Mañana se cumplen 3 meses de la invasión de Ucrania, que ha agravado la situación económica y política de Europa. Por un lado, la subida de energía y alimentos frena el consumo y la recuperación, recortando el crecimiento europeo casi a la mitad. Y por otro, la amenaza de Putin obliga a los 27 a reforzar su gasto en Defensa y acelerar las energías verdes, con un Plan de choque para independizarse del gas y el petróleo rusos a medio plazo. Entretanto, España sufre más esta alta inflación, con carburantes 40 céntimos más caros, la luz esperando a bajar en junio y los alimentos disparados, lo que afecta especialmente a las familias más pobres, mientras las empresas aumentan beneficios y los salarios apenas suben: no se reparte el coste de la guerra. Ahora, el Gobierno debate si ampliar en junio las ayudas de marzo, que benefician más a los que más tienen. Ayudas costosas, que fuerzan a más déficit o a subir impuestos. La guerra nos trastoca.
Enrique Ortega |
El peor balance de estos 3 meses de guerra lo sigue teniendo Ucrania, con miles de muertos, millones de refugiados y una buena parte del país destruido (los costes superan los 500.000 millones de euros). Mientras, los europeos sufrimos la guerra en nuestros bolsillos, con la continua subida de la energía y los alimentos: en abril, la inflación media de la UE-27 volvió a subir, al 8,1%, la mayor tasa de la historia. Es el reflejo de una subida continuada del petróleo, que costaba el viernes 111,66 dólares por barril, un 14% más caro que antes de la invasión (97,89 dólares), aunque en realidad es mucho más caro (+19,5%) porque lo pagamos en euros que se han depreciado (-6,5% desde la invasión). Y eso ha encarecido los carburantes en Europa (+13,4% la gasolina y +14,2% el gasóleo). El gas natural, clave para la factura de la luz, ha atemperado su precio (75,81 euros el viernes, frente a 88,89 el 23-F), pero se va a disparar por la exigencia rusa de cobrarlo en rublos y los Planes para contar el suministro a medio plazo. Lo peor es la subida de los alimentos y materias primas (metales), que se ve en los supermercados y en muchas industrias, mientras siguen faltando componentes de Asia.
En España, la inflación sigue más elevada que en el resto de Europa (+8,3% de subida anual, en abril, frente al +8,1% en la UE-27 y el +7.4% en la zona euro, +5,4% en Francia, +6,3% en Italia y +7,8% en Alemania), pero ha bajado desde el máximo histórico de marzo (+9,8%), según el INE. Esta es la subida media, pero hay una serie de productos que han subido muchísimo más en el último año, según el IPC de abril: electricidad (+ 34,9%), gasóleo (+32,1%), gas natural (+19,4%), gasolina (+16,1%) y muchos alimentos (+48,4% los aceites, +21,6% los huevos, +13,7% los cereales, +12,8% las legumbres y frutas, +12,7% el pollo, +11,4% el vacuno, +10,7% el cordero, +10,2% el café…).
Lo preocupante no es sólo que suban tanto estos productos básicos sino que las subidas se han contagiado al resto de bienes y servicios que no son energía y alimentos. Es lo que se llama “inflación subyacente”, la inflación “de fondo” (sin inflación y alimentos no elaborados), que ha pasado del 2,4% en enero al 3,4% en marzo y el 4,4% en abril, según el INE. Eso indica que la mayoría de la economía ha aprovechado para subir precios, no sólo aquellos sectores y empresas a los que les ha subido la energía y los alimentos.
Esto indica que algunos han aprovechado la guerra y sus efectos para mejorar sus cuentas. De hecho, hay muchas empresas que ahora facturan más, básicamente porque han subido sus precios. Un indicador pueden ser las grandes empresas del IBEX, cuya cifra de negocio ha aumentado un 28,9% en el primer trimestre. Y aunque una parte del aumento es porque ahora venden más caro, también han aumentado sus beneficios: a cierre de marzo, las grandes empresas del IBEX habían ganado 12.896 millones de euros, un 51,5% más que en el primer trimestre de 2021, un año donde las 35 empresas del IBEX ya ganaron 58.543 millones de euros, el doble que antes de la pandemia (casi 28.000 millones en 2019). A pesar de la guerra, hay sectores (petróleo, banca, industrias básicas) que están ganando más que nunca. Y los dividendos que reparten crecieron un 86% hasta abril.
Mientras, los salarios apenas suben la cuarta parte que la inflación (+2,40% hasta abril) y lo mismo las pensiones (+2,5%), con lo que la inflación se come el poder adquisitivo de millones de españoles, sobre todo de esa 5ª parte de asalariados que ganan menos de 1.000 euros al mes. Los expertos, como CaixaBank Research y el propio Banco de España, han reiterado que “la inflación sí entiende de clases” y que las subidas actuales dañan más a las familias más vulnerables, a los que tienen menos ingresos, porque “pesan más” en su presupuesto los gastos en energía y alimentos. Así, los hogares con menos renta dedican 13% de su gasto a alimentación, frente al 10% los más ricos. Y dedican otro 33% a electricidad, gas, calefacción y vivienda, frente a sólo el 5% de sus ingresos los más ricos. Así que los efectos de la guerra de Ucrania y la inflación son desiguales y aumentará más la desigualdad.
Por eso, el Banco de España acaba de pedir, como antes hicieron la OCDE y el FMI, que los Gobiernos concedan ayudas dirigidas a los más vulnerables, no descuentos para todos (como se ha hecho con los carburantes), que son muy costosos y benefician más a los que más tienen. Y además, el Banco de España pide, como hizo el Gobierno, “un pacto de rentas”, que todo el mundo arrime el hombro: los trabajadores moderando las subidas de salarios (para no “alimentar” la inflación) y los empresarios moderando sus márgenes empresariales (y beneficios), no subiendo mucho sus precios. La realidad es que este pacto no se ha dado y que los más débiles pagan la inflación, los trabajadores no consiguen subir apenas sus salarios y casi todas las empresas han subido precios (y beneficios).
Mientras, los consumidores vemos subir sobre todo los carburantes, la luz y los alimentos. La gasolina ronda ya los 2 euros en muchas zonas y tiene un precio medio de 1,89784 euros por litro, más barata que la media UE (1,94054 euros/litro) y un +19,2% más cara que antes de la guerra, según el último Boletín petrolero europeo. El gasóleo ha bajado la última semana, con un precio medio de 1,88707, más caro que la media UE (1,8778 euros/litro) y un +27,5% más cara que el 23-F. Ambos carburantes, gasolina y gasóleo, cuestan ya 40 céntimos por litro más que antes de la invasión de Ucrania, aunque sólo 8 y 5 céntimos más que el 1 de abril, cuando entró en vigor la bonificación de 20 céntimos del Gobierno. Por cierto, que esta bonificación ha ayudado a subir el consumo de carburantes, algo en marzo (+4,15% las gasolinas) y más en abril, con la Semana Santa. Así que nos quejamos mucho de los altos precios, pero seguimos repostando como si nada.
La luz, otro “agujero” en nuestros bolsillos, nos ha dado un cierto respiro en abril, ya que el precio en el mercado mayorista bajó de los 200 euros el 8 de abril, con una media de 191,52 euros en abril después de haber costado 283,3 euros de media en marzo. Eso ha servido para bajar el recibo medio de 143 euros (marzo) a 102,38 en abril, todavía un 46% más caro que un año antes (70 euros en abril 2021). Ahora, mayo sigue con la luz por debajo de 200 euros MWh (178,71 el sábado), menos que antes de la invasión (195,86 euros), y bajará en junio, entre un 20 y un 30%, gracias al tope al gas autorizado por Bruselas durante un año. Y será “un seguro” importante, con recibos en torno a 80-85 euros al mes, a pesar de que el precio del gas y de la electricidad en origen se disparen si Rusia bloquea las ventas a Europa.
Estos 3 meses de guerra en Ucrania no sólo han desbaratado nuestras economías domésticas sino que han revolucionado Europa. En primer lugar, han provocado un freno a la recuperación, porque la alta inflación ha frenado el consumo de los europeos, recortando su crecimiento. Ya en el primer trimestre, la economía de la UE-27 apenas creció un +0,3%, con una caída de la economía italiana (-0,2%), un estancamiento de Francia (+0%) y un mínimo crecimiento de Alemania (+0,2%), mientras España crecía sólo un +0,3% (frente al +2,2% el trimestre anterior), según Eurostat. Y ahora, el 16 de mayo, la Comisión Europea ha recortado drásticamente sus previsiones de crecimiento para 2022: la UE-27 crecerá un +2,7% (casi la mitad del 4,3% esperado en noviembre), con un menor crecimiento aún para Alemania (+1,6%, frente al 4,6% estimado en noviembre) e Italia (+2,4%, frente al +4,3% antes) y con un +3,1% para Francia (+3,8% antes). Para España, Bruselas prevé ahora un crecimiento del +4% este año, inferior al +4,3% que espera el Gobierno (y lejos del 5,5% que nos auguraban crecer en otoño pasado, antes de la guerra).
Así que la guerra de Ucrania llevará a Europa a crecer casi la mitad de lo esperado, incluso menos (rozando la crisis), si el conflicto se alarga. Pero además, la invasión ha puesto patas arriba el modelo europeo, desde la Defensa a la energía. Por un lado, ha revitalizado la necesidad de crear un modelo de Defensa europeo, en principio apoyado en la OTAN. Y eso pasa, además de la ampliación a Suecia y Finlandia, por gastar más en Defensa, destinar una buena parte del Presupuesto europeo a alcanzar el 2% de gasto militar, cuando ahora la UE destina el 1,30% del PIB. Eso significa, a lo claro, que Europa se propone gastar 43.350 millones de euros más en Defensa en los próximos años, un dinero que habrá que sacar de algún lado (de otras inversiones y gastos o con más impuestos). Y en paralelo, la guerra de Ucrania ha revelado la urgencia de reducir la enorme dependencia energética de Rusia: importa el 41% del gas, el 46% del carbón y el 27% del petróleo. Para romper esta peligrosa dependencia, la Comisión Europea aprobó el 18 de mayo un nuevo Pacto verde europeo (“RePower EU”, que pretende acelerar las energías renovables, buscar nuevos suministradores de energía, aumentar el ahorro energético y movilizar 300.000 millones de euros para infraestructuras que ayuden a la independencia energética de Europa.
Así que Putin ha obligado a la Unión Europea a “ponerse las pilas” con la Defensa y la Energía, dos cuestiones claves para el futuro de Europa. Pero los dirigentes europeos no acaban de afrontar otro reto de futuro imprescindible: la Europa fiscal. Si ahora “pincha” la recuperación en toda Europa, harán falta nuevas ayudas a los paises más vulnerables, sobre todo a la Europa del sur. Si con la pandemia se aprobó un paquete extraordinario de ayudas e inversiones, el “Next Generation UE” (750.000 millones entre subvenciones y créditos, 140.000 para España), ahora, con la guerra de Ucrania, urge aprobar nuevos Fondos UE para afrontar los nuevos retos (más gastos de Defensa, más gastos en reconversión energética, más ayudas sociales), ya que lo previsto de momento es "rebañar" dinero de viejas partidas, no poner dinero nuevo. Y sólo se pueden conseguir esos nuevos fondos necesarios si Europa empieza a configurar una política fiscal común, con impuestos europeos más homogéneos y más solidaridad entre norte y sur.
Mientras, en España, la guerra de Ucrania está ya frenando la recuperación, con una caída generalizada del consumo, que seguirá limitando el crecimiento, aunque el empleo parece salvarse de momento (con un nuevo récord de cotizantes en mayo). La clave va a estar en el turismo este verano (que va a depender de que no “pinchen” los bolsillos de alemanes, franceses, nórdicos y británicos) y en que tiren los Fondos Europeos, que avanzan lentamente. En cualquier caso, a finales de junio se acaban las ayudas a los carburantes y la bajada de impuestos a la luz, dos medidas muy costosas (suponen unos 9.000 millones de gasto al semestre). El Gobierno tiene un dilema: o suprime estas ayudas y las de los sectores (transporte, campo, mar, industrias) o las prorroga, sabiendo su alto coste y que benefician más a los que más tienen. No es una decisión fácil. Y más sabiendo que, si la guerra dura varios meses más, tendrá un alto coste para las arcas públicas españolas, que ya tienen un elevado déficit y una altísima deuda.
Así que España también tiene, como Europa, un importante reto fiscal: si quiere hacer frente a las nuevas necesidades, de Defensa (gastar el 2% del PIB en lugar del 0,9% actual, supone destinar 13.500 millones más al gasto militar), de independencia energética o a ayudas a las familias y sectores más vulnerables, junto a todas las necesidades en sanidad, educación, Ciencia, digitalización e infraestructuras tiene que recaudar más. Y eso pasa por hacer una reforma fiscal, homogeneizando el IVA y los beneficios fiscales (como pide el Banco de España) y haciendo que paguen más los que pagan hoy poco (grandes empresas, bancos, multinacionales y los más ricos). Ese debería ser hoy el debate y no la consigna ideológica de “bajar impuestos”. Pero el tema, como pasa en Bruselas, no se va a afrontar de cara a los Presupuestos de 2023. Y menos de cara a un año electoral. Así que seguiremos con parches, en las ayudas y en el déficit, en Europa y en España, a esperar que la guerra de Ucrania amaine y no haya otra recesión este año. Recen.
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