El CO2, el gas que más contribuye al calentamiento global del Planeta, alcanzó en mayo el nivel más alto en millones de años. Un dato que revela el fracaso en la lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero,
sobre todo en países emergentes. En Europa, ha entrado en crisis el mercado
de CO2, donde el dióxido
de carbono cotiza como el
petróleo, el café o los cereales: las empresas que más contaminan tienen que
comprar derechos y pagar por sus emisiones. Pero los precios se han desplomado y una
tonelada de CO2 cuesta lo que una hamburguesa: ahora, contaminar es muy barato. Bruselas propone intervenir para
subir la cotización del CO2,
pero empresas y Parlamento europeo se
oponen, porque temen arriesgar
industrias y empleos. La
prioridad debe ser salvar el Planeta: si nos
lo cargamos, por no reducir las
emisiones de CO2, entonces sí pondremos en
peligro la economía y el empleo.
enrique ortega |
El evidente cambio climático
es el síntoma, la fiebre que alerta de que la Tierra está enferma. Y el gas que más contribuye al calentamiento
global, al retener parte del calor que emite la Tierra, es el CO2, producido
por la combustión de combustibles
sólidos (petróleo, gas carbón) utilizados para producir electricidad y cemento, las industrias, el
transporte o las calefacciones. En mayo,
la agencia norteamericana NOAA daba
la alarma: la concentración de CO2 en la atmósfera superó
la frontera de las
400 partículas por millón (ppm), por
primera vez en los últimos tres millones de años. Y un documento
del Banco Mundial alerta de que, si no se toman medidas
urgentes, a finales de siglo, el CO2 alcanzará las 800 ppm, lo que causaría una subida de la temperatura de la Tierra
de 4 grados, algo muy peligroso:
provocaría sequías, inundaciones, malas
cosechas, hambre, migraciones y una grave
crisis mundial.
Para evitarlo se firmó en 1997 el protocolo
de Kioto, para reducir las
emisiones de CO2 y conseguir que la
temperatura de la Tierra “solo” subiera
2 grados para 2050. Pero únicamente firmaron 35 países, quedando
fuera los que más
contaminan (China, Estados Unidos, India y Japón), a los que Europa quiere recuperar con otro
gran Pacto en 2015. Pero mientras, las emisiones de CO2 han
crecido un 30% en la última década, sobre todo por los países en
desarrollo, que crecen produciendo el 54%
del CO2 mundial.
Europa ha sido y
sigue siendo la abanderada contra el cambio climático, aunque
sólo produce el 12% del CO2
mundial. De hecho, lleva reduciendo sus
emisiones desde 2005 (salvo en 2010) y está
cerca del objetivo de recortarlas un 20% sobre 1990 (está en el -18,5%). Y mucho tiene que ver la puesta en marcha, en
2005, el mercado del CO2: Bolsas en la mayoría
de países (en España, en
Barcelona) donde lo que se negocia es
dióxido de carbono, mejor dicho, derechos
sobre CO2 (papelitos).
En 2005, Europa repartió a 12.170
empresas europeas (1.130 españolas)
unos derechos
de CO2, según su nivel de contaminación. Y desde
enero de 2012, también a 5.450 compañías
aéreas que vuelan a Europa. Si emitían más CO2, tenían que comprar derechos en Bolsa a otras empresas que emitieran
menos y vendieran sus derechos. El objetivo: quien contamina paga, quien emite menos cobra.
El mercado del CO2 se inició en Europa pero ahora es mundial
(acaba de abrir en China) y las empresas pueden conseguir derechos
invirtiendo en proyectos medioambientales en Latinoamérica, Asia o África, que
consiguen así financiación. Es lo que han hecho empresas
españolas, como Iberdrola o Repsol,
que han conseguido derechos de CO2 construyendo
hidroeléctricas en Guatemala o enterrando gas en una mina de Argentina. Además,
hay un mercado voluntario de CO2,
asentado sobre todo en la Bolsa
de Chicago, donde se especula con
el CO2 como con el
petróleo o los alimentos (se han creado derivados
sobre CO2), con empresas que consiguen
derechos de CO2 haciendo
inversiones medioambientales que les dan “imagen”.
El problema del
mercado del CO2 en Europa
es que ahora funciona mal. Primero, porque se repartieron demasiados
derechos de CO2 (demasiados papelitos) y con la crisis, las empresas
contaminan menos y tienen derechos de sobra. Y los venden, hacen
negocio con ellos. De hecho, las
industrias españolas han ingresado 1.279 millones vendiendo derechos (sólo
las cementeras, grandes
contaminantes, han ganado 185 millones), mientras el Estado español ha tenido
que pagar, por exceso de emisiones del país, 750 millones desde 2008 (y otros 550 hasta 2014). Y este exceso
de derechos (también por operaciones medioambientales “infladas” en
países en desarrollo) ha provocado un desplome de los precios en el mercado
del CO2: si en 2005 cotizaba
a 23 euros por tonelada (y llegó a 30€ en 2006), ahora cotiza
a 3,99 euros: una tonelada de CO2 cuesta lo que una hamburguesa.
Y claro, así, contaminar
sale muy barato y no compensa a
las empresas invertir para emitir menos CO2. Para evitarlo, la Comisión Europea puso en marcha
en enero el sistema de subastas de CO2: en vez de repartir gratis derechos
como antes, se reparten la mitad y la
otra mitad se subasta, para subir precios. Y ahora, las eléctricas ya no tienen derechos gratis y tienen que pujar por
ellos, aunque nos trasladarán a los
consumidores este mayor coste: se estima que, sólo por esto, el recibo de la luz subirá en Europa entre un 10 y un 15% hasta
2050.
Ni aun así han repuntado
los precios del CO2.
Por eso, la Comisión
Europea ha propuesto ir más allá e intervenir
directamente en el mercado, retrasando
una subasta de derechos de 900 millones hasta 2019. Pero las industrias
han puesto el grito en el cielo,
quejándose de que si suben los derechos, si
les cuesta más contaminar, no podrán competir con industrias de países no europeos, sobre todo emergentes. Y han
conseguido que conservadores y liberales del Parlamento Europeo veten la propuesta de la Comisión, que ha
trasladado el problema al Consejo Europeo. Pero hay muchos Gobiernos, como el
español, contrarios a “intervenir” en
el mercado del CO2: en la banca sí, para mejorar el medio
ambiente no, como ha denunciando la Comisaria europea.
El debate se
plantea en términos de elegir entre
salvar a la industria europea o el medio ambiente. Pero es un falso
dilema: si Europa no reduce sus emisiones de CO2, se acelerará el cambio climático y los
problemas económicos que provocará sumirán al mundo en otra grave crisis . Porque Europa es ahora mismo la región que lidera
la lucha contra las emisiones de CO2 y si el resto del mundo ve que reculamos, no se decidirán a tomar
medidas efectivas. Por eso es clave que los precios del CO2 suban, para que contaminar sea más caro y compense a industrias, particulares y países
recortar sus emisiones.
En este debate
europeo, España debería cambiar de
posición y apoyar los esfuerzos de la Comisión, porque somos el
tercer país europeo que emite más CO2, junto a Grecia e Irlanda. Y aunque hemos reducido
emisiones en
2012 (-1,4%, frente a -2,1% UE-27), por la crisis y el mayor uso de las
renovables en producir electricidad, España ha sido el país europeo donde más han crecido las emisiones (+18,7% entre
1.990 y 2012, mientras caían un -18,5% en Europa). Y respiramos
uno de los peores aires de Europa. Todo ello, porque tenemos una industria energéticamente ineficiente
(gasta el triple que nuestros tres principales competidores UE), una electricidad
donde todavía pesan mucho el
petróleo, gas y carbón (generó 8 millones de Tm de CO2 sólo en 2012) y un excesivo
peso del transporte
por carretera (83% mercancías en España y 45% en UE-27).
En resumen, Europa y España deberían seguir su lucha
contra el cambio climático y para eso es vital que funcionen los mercados del CO2, que cueste más
contaminar, porque no se puede sostener las industrias y el empleo a costa de cargarnos
el Planeta. Lo caro no es reducir
emisiones, lo realmente caro es destruir nuestro hábitat. No son locuras de ecologistas: si no crecemos de forma sostenible, vendrá una crisis peor que ésta. Y será
irreparable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario