En verano hay más tiempo para leer, así que les recomiendo cuatro
buenos libros para entender mejor algunos temas claves de nuestro tiempo. Uno sobre la desigualdad en el mundo, que preocupa
incluso a los economistas más ortodoxos,
porque hace peligrar un futuro estable del capitalismo. El segundo, sobre los paraísos fiscales, donde los más
ricos esconden su dinero y evaden impuestos, perjudicando a todos. El tercero,
sobre el hambre en el mundo, tan
dramático que ya ni nos conmueve, fruto de la desigualdad y no de la falta de
comida. Y el cuarto, sobre el cambio
climático: nos estamos cargando
el Planeta y queda poco tiempo para salvarlo, una crisis más grave que la
última recesión porque nos lleva a un desastre sin retorno. Y como colofón, un cómic extraño como la vida misma, un
diario ilustrado de un joven sobre nuestro delirante mundo. Que los disfruten.
enrique ortega |
El primer libro ha sido un
superventas en todo el mundo aunque sea un libro de economía: “El capital en el siglo XXI”, del joven economista francés Thomas Piketty. Se trata de un
detallado análisis (663 páginas) de
la distribución del ingreso y la riqueza
en el mundo (sobre todo en Francia, Gran Bretaña y EEUU) en los siglos XVIII,
XIX y XX, además de una previsión sobre cómo será la desigualdad mundial en este siglo XXI. En resumen, la desigualdad creció mucho hasta 1.910, se
redujo después por efecto de las dos Guerras Mundiales y volvió a crecer a partir de 1.980, por efecto de las políticas
liberalizadoras (Thatcher y Reagan), la globalización y la desregulación
financiera. Y Piketty augura que si no se hace nada, la desigualdad aumentará aún más en el mundo para el año 2050.
El libro detalla los factores
que han ido creando y agravando la desigualdad en Occidente, desde la Revolución
Francesa hasta hoy, con numerosos cuadros muy explícitos y un lenguaje denso
pero entendible. Sobre la desigualdad en
el mundo, me ha impactado este dato: los 900 millones de personas que viven
en el África subsahariana ingresan menos (1,8 billones euros) que los 66
millones de franceses (2 billones euros). Y el ingreso medio de un europeo,
japonés o norteamericano es de 2.500-3.000 euros/mes frente a 150-250 euros de
un indio o un africano. Sólo en Occidente,
hace este resumen de la desigualdad hoy: el 10% más rico se lleva el 35% de los
ingresos totales en Europa (el 50% en EEUU) mientras el 50% más pobre se lleva
el 25% (el 20% en USA) y el 40% de clase media se lleva el 40% restante (el 30%
en USA). Y augura que en EEUU, el 10% más rico se llevará el 60% de la riqueza en
2030.
Piketty explica que el
mayor factor de desigualdad es el desempleo y que las herencias
y los impuestos han ayudado a los
ricos a ser cada vez más ricos, sobre todo desde los años 80, cuando los impuestos
al capital han bajado porcentualmente en todos los países. Analiza la explosión
de los salarios de los altos
ejecutivos: hay 260.000 súperejecutivos norteamericanos que ganan más de 1,5 millones
de dólares anuales. Y resume que el 1% más
rico, la clase dominante en Occidente (9 millones de personas) controla ya
el 20% de la riqueza total en EEUU (y el 10% en Europa) mientras el 99% restante (890 millones de
personas) tiene el 80%. Y que para 2030, si no se remedia, ese 1% de superricos
tendrán en 25% del pastel.
¿Remedios? Piketty propone establecer un impuesto mundial sobre el capital,
con una tasa variable (del 1 al 10%) a aplicar a los patrimonios de más de un
millón de euros. La función principal de este impuesto no sería tanto recaudar
(podrían ingresarse unos 300.000 millones
de euros en Europa) como regular el capital y conseguir una información y transparencia
sobre la riqueza mundial que hoy no existe. Y frenar el crecimiento de la
desigualdad, que aparece para muchos como uno de los mayores problemas del
capitalismo actual.
El segundo libro es complementario del anterior: “La riqueza oculta de las naciones”, del también economista francés Gabriel Zucman. Porque explica de forma
sencilla y muy divulgativa (150 páginas) cómo los superricos evaden impuestos
colocando su dinero en paraísos fiscales: un 8% del total, nada menos que 5,8
billones de euros. El libro detalla el surgimiento de Suiza como primer paraíso fiscal, tras la I Guerra Mundial (como
refugio de los capitales europeos) y el salto que da la banca suiza tras la
segunda Guerra Mundial, con sus tretas y falsificaciones para evitar el control
de los Gobiernos. Y cómo, a partir de los años 80, son los grandes bancos
suizos los que diversifican su estrategia, creando paraísos fiscales y empresas
opacas en terceros países, desde Hong-Kong,
Singapur, Bahamas, Jersey o Luxemburgo, el segundo mayor paraíso fiscal, en
el seno de la Unión Europea.
El mayor mérito de este libro es describir claramente cómo han
operado la banca suiza y los paraísos fiscales para ocultar durante décadas
a los Gobiernos las cuentas de sus clientes, recurriendo cuando ha hecho falta
a la mentira y al engaño. Y cómo, a pesar de las últimas normativas de EEUU (ley
FATCA) y de Europa (Directiva de Ahorros), el
dinero sigue oculto: son 5,8 billones de euros opacos, un tercio en Suiza (1,8 billones, 1 billón de
europeos, 80.000 millones de españoles). Un dinero que no paga impuestos: se pierden 130.000 millones de euros anuales, 50.000
millones que pierde Europa (y 6.000 España).
Zucman cree que se
puede luchar contra los paraísos fiscales, pero que hay que hacerlo con
voluntad política y a nivel europeo y
mundial, utilizando dos importantes bazas: las sanciones financieras y comerciales, sobre todo en el caso de
Suiza: el 35% de sus exportaciones van a Alemania, Francia e Italia y si
tomaran medidas, imponiendo aranceles o sanciones mientras mantengan el secreto
bancario o la opacidad fiscal, las autoridades suizas se verían obligadas a ser
transparentes. Y en paralelo, apoya la creación
de un impuesto mundial sobre el capital que propone Piketty, también como él no sólo por recaudar más sino para
crear un registro mundial de capitales, un “catastro” mundial, que debería
gestionar el FMI. Y defiende además una regulación
mundial del impuesto de sociedades, para evitar que las multinacionales
aprovechen los paraísos fiscales para evadir impuestos.
El tercer libro tiene mucho que ver con la desigualdad: “El Hambre”, del periodista argentino Martín
Caparrós, un extenso análisis (624 páginas) que intenta ahondar sobre la
mayor vergüenza de nuestro tiempo: 1.000
millones de personas, 1 de cada 7 humanos, que no comen lo que necesitan,
lo que provoca que 25.000 personas mueran cada día, un tercio niños.
El libro habla no tanto del hambre como de las
personas que lo sufren, con testimonios
que Martín Caparrós ha recogido en tres continentes, desde Níger (1 de cada 7 niños muere por el
hambre antes de cumplir 5 años), India
(el país con más desnutridos del Planeta, con 50 agricultores que se suicidan
al día por no poder dar de comer a sus familias), Bangladesh (165 millones de habitantes, un 46% desnutridos y miles
de familias que no llevan a sus niños famélicos a las ONGs porque no quieren
aceptar que enferman por hambre), Argentina
(con pobres viviendo de recoger basura, la contrapartida del hambre: entre un
30% y un 50% de la comida se tira o no se aprovecha, en los países ricos y en los
pobres), Sudán del sur (el último
país independiente, 10 millones de habitantes, la mitad pasan hambre), Madagascar (la isla del índico donde un
35% pasa hambre) al mismo Chicago
(EEUU), muestra del hambre (800.000 personas malnutridas, un 15% de la
población) en el país más rico del mundo.
El libro repasa las
grandes cifras del hambre, tan brutales que nos han insensibilizado: 2.000
millones de malnutridos, 805 millones de
hambrientos “oficiales” (FAO) y 3
millones de niños que mueren cada año por causa del hambre. Y profundiza en las causas, que no son la falta de
comida, sino la globalización y la desigualdad. Hasta 1990 y en el último
siglo, África exportaba alimentos. Pero a raíz de las políticas de ajuste y globalización impulsadas por el FMI y el Banco
Mundial, se defendió un cambio de modelo, en el que África, Asia y Latinoamérica
iban a desmantelar su agricultura tradicional y centrarse en cultivos extensivo
(soja, maíz, algodón) para el mercado mundial, pagando así los intereses de su
deuda. Y suprimiendo sus políticas de reservas estratégicas y alimentos
subsidiados, que “iban contra el mercado”. La consecuencia es que estos países se
ven forzados a importar alimentos de los países ricos, a precios que no pueden
pagar.
En paralelo, se han producido otros hechos que han agravado el hambre. Por un lado, los países ricos han multiplicado sus cosechas,
subsidiadas por sus Gobiernos (en Europa y USA), con un exceso de grano que ha
ido a alimentar animales (el 70% del
maíz USA), porque cada vez se consume más carne. Y ese grano (maíz, trigo, sorgo),
que en los países pobres consumirían las personas, va a alimentar vacas, cerdos
o gallinas. Y así, quien come carne ”se apropia” de la comida de 5 a 10
personas en el Tercer Mundo. Además, la crisis del petróleo desvió alimentos
para biocarburantes, sobre todo
maíz. Llenar un depósito de un coche de etanol consume 170 kilos de maíz, la
comida de un niño africano durante un año…Y por si fuera poco, en los años 90,
los bancos de inversión empezaron a especular
con alimentos, que cotizan en la Bolsa de Chicago, y en 2008 había 317.000 millones
invertidos en comida, que dispararan los precios de los granos, agravando el
hambre en el mundo.
Las perspectivas son
preocupantes, porque el crecimiento demográfico, la mayor demanda (los pobres comerán más cada año...) y el cambio climático van a
hacer que la comida sea más valiosa que el petróleo. Y eso aumentará más
la especulación y los precios de los alimentos. De hecho, desde hace varios años
asistimos a un “nuevo imperialismo”, un proceso de “apropiación de tierras” para el cultivo en África, Asia y Latinoamérica
por parte de inversores de China, India, Corea y multinacionales o fondos de
inversión de Europa y Norteamérica, que ya han comprado 56 millones de hectáreas, más que la
extensión de España. Y que lo hacen para expulsar a los agricultores nativos
(como ha pasado en Brasil) y producir alimentos masivamente para la
exportación, no para arreglar el hambre de esos países.
El libro de Martín Caparrós deja bien claro que el problema del hambre no es falta de comida: hay suficiente para alimentar a 12.000 millones de personas y somos
7.000. El problema es que la comida está mal repartida y unos comen mucho (un tercio de los
americanos son obesos) y mucha carne
(se destina el grano a engordar los animales, no a los hambrientos) mientras otros no comen ni pueden producir
alimentos, que han pasado a ser un gran mercado mundial, controlado por las
multinacionales, a precios cada vez más elevados, que los pobres no pueden
pagar. Y arreglarlo exige no más ayuda
humanitaria (parches) sino cambios drásticos en el sistema.
Y vayamos al cuarto libro, el que más me ha impactado: “Eso lo cambia todo. El capitalismo contra el clima”, de la periodista
canadiense Naomi Klein. Y me ha impresionado (acongojado incluso) porque aunque creía que conocía el problema del
cambio climático, es mucho más grave
y acuciante de lo que pensaba: estamos muy al borde del precipicio (las emisiones en 2013 son un 61% más
altas que en 1990, a pesar de llevarse 20 años negociando recortes y haberse
celebrado 90 Cumbres del Clima) y nos
queda poco tiempo (los expertos más serios creen que o tomamos medidas drásticas
antes de 2017 o después ya será tarde).
El libro, riguroso y muy documentado (703 páginas), parte de una premisa novedosa: no se puede luchar de verdad contra el
cambio climático sin poner en cuestión el sistema, porque es el propio capitalismo el que ha llevado a
destruir el clima. Por eso, analiza con detalle Klein, los conservadores de todo el mundo (desde
los republicanos en EEUU a Rajoy en España ) tratan de “negar” el cambio climático: porque saben que si los
científicos tienen razón, la única manera de luchar contra las emisiones es
poner en cuestión el sistema y los valores que la derecha lleva más de tres
décadas defendiendo, apostando por medidas
que no les gustan: más
intervencionismo del Estado, más control sobre las empresas y el mercado, menos
petróleo, carbón y gas y más apoyo público a las renovables, menos consumismo y
otro estilo de vida, más sostenible.
Y sobre todo, el fin
de las extracciones de petróleo, carbón y gas: si no dejamos en el subsuelo,
las reservas probadas en todo el mundo
(27 billones de dólares) y las extraemos y quemamos, son 5 veces los gases que la atmósfera puede absorber, poniendo en peligro
nuestra subsistencia. En paralelo,
habría que obtener nuevos recursos (“quien
contamine, pague”) para financiar el cambio de sistema, apoyando las energías
renovables y promoviendo un nuevo esquema de vida, menos contaminante, desde
las viviendas al transporte, la industria o la agricultura. Y con menos
consumismo, porque producir sin freno es la mayor fuente de emisiones. Y sobre todo, es importante, repartir el
esfuerzo. El 70% de las emisiones que ya están en la atmósfera son culpa de los
países ricos, que llevamos dos
siglos contaminando. Pero ahora, la mayor contaminación procede de los países pobres, sobre todo de China, que
al ser la fábrica del mundo es también su “chimenea”. Y los países emergentes
dicen que no pueden frenar su desarrollo para no contaminar. Pero sin frenar estas
emisiones, las que ahora más crecen, nos pasamos todos los límites y el cambio
climático será imparable. Por eso, hace
falta que los países ricos les ayuden a
financiar los cambios y les transfieran nuevas tecnologías a bajo coste.
El libro de Klein alerta sobre el riesgo de que, como las medidas contra el cambio climático han de ser muy drásticas, aparezcan falsas alternativas bajo la esperanza de “tecnologías
milagro”, como bombardear la
estratosfera con azufre (para crear millones de espejos de SO2 que reduzcan los
rayos del sol), máquinas para captar CO2, la siembra de nubes o la fertilización de los océanos. Las analiza, explica sus contras
(peligrosos) y reitera que antes de buscar un Plan B hay que centrarse en el Plan A: huir de los combustibles
fósiles (petróleo, carbón y gas), desarrollar las energías alternativas y
cambiar el sistema, buscando un crecimiento sostenible.
Al final, Naomi Klein se muestra pesimista de que los Gobiernos tomen medidas
efectivas, porque han de ser muy
drásticas y atentan contra empresas y
sectores muy poderosos, que no querrán hacerse
el harakiri. Y lo compara a la lucha contra la esclavitud. Su esperanza está no en los movimientos
ecologistas (critica muy duramente a los convencionales) sino en los
movimientos de base, en los miles de personas que cada día se movilizan en
defensa de la naturaleza, desde Ecuador o Canadá y de Nueva York a Grecia o
Gran Bretaña, contra los oleoductos, el fracking, las minas de carbón o las
arenas bituminosas. Un movimiento cada vez más masivo, que defiende no destruir
la tierra de todos. Sólo la gente puede
salvarnos.
Y para desengrasar, un comic: “Lo que me está pasando. Diarios de un joven emperdedor”, de Miguel
Brieva. Un libro ilustrado, con un papel que huele a papel (¡huélalo¡),
donde desfilan los delirios de un joven que se mezclan con la realidad (más
tremenda que sus sueños). Un relato
gráfico de calidad, que pretende hacernos reflexionar
sobre lo cotidiano en clave diferente. Extraño pero interesante, como la
vida misma. Y diferente a los comic habituales.
Espero que alguno de estos libros le interese y le ayude a
entender mejor nuestro mundo. ¡Felices vacaciones¡ … y hasta septiembre.
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