jueves, 31 de enero de 2019

2018: empleo "récord", para mayores y precario


El año 2018 cerró con la mayor creación de empleo desde 2006: 566.200 nuevos empleos, 76.000 más que en 2017 aunque España creció menos. Pero 9 de cada 10 nuevos empleos fueron para mayores de 40 años, sobre todo en servicios, construcción y el sector público, cayendo en la industria. Y son empleos muy precarios: sólo el 6,5% fueron empleos fijos a jornada completa, mientras la cuarta parte de los empleos temporales duran una semana o menos. El paro bajó algo menos (-462.400 parados en 2018), porque hay más gente buscando trabajo. Y todavía 5 regiones tienen un 20% de paro o más, mientras el 44% de todos los parados no cobran nada (y hay 7 autonomías donde más de la mitad no cobran). En 2019 se espera crear mucho menos empleo (+ 330.000) y hasta 2021 no se recuperará la ocupación de 2007. Por eso, urge aprobar los Presupuestos 2019 y reanimar la economía y los salarios, para evitar que se enfríen más el crecimiento y el empleo en un año difícil


El año 2018 terminó mejor de lo esperado, con una creación de 36.600 empleos en el cuarto trimestre, cuando se habían perdido empleos a finales de 2017 (-50.900) y 2016 (-19.400). La mejoría vino por el empleo creado en el sector público entre octubre y diciembre, ya que el empleo privado cayó ese trimestre, sobre todo en la industria y en los servicios, según la EPA del 4º trimestre 2018. Con esta mejoría, el año 2018 cerró con 566.200 nuevos empleos, 76.000 empleos más que en 2017, a pesar de que la economía creció mucho menos el año pasado (2,5% frente al 3,1% en 2017). Es la mayor creación de empleo desde el inicio de la recuperación (+433.000 empleos creados en 2014, +525.100 en 2015, +413.900 en 2016 y +490.300 empleos en 2017) y el récord histórico de empleo desde 2006 (+687.600 empleos).

 Dicho esto, hay datos preocupantes en la EPA de 2018. El fundamental, que el empleo se está creando de una forma muy desigual. Primero, por sexos: 55,4% de los empleos creados en 2018 fueron para hombres y 44,6% para mujeres. Segundo, por edades: el 90% de los nuevos empleos fueron para mayores de 40 años, sobre todo para personas entre 40 y 55 años (+291.100 empleos) y mayores de 55 años (+221.900 empleos), algo en principio sorprendente, mientras los menores de 40 años sólo consiguieron 53.000 empleos ( en el cuarto trimestre de 2018, los jóvenes perdieron empleo). Tercero, el empleo se creó en 2018 sólo en los servicios (+428.100 empleos, el 75% del total), y la construcción (+136.100), mientras perdía empleo la industria (-3.000 empleos) y se mantenía en el campo (+4.900), destacando el empleo creado en el sector público (+136.300, el mejor dato anual desde 2004). Y dos tercios del nuevo empleo se lo llevaron 5 autonomías: Andalucía (+118.600), Madrid (+108.600), Cataluña (+75.000), Canarias (+41.600) y Baleares (+35.700).

Pero lo más preocupante es la mala calidad del nuevo empleo creado en 2018, como en los años anteriores: el 89,75% de los contratos firmados fueron temporales, según los datos del Ministerio de Trabajo, una cifra muy elevada aunque ligeramente mejor que el porcentaje de temporales de 2011 a 2015 (92%) y de 2016 y 2017 (91%), gracias sobre todo al Plan de actuación de la inspección de Trabajo desde agosto. Lo peor es que una cuarta parte de esos contratos temporales (el 26,68%) se hicieron por una semana o menos. Y además, siguen creciendo los contratos a tiempo parcial, por horas o por días, que supusieron el 35,8% de los contratos firmados en 2018. Los dos datos confirman un hecho que acompaña a la recuperación del empleo desde 2014: el empleo que se crea se reparte mucho, hay una enorme rotación: en 2018 se firmaron 22,29 millones de contratos (otro récord), lo que indica que se hicieron 40 contratos para cada empleo creado (recordemos: 566.200 ocupados más). Al final, un dato del Ministerio de Trabajo resume lo que pasa: sólo 6,5 de cada 100 empleos creados en 2018 fue "de calidad", fijo y a jornada completa.

Esta fuerte creación de empleo de 2018, mal repartido y precario, ha permitido cerrar el año con 462.400 parados menos, según la EPA, una cifra  inferior a la rebaja del desempleo en los últimos años (-471.000 parados en 2017, -541.700 en 2016, -678.200 en 2015 y -477.900 en 2014), debido a que aumentó el número de españoles que se han animado a buscar trabajo (+103.800 activos en 2018, sobre todo mujeres y jóvenes). Con este dato, la tasa de paro baja al 14,45%, casi la mitad del peor año de la crisis (2013: 26,03% de paro) y la tasa más baja desde 2008 (13,91%) aunque seguimos teniendo más del doble de paro que Europa: 6,6% en la UE-28 y 7,9% en la zona euro, en diciembre de 2018, según Eurostat . Y la tasa de paro juvenil (menores de 25 años) todavía está en el 33,54% en España, frente al 14,9% en Europa.

El paro en España también es desigual, como el empleo, y se concentra en las mujeres (son más de la mitad de los parados: 1.730.200, con una tasa del 16,26%,frente al 12,87% de los hombres), los jóvenes ( 32,24% de paro entre los menores de 29 años), los inmigrantes (21% de paro) y los mayores de 50 años (el 13,15% de paro, el triple que en 2017), donde ya hay 879.500 españoles mayores sin trabajo (y sin muchas posibilidades de conseguirlo), según la última EPA de 2018. Por autonomías, todavía hay 5 regiones con una tasa de paro “insoportable”, que ronda o supera el 20%: Extremadura (21,10% de paro), Andalucía (21,26%), Canarias (19,99%), Ceuta (24,02%) y Melilla (23,85%), con un paro aún mayor en Cádiz (27,35%), Badajoz (24,10%), Huelva (22,79%), Córdoba (22,47%) y Granada (22,44%) .Y otras 3 autonomías que tienen un nivel de paro “europeo” y rondan el 10%, como el País Vasco (9,58%), Navarra (9,99%) y La Rioja (10,30% de paro), junto a Soria (4,35% de paro), Álava (7,39%), Guipúzcoa (7,56%), Lugo (9,16%), Teruel (9,23%), Segovia (9,28%) y Huesca (9,94% de paro). Además, hay más de 1 millón de hogares españoles (1.053.400) con todos sus miembros en paro.

Pero quizás el dato más preocupante es que el paro se enquista y casi la mitad de los parados llevan más de un año sin trabajar: 462.900 llevan parados entre 1 y 2 años y otros 1.089.200 parados llevan más de 2 años en paro, según la EPA del cuarto trimestre de 2018. En total, 1.552.100 parados “de larga duración, el 47% de todos los parados. Una bolsa enorme de “parados crónicos” (668.000 llevan parados más de 4 años, según los datos de UGT), que tienen muy difícil volver a trabajar, básicamente por su elevada edad (un 70% superan los 50 años y dos tercios son mujeres) y su baja formación: el 63% de estos parados de larga duración sólo tienen la ESO e incluso menos. Y además, estar más de un año fuera del mercado laboral reduce un tercio sus posibilidades de contratación.

Mientras ven muy difícil recolocarse, el mayor problema de muchos de estos “parados viejos” es sobrevivir, porque tras meses y años en el paro, se les ha acabado el subsidio. De hecho, a finales de 2018, sólo cobraban el paro el 55,83% de los españoles que se declaran en paro según la EPA: 1.844.843 parados con subsidio, según la última estadística del Ministerio de Trabajo. Y de ellos, la mayoría  (1.053.869 parados) cobraban  un subsidio asistencial, de sólo 430 euros al mes, mientras los 790.974 restantes cobran un subsidio contributivo, por el que cobran 824,80 euros de media (con grandes diferencias, según autonomías, sexo y el trabajo que hayan tenido). Esto significa que un 44,17% de los parados EPA, 1.459.457 parados, no cobran ningún subsidio. Y sobreviven en la pobreza, gracias a ayudas de la familia y amigos y a “chapuzas” en la economía sumergida. La situación es peor en las 7 regiones donde son mayoría los parados que no cobran: Melilla (66,5% parados EPA no cobran), Madrid (59,3%), Canarias (55%), País Vasco (52,5%), Navarra (51,7%), Aragón (51%) y Murcia (50,2% parados EPA no cobran).

Volviendo al empleo, ahora se espera que se debilite en 2019, dado que España va a crecer menos este año: 2,2% frente al 2,6% en 2018, según el Gobierno, y podría ser incluso menos si Europa sigue débil (Alemania va a crecer el 1%) y hay turbulencias en la economía internacional (proteccionismo comercial, petróleo caro, subidas de tipos y crisis en paises emergentes). La estimación del presidente Sánchez, en la Cumbre de Davos, fue que se crearán 330.000 empleos en 2019, menos que en estos 5 años de recuperación (372.500 empleos de media anual: 1.862.200 empleos en total). Y se espera crear otros 350.000 empleos en 2020, año en que también bajará el crecimiento. De ser así, España tendrá que esperar a 2021 o 2022 para recuperar el empleo perdido antes de la crisis, los 20,51 millones de puestos de trabajo de 2007 (ahora hay 19,56 millones: faltan todavía 1 millón de empleos). Serán "14 años perdidos".

Con menos empleo todavía que antes de la crisis y más del doble de paro que Europa, no se pueden echar campanas al vuelo por el récord de empleos de 2018. Y más cuando tenemos el empleo más precario de Europa, con 1 de cada 4 asalariados con contratos temporales (el 26,86% en diciembre de 2018, según la EPA) y con 1 de cada 7 empleos a tiempo parcial (el 14,8% de los empleados), empleos por días o por horas que son “obligados” para dos tercios de estos trabajadores, más “subempleos” que en la mayoría de Europa.

Urge algún acuerdo social, entre patronal y sindicatos (con el apoyo del Gobierno y los partidos), para conseguir más empleos “decentes”, con una estrategia de “palo y zanahoria”: palo a las empresas y sectores (hostelería y servicios) que “abusan” de los contratos temporales y por horas para empleos que son estables y con jornadas normales. Hay que reforzar la Inspección de Trabajo y lanzar campañas contra los que defraudan, como se empezó a hacer en agosto. Y “enseñar la zanahoria” al resto, para incentivarles a que hagan contratos fijos y con jornadas normales, con menores cotizaciones e impuestos. Y con un seguimiento periódico y un objetivo: por ejemplo, rebajar del 89,75% al 70% el porcentaje de temporales en los contratos de 2020. Se puede conseguir si se convence a los empresarios que ahora, tras varios años con beneficios,  pueden y deben ofrecer contratos decentes. Y eso pasa también por una reforma normativa, para dar marcha atrás a la reforma laboral de Rajoy de 2012, como piden los sindicatos (han convocado movilizaciones el 8 de febrero) al Gobierno Sánchez, que lo tiene difícil (con 84 diputados), si el PP o al menos Ciudadanos no apuestan por apoyar una estrategia para conseguir más empleos “decentes”.

En paralelo a esta nueva reforma laboral, urge aprobar un Plan de empleo, dirigido especialmente a los jóvenes, las mujeres y los parados de larga duración, los colectivos que tienen más difícil colocarse. Primero, hay que volcarse en su formación (hay 1.504 millones de euros para formación sin gastar, de los ejercicios 2015, 2016 y 2017), con cursos más eficaces y ligados a lo que piden las empresas. Segundo, hay que reformar los servicios públicos de empleo (SEPE), para que no sean unas oficinas burocráticas sino que ayuden realmente a los parados a encontrar empleo, como agencias de colocación. Un avance pueden ser los 3.000 asesores que van a contratar las autonomías para orientar a los jóvenes parados, en cumplimiento del Plan de empleo joven aprobado por el Gobierno en diciembre. Y tercero,   hay que incentivar (ayudas fiscales, cotizaciones) a las empresas que contraten de forma estable parados de larga duración, casi la mitad de los parados.

En tercer lugar, además de promover empleos decentes y la contratación, hay que mejorar la situación de los parados, porque es escandaloso que el 44,7%, casi 1,5 millones de parados no cobren ningún subsidio. Habrá que revisar el seguro de desempleo, para asegurar que cubra a más parados, en coordinación con las prestaciones sociales (renta mínima) que gestionan y pagan las autonomías. Y sin olvidar que estamos en Europa y que, de cara a la futura Comisión Europea, somos los más interesados en que se apruebe un “seguro de paro europeo”.

Para todo esto hacen falta recursos (un Plan de empleo creíble, que gaste en formación, asesoramiento e incentivos a la contratación, exige no menos de 5.000 millones extras anuales y mejorar el seguro de paro exigiría 2.000 millones más) y medios, básicamente más personal para los servicios públicos de empleo: cada empleado del SEPE tiene a su cargo 450 parados mientras en Alemania, cada funcionario atiende a 47 parados y en Reino Unido a 22. En definitiva, España tiene que gastar más en “políticas activas de empleo, porque no es de recibo que teniendo más del doble de paro que Europa, gastemos la mitad: 5.710 millones en 2018, el 0,5% del PIB frente al 1% que gasta la UE-28.

Al final, el buen dato de empleo de 2018 no debería utilizarse como “un espejismo” para ocultar el grave problema de empleo y paro que tiene España y que lo convierte en la primera preocupación de los españoles, según todos los Barómetros del CIS. Eso debería obligar a un gran Pacto por el empleo, para conseguir crear más empleos de calidad y reducir la cifra de parados y su penosa situación. Una medida importante sería aprobar los Presupuestos 2019, porque suponen algo más de gasto social e inversión, más sueldos y pensiones, lo que puede ayudar a crecer más y crear más empleo en 2019, un año difícil. Lo seguro es que si no se aprueban y hay elecciones, perderemos medio año y lo pagará el empleo. Haya o no elecciones, el empleo debería ser la prioridad de todos.

lunes, 28 de enero de 2019

La desigualdad, una epidemia mundial


Una epidemia recorre el mundo: la escandalosa desigualdad. Con la crisis, y a pesar de la recuperación, los ricos son ahora más ricos y los pobres más pobres, desde la India a EEUU pasando por Europa. Un dato: 26 “megaricos” poseen tanta riqueza como los 3.800 millones de habitantes del mundo más pobres. Y cada vez pagan menos impuestos, con lo que hay millones de personas sin sanidad ni educación, lo que agrava la desigualdad. España es el 4º país con más desigualdad de Europa: el 10% más rico tiene más riqueza que el 90% de españoles. Y esa pobreza se hace crónica, se hereda y supone vivir menos: 7 años menos en Madrid y 10 años menos en Barcelona, según un informe de Intermón Oxfam, que considera  la desigualdad como uno de los mayores retos de la humanidad. No sólo es injusta sino que deteriora la economía y la democracia, favoreciendo los populismos. Urge buscar una sociedad menos desigual, con empleo, educación, impuestos y gastos sociales.

enrique ortega a partir de Tom Wesselmann

El mundo ha salido de la larga crisis de 2008 con mucha más desigualdad, a pesar de la actual recuperación económica. Por un lado, el número de “milmillonarios” (más de 1.000 millones de dólares de patrimonio) se ha duplicado entre 2008 (1.125) y 2018 (2.208) y sus fortunas han crecido (2.500 millones de dólares cada día). Por otro, la reducción de la pobreza se ha ralentizado y todavía hay 3.400 millones de personas que viven con menos de 5,50 dólares al día. Y con ello, la desigualdad se ha agravado y es escandalosa: hay 26 personas en el mundo que acaparan tanta riqueza como 3.800 millones de personas, la mitad más pobre del mundo, según el informe “¿Bienestar público o beneficio privado?”, presentado por Intermón Oxfam en la reciente Cumbre de Davos.

Los ricos son más ricos porque año tras año, con la crisis y la recuperación, acaparan más parte del crecimiento económico mundial, gracias a beneficios o sueldos extraordinarios y a que pagan ahora menos impuestos. En general, los impuestos sobre la riqueza se han rebajado (pagan 4 centavos por dólar), también el impuesto a las empresas (sociedades) y en el impuesto sobre la renta, el tipo marginal (el que se paga por el tramo más elevado de ingresos) ha caído del 62% en 1970 al 38% en 2013 (y al 28% en los paises en desarrollo), según el informe de Intermón Oxfam. Y hay muchos paises, como Reino Unido o Brasil, donde el 10% más rico tributa a un tipo (34% o 21%) más bajo del que paga el 10% más pobre (49% y 32%). Y encima, muchos megaricos tienen sus fortunas en paraísos fiscales: se estima que ocultan 7,6 billones de dólares, eludiendo el pago de 200.000 millones de dólares anuales. En paralelo, los pobres del mundo están fiscalmente muy controlados y pagan más impuestos, porque han aumentado los impuestos indirectos (IVA, carburantes) y las tasas.

La consecuencia de esta elusión de impuestos por los más ricos, en todo el mundo, es un deterioro de los servicios públicos, al caer la recaudación fiscal aunque haya aumentado la riqueza y los beneficios empresariales: 262 millones de niños no pueden ir a la escuela, 10.000 personas mueren por falta de atención sanitaria y las mujeres tienen que hacer 16.400 millones de horas no pagadas para cuidar a sus niños y ancianos. Y encima, la crisis ha aumentado la precariedad laboral y reducido los salarios, con lo que los más pobres tienen peor empleo, menos ingresos y menos servicios públicos, lo que aumenta la desigualdad. Y eso se traduce incluso en más enfermedades y en vivir menos: en India, una mujer de casta baja vive 15 años menos que otra de casta superior; en Londres, un habitante de un barrio pobre vive 6 años menos que uno de un barrio rico; y en Sao Paulo (Brasil), los ricos viven 25 años más de media (79 años) que los pobres (54 años), según el informe de Intermón Oxfam.

La creciente desigualdad en el mundo es especialmente devastadora sobre los niños (educación y mortalidad: un niño pobre en Nepal tiene el triple de posibilidades de morir antes de los 5 años que un niño de familia rica y un tercio de niños pobres no acaban la primaria en los paises en desarrollo) y sobre las mujeres (en EEUU, por ejemplo, los blancos solteros poseen 100 veces más riqueza que las hispanas solteras), que ganan en el mundo un 23% menos que los hombres, tienen los trabajos más precarios y dedican 16.400 millones de horas a cuidar gratis a hijos y ancianos (si una empresa facturara este trabajo femenino, ingresaría 10 billones de dólares anuales, 43 veces la facturación de Apple), mientras la mayoría de los megaricos son hombres (9 de cada 10), según el informe de Intermón Oxfam.

Lo importante, añade el estudio, es que la desigualdad no es algo “natural” e “inevitable”, sino que es el fruto de decisiones económicas y políticas y podría corregirse si el mundo y los Gobiernos tomaran medidas contra la desigualdad, en especial tres: más gasto en sanidad, educación y servicios sociales, financiados con una fiscalidad más justa. El propio Fondo Monetario Internacional (FMI) ha identificado que “el gasto público en servicios de salud, educación y protección social es una de las herramientas más importantes de los Gobiernos para reducir la desigualdad y la pobreza”. Para aumentar ese gasto, los Gobiernos necesitan recaudar más, sobre todo de los más ricos. Y el esfuerzo no es excesivo: si el 1% más rico pagara sólo un 0,5% más de impuestos sobre su riqueza, se mejoraría la atención sanitaria y la supervivencia de 3,3 millones de personas y se escolarizarían 262 millones de niños, según las estimaciones de Intermón Oxfam. Y además, recaudar más y reducir la enorme desigualdad mejoraría el crecimiento y reduciría las tensiones políticas.

España es el 4º país europeo con más desigualdad, tras Bulgaria, Lituania y Letonia, según Eurostat. Basten dos datos: el 1% más rico concentra el 25,1% de la riqueza española, casi lo mismo que el 70% más pobre (32,1% de la riqueza). Y el 10% más rico acapara más riqueza (53,8% del total) que el 90% restante de españoles (46,2% de la riqueza total), según otro informe de Intermón Oxfam titulado “La recuperación económica en manos de una minoría”. Y además, somos el 2º país europeo donde más ha aumentado la desigualdad en la última década, tras Bulgaria: si en 2008, el 10% más rico tenía 9,7 veces los ingresos del 10% más pobre, ahora, ese 10% de españoles más ricos tienen 12,8 veces más, según otro informe de Intermón Oxfam sobre la desigualdad en España, “Desigualdad 1-Igualdad de Oportunidades 0", presentado en Davos.

Los ricos en España se han triplicado (los "megaricos", que declaran más de 30 millones de euros, han pasado de 200 en 2006 a 579 en 2017) y tienen más patrimonio, porque han salido mejor parados de la crisis y de la recuperación: en 2017, por ejemplo, el 1% más rico se llevó 12 de cada 100 euros generados en España, mientras el 50% más pobre se llevó sólo 9 de cada 100, según Intermón Oxfam. En contrapartida, los más pobres han perdido muchos empleos (3,8 millones entre 2007 y 2014) y su trabajo se ha hecho más precario, con más contratos temporales y a tiempo parcial, peor pagados (los salarios han perdido un 6,30% de poder adquisitivo entre 2008 y 2017, según el INE). Y los Gobiernos de ZP y Rajoy aprobaron recortes de 35.000 millones de euros en sanidad, educación, dependencia, vivienda y servicios sociales, que han perjudicado más a los más pobres, mientras los ricos mejoraban, agravando la desigualdad.

La recuperación económica, iniciada en 2014, y el fuerte crecimiento de 2015 a 2017 (el PIB creció más del 3%) no han servido para reducir la desigualdad, que ha aumentado y se ha hecho crónica: España no sólo es más desigual que el resto de Europa sino que aquí es más difícil cambiar de clase social. Somos el 4º país de la OCDE donde es más posible seguir estando entre el 20% de los ricos después de 4 años y donde las posibilidades de seguir en el grupo de los más pobres superan en 10 puntos a la media de la OCDE. No funciona el “ascensor social”, salvo para bajar: en España, 1 de cada 6 hogares que eran clase “media” han pasado a ser clase “baja” entre 2009 y 2014, según un estudio del experto Luis Ayala, publicado por la Fundación Alternativas.

Y en paralelo, junto al aumento de la desigualdad, ha crecido la pobreza: había 12.236.000 españoles “pobres” en 2017, según la estadística europea AROPE, que incluye a las personas que ingresan menos del 60% de la renta media de cada país o sufren privaciones materiales o trabajan pocas horas. Son el 26,6% de los españoles, más de una cuarta parte de la población, un porcentaje mayor a la pobreza de 2008 (23,8%), aunque lleva bajando desde 2015. Una pobreza que también se reparte de manera desigual: se concentra entre los parados (59,1% son pobres), inmigrantes (58,7%), niños (31%), madres solas con niños (47,9% en riesgo de pobreza), trabajadores precarios (un 14,1% de los asalariados con empleo son pobres) y mujeres (6, 4 millones, el 27,1% son pobres), según el informe EAPN.

Otro problema de la desigualdad, y de la pobreza, es que “se heredan”: en España, un hijo de un padre con ingresos altos ganará de adulto un 40% más de sueldo que un hijo de un padre con ingresos bajos. En Dinamarca, Finlandia o Noruega, esta desigualdad de sueldos según el origen de los padres es la mitad: el 20%, según el informe de Intermón Oxfam. Y además, en España, el ascenso social es más difícil: la OCDE estima que hacen falta 4 generaciones (120 años, de abuelo a bisnieto) para que una familia que pertenece al 10% más pobre llegue a tener unos ingresos medios.

En consecuencia, tras la crisis, hay muchos jóvenes que viven peor que sus padres, debido a que España tiene muchos empleos de baja cualificación y en el sector servicios, empleos más precarios y peor pagados, que reducen los ingresos y el nivel de vida de muchos jóvenes. Eso podría corregirse en parte con educación, porque a más cualificación más empleo y mejor pagado. Pero la desigualdad ha provocado también que el sistema educativo español sea ahora más desigual que antes de la crisis: si en 2008, los chicos y chicas del 20% de familias más pobres abandonaban sus estudios sin bachiller o FP superior 3,18 veces más que los chicos y chicas del 20% de hogares con más ingresos, en 2017 abandonaban esos estudios 11 veces más, según el informe de Intermón Oxfam. Y de todos los jóvenes que abandonan sus estudios sin acabar Bachillerato o FP básica, la mitad son de familias que pertenecen al 20% de hogares más pobres.

¿Qué estamos haciendo mal para que la desigualdad crezca en España? Vayamos al origen: los hogares de renta media y baja dependen de 2 fuentes de ingresos, los salarios (menos los impuestos que pagan)  y las transferencias y servicios públicos que reciben. Los ingresos por el trabajo han caído, por el alto paro y la precariedad, también porque España tiene muchos empleos de baja productividad en los servicios. Pero lo peor es que estos bajos ingresos no se compensan bien con los impuestos y las prestaciones públicas.

España desaprovecha el gran potencial que tienen las prestaciones públicas para reducir la desigualdad: somos el 5º país que menos disminuye la desigualdad con las prestaciones y servicios públicos, sólo mejor que Letonia, Bulgaria, Lituania y Estonia, según Eurostat. La media de paises UE-28 reduce con estas prestaciones el 40,3% de la desigualdad, Alemania el 46,8%, Francia el 45%, Suecia el 52,2 % y España sólo reduce el 32% de la desigualdad. Y esto pasa por dos razones. Una, porque España gasta menos en protección social (pensiones, desempleo, rentas mínimas, ayudas a familias, etc.): el gasto social es del 24,3% del PIB , frente al 28,2% en la UE-28, el 29,4% en Alemania, el 29,7% en Italia, el 34,3% en Francia o el 31,6% en Dinamarca. Y la otra, porque España gasta mal, según revela la OCDE: tenemos un sistema de transferencias sociales regresivo, donde los hogares más ricos reciben (proporcionalmente) más transferencias que los más pobres. Y con este sistema de ayudas tan ineficiente, sólo 1 de cada 4 españoles salen de la pobreza, mientras en Dinamarca, Irlanda o Finlandia dejan la pobreza 1 de cada 2 personas.

Otra cosa que España hace mal y fomenta la desigualdad son los impuestos, según el informe de Intermón Oxfam. Por un lado, Hacienda recauda menos que la media europea (81.642 millones menos cada año) y esta caída en la recaudación ha venido acompañada de otra desigualdad: las empresas y los ricos pagan menos impuestos que hace una década y las familias más, por un mayor peso del IRPF y los impuestos indirectos (IVA, carburantes, tasas). El resultado es impactante: el 20% de familias más pobres pagan el 26,8% de su renta en impuestos (directos e indirectos), más que el resto de españoles de clase media y alta (salvo el 10% de españoles más ricos, que pagan en impuestos el 29,1% de sus ingresos, casi como los más pobres), según Intermón Oxfam.

Visto el grave problema de la desigualdad, en el mundo y en España, crecen los expertos que piden solucionarlo con urgencia y no sólo por una cuestión de justicia y equidad. Un argumento de peso es que la desigualdad se traduce en más enfermedades (7 de cada 10 residentes en Madrid diagnosticados de un problema de salud crónico viven en los barrios con menos rentas y una mujer pobre tiene 9 veces más posibilidades de caer en una depresión que un hombre rico) y menos esperanza de vida: los que viven en barrios ricos viven 7 años más que los que viven en barrios pobres en Madrid y 11 años más en Barcelona, según el informe de Intermón Oxfam. Y además, vivir en un barrio pobre dificulta dar el salto social, porque existe una auténtica “segregación urbanística”: Madrid es la ciudad europea con más segregación entre ricos y pobres, según un estudio de 13 ciudades europeas. Y la desigualdad afecta también al “grado de felicidad”: el suspenso en felicidad (concederse menos de un 5 en una escala de 1 a 10) es 5,3 veces mayor entre los obreros no cualificados (8,6%) que entre la clase media y media alta (1,6%), según el CIS.

La creciente desigualdad también es un grave problema económico, como ha indicado la ministra de Economía, Nadia Calviño, al señalarla como “uno de los tres  grandes desequilibrios de nuestra economía, junto al paro y la deuda”. Y eso porque tener un elevado número de españoles pobres y precarios reduce el consumo y el crecimiento (y el empleo), disminuye la recaudación fiscal (el Estado puede gastar menos y aumenta el déficit público) y deteriora las cotizaciones sociales, agravando el déficit de las pensiones. Por eso, la desigualdad preocupa al FMI y a la OCDE, porque “pone en peligro la recuperación”. Pero además, la escandalosa desigualdad pone en peligro la democracia, porque los más pobres y excluidos se desinteresan por la política, no votan o castigan a los partidos tradicionales (Brexit y Trump) y apoyan opciones radicales, populistas o de extrema derecha. El gran riesgo es que la desigualdad extrema pueda dinamitar la sociedad y la democracia. "Es una aberración ética y una fuente de desestabilización", señaló el presidente Pedro Sánchez en la Cumbre de Davos.

¿Qué se puede hacer? Intermón Oxfam ha llevado a la Cumbre de Davos tres recetas infalibles contra la desigualdad: recuperar el empleo y los salarios de antes de la crisis, invertir más en educación, sanidad y protección social (gastándolo mejor) y mejorar la recaudación de impuestos, haciendo que paguen más los ricos y las grandes empresas. En España, la OCDE propone un crecimiento más “inclusivo”, con políticas que persigan más empleo de calidad, mejores salarios, un mayor gasto educativo y sanitario, más apoyo a la familia y a la infancia, fomento de los alquileres públicos y, sobre todo, una reforma fiscal que recaude más impuestos y lo haga de una forma más justa (haciendo pagar a los que más tienen), para ayudar a reducir las desigualdades.

En resumen, la desigualdad es muy preocupante en todo el mundo y no es buena para nadie, ni siquiera para los ricos, porque entorpece la recuperación y deteriora el clima social y político, fomentando el nacionalismo, la xenofobia y los extremismos. Urge una actuación coordinada, contra la desigualdad, en el G-30, el FMI, la OCDE y a nivel europeo. Y también debería ser una prioridad de todos los partidos políticos españoles en este año electoral. Pero a la derecha, apenas les preocupa. Así nos va.


jueves, 24 de enero de 2019

FITUR 2019: 6º año "récord" de turistas


Esta semana se celebra en Madrid la Feria del turismo, FITUR 2019, y el sector celebra lo que parecía imposible: que 2018 fue otro año récord de turistas, el 6º consecutivo, con 82,6 millones de visitantes extranjeros, 732.000 más que en 2017, a pesar de la caída de turistas británicos, alemanes y nórdicos. Pero el turismo, nuestra primera industria, ha tocado techo y creció sólo el 0,9% en 2018, el menor aumento desde 2009. Lo más positivo: los turistas se han gastado más, casi 90.000 millones de euros, aunque vienen menos días. Eso se debe a que llegan más turistas de fuera de Europa (América y Asia), que gastan más. Pero sigue creando poco empleo, muy precario y mal pagado. Y hay 11 autonomías que apenas se benefician. Ahora, el Gobierno Sánchez propone al sector acordar un Plan estratégico para redefinir el turismo hasta 2030, que debe afrontar la elevada estacionalidad, la excesiva dependencia de los turistas europeos y la necesidad de reconvertir el sector, para modernizar y digitalizar la oferta. Hay que cuidar la gallina de los huevos de oro

enrique ortega

En 2018, algunos creían que el número de turistas iba a caer o estancarse, pero ha vuelto a subir, aunque sólo un 0,9%, hasta cerrar el año con 82,6 millones de turistas extranjeros, 732.000 más que el récord de 2017 (81.868.522 turistas), según ha anticipado la ministra Reyes Maroto, aunque el dato oficial del INE no se conocerá hasta el 1 de febrero. Con esta subida, España consigue otro record histórico de turistas, el 6º récord consecutivo desde el de 2013 (60.675.008 turistas, la mejor cifra desde los 58,66 millones de 2007) y se asienta como el 2º país del mundo que recibe más turistas, detrás de Francia.  

En 2018, el turismo creció mucho menos que en 2017 (+0,9% frente a +8,7%, el menor aumento desde 2009), porque muchos turistas "fugados" a España en años anteriores han vuelto al Mediterráneo oriental (al menos 12,5 millones volvieron a Turquía, Egipto o Túnez en 2018, según Exceltur) y porque España se ha visto afectada por el bajo crecimiento de algunos paises europeos que nos inundan de turistas (sobre todo Gran Bretaña y Alemania), además de perjudicarnos la subida de precios (hoteles y viajes) y una cierta saturación turística en las zonas de sol y playa tradicionales, como Baleares y Levante. Tampoco ha ayudado la situación política en Cataluña (primer destino turístico en España), la volatilidad del petróleo y el euro y el excepcional buen clima que ha tenido la Europa del norte.

Al final, los datos oficiales de turistas hasta noviembre, publicados por el INE, reflejaban un cierto “enfriamiento del turismo (78,4 millones de enero a noviembre de 2018, un 0,7% más), con algunos cambios importantes: han bajado los turistas británicos (17,64 millones de visitantes a España, un 2% menos) y alemanes (10,88 millones, un 4,7% menos), así como los turistas nórdicos (5,40 millones, un 0,5% menos), irlandeses (1,95 millones, un 0,4% menos) y suizos (1,78 millones, un 8,9% menos). En cambio, han subido los turistas franceses (10,78 millones, +0,7%),  italianos (4,08 millones, +3%), holandeses (3,69 millones, +3,5%), norteamericanos (2,78 millones, +10,9%), portugueses (2,2 millones, +5,8%), rusos (1,16 millones, +5,8%) y del resto de Europa (5,63 millones, +6,6%).

Casi uno de cada cuatro turistas vinieron a Cataluña (recibió en 2018 el 23,14% del total de visitantes a España, con una caída del -0,8%), donde más viajan franceses y turistas de fuera de Europa, según el INE. Le sigue Baleares (recibió el 17,4% de todos los turistas llegados hasta noviembre, sobre todo alemanes y británicos, con una caída del -0,1%), Canarias (15,93% del turismo, con una fuerte caída del -3,6%, sobre todo de británicos y alemanes), Andalucía (recibió el 14,2% de todos los turistas, con un aumento del +1,2%, sobre todo británicos y alemanes), la Comunidad Valenciana (11,19% de los turistas, sobre todo británicos y franceses, con un aumento del 3%) y Madrid (recibió el 8,4% de todos los turistas, sobre todo americanos y del resto del mundo no europeos, con el mayor aumento,+6% de visitantes). Las otras 11 autonomías sólo recibieron 7,5 millones de turistas, el 9,8% del total.

Ocho de cada diez turistas llegan a España por avión (el 81,5% hasta noviembre), el medio de transporte que más crece (+0,8%) y un 15,65% llegan por carretera (crecieron un 0,3%), mientras bajan (-10,5%) los pocos turistas que llegan por tren (el 1,05%) y se estancan los que llegan por mar (el 1,86%). La mayoría de los turistas se alojan en hoteles (63,88%) y en apartamentos de alquiler (11,83%) y otros alojamientos (5,04%), mientras casi la quinta parte (19,23%) se aloja en viviendas propias de veraneo o casas de amigos.

La gran mayoría de turistas vienen a España por ocio y descanso (87,4% visitantes en 2018, hasta noviembre), pero cada año aumenta más el turismo de negocios: atrajo a 4.711.326 turistas hasta noviembre, un 6% del total, con el mayor aumento (+7,6%). España es ya el 2º destino del mundo en turismo de negocios, el llamado turismo MICE (reuniones, incentivos, convenciones y exposiciones), sólo por detrás de EEUU y por delante de Alemania y Francia. Un turismo muy interesante, porque llega durante todo el año y gasta el doble que el turista normal. Otro turismo que crece (+10%) es el turismo sanitario: atrajo a 140.000 extranjeros en 2018, que vinieron a operarse de estética, cadera, al dentista o para reproducción asistida, siendo España el 6º destino europeo del turismo sanitario y el 8º del mundo.

Dos tercios de los turistas que visitan España se quedan menos de una semana, o bien 2-3 noches (el 17,3%) o entre 4 y 7 noches (el 47%), mientras han bajado los que se quedan más de una semana, o bien 8-15 noches (el 23,9%) o más de 15 días (sólo el 6,5%). Y la gran mayoría vienen por su cuenta, sin contratar un paquete turístico (el 70,28%), llegando el resto (29,72%) a través de paquetes contratados, que están creciendo más.

Si el nuevo récord de turistas en 2018 es importante, lo es más el récord de lo que han gastado, según el anticipo hecho por la ministra Reyes Maroto: 89.678 millones de gasto turístico en 2018, un 3,1% más que en 2017 (86.823 millones). Eso nos convierte en el 2º país con más ingresos por turismo, tras EEUU (unos 200.000 millones).

Este dato del gasto turístico récord es clave, porque indica que España está captando más turismo de calidad y menos turismo europeo “low cost”, que ha vuelto a Turquía, Grecia, Túnez o Egipto, paises más baratos que España. Y además, ingresamos más aunque vengan menos turistas y se quedan menos días: la estancia media era en noviembre de 6,9 días, frente a 9 días en diciembre de 2017. La razón es que los turistas que vienen, aunque estén menos días, se gastan más: el gasto total por turista fue de 1.082 euros hasta noviembre 2018 (+2,2%) y el gasto medio diario subió a 147 euros por turista (un 6,4% más que en  2017). Y el gasto total por turista, en el verano de 2018 (773 euros por visitante), fue el mayor de la última década (gastaban 768 de media en el verano de 2011, según Exceltur).

Este mayor gasto se debe al cambio en el perfil de los turistas que nos visitan. Hay menos turistas de los que gastan menos, británicos (133 euros diarios), alemanes (128 euros/día) y nórdicos (149 euros diarios) y más turistas de los paises que más gastan, de América, Asia y  resto del mundo (206 euros de gasto diario). Y crecen los turistas que vienen a hoteles, que gastan más (209 euros de gasto diario), los que vienen con paquete turístico (172 euros de gasto) y el turismo de negocios (195 euros de gasto diario y con una estancia que ha aumentado un 26,2%, hasta 5,5 días de media). Eso sí, este mayor ingreso turístico se reparte de una forma muy desigual: las 11 autonomías con poco turismo se llevan sólo el 7% del pastel (5.933 millones de euros) y en las 6 autonomías restantes, las que se llevan el grueso del dinero de los turistas, ganan peso en 2018 Cataluña (se lleva el 23% del pastel turístico, un 0,9% más que en 2017) y Baleares ( se lleva el 17,3% de los ingresos totales, +0,5% sobre 2017) y lo pierde Canarias (18,3% de los ingresos, un 1% menos del pastel que en 2017), estabilizándose la parte de Andalucía ( se lleva el 14,3% de todos los ingresos turísticos), Madrid (10,1%) y la Comunidad Valenciana (10%).

Para 2019, las previsiones turísticas apuntan a un menor crecimiento del turismo mundial, por la desaceleración económica en EEUU, Europa y China, y una posible bajada del turismo en España, que va a sufrir los efectos del bajo crecimiento europeo y sobre todo del Brexit (máxime si hay un Brexit duro y sin acuerdo), porque un 22% de todos los turistas que vienen son británicos. Tres factores claves serán la situación política en el Mediterráneo, la evolución del petróleo (los precios están muy volátiles y si el barril sube más de los 70 dólares de media, aumentarían los precios de viajes y paquetes turísticos) y la cotización del euro: en 2018, el dólar se ha revalorizado un 8% frente al euro, lo que ha supuesto que venir a España desde fuera de Europa haya sido un 8% más barato. Si el dólar baja, como quiere Trump, y se revaloriza el euro, España será más cara para los turistas no europeos. Y también serán decisiva la evolución política en Cataluña (capta el 23,14% de todos los turistas) y en España y Europa, al ser 2019 un año electoral. Con todo, la previsión es que las regiones más turísticas (Cataluña, Baleares, Canarias y la Comunidad Valenciana vuelvan a crecer en 2019 menos que la media de España (2,2%), como ya pasó en 2018, según Funcas.  

A pesar de que el turismo crece menos, no puede hablarse de crisis en un sector clave para España, porque aporta un 11,5 %  de la riqueza (PIB) y mantiene 1 de cada 7 empleos (2.656.064 empleos en junio 2018). Pero sí ha llegado el momento de replantearse su futuro, no seguir con la estrategia de crecer por crecer (el Gobierno Rajoy y la Organización Mundial del Turismo vaticinaron llegar a los 100 millones de turistas…), sino plantearse un crecimiento turístico sostenible (es un gran emisor de CO2 y contribuye mucho al Cambio Climático) y compatible con la vida cotidiana de los españoles: las protestas contra el exceso de turistas, la “turismofobia”, creciente en Baleares, Barcelona, San Sebastián y Madrid, no van contra los turistas sino contra su crecimiento descontrolado, que afecta negativamente a los que viven en las 15 ciudades que concentran el 40% de los turistas.

Cara al futuro del turismo, España cuenta con fortalezas, que se reflejan en un dato incontestable: somos el destino turístico más competitivo del mundo, según el ranking bianual del World Economic Forum, que nos colocaba en primer lugar en 2017 (y en 2015), con 5,4 puntos sobre 7, por delante de Francia, Alemania y Japón (5,3 puntos), Reino Unido (5,2 puntos) y EEUU (5,1 puntos), por nuestras infraestructuras, seguridad, sanidad, clima y patrimonio cultural, aunque no somos la oferta más barata. Y por eso, la inversión extranjera está desembarcando en España desde hace años, comprando hoteles, en la costa y más recientemente en las ciudades, para captar el turismo de alto nivel y de negocios: en 2018 se invirtieron en hoteles 4.807 millones, un 35% más que en 2017, siendo el segmento inmobiliario que atrae más inversión, por delante de oficinas y centros comerciales.

Pero junto a estas indudables fortalezas, el turismo español sufre varias debilidades. La primera y quizás más importante, que el control de los turistas que llegan a España está en manos extranjeras, de “tour operadores” europeos (británicos y alemanes), que imponen precios y condiciones y tienen poder para desviar millones de turistas de un país a otro. Haría falta promover un gran “tour operador español”, como se intentó sin éxito en el pasado, y entre tanto, invertir muchos recursos y medios para crear una gran plataforma digital de captación de turistas extranjeros, dado que Internet es la clave.

Otra debilidad del sector turístico es el empleo y la calidad de la atención al turista. Al calor del “boom turístico”, el empleo creció sin control y formación y ahora, cuando hay que asentar los cimientos del futuro, nos encontramos con un empleo escaso, muy precario y mal pagado, factores que no ayudan a la calidad. El turismo ha batido récords año tras año, pero el empleo no crece mucho: en el último año, de los 526.900 nuevos empleos creados en España (septiembre 2017-septiembre 2018), según la EPA, sólo 86.300 fueron creados en la hostelería, alojamientos y agencias de viajes. Y casi todos fueron empleos temporales (un 35% de todos los empleos turísticos son temporales) y muchos a tiempo parcial (casi la mitad, el 45%, son por menos de una semana, según los sindicatos). Y en consecuencia, son empleos mal pagados: el coste salarial en hostelería es el más bajo de toda la economía, 1.206 euros brutos de media frente a 1.842 euros todos los asalariados, según el INE. Y mientras los sueldos crecieron un 1,2% de media en 2018, en hostelería bajaron el 10%.

Con estas condiciones laborales, no puede pedirse a los trabajadores turísticos ni calidad ni productividad. Y menos si muchas empresas recortan en formación para aumentar beneficios. Otras, no gastan lo necesario en reconvertir instalaciones y modernizar su oferta de servicios, sobre todo los hoteles de costa que se han llenado gracias al “sol y playa”. También invierten poco en promoción y en la revolución digital que exige el sector, para remodelar su oferta y captar clientes por todo el mundo. Y además, es clave huir de la concentración del negocio en verano y diversificar la oferta al turismo de negocios, cultural, deportivo, sanitario o gastronómico, atrayendo clientes todo el año.

Otra debilidad del turismo español es su excesiva concentración, no sólo en tres o cuatro meses del año sino en la oferta turística, en el origen y destino de los turistas. En 2018, un 86,24% de los turistas vienen de Europa (casi como en 2017, que eran el 87%) y sólo el 13,76% procedían de América, Asia (llegaron 514.777 turistas chinos en 2017, el 0,62% del total) y el resto del mundo, visitantes que gastan más pero que crecen lentamente. Y en paralelo, el 90,20% de todos los turistas llegados en 2018 fueron a las 6 autonomías turísticas (Cataluña, Baleares, Canarias, Andalucía, Comunidad Valenciana y Madrid), como en 2017 (recibieron el 90,78%). Y son esas mismas 6 regiones las que se llevan el 93% del pastel turístico, dejando a las 11 restantes sólo el 7% de los ingresos.

Hay que reequilibrar el turismo, con más turistas no europeos y más visitantes a las 11 autonomías menos turísticas, consiguiendo más turismo fuera de temporada y que no sólo venga a los destinos de costa, muy saturados. Y eso exige una reconversión del sector, con nuevas inversiones en reconvertir y modernizar hoteles e instalaciones, además de renovar la oferta y digitalizar al máximo los negocios y la captación del turismo, con más gasto en promoción exterior. Una reconversión que exige muchos recursos privados, más inversión y financiación a los empresarios privados, y un apoyo público, con ayudas fiscales, financiación y promoción, para ayudar a la primera industria española a consolidarse. Y eso no se hace con los 335 millones de euros destinados en los Presupuestos 2019 a la promoción del turismo, una “miseria" como los 336 millones del Presupuesto 2018.

El Gobierno Sánchez ha propuesto al sector turístico elaborar con ellos y las autonomías un Plan estratégico del turismo sostenible para 2030. Es una excelente alternativa, pero falta llenarla de contenido, de medidas y recursos, y que no se trunque con las elecciones. Cualquier gobierno, del signo que sea, debería apostar por el turismo y ayudar al sector a “crecer con cimientos”, no a batir récords sin saber dónde vamos. Hay que hacer un Pacto por el turismo sostenible a 10 o 20 años vista. Y cuidar “la gallina de los huevos de oro”.