Cuando vamos al súper, no sabemos la pelea que hay detrás de los alimentos que compramos, entre los agricultores
y ganaderos que los producen, las industrias que los transforman y los
supermercados
que nos los venden. Cada uno busca su margen, en una cadena que nos pone el
carro de la compra por las nubes.
Pero en esa pelea, los que venden al final son los que se
llevan la mejor parte, porque son muy
poderosos: cinco grandes supermercados controlan el 64%
del mercado de los alimentos, un 27% sólo uno, Mercadona. Y con esa fuerza, imponen
sus condiciones, marcas blancas y
precios. Ahora, el Gobierno ha aprobado una Ley para evitar abusos,
aplaudida por el campo y las industrias. Falta ver que no acabe subiéndonos más los precios a los consumidores, después que en 2012, con la recesión, haya
caído el consumo de alimentos, por
primera vez en dos décadas.
enrique ortega |
Los españoles nos
gastamos unos 60.000 millones de
euros al año en comer
y beber, unos 4.100 euros por hogar (7 de cada 100 euros del gasto
familiar). Un pastel por el que se pelean cada día tres sectores: los que producen los alimentos, los que los fabrican
y los que los venden. Una cadena con una fuerza
muy desigual: frente a un millón
de agricultores y ganaderos muy
dispersos (en realidad sólo 330.000
producen efectivamente alimentos para vender) hay 30.000 industrias (la mitad pequeñas, con menos de 2 trabajadores,
y sólo una decena venden más de 2.000 millones) y una docena de grandes distribuidores (híper y grandes supermercados)
que les compran a ambos y controlan la venta final a los
consumidores: qué se vende, con qué calidad y a qué precio. Son los que mandan.
El problema de
esta cadena
alimentaria es que al final se produce un embudo: los alimentos
han de pasar por el control de los distribuidores, que son los que los venden. Y son pocos y con mucho poder. Cinco de ellos controlan el 64 % de la
distribución (2011), según un estudio
de The Battle Group: Mercadona (27%), Carrefour
(12,2%), grupo Eroski (9,6%), Día
(9,4%) y grupo Auchan-Alcampo (5,8%). Y
ese poder les ha llevado a imponer sus condiciones de compra a
agricultores, ganaderos e industrias alimentarias. Incluso fijando condiciones
abusivas, según denunció
la Comisión de Defensa de la Competencia
(CNC): pagos y condiciones especiales por vender productos, retraso en los
pagos, publicidad ilícita y gestión desigual de marcas… Y han utilizado técnicas
de vender a pérdidas “productos gancho”(leche, aceite, conejo),
tirando precios y hundiendo a
agricultores y ganaderos.
Con todo, el gran
cambio ha sido el lanzamiento de las marcas
blancas de estos distribuidores, convertidos así en “juez y parte”: venden artículos de marca de productores e
industrias y venden a la vez sus marcas blancas. Y ayudan a sus marcas con prácticas
que se consideran abusivas
y que desvela un informe
de The Battle Group: les cargan menores márgenes que a las marcas de
fabricantes (entre 2 y 28 veces menos), les colocan mejor en sus estanterías y
les dan un mejor trato en compras y pagos. El resultado ha sido el boom de las marcas blancas, apoyado en su bajo precio y alta calidad: ya suponen el 36,7 % de la cesta de la compra (eran
el 22% en 2004), según Nielsen.
En alimentación, las marcas blancas
acaparan ya el 43,5% del mercado, en bebidas el 20%, en droguería y limpieza
el 50,8% y en perfumería e higiene el 22,4% de las ventas.
Las marcas
blancas se han consolidado en nuestras compras (España es el cuarto país donde tienen más
peso en Europa), pero eso ha dado una
fuerza tremenda a los cinco grandes
distribuidores,
en especial a Mercadona, la que más crece. Y están pasando tres cosas. Una, que las marcas blancas están hundiendo a muchas industrias y marcas
de fabricante, expulsando competidores. Y con ello, han podido subir los precios de sus marcas blancas, como demuestra el estudio
de The Battle Group. Y la tercera, que su política de compras (y ventas a pérdida, con “precios
escaparate”) está hundiendo el campo.
Por ello, agricultores,
ganaderos e industrias llevan años pidiendo
medidas al Gobierno, acusando a los grandes distribuidores de oligopolio,
sobre todo en
algunas autonomías (Mercadona controla el 41,6% de las
ventas alimentarias en la Comunidad Valenciana y el 32,4% en Andalucía,
mientras Eroski controla el 46,3% de las ventas en Euskadi, donde va a entrar ahora Mercadona, con 25 nuevos supermercados). El Gobierno Zapatero sacó una Ley de la cadena alimentaria en julio
de 2011, pero no pudo aprobarse
por el adelanto electoral. Ahora, el Gobierno
Rajoy ha aprobado una
nueva versión, muy similar, que está en el Congreso y podría salir en julio, unos meses antes
de que Bruselas apruebe una normativa
comunitaria para dar transparencia al mercado alimentario.
La Ley
que se debate en el Parlamento obliga a productores, industria y distribuidores
a hacer contratos por escrito en la compra de alimentos y productos, prohibiendo las ventas a pérdida y las prácticas comerciales abusivas, así
como la gestión ilícita de marcas. Y
establece multas de 3.000 a 1 millón de euros. Además del palo de la Ley, habrá la
zanahoria de “Códigos de buenas
prácticas” en los contratos
alimentarios, todo ello supervisado por una Agencia de Control Alimentario y un Observatorio que vigilará conductas y precios. Una Ley aplaudida
por las organizaciones agrarias y la industria alimentaria, porque traerá
más control y transparencia, aunque el gran poder de las distribuidoras
está ahí. Y como ahora tendrán más complicado imponerlo, puede que las nuevas normas
(criticadas
por la CNC) se acaben traduciendo, para
los consumidores, en futuras subidas de precios de los alimentos.
Pero algo había que hacer, porque las marcas blancas y los grandes supermercados están cambiando
nuestros hábitos
de consumo. Con el gancho de comprar más barato, tenemos menos
donde elegir y hay menos innovación en los alimentos (son las marcas de
fabricantes las que lanzan el 80% de los nuevos productos, según un estudio
de ESADE). Además, han desaparecido las tiendas
tradicionales (28% ventas) y han caído incluso los híper (16%), que se han
dejado juntos un tercio del negocio en beneficio de los grandes
supermercados (47% ventas), por el tirón
de las marcas blancas.
Quizás sea ir contra
corriente poner orden en el mercado
alimentario, pero si no apoyamos al campo,
cada vez habrá menos agricultores y
ganaderos dispuestos a producir alimentos (no les compensa y cierran, como han hecho 40.000 de los
60.000 productores
de leche que había hace una década). Hay que ayudarles a que se organicen y monten
cooperativas fuertes, que puedan
negociar con los grandes distribuidores (hoy, las 4.000
cooperativas españolas venden casi lo mismo que las cuatro grandes
cooperativas de Holanda).
Hay que ayudar a la industria
alimentaria española, para que compita con transparencia, innove y
exporte, porque es algo con lo que podemos
competir fuera. Y todo ello, simplificando
y haciendo transparente la distribución,
porque no es de recibo que los alimentos tripliquen y cuadrupliquen su precio del campo al súper, según
demuestra cada mes el Observatorio
de precios.
Precisamente, los precios
altos y la recesión
han dado la puntilla al consumo de alimentos, que ha caído en 2012, según Nielsen,
por primera vez en varias
décadas. Hay que cambiar el modelo,
aprovechando la nueva Ley. Sin reglas claras y precios transparentes
en la alimentación, sufriremos todos, menos los grandes distribuidores. Y con la comida no se juega.
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