miércoles, 21 de marzo de 2012

¿ Para qué sirven los economistas?


No nos avisaron de la crisis, porque la mayoría no creía que los mercados pudieran fallar. Y ahora, nos dan “doctrina” todos los días, desde instituciones, Gobiernos y tertulias. La mayoría son “fundamentalistas del ajuste” y ayudan a que la opinión pública se crea culpable de la crisis, por haber “gastado de más”. Y vuelven a defender la tesis de más mercado y menos Estado, olvidando que esa teoría nos trajo esta crisis. Llevamos cuatro años de crisis y los economistas no tienen recetas para salir, sólo para ahondar en la recesión. Y son minoría los que piden “ir por otro camino”, reanimar la economía y no cargar la crisis sobre los más débiles. Hay que aprender de más de un siglo de crisis cíclicas, provocadas por ideas económicas fundamentalistas, la desregulación y la codicia.
enrique ortega

Los economistas han salido mal parados con esta crisis. Primero, porque no nos advirtieron de que venía, de que había una burbuja a punto de estallar.  Y eso pasó porque la mayoría estaban ciegos por su fe en los mercados eficientes y perfectos, donde las crisis eran “imposibles”. Lo peor es que muchos economistas ayudaron a gestar la crisis, con su corriente de pensamiento único a favor de la desregulación de los mercados, con el lema “menos leyes y más mercado”. Economistas que influyeron en Reagan, en Bush padre e hijo y hasta en Clinton para que mercados y bancos se “autorregularan”, que es una forma fina de decir que hicieran lo que quisieran. Y así pasó: la economía se convirtió en un casino donde todo valía con tal de forrarse. Hasta que estalló la burbuja. Y en ese camino, también muchos economistas se hicieron millonarios, como denuncia el oscarizado documental Inside Job.

El capitalismo sufre crisis periódicas, la más grave la Gran Depresión de 1929. Pero tras diez años de crisis y la “ayuda” de la II Guerra Mundial, los países occidentales sientan las bases en 1944 (Bretton Woods) de un largo periodo de estabilidad, que se rompe en 1973 y 1979, con la crisis del petróleo y luego con las crisis de los años 80 (Latinoamérica), 90 (Asia y Rusia), 2000 (crisis punto.com y escándalos Enron y WorldCom) y finalmente la de 2007, la de las hipotecas basura, donde un factor clave fue la desregulación propiciada por Bush hijo desde 2001. Y faltó vigilancia: el propio FMI reconoció en 2011 que la supervisión de este organismo entre 2004 y 2007 (dirigido por Rato) fue nefasta, porque creían que una crisis financiera era “imposible”.

Pero llegó y con violencia, de la mano de una banca de negocios que operaba al margen de la economía real, como revela Inside Job. Y los Gobiernos (y los economistas), se olvidaron en un primer momento del mercado para echar mano del denostado Estado y su Presupuesto, para salvar bancos, aseguradoras y empresas, inyectando 700.000 millones de dólares en EEUU y otros 400.000 millones de euros en Europa. Hablaron incluso en el G-20 de “refundar el capitalismo”. Pero luego, se les olvidó y volvieron a las viejas recetas, a los recortes del déficit, al fundamentalismo de más mercado y menos Estado. Y nos metieron en la recesión.

Tras cuatro años de crisis, economistas y Gobiernos conservadores nos han inoculado un sentimiento de culpa, para que creamos que la crisis se debe a que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y no a la especulación financiera de unos pocos. Y las mismas ideas que nos metieron en esto están detrás de la política europea de ajustes, ayudados con la amenaza de los mercados, en perjuicio de soluciones políticas democráticas. Y todo ello contribuye a la economía del miedo, como analiza el excelente libro de Joaquín Estefanía. Miedo al futuro, a que nuestros hijos vivan peor, miedo de las clases media a proletarizarse (el precariado), lo que provoca que tener un empleo estable se vea como un privilegio por el que hay que pagar cualquier precio.

Hay que insistir, frente a los fundamentalistas del recorte, que no es el déficit el que ha traído la crisis, sino que la crisis ha provocado el déficit. Y que los economistas no pueden olvidar la historia: nunca se ha salido de una recesión con recortes, ya que la agravan más. Les pasó en los años 30 al conservador Hoover en Estados Unidos tras la Gran Depresión, al laborista británico Mac Donald (como a ZP) y al canciller alemán Brünning, que abrió el camino a Hitler. Pero ahora, muchos economistas quieren llevarnos por ese camino, bajo el síndrome de Berlín: países y ciudadanos que hacen suyas las tesis de los que les castigan con duros ajustes. Y la socialdemocracia, que ha colaborado con el ajuste en Europa, no tiene recetas.

Primero ajustes y luego crecimiento, una mentira repetida mil veces que parece una verdad. Y es que la perversión del lenguaje es también un arma de muchos economistas fundamentalistas: “devaluación competitiva de salarios” (BCE) en vez de bajada de sueldos, “consolidación fiscal”, “ahorros”, “ajustes” en vez de recortes, “recargo temporal de solidaridad” (Sáenz de Santamaría) en lugar de subida de impuestos, “crecimiento negativo” (ministro de Guindos) en vez de recesión, “ticket moderador” en lugar de copago, “impacto asimétrico de la crisis” en vez de desigualdad, “racionalización de plantillas” en vez de despidos, “excedentes empresariales” en vez de beneficios… Y todo ello, con el apoyo de la mayoría de los medios de comunicación, altavoces del fundamentalismo económico, quizás con la pretensión de conseguir así alguna ayuda para su grave crisis empresarial.

Hay otros economistas, todavía pocos, que no defienden el fundamentalismo de los recortes y el mercado, como economistas frente a la crisis o econonuestra. Y Universidades y Escuelas de negocio que empiezan a hacer autocrítica y enseñar a los jóvenes otra economía, no a que sean los cachorros del capitalismo de casino. Pero la clave es formar mejor a los ciudadanos, a todos, en la economía, desde la escuela, para inculcarles una ciencia que debe orientarse a mejorar la vida de la gente, no a justificar recortes y pérdida de derechos.

De esta crisis saldremos, como de decenas antes en el último siglo. Pero aprendamos para el futuro: habrá más crisis y nadie nos avisará, tampoco los economistas. Porque el origen de todas las burbujas es  la codicia, que está en los genes humanos. Mientras, leamos, estemos abiertos a distintos análisis, huyamos del pensamiento único, pensemos, vivamos. Y que no nos coman el coco. Sólo hay que tener miedo al miedo.  

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