estrictas para la pesca, en aguas europeas y sobre todo en aguas internacionales (el 60% de la pesca mundial se realiza en aguas fuera de una jurisdicción nacional). Los países occidentales (Europa y EEUU a la cabeza) llevan años, con la FAO, avanzando en conseguir una “pesca sostenible”, buscando una “gobernanza de los mares” que preserve el futuro de la pesca, cada vez más escasa. Tratan de multiplicar los estudios sobre el estado de las especies en los distintos océanos, para aprobar vedas y pesca controlada. Es la llamada “transformación azul”: un intento de conciliar la seguridad alimentaria y la sostenibilidad medioambiental, más urgente en las zonas más sometidas a “sobrepesca” (Asia y Oceanía).
Y en paralelo, la FAO y los países occidentales buscan reducir la “pesca ilegal”, que provoca la extracción descontrolada de entre 11 y 26 millones de toneladas de pescado, con un valor de entre 9.350 y 21.500 millones de euros, según la ONU, que se pescan ilegalmente (al margen de las cuotas establecidas) por barcos de bandera de conveniencia, también europeos (la mitad, españoles). Se estima que, sólo en aguas europeas, el 66% de las capturas del Mar del Norte y la mitad de los desembarques de atún y pez espada del Mediterráneo son pescados “ilegalmente”, sin respetar normas y cuotas. Y la situación es peor en Asia, África, Oceanía y parte de América, donde los controles son menos estrictos.
Junto a la pesca sostenible, la prioridad es que siga creciendo la acuicultura: la FAO espera que, para 2030, los “cultivos pesqueros” serán responsables del 89% del aumento de la producción pesquera mundial, gracias sobre todo a un aumento de las piscifactorías en Europa y América, hoy retrasadas respecto a Asia y África. Eso pasa por un cambio en la mentalidad de los consumidores occidentales de pescado, que son reacios a consumir productos de piscifactoría, a pesar de que los expertos insisten en su calidad y en sus ventajas sobre la pesca de capturas (reducen el consumo de combustibles fósiles de los barcos, no hay daño ecológico, se evitan los “descartes” de la pesca de arrastre y pueden consumir piensos vegetales e insectos). También ayudará la mayor producción futura de algas.
En cualquier caso, España debe seguir en su proceso de “reconversión pesquera”, que ya se ha cobrado numerosos barcos y empleos en zonas costeras. Por un lado, habrá que modernizar la flota (los pesqueros tienen una media de 31 años) y rejuvenecer los tripulantes, incorporando a los jóvenes a un sector con mucho personal al borde de la jubilación. Y avanzar en la digitalización, en el “barco conectado”, más eficiente y rentable, a la vez que ecológicamente más sostenible. Y todo ello, cumpliendo las normas europeas y una nueva legislación española, que el Gobierno Sánchez aprobó en mayo de 2022: la Ley de Pesca Sostenible, que busca un equilibrio entre mantener el sector pesquero y sostener el medio ambiente marino, para mejorar el uso de las cuotas pesqueras (a la baja).
Al final, los consumidores notamos todo este problema de la pesca en un hecho: el pescado es cada vez más caro, al ser cada vez más escaso. El dato aportado por la FAO (ONU) es muy explícito: entre diciembre de 2021 y abril de 2022, el precio del pescado ha subido un +25%. Y aunque consigamos evitar la sobrepesca y cuidar los océanos, el pescado va a seguir siendo un alimento escaso y caro en el futuro: los precios aumentarán otro +33% de aquí a 2030, según anticipa la FAO, como consecuencia del aumento de demanda, los mayores costes y la menor disponibilidad de pesca en los mares. Es lo que hay.
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