Esta crisis que
nos asfixia es fruto del estallido de dos burbujas: una internacional, la
burbuja
financiera con epicentro en EEUU y otra española, la burbuja del ladrillo.
Mientras el mundo se recupera
(lentamente) de la primera, España no busca un nuevo modelo de crecimiento,
que sea una alternativa a la construcción. Salir
de la crisis pasa por reanimar la industria, la gran pagana del “milagro español” de los últimos 25
años: pasó de ser el 23% de la economía al 12%. Hay que recuperar la industria
perdida, porque es la base de la
riqueza y el empleo, como demuestran Alemania
y el País Vasco, con más
industria que el resto. Eso obliga a gastar más en formación y tecnología, dar más
créditos y ayudas a industrias con futuro, promover empresas
más grandes y apostar por el diseño y la calidad. Cambiar el ladrillo por la
industria y la tecnología, los motores
para salir de la crisis.
enrique ortega |
En los últimos 25
años (1985-2010), España ha duplicado su producción, gracias a
una fuerte inversión en vivienda e infraestructuras, que
hemos pagado con una enorme deuda que todavía nos ahoga (2,8 billones, de los que aún debemos casi
un billón). Los motores del “milagro español” han sido la vivienda
(35% de la inversión) y las infraestructuras
(30%), que explican por sí solas más de
la mitad del crecimiento, repartiéndose el resto a medias entre el comercio y la hostelería y los servicios públicos (Estado del
Bienestar). Un crecimiento apoyado en el
cemento, el ladrillo y los servicios que ha marginado a la industria, hundida
en el proceso: pasó de aportar el 23% del
crecimiento en 1985 al 12,3% en 2010, según el interesante libro sobre
nuestro modelo de crecimiento escrito por tres economistas de CCOO (descargar
gratis aquí).
La industria fue,
con el turismo, la protagonista del anterior
milagro español, el desarrollismo
de sesenta, empujada por grandes empresas públicas de automoción
(SEAT), siderurgia (ENSIDESA), naval (Astilleros), defensa (Bazán, Santa
Bárbara), electricidad (ENDESA), energía (INH-Repsol), aluminio (ENDASA),
celulosa (ENCE), fertilizantes(ENFERSA) o turismo (ENTURSA),englobadas en el INI. En 1970, la industria
representaba un 40% de la economía.
Pero llegaron las crisis energéticas de 1973 y 1979 y el gigantismo industrial del franquismo hizo aguas, obligando a una dolorosa reconversión
industrial a partir de 1983. Y después, su protagonista, el ministro Solchaga, ya en Economía, puso en
marcha un modelo de desarrollo
especulativo (“España es el país donde más dinero se puede
ganar a corto plazo”, dijo en febrero de 1.988) que sentó las bases de una economía apoyada en el cemento (infraestructuras
públicas), el ladrillo y las finanzas.
Y la industria cayó a la mitad,
aportando sólo el 23 % del crecimiento en 1.985 (25,6% con la energía).
Tras dos burbujas del ladrillo (1.985-1.991
y 1.998-2008), el peso de la industria
volvió a caer otra vez a la mitad, aportando un 12,9% en 2007 (15,5% con la
energía), mientras la superaba la construcción
(pasó de suponer un 6,3% de la economía en 1985 al 12,4% en 2007) y seguía
aumentando el peso de los servicios
(del 51 al 59,4% en 2007). La crisis
fue la puntilla a la industria, en toda Europa
pero más
en España, donde la producción industrial ha caído en cuatro de los últimos cinco años (-38,1%). Y así, en 2011, el peso de la industria era del 12,3% (15,5% con la energía), por
debajo de la media europea (18,3%)
y muy alejado del peso de la industria en Alemania
(23,5%), Italia (18,8%) o Suecia (19,7%).
Con la crisis, han cerrado
una de cada cinco industrias y sólo
un 7% de empresas se dedican a actividades industriales. Algo especialmente
grave, porque la industria es un sector
con más ventajas económicas que el resto, como resume un informe
de PWC: crea más riqueza por
empleado (68.000 €, frente a 50.000 en los servicios), ha perdido menos empleo
(-895.500, uno de cada cuatro, frente a -1.619.100, dos de cada cuatro en la
construcción), con menos paro (un
12,3%, frente al 26% de la economía) y empleos
de más calidad (83,2% son fijos, frente al 73% global), es un sector muy exportador
(aporta el 88,6% de las exportaciones españolas), el que más invierte en tecnología (casi la mitad del total en I+D+i, cinco veces lo que el resto por
cada euro ingresado) y tiene un gran
efecto de arrastre sobre el resto
de la economía, especialmente los
servicios.
Por ello, se cumple el axioma
de que a más
industria, más riqueza. Es el caso de Alemania y en España, de dos
autonomías con más industria que el resto: País
Vasco (27% industria) y Navarra (23%),
que tienen casi la mitad de paro
(15,93% Euskadi y 17,15% Navarra), los salarios más altos,
las mejores
pensiones y la mayor
renta per cápita (31.288 € y 30.068, frente a 23.271 € de media en
España), básicamente por su mayor
desarrollo industrial y tecnológico
(también por el concierto económico), que contrasta con la escasa industrialización de Canarias (7% industria), Andalucía
o Extremadura (10%), las autonomías
con más paro y menos renta, no por casualidad.
Para salir de la crisis, España tiene que cambiar su modelo productivo y recuperar
la industria, como motor de la
recuperación. Ello exige tomar distintas medidas. La principal, apoyar a la industria desde el Estado con formación
y tecnología: España gasta menos en
I+D+i que el resto de Europa (1,39% del PIB frente al 2,09) y, sobre todo, las empresas españolas gastan
en tecnología la mitad que las europeas. Además, la industria necesita
para sus inversiones ayudas y financiación (créditos ICO),
hoy cara y escasa. Y hay que ayudarlas con
la exportación
y los costes, no sólo salariales
(se han moderado desde 2010), sino los demás, desde la burocracia y la logística (ferrocarril, puertos) hasta la energía, un verdadero
problema para la mitad de las industrias, porque es un 15% más cara que en Europa. Y moderar los precios
(márgenes), que han subido en España (1.992-2011) un 18,4% más que en la zona
euro, donde exportamos dos tercios de nuestros productos.
Otro punto clave es conseguir
unas industrias más grandes: en
España hay demasiadas pymes (95%
empresas con menos 10 empleados) y pocas grandes empresas (sólo
el 0,2% tienen más de 200 empleados). Sólo tenemos 3.305 empresas con más de
250 trabajadores (0,1%) cuando en Alemania
hay 8.995 (0,5%). Y este raquitismo empresarial tiene negativas consecuencias, porque las grandes empresas son más
productivas, más innovadoras, más propensas a exportar y con empleo más estable.
La prueba es que si España tiene un
20% menos de productividad que Alemania es
por las pymes, ya que nuestras grandes
empresas son más más productivas que las alemanas, según un estudio
de La Caixa. Para conseguir industrias más grandes, el Gobierno debe
modificar la inspección fiscal (se
vigila más a las más grandes), el régimen de ayudas (muchas se pierden por tener más de 250 empleados) y
facilitar con créditos y fiscalidad
la fusión de empresas.
Al final, la Comisión
Europea acaba de descubrir
que hace falta reindustrializar Europa
para salir de la crisis, lanzando como objetivo que alcance un 20% de peso en la economía. En
España, el Gobierno Rajoy no
tiene política industrial (liberales ellos, piensan que “la mejor política industrial es la que no
existe”) y lleva dos años recortando el
presupuesto de Industria (-25% entre 2012 y 2013). Pero no hay país cuya industria avance sin un empujón público. Hay que ayudar
a los sectores clásicos: automóvil (España es el 2º fabricante europeo),
bienes de equipo, metal y máquina herramienta (terceros fabricantes de Europa),
industria química y farmacéutica, textil, calzado y cerámica… Y, sobre todo,
apoyar a nuevos
sectores con futuro: aeroespacial
(somos 5º fabricante europeo), biotecnología,
TIC y contenidos digitales, industrias del agua y medioambientales, energías
renovables, agroalimentación, material de transporte (AVE), industria de la
salud y nuevos materiales…
Es hora de apostar de verdad por la industria para salir de la crisis, buscando
nuestro hueco en Europa y en el mundo. Tapar
el hueco del cemento y el ladrillo con industrias sostenibles, que
recuperen los 3,5 millones de empleos perdidos y creen más para las nuevas
generaciones. No podemos ser un país de
turismo y servicios. Sin industria no
hay futuro.
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