Una secuela de todas las crisis es que bajan los precios, como reacción para contrarrestar la caída del consumo y la actividad. Pero en esta crisis del COVID 19, la caída de precios ha sido más rápida que en la anterior crisis de 2008. Entonces pasaron 6 meses entre la caída de Lehman Brothers (septiembre 2008) y la primera caída de la inflación anual (-0,1% en marzo de 2009), que se prolongó durante 8 meses, hasta octubre de 2009 (-0,7%). Ahora, la inflación se estancó ya el primer mes del confinamiento (+0% de inflación anual en marzo de 2020, tras haber subido un +0,7% en febrero) y lleva cayendo mes a mes desde abril (-0,7% anual) hasta octubre (-0,9%), 7 meses consecutivos según el INE.
La inflación negativa ha aparecido también en Europa, pero más tarde que en España: en la zona euro (19 paises UE), la inflación negativa no apareció hasta agosto de 2020 (-0,2%) y ha empeorado ligeramente en septiembre (-0,3%) y octubre (-0,3%), según el último dato de Eurostat. Con ello, España se sitúa como el país grande del euro con más inflación negativa (-1% en octubre, el dato de inflación anual armonizada con Europa), más del triple de caída que la media del euro (-0,3% en octubre) y por encima de la caída en Alemania (-0,5%), Italia (-0,6%) y Francia (+0%) o Portugal (-0,6%), mientras los paises ricos del norte tienen subidas de precios (+1,1% Holanda, +1,3% Austria, +0,4% Bélgica, +0,2% Finlandia) y caen más que en España en Grecia (-2%), Irlanda (-1,8%), Estonia (-1,7%) o Chipre (-1,3%). Al final, los paises que más sufren la pandemia ven mayores caídas de precios.
Esta bajada de precios en la mayoría de Europa se debe a la recesión por el COVID 19 (con menos actividad, las empresas buscan mantener ventas con bajadas de precios), la caída de los precios del petróleo (de 68,71 dólares/barril el 3 de enero a 22,98 el 22 de marzo y 41 dólares/barril hoy), a la bajada coyuntural del IVA en Alemania y otros paises europeos, al aumento de importaciones y al envejecimiento de la población europea, que alienta un menor consumo y menores subidas de precios (como se ha visto en Japón). Algunos expertos, como los de Funcas, señalan que no podemos hablar todavía de “deflación” (exige 12 meses continuados de bajadas de precios, según la definición del FMI, y sólo llevamos 7) y creen que no hay que preocuparse demasiado, porque la bajada de precios no es generalizada: se debe sobre todo a la bajada de la energía y lo que es la inflación “de fondo” (la llaman inflación “subyacente: sin energía ni alimentos no elaborados) sube, está en positivo (+0,4% en octubre), con subidas anuales en alimentación (+2,4%), vestido y calzado (+1%), enseñanza (+1,2%), medicina (+0,4%), menaje (+0,4%) y hoteles y restaurantes (+0,3%), según las subidas recogidas en el último IPC detallado por el INE, el de septiembre.
A pesar de todo esto, la inflación sigue negativa y va a continuar así varios meses más , según la última previsión del FMI, de octubre: la inflación anual caerá este año al -0,3% en España, con lo que seremos el 2º país europeo que cerrará el año 2020 con una inflación negativa, junto a Francia (-0,5%), mientras en Italia los precios subirán un +0,1%, en Alemania y Reino Unido un +0,3% y en la zona euro un +0,1%. Tanto la Comisión Europea como el Gobierno Sánchez son más optimistas, porque creen que los precios podrían cerrar el año con una subida del 0%, que mejoraría en 2021 hasta subir los precios un +0,9%. Con todo, estamos ante la inflación más baja del siglo y de varias décadas anteriores.
Podría parecer que esta baja inflación (ahora negativa y en unos meses cero) es algo “bueno” para España y el resto de Europa, sobre todo para los consumidores porque podemos comprar más barato, mejora nuestro “poder adquisitivo”. Y es así, pero este aspecto positivo se contrarresta con muchos otros aspectos negativos, que preocupan a los Gobiernos y expertos. El primero, que la inflación negativa desincentiva la inversión y el empleo, algo especialmente preocupante para España, porque tenemos más del doble de paro que Europa (16,5% en septiembre frente al 7,5% en la UE-27, según Eurostat). El mecanismo es sencillo de entender: si un consumidor ve que los precios están bajos, retrasa sus compras a la espera de que bajen más o porque no teme que suban. Y las empresas ven recortarse sus ventas y sus márgenes, al ser forzadas a recortar precios para competir. Y con esto, venden menos, ganan menos, invierten menos y no crean empleo (o lo reducen). Y esto es especialmente preocupante ahora, porque retrasa la recuperación post COVID.
Un segundo problema que acarrea la inflación negativa (o muy baja) es que reduce los ingresos públicos, sobre todo el IVA (también Sociedades, IRPF e impuestos especiales), tanto porque se reduce el consumo como porque bajan las ventas y los precios (se aplica un IVA sobre un precio menor). Es algo que ya está pasando en 2020, con la recesión ligada a la pandemia. Y un problema más preocupante para España, porque este año 2020 tendremos un déficit público récord, del -10,1% del PIB, frente al -8,5% de la zona euro, el -7% de Alemania, -9,9% de Francia o el 11,1% de Italia, según la Comisión Europea.
El tercer problema que implica una inflación negativa (o muy baja) es que perjudica a los que tienen deudas, porque no rebaja lo que hay que devolver (si la inflación es alta, en realidad hay que devolver menos dinero comparado con lo que valía cuando lo pedimos).Y este es un problema que también perjudica más a España, porque somos uno de los paises más endeudados del mundo. Las Administraciones Públicas (Estado, SS, autonomías y Ayuntamientos) debían en junio 1.291.057 millones de euros, el 110,1% del PIB, según el último dato publicado por el Banco de España. Y los particulares debían todavía más, 1.654.000 millones (el 141,2% del PIB), entre las empresas (944.138 millones) y las familias (otros 709.861 millones de euros), según el Banco de España. Para todos , una inflación negativa es una mala noticia, porque les dificulta devolver esa deuda.
Y además, hay un cuarto problema: una inflación negativa (o muy baja) obliga a las empresas a entrar en una dinámica de ofertas “low cost”, a tirar precios para competir, lo que aumenta la ya preocupante “precariedad laboral” (más contratos basura y más tareas “subcontratadas”) y deteriora aún más los salarios, que ya cayeron con la anterior crisis y que no suben ahora sino que bajan con el coronavirus. Así que lo que podríamos ganar los ciudadanos como consumidores (poder comprar más batato) lo perderemos como trabajadores, como familias endeudadas y como contribuyentes. Mal negocio.
Lo peor ahora es que hay otro factor en Europa que se suma a la inflación negativa: el euro fuerte frente al dólar (se necesitan más dólares para comprar un euro). La moneda única, que empezó el año en una cotización de 1,1208 dólares por euro, cayó hasta un mínimo de 1,0831 dólares/euro (7 de mayo) y repuntó luego en verano hasta un máximo de 1,1938 dólares (31 agosto), que se ha suavizado hasta los 1,1809 dólares por euro de hoy, a la espera de los resultados de las elecciones USA. La revalorización del euro (+5,36% desde enero) no se debe a que Europa vaya económicamente mejor que EEUU (va peor: la zona euro ha caído un -11,8% con la pandemia, frente al -9,1% USA) sino a que la Reserva Federal Norteamericana se ha gastado mucho más dinero en reanimar la economía (ha inyectado 3,1 billones de euros frente a 1,4 billones el BCE), lo que hace que en EEUU haya mucha más liquidez , más dólares en circulación y eso deprecia el billete verde. Y además, en esta crisis, el dólar no ha actuado como “valor refugio”, por la incertidumbre sobre Trump, lo que ha permitido al euro ganar terreno durante todo el año.
Y la previsión, muy pendiente de lo que pase con Trump, es que el euro se fortalezca más en 2021. Así, el escenario de los Presupuestos 2021 contempla que la cotización media del euro se estabilice en 1,10 dólares por euro en 2020 (como 2019) pero que suba a una media de 1,20 dólares por euro en 2021 (+9,1% de revalorización). ¿Qué problema supone tener un euro fuerte? Básicamente, dos. El primero, que un euro más fuerte abarata las importaciones de los paises europeos (de España también) y eso presiona a las empresas nacionales a bajar más los precios para competir: es otro acicate para la inflación negativa (o muy baja). El segundo problema de un euro fuerte es que encarece las exportaciones europeas, al tener que pagarlas en euros más caros. Y esto es muy negativo para España y el resto de paises europeos, porque una de las claves para salir de esta crisis es que las empresas puedan recuperar sus exportaciones de antes, diezmadas por la pandemia.
Así que, por si teníamos poco con la inflación negativa de los últimos meses, el euro más fuerte se suma al coctel para forzar a la baja los precios y dificultar las ventas en el extranjero. La baja inflación de la zona euro, que va a seguir todavía unos meses (y se agrava con los rebrotes de la pandemia) preocupa muy seriamente al Banco Central Europeo (BCE), cuyo objetivo desde su creación es “luchar contra la inflación”, impedir que suba del 2%. Pero lleva ya una década con poca inflación (+1,2% de subida media en la zona euro entre agosto de 2008 y finales de 2019) y ahora tres meses incluso de inflación negativa. Y asistiendo al grave problema de que Europa apenas crece, antes y ahora con la pandemia.
Por eso, el BCE quiere poner la inflación en 2º plano y buscar cómo ayuda a reanimar la economía europea, que sufre la mayor crisis desde el final de la II Guerra Mundial. Y ya ha anticipado que en diciembre tomará más medidas, para estimular la economía de la zona euro con una nueva inyección de liquidez, por tres vías: más compra de deuda pública y privada europea (+600.000 millones que se suman a los 1,4 millones de estos años), ampliar 6 meses el programa de compra (hasta finales de 2021) y mantener el tipo de interés preferencial (-1%) para sostener a los bancos. El objetivo es dar otro empujón a las economías europeas, tras la 2ª ola de contagios, y de paso, con esta inyección de liquidez, subir algo la inflación (al 1% en 2021) y bajarle los humos al euro, dos logros colaterales, que, de conseguirse, ayudarían a la recuperación de las economías europeas.
En España, todas las esperanzas están puestas en los Presupuestos 2021, que incluyen un gasto y una inversión pública récord (con el adelanto de 26.634 millones de fondos europeos), que deberían reanimar la actividad y el consumo, sobre todo con la subida del 0,9% a los pensionistas (8.867.680 personas que han ganado poder adquisitivo en 2020, que cerrará con una inflación del 0%) y a los funcionarios (2,6 millones de empleados públicos que también han ganado poder adquisitivo y que no lo perderán tampoco, como los pensionistas, en 2021, cuando se espera un 0,9% de aumento de precios). Eso sí, el Gobierno ha congelado el salario mínimo en 950 euros, tras subirlo un 29% en los últimos dos años.
La clave de 2021 va a estar en los salarios, porque si no suben algo y pierden poder adquisitivo, será difícil reanimar el consumo y la inflación. De momento, la subida pactada en los pocos convenios firmados este año 2020 (7 millones de trabajadores en 868.400 empresas) ha sido del +1,93%, inferior al +2,26% de aumento pactado en 2019, según los datos de Trabajo. Pero la mayoría de trabajadores no están incluidos en estas estadísticas (pymes, personal fuera de convenio, empresas que no han firmado convenio), con lo que la subida salarial de este año será mucho menor. Y hay muchas empresas que, por la pandemia, ya están bajando sueldos a cambio de mantener el empleo (o en las nuevas contrataciones): un 17% de los trabajadores ya han sufrido una reducción de salarios y a otro 53% se les ha congelado, según una reciente Encuesta de la consultora Hays. Y un estudio del grupo Adecco prevé un reajuste de salarios en las nuevas ofertas de empleo, con bajadas del -10 al 15%. Y peor será para los que acaben despedidos.
En resumen, es prioritario reanimar el consumo y el gasto para recuperar la economía y hacer subir los precios, requisito clave para reconstruir la economía. Y para ello, las empresas tienen que intentar no bajar los salarios de sus trabajadores y subirlos los que puedan (supermercados, empresas de logística, e-commerce, sanidad y educación), porque es “la gasolina” que necesitamos para aumentar el consumo y los precios. Si no lo hacen y las empresas aprovechan la pandemia para recortar salarios, retrasarán la recuperación.
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