Enrique Ortega |
La pandemia ha tenido unos costes “visibles” (5.400.000 españoles contagiados, 442.000 hospitalizados y 88.619 muertos oficiales) y otros costes “menos visibles”: pérdida de empleos e ingresos, cambios drásticos en nuestra forma de vida, angustia, temor y depresión. España ha sido el tercer país de la Unión Europea donde la pandemia ha tenido un mayor impacto negativo en su salud mental: ha afectado negativamente al 61% de la población, sólo menos que en Reino Unido (65%) e Italia (62%), más que en Polonia (60%), Francia (57%), Dinamarca (51%) o Alemania (44%) y bastante más que la media europea (ha afectado negativamente a la salud mental del 40% de europeos), según el reciente informe “Headway 2023. Mental Health Index”.
La revista científica The Lancet ha estimado que la pandemia ha causado ansiedad y depresión a 129 millones de personas en el mundo, especialmente a las mujeres y a los jóvenes. Y la OCDE estima que la pandemia ha agravado la salud mental (empeorando la depresión y la ansiedad) en todos los paises, en especial en Corea, México, Australia, Estados Unidos y Grecia, con una prevalencia del 21% de la población afectada en España, por debajo de la media de la OCDE (22%), Francia y Reino Unido (21%) o Estados Unidos (25%).
Los propios españoles, en la última Encuesta del CIS (2021), reconocen que han sentido tristeza o ansiedad con la pandemia (el 50%), que muchos han acudido a un psicólogo o psiquiatra (el 64%, la mayoría a la sanidad privada) y bastantes han recibido tratamiento farmacológico (el 5,8% de los encuestados: el 58,7% recibieron ansiolíticos y el 41,3% restante antidepresivos). El mayor deterioro de la salud mental se ha dado en niños y jóvenes, por el aislamiento y el recorte de interacción social: los trastornos mentales se han triplicado (del 1,1 al 4%) en los niños de 4 a 14 años, según un reciente informe de Save the Children. Lo mismo los trastornos de conducta (del 2,5% al 7%). También añaden que un 3% de niños y adolescentes han tenido “pensamientos suicidas”. Y destacan que estos problemas mentales son 4 veces mayores en niños y adolescentes de familias con bajos ingresos o en paro.
Pero los problemas mentales ya estaban ahí, muy presentes, antes de la pandemia, que los ha agravado. Así, en 2019, 84 millones de europeos (el 16,6%, 1 de cada 6 personas), sufrían trastornos mentales, según el informe “Headway 2023. Mental Health Index”. Y coloca a España como el 2º país europeo con más “prevalencia (%) de “desórdenes mentales”, 20.000 de cada 100.000 personas (20%), sólo por detrás de Portugal (21%) y por encima de Grecia (19%), Paises Bajos (18,5%), Francia (18%), Italia (17%) y Alemania (15%). Esta prevalencia varía del 18% de media en el norte de Europa al 15% en el Este.
Frente a estos recientes datos europeos (de 2019), en España sólo tenemos los datos de la última Encuesta de salud mental (ENSE) 2017, hecha por Sanidad. Ahí ya se reflejan unos datos preocupantes, que la pandemia ha agravado: 1 de cada 10 adultos españoles tienen problemas de salud mental, más las mujeres (14,1%) que los hombres (7,2%). El porcentaje es más alto en Murcia (30,8% de población con problemas) y menos en Extremadura (8,6%). La mitad sufren ansiedad crónica y la otra mitad depresión (en ambas enfermedades, las mujeres las sufren el doble que los hombres). La consecuencia es que el 3,8% de la población española (1,8 millones de personas) tiene dificultades para realizar sus actividades cotidianas por problemas de salud mental, el 10,7% (5 millones) consumen ansiolíticos y otro 5,6% (2,65 millones de personas) consumen antidepresivos, más en Galicia y Asturias y menos en Cantabria, Ceuta y Melilla.
Otro dato llamativo es que más de 1 de cada 4 consultas (el 27,4%) en atención primaria (Centros de Salud) tienen ya relación con problemas psicológicos, aunque la falta de medios y de personal especializado impide atenderles correctamente y sólo el 10% se deriva a departamentos de salud mental: la mayoría de las consultas se resuelven con una receta de fármacos contra la ansiedad y la depresión. Y las listas de espera de especialistas son enormes, lo que obliga a muchos enfermos con problemas graves a acudir a urgencias, aunque existen pocas unidades de atención mental en los hospitales y pocos centros de atención especializada. Por ello, la mayoría de pacientes con estas patologías acaban en la sanidad privada. Y eso crea una enorme brecha en la salud mental: los pacientes con recursos acaban tratándose y los que no los tienen (que además suelen tener más problemas mentales) están desatendidos.
La sanidad pública española tiene un grave déficit de recursos en materia de atención mental. Y eso se explica porque la destinan pocos medios. De hecho, España destina sólo el 5% del gasto sanitario total a la atención mental, frente al 5,5% de media en Europa, pero muy lejos del 11,3% que se destina en Alemania, el 10% en Suecia, el 9% en reino Unido, el 8,8% en Paises Bajos o el 8% en Francia, aunque Portugal destina el 5,2%, Italia el 3,5% y Grecia el 4,4%, según el reciente informe “Presente y futuro de la salud mental en España”, presentado en octubre. Y además de ser menor el gasto en salud mental, está desigualmente repartido por autonomías.
Otro grave problema de la atención mental en España es la falta de profesionales y medios. Tenemos una media de 30 profesionales de salud mental por 100.000 habitantes, la 2ª tasa más baja de Europa tras Bulgaria, muy lejos de Holanda (260 profesionales por 100.000 habitantes), Dinamarca (240), Finlandia (190), Francia (175), Alemania (140) e Italia (50). Y eso se debe a que tenemos menos psiquiatras, psicólogos o enfermeras de atención mental. En psiquiatras, España es el 2º país con menos profesionales de Europa (10,9 por 100.000 habitantes), tras Bulgaria (10,3), muy lejos de los psiquiatras que hay en Alemania (27,4 por 100.000 habitantes), Grecia (25,8), Paises Bajos (24,1), Finlandia (23,6), Suecia (23,5), Francia (22,9), Dinamarca (18,9), Italia (17,1) o Portugal (13,4 por 100.000 habitantes), según Eurostat (datos 2018). Y somos el único país donde no existe la especialidad de psiquiatra infantil. En psicólogos, España no llega a 5 por 100.000 habitantes, frente a 18 de media en la UE y 26 en la OCDE (faltarían 7.200 para llagar al estándar europeo). Y en enfermeras de atención mental, tenemos 1,96 por 100.000 habitantes frente a 152 en Dinamarca.
Pero el déficit es aún más flagrante en la atención hospitalaria, donde tenemos sólo 40 camas por 100.000 habitantes frente a 70 de media en la OCDE, 140 en Bélgica, 130 en Alemania, 80 en Francia, 260 en Japón, 130 en Corea y sólo 10 en Italia o 25 en Estados Unidos. Eso implica que sólo hay unidades especializadas de hospitalización en algunos grandes hospitales españoles y un número muy escaso de centros de salud mental, una asignatura pendiente de España desde los siniestros “manicomios”.
Con este escaso gasto y los pocos medios humanos y materiales, España tiene una salud mental con peor calidad que la media europea, según el índice Headway 2023 de calidad de salud mental: tenemos una nota de 4,3, frente al 4,8 de media en la UE-27, el 10 (sobre 10) de Paises Bajos, el 8,3 de Irlanda y el 7,7 de Italia o Dinamarca. Sorprende la baja nota de Francia (4 puntos) y Alemania (4,1), estando a la cola Grecia (1,7) y los paises del Este.
La deficiente atención a la salud mental, en todo el mundo y en España, tiene un alto coste humano, social y económico, según denuncia reiteradamente la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sólo en Europa, se producen 165.000 muertes anuales por problemas mentales, el 3,7% de todas las muertes, según el informe “Headway 2023. Mental Health Index”. En el ranking de muertes anuales por desordenes y enfermedades mentales, destaca la alta mortalidad de la Europa del centro y norte: Reino Unido (91,5 muertes por 100.000 habitantes), Paises Bajos (86,8), Dinamarca (71,5), Suecia (64,8), Irlanda (60,4), Alemania (58,5), Luxemburgo (50,1), Bélgica (48,7) y Finlandia (43,8), todos por delante de España (40,8 muertos por 100.000 habitantes), la media europea (36,9), Portugal (36,2), Francia (34,8) Italia (31,2) y Grecia (13,7 muertos por 100.000 habitantes).
La causa principal de muerte por problemas mentales es el suicidio, una lacra en todo el mundo: se producen 700.000 muertes por suicidio al año, según la OMS, quien alerta de que hay 20 intentos por cada muerte consumada. En Europa se producen unos 60.000 suicidios al año, siendo ya la 6ª causa de muerte en los menores de 70 años y la 4ª entre los jóvenes. Eso da una media de 11,7 muertes por suicidio en Europa por 100.000 habitantes, según Eurostat (2019), destacando en el ranking los paises bálticos (26 muertes por 100.000), Eslovaquia y Hungría, seguidos por Bélgica (15,4), Finlandia (15), Francia y Suecia (12,1), Paises Bajos (11,2), Alemania (10,5), Portugal (9,6), Reino Unido y España (7,5 suicidios por 100.000 habitantes en 2019), quedando lejos Italia (5,9) y Grecia (4,5).
España es de los paises europeos con menos suicidios, pero la cifra es muy preocupante: 3.941 muertes por suicido en 2020, 270 más que antes de la pandemia (3.671 en 2019). Es la cifra más alta de suicidios de la historia, más del doble de los 1.652 suicidios que se contabilizaron en 1980. Y desde hace 12 años, es la primera causa de muerte no natural, duplicando las cifras de los accidentes de tráfico. El 40% de los suicidios se producen entre los 40 y los 60 años, pero el año pasado se suicidaron 14 menores de 14 años y 48 adolescentes de 15 a 19 años. Lo peor es que esta estadística oficial (INE) no recoge todas los suicidios, porque los expertos estiman que algunos se camuflan para evitar la estigmatización del muerto y su familia. Además, estiman que se producen 80.000 tentativas de suicidio al año y que hasta 2 millones de españoles “han pensado en el suicidio alguna vez”.
El coste de la salud mental no es sólo en vidas, sino que tiene elevados costes económicos, derivados del coste de la atención sanitaria a los enfermos (aunque sea bajo, aumenta el déficit de la sanidad) y, sobre todo, los costes de las bajas laborales y las incapacidades, así como el deterioro de la productividad en las empresas y las economías. De hecho, la depresión es ya la 3ª causa de discapacidad laboral en el mundo y será la 1ª en 2030, según vaticina la OMS, que estima los costes de la mala salud mental en el 4,2% de la economía mundial (PIB). En Europa, los expertos estiman el gasto en el 4% del PIB europeo (600.000 millones de euros), entre el mayor gasto sanitario (190.000 millones), los gastos en programas sociales vinculados (170.000 millones) y los gastos por discapacidad y menor productividad (240.000 millones). España es el 8º país europeo con más costes por la salud mental: el 4,1% del PIB (unos 50.000 millones de euros anuales), por detrás del coste en Dinamarca y Finlandia (5,2% PIB), Holanda (5,1%), Bélgica (5%), Suecia o Alemania (4,9%) y Austria (4,2% del PIB), según el informe “Headway 2023. Mental Health Index”.
Todas estas vidas perdidas y estos altísimos costes podrían reducirse con unas mejores políticas de atención a la salud mental, según la OMS, que considera la salud mental como el mayor reto sanitario del mundo en el siglo XXI. En España, la atención mental lleva décadas desatendida y la pandemia ha sido un aldabonazo, una llamada de atención sobre la gravedad de la situación. La alerta llegó incluso al Congreso, de la mano del diputado Íñigo Errejón (Más Madrid), que pidió, el 17 de marzo de 2021, un Plan de Salud Mental (ganándose el grito “¡Vete al médico!”, del diputado del PP Carmelo Romero…). Unos meses después, el 9 de octubre, el presidente Sánchez recogió el guante y convocó en la Moncloa a los expertos y profesionales en salud mental para informarles de un “Plan de choque Salud Mental y COVID 2021-2024”, al que se destinan 100 millones de gasto, anunciando medidas como la creación de un Teléfono 24 h para el suicidio (en 2022) y la incorporación a las especialidades médicas de la Psiquiatría infantil y adolescente.
Dos meses después, el 3 de diciembre, el Consejo de Ministros ha aprobado la nueva Estrategia de Salud Mental 2022-2026, que es la primera en 12 años (la anterior se aprobó en 2009 y no se renovó en 2013), un Plan a medio plazo que el día anterior aprobaron por unanimidad las autonomías, que tendrán que financiarlo y gestionarlo. La nueva Estrategia de Salud mental tiene 10 líneas de actuación, entre las que destacan la atención especial a la infancia y adolescencia, el enfoque de género, la prevención y detección precoz de los trastornos mentales, la recuperación de los enfermos en el ámbito familiar y comunitario, la mayor coordinación entre instituciones y profesionales y el apoyo a la formación e investigación. Y en paralelo, se obliga a las empresas a que integren en sus planes de prevención la salud mental de sus trabajadores.
La mayoría de los expertos y profesionales en salud mental creen que la Estrategia aprobada es “un avance”, un punto de partida, pero “insuficiente y poco ambicioso”, porque no fija objetivos medibles ni asegura la financiación necesaria. Y sin más fondos, profesionales y medios, cualquier estrategia de salud mental será poco eficaz. Así que ahora falta, en cada Presupuesto, destinar recursos sanitarios a contratar profesionales y a aumentar camas y centros de atención mental, para reducir el déficit de medios que tenemos con Europa. Y no sólo el Gobierno central: la clave está en las autonomías, que son las que financian y gestionan la sanidad y también la salud mental. Urge que tengan una financiación suficiente y que se acuerde un catálogo de servicios mínimos homogéneo, para que la atención mental no dependa de donde uno vive. Retos que hay que afrontar con acuerdos y decisión política, escuchando a los profesionales. Sin salud mental no hay salud.
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