Aunque muchos no lo sepan, España fue un país muy industrializado hace unos 50 años: en 1970, la industria suponía más de un tercio de la economía (aportaba el 38% del PIB). Y todavía en 1980, éramos la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el Gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (siderurgia, naval…), ruinosas por la competencia de paises en desarrollo. En los años 90, el Gobierno Aznar privatizó las empresas públicas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera…), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. Resultado: el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,8% del PIB en 1987 se pasó al 16,36% en 2007 y a un mínimo de 15.98% del PIB en 2013, el peor año de la crisis. A partir de ahí, siguió perdiendo peso, hasta aportar el 14,5% del PIB en 2019. Y aunque mejoró su aportación con la pandemia, por el menor peso de los servicios y la construcción, su aportación no superó el 16% del PIB en 2022. Y luego ha seguido cayendo.
lunes, 22 de septiembre de 2025
Industria: España se aleja de Europa
Hemos tenido otro verano récord de turistas, pero no
tanto como se esperaba, por los altos precios, las olas de calor y el
estancamiento económico en Europa tras los aranceles de Trump, que han reducido
los turistas alemanes y franceses. Es el momento de repensar el futuro
del turismo y si España debe crecer siendo la California de Europa,
a costa de hoteles, bares, comercio y ocio, que generan un empleo
inestable (se han perdido 200.000 empleos en agosto) y mal pagado. La
alternativa es promover la industria, avanzar en sectores competitivos
y con futuro, apoyados en la tecnología, digitalización y una energía renovable
que nos aporta tener la luz más barata de Europa. Pero España está
muy rezagada en industria respecto a Europa y hemos perdido 723.500
empleos industriales en este siglo. Urge un Pacto social por la
industria, pero los enfrentamientos políticos tienen parada en el
Congreso una nueva Ley de Industria aprobada por el Gobierno en
diciembre de 2024. Sin más industria no hay futuro. Enrique Ortega
Aunque muchos no lo sepan, España fue un país muy industrializado hace unos 50 años: en 1970, la industria suponía más de un tercio de la economía (aportaba el 38% del PIB). Y todavía en 1980, éramos la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el Gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (siderurgia, naval…), ruinosas por la competencia de paises en desarrollo. En los años 90, el Gobierno Aznar privatizó las empresas públicas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera…), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. Resultado: el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,8% del PIB en 1987 se pasó al 16,36% en 2007 y a un mínimo de 15.98% del PIB en 2013, el peor año de la crisis. A partir de ahí, siguió perdiendo peso, hasta aportar el 14,5% del PIB en 2019. Y aunque mejoró su aportación con la pandemia, por el menor peso de los servicios y la construcción, su aportación no superó el 16% del PIB en 2022. Y luego ha seguido cayendo.
Tras este “desplome industrial”, España es ahora la
17ª potencia industrial del mundo y compite, sobre
todo, en precio (gracias a los menores salarios) y con manufacturas
que aportan poca innovación, tecnología y valor añadido. Pero el mayor problema
es que la industria en España se encuentra muy
rezagada respecto a Europa y la brecha se ha agravado en este siglo.
Así, la aportación industrial en España es del 11,8% del PIB en 2024
frente al 15.6% que aporta la industria europea el crecimiento (el
objetivo de la Comisión es que aporte el 20% en 2030). Y este retraso español en
la aportación de la industria (-3,8%) se ha duplicado en este siglo: en el año
2.000, la industria española aportaba el 17,99 % del PIB, frente al 19,4% la UE
(-1.41% de diferencia), según un reciente estudio
publicado por la Fundación BBVA e Ivie. A lo claro: que éramos
un país menos industrial que Europa en el 2000 y ahora lo somos
aún menos.
Lo más preocupante no es sólo la pérdida de industria en
este siglo, sino sus consecuencias negativas para el empleo. El
estudio revela que la industria española mantenía el 17,3% del empleo en el
año 2.000 (el 18% la europea) y que en 2024 sólo mantuvo ya el 9,9% del empleo
total (13,7% la industria europea), lo que vuelve a indicar que la pérdida
de empleo industrial en este siglo ha sido mucho mayor en España que en el
resto de Europa. La
cifra que aportan la Fundación BBVA e Ivie es muy llamativa: se han
perdido 723.500 empleos industriales en España entre el año 2.000 y el 2024,
un 25% del empleo industrial español. Trabajadores que han
ido al paro o se han reciclado en la construcción y los servicios, con empleos generalmente
más precarios y peor pagados que en la industria.
No sólo se ha perdido empleo y actividad industrial, también
se han reducido las exportaciones españolas de productos industriales,
que ayudaban a generar divisas y empleo, aportando desde fuera al crecimiento global.
Y ahí, de nuevo, España está rezagada respecto a Europa: las
exportaciones industriales aportan el 20,3% del PIB, mientras en la UE-27
aportan el 31,1%, según
el informe. Y eso tiene que ver con los productos industriales que
exportamos (con menos tecnología y menos valor añadido) y con una menor productividad de la industria
española, derivada del menor tamaño de sus empresas, la menor innovación,
digitalización y tecnología, la falta de internacionalización, la ubicación
geográfica y los mayores costes, factores que no compensan unos sueldos
mucho más bajos.
Otro problema de la industria española, según
el informe, es que está demasiado concentrada en sectores menos
productivos y competitivos. Así, el 60% de toda la producción
industrial se concentra en 4 sectores: industria agroalimentaria
(19,4%), metalurgia y productos metálicos (12,7%), industria química y farmacéutica
(12,1%) y material de transporte (11,8%). Significa que tenemos una
industria muy concentrada en “alimentar a Europa” y proveerla de metales, química
y medicamentos, pero con poco peso de las industrias más competitivas y
que aportan más crecimiento y empleo: fabricación de maquinaria y bienes de
equipo (tenemos la mitad de industria que Europa), productos informáticos, electrónica
y óptica (tenemos casi 6 veces menos de industria que la UE-27).
El estudio destaca que la Comisión Europea pretende
relanzar la industria en los próximos años, como palanca para competir
con EEUU y China. Y recuerda que el gran objetivo es que la industria europea aporte
el 20% del crecimiento y el empleo en 2030 (España está lejos, en el
11,8%, mientras la UE-27 alcanzó el 15,6% en 2024, superando el 20% Alemania
pero sin alcanzar ese nivel de industrialización ni Francia ni Italia). Para
mejorar la industrialización, Bruselas propuso a los paises en 2023 (“Plan
industrial del Pacto verde europeo”) utilizar dos palancas: mejorar la
digitalización y afrontar el reto energético, para que la industria consuma
menos energía y más barata.
La primera asignatura pendiente de la industria española es
aumentar su digitalización, dentro de un proceso más global de
incorporar más tecnología e innovación. Y aquí también vamos retrasados
respecto a Europa: el 62% de las manufacturas españoles presentan “un
nivel básico de digitalización”, frente al 68,3% de media en la UE-27, según
el informe de la Fundación BBVA e Ivie, cuando el objetivo debería ser que
alcanzaran ese nivel básico el 90% de las industrias europeas. Y sólo el 21,9%
de las industrias españolas tienen un nivel avanzado o muy avanzado de
digitalización, frente al 28,7% de las europeas.
En cuanto a las inversiones en tecnología, la
industria española también está retrasa respecto a la europea: en España, el
29% de toda la inversión en I+D+i la realiza la industria (con todo, el sector
económico que más invierte en tecnología) casi la mitad de lo que invierte en
tecnología la industria europea (el 52,4% de tosa la inversión en I+D+i).
El segundo reto a medio plazo de la industria, europea (y española),
es consumir menos energía y a unos precios más bajos. Hasta hace
unos años, la industria española pagaba más cara la energía (incluida la luz) que
el resto de la industria europea, aunque nuestra industria es
energéticamente más eficiente (gasta menos energía por unidad de
producto), según
el informe de la Fundación BBVA e Ivie. Pero en los últimos años, la
industria española se ha beneficiado de la revolución de las renovables en
España (generan
el 57,1% de la electricidad) y ahora es la industria que paga la luz más
barata de Europa: si en 2008, la industria española pagaba un 31,5% más por la
electricidad que las industrias europeas, en 2024 pagó un 20,9% menos, según
CaixaBank Research.
Precisamente, esta es ahora la mayor ventaja de la
industria española para competir fuera: los menores
costes de la electricidad, gracias a las renovables. Pero España cuenta
también con debilidades
estructurales en su
industria. La primera, el escaso peso de la industria
tecnológicamente avanzada (sólo el 6,2% del total), frente al enorme peso
de las “industrias tradicionales (agroalimentación, química, farmacéutica,
transporte y automóvil, que suponen el 60%). La segunda, el menor tamaño
de nuestras industrias (hay “demasiadas” pymes: sólo el 15% tienen más de 10
empleados, frente al 38% de las alemanas), que tienen menos negocio (facturan
3,42 millones frente a 4,17 millones las europeas). La tercera, el atraso
tecnológico, por partida doble: España invierte menos en Ciencia y las industrias
españolas gastan la mitad en tecnología que las europeas.
Con todos estos “hándicaps” estructurales, aumentar el
peso (y el empleo) de la industria en España no va a ser fácil. Pero
hay que hacerlo, para conseguir una mayor competitividad y un empleo más
estable y mejor pagado. Varias son las medidas claves para
reindustrializar España que propone
el informe de la Fundación BBVA e Ivie: potenciar industrias con más valor
añadido y más productividad, apostar más por la innovación y digitalización, aumentar
el peso de las grandes empresas (fusiones y concentraciones para crear
industrias más grandes), mayor internacionalización de la industria, más apoyo
financiero a los proyectos industriales y eliminación de trabas administrativas
más ayudas e incentivos fiscales.
España tiene ahora otra oportunidad de oro para
impulsar la industria, junto a los bajos precios de la energía: los
Fondos europeos. Ya en el Plan
de Recuperación enviado por el Gobierno Sánchez a Bruselas, el 30 de abril
de 2021, se apostaba por destinar el 17,1% de todos los Fondos europeos (72.000
millones en subvenciones a fondo perdido) a la política industrial en 4 años.
El objetivo era “modernizar la industria española” para que sea “más digital y
tecnológica”, dotando a los programas con 6.106 millones de inversiones
públicas entre 2021 y 2023 (3.781 millones con Fondos UE. La
apuesta era apoyar a los sectores industriales claves (“tractores”)
como la automoción, la industria agroalimentaria, química, farmacéutica,
aeronáutica y máquina herramienta, aportando además por sectores nuevos,
que quiere impulsar el gobierno europeo, como las baterías, el hidrógeno verde,
la economía circular (reciclaje residuos) y los microprocesadores.
Esta apuesta por la industria en el Plan de recuperación se tradujo
en la aprobación (entre julio de
2021 y mayo de 2022) de 8 Programas estratégicos (PERTE), que son proyectos
industriales a medio plazo donde se pone dinero
público (de los Fondos UE y del Presupuesto) para atraer también inversiones privadas: PERTE del vehículo eléctrico (24.000 millones a
invertir entre 2021 y 2023, 4.300 públicos), PERTE energías renovables (16.300 millones, 6.900 públicos), PERTE agroalimentario (3.000 millones, 1.000
públicos), PERTE economía circular
(1.200 millones, 492 públicos), PERTE industria
naval (1.460 millones, 310 públicos), PERTE industria aeroespacial (4.533 millones, 2.193 públicos), PERTE digitalización ciclo del agua (3.060
millones) y PERTE microelectrónica y
semiconductores (12.500 millones de inversión pública, el programa más
ambicioso). En
total, una inversión industrial histórica,
de 66.000 millones de euros, que
pretende crear 500.000 nuevos empleos.
Sindicatos y patronal llevan años pidiendo un mayor
apoyo a la reindustrialización de España, como vía para
mejorar la productividad, aumentar las exportaciones y reducir la dependencia
exterior, modernizar e innovar la economía y aumentar el crecimiento y lograr
un empleo más estable (en los servicios y el turismo, los empleos
se ganan y se pierden) y mejor remunerado (el
sueldo bruto en la industria es de 31.064 euros brutos anuales, un 38,5%
más alto que el sueldo medio y el doble que en hostelería y comercio). Por eso,
el 26 de noviembre de 2016, sindicatos y patronal firmaron un Pacto
de Estado por la Industria, acordando un decálogo de medidas (rebaja
costes energéticos, digitalización, tecnología, fusiones, inversiones,
formación, desregulación, internacionalización…), que pidieron entonces al
Gobierno Rajoy. Pasaron los años, cambio el Gobierno y las medidas no se
aprobaron. Y el 22 de marzo de 2021, sindicatos y patronal volvieron a
presentar su Pacto
de Estado por la Industria en el Congreso,
con el apoyo de todos grupos. Pero sin consecuencias…
Mientras, los Fondos europeos se han traducido
en financiación para multitud de
proyectos industriales en España, básicamente a través de los PERTEs (programas
estratégicos) del vehículo eléctrico, las energías renovables, el sector
agroalimentario, la economía circular, la industria naval y aeroespacial, la microelectrónica
y los semiconductores. Y en diciembre de 2024, el
Gobierno aprobó la Ley de Industria, para sustituir a la actual Ley,
que es de 1992. Su objetivo es impulsar una nueva estrategia industrial
en España para incrementar su peso en la economía y el empleo, mejorar su
competitividad y conseguir una mayor digitalización y descarbonización de la
economía, en linea con los objetivos y medidas de la Estrategia industrial
europea. El problema es que la Ley sigue estancada en el Congreso,
en fase de enmiendas (el
plazo se ha ampliado 18 veces) y no parece fácil que se vaya a aprobar este
año, por la falta apoyo del PP y las reticencias competenciales nacionalistas.
España necesita tener una estrategia industrial clara para acortar
distancias con la industria europea y conseguir que aporte el 20% del
crecimiento y del empleo. Y para ello, hay que corregir sus debilidades
estructurales y potenciar la ventaja comparativa de una energía barata. Se
trata de apostar
a tope por la industria, generalizando su importancia en toda
España (sólo algunas regiones tienen un alto peso de la industria: Navarra, la Rioja y País Vasco y parte de
Cataluña y Madrid), para asegurar un mayor crecimiento de la economía y un
empleo estable y mejor pagado. Y, sobre todo, para que España pueda competir
mejor en un mundo con una industria globalizada. No podemos seguir siendo
la California de Europa, un
país de hoteles, bares, comercios y grúas. Nos faltan industrias.
Aunque muchos no lo sepan, España fue un país muy industrializado hace unos 50 años: en 1970, la industria suponía más de un tercio de la economía (aportaba el 38% del PIB). Y todavía en 1980, éramos la 9ª potencia industrial del mundo. A partir de 1983, el Gobierno de Felipe González tuvo que afrontar una dolorosa reconversión industrial, que desmanteló las industrias básicas (siderurgia, naval…), ruinosas por la competencia de paises en desarrollo. En los años 90, el Gobierno Aznar privatizó las empresas públicas más rentables (Telefónica, Repsol, Tabacalera…), mientras España se volcaba en el ladrillo y los servicios. Resultado: el peso de la industria cayó en picado: de aportar el 19,8% del PIB en 1987 se pasó al 16,36% en 2007 y a un mínimo de 15.98% del PIB en 2013, el peor año de la crisis. A partir de ahí, siguió perdiendo peso, hasta aportar el 14,5% del PIB en 2019. Y aunque mejoró su aportación con la pandemia, por el menor peso de los servicios y la construcción, su aportación no superó el 16% del PIB en 2022. Y luego ha seguido cayendo.
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