Enrique Ortega |
La carne es un sector económico muy potente en España. Empezando por su producción: a principios de 2021, la ganadería aportaba 20.901 millones de euros a la actividad agraria, el 37,4% de toda la producción del campo, según el Ministerio de Agricultura. Y si tomamos sólo la producción de carne (descontando leche y huevos), las 350.000 explotaciones de carne que hay en España facturaron 15.476 millones de euros, todo un récord, según la Plataforma Campo y Salud. Casi la mitad del valor de la ganadería la producen las 83.360 granjas de cerdos: 7.417 millones de euros facturados en 2020. Les siguen las 130.790 granjas de vacuno (facturaron 3.363 millones), las 20.754 granjas de aves (sobre todo pollos), que produjeron por valor de 2.349 millones, las 113.779 granjas de ovejas y cabras (facturaron 2.072 millones) y las 19.972 granjas de conejos (275 millones más).
Alrededor de estas explotaciones agrícolas giran una serie de negocios que también tienen una alta facturación: fábricas de piensos, empresas de sanidad animal y veterinarios, además de instaladores de granjas y maquinaria. Y a partir de ahí, otra sucesión de empresas que se generan a partir de las explotaciones ganaderas: mataderos, salas de despiece, empresas de empaquetado y congelado, procesado de carne, logística y distribución. Sólo la industria cárnica (mataderos, salas de despiece e industrias de elaboración de productos cárnicos) está integrada por más de 3.000 empresas, que facturaron 27.957 millones de euros en 2020, según la patronal Anice. Eso la convierte en la 4ª mayor industria española, tras la del automóvil, las petroleras o las energéticas. Y supone, sólo la carne, el 22,2% de toda la industria alimentaria española. Ahí no se incluye a las 24.200 carnicerías, que facturan otros 4.300 millones en 2020. Y además, la carne es la 9ª mayor partida exportadora, con unos 10.200 millones de euros vendidos fuera en 2021.
Y ya no es sólo que la carne sea un negocio millonario, es que además mantiene muchísimos empleos. En origen, unas 500.000 personas trabajan en las explotaciones ganaderas de carne, según el Ministerio de Agricultura. La industria de la carne, desde los mataderos a las fábricas de elaboración der productos cárnicos, emplea a 119.646 trabajadores directos, más un 20% de indirectos. Y en las carnicerías trabajan otros 60.000 empleados. Son las grandes cifras de un negocio que ocupa en España a 2,5 millones de personas, según la Plataforma Carne y Salud, desde las explotaciones ganaderas, las fábricas de pienso, la industria de sanidad animal y veterinarios, el transporte de animales, los mataderos y salas de despiece, las industrias de la carne, la logística, las carnicerías, supermercados y exportadores.
El origen y motor de todo este negocio está en el campo, en la producción de carnes, que se ha disparado en los últimos años: la producción ha pasado de 3,46 millones de toneladas de carne en 1990 a 7,6 millones de toneladas en 2020 (+5,1%), batiendo récords año tras año y colocando a España en cabeza de la UE. Dos tercios de la producción de carne (el 66%) es carne de cerdo, una ganadería que tiene cifras impresionantes: 5 millones de toneladas producidas en 2020 (+8,2%), 53 millones de cerdos al año, lo que nos ha colocado ya como el primer país productor de cerdos de Europa, superando a Alemania, y el tercero del mundo (tras China y EEUU). La 2ª mayor producción de carne son las aves: 1,71 millones de toneladas, un +0,7% (1,4 millones de pollos: se matan 700 millones al año en las granjas españolas), lo que nos convierte en el 2º mayor productor de aves de Europa (tras Polonia) y el 10º del mundo (un mercado dominado por EEUU, China y Brasil). La tercera mayor producción es la carne de vacuno: 677.296 toneladas en 2020 (bajó un -2,5%), que nos convierten en el tercer mayor productor europeo, tras Francia y Alemania. Y le sigue, en cuarto lugar, la producción de carne de ovino y caprino: 124.467 toneladas (-5,5%), que nos sitúa como el primer productor europeo (15% de la UE), tras la salida del Reino Unido (15,6%),por delante de Francia (11,2%), Grecia (9,2%) e Irlanda (8,4%).
Hasta hace unos años, el tirón de esta producción de carne era el consumo interno, el hecho de que seamos “un país carnívoro”. De hecho, las estadísticas de la FAO (ONU) colocan a España como el primer consumidor de carne de Europa y el 7º del mundo: 98,79 kilos por persona (2018), por delante de Portugal (94,68), Polonia (88,48) o Italia (81,69 kilos) y lejos de Francia (79 kilos), Alemania (78,75) o Paises Bajos (69,18 kilos). El Ministerio de Agricultura rebaja la cifra a 51,45 kilos por persona en 2020, el primer año en que ha subido el consumo (por la pandemia) tras bajar desde 2012. La carne es el mayor gasto en alimentación de las familias (se llevó el 20% del presupuesto en 2020), que consumieron 2.287 millones de kilos, por los que pagaron 15.990 millones de euros, según el Ministerio de Agricultura. Los españoles consumen la carne sobre todo fresca, aunque aumentan la transformada (27%) y congelada (2 %). La carne más consumida es el pollo (625,6 millones de kilos), seguida de los elaborados cárnicos (569,3), el cerdo (501,5 millones kg), vacuno (244, 7 millones kg), oveja y cabras (64,6 millones kg) y aumenta el peso de “otras carnes” (281,9 millones kg).
En la última década, el gran motor que ha tirado de la ganadería de carne son las exportaciones, que se han triplicado: se ha pasado de exportar 3.411 millones de carne en 2011 a 10.200 millones exportados con los que se espera cerrar 2021. En todo 2020 se exportó carne por valor de 9.842 millones de euros y en noviembre de 2021 (último dato) ya se habían exportado 9.405 millones. Con ello, la exportación de carne es la 9ª mayor partida exportadora de España, tras el automóvil (27.644 millones), las frutas (18.848 millones), la energía (15.640 millones), los medicamentos (15.520), la maquinaria (14.088), los textiles (12.434), plásticos (12,288) y aparatos eléctricos (11.218 millones). El principal destino de las exportaciones españolas de carne es China (33,5% en 2020, el doble que en 2019, por las importaciones récord de cerdo ante su epidemia de peste porcina), Francia (12,5%), Portugal (7,9%), Italia (6,8%) y Japón (4,8%).
El “boom” de la exportación de carne española se debe básicamente al cerdo (5.651 millones exportados en 2020), que supone el 58% de todas las exportaciones cárnicas, lo que ha alimentado una “burbuja” de producción y macrogranjas, convirtiendo a España en uno de los cuatro mayores exportaciones mundiales de porcino, junto a EEUU, Alemania y China. El segundo renglón exportador son los productos elaborados: 1.148 millones exportados, sobre todo jamón, embutidos y derivados, junto a platos preparados. La tercera partida por valor es la exportación de vacuno (760 millones de euros), la mitad a Portugal (26,4%) Italia (18,1%) y Francia (7,4%), seguidas de Libia (6,7% y Grecia (6,2%). La 4ª la exportación de aves, 387 millones, sobre todo a Sudáfrica, Francia, Portugal y Reino Unido. Y le sigue la exportación de ovino y caprino, que en 2020 alcanzó un récord: 367 millones exportados, sobre todo a Francia (28,1%), Libia (15,8%), Arabia (11%), Jordania (7,5%) e Italia (6,1%).
El alto consumo de carnes en España y el boom de las exportaciones, sobre todo a Asia y Europa, han relanzado la industria de la carne, que busca ajustar costes para ofrecer bajos precios con los que competir en España y, sobre todo, en el extranjero. Eso ha provocado dos grandes reajustes en el negocio de la carne. El primero, en origen, la tendencia a montar explotaciones cada vez más grandes, fomentando la creación de macrogranjas, sobre todo de cerdos y pollos, los dos negocios más dirigidos a la exportación. Se estima que de las 350.000 explotaciones ganaderas, sólo 7.100 se pueden considerar “macrogranjas”, radicadas principalmente en Aragón (922), Cataluña (856) y Castilla y León (582), pero cada vez tienen más peso en la producción y exportación. De ellas, las que más crecen son las macrogranjas de cerdos, 3.217 contabilizadas como tales (la mayor, en Castillejar de Granada, puede producir 500.000 cerdos al año) y las de pollos, donde las granjas tienen un tamaño medio elevado (280.000 pollos).
El otro reajuste en el negocio de la carne, para rentabilizarlo, es que muchas explotaciones y empresas han dado el salto a “la integración vertical”: no sólo explotan granjas de carne sino que han montado empresas de piensos, mataderos y hasta fábricas para productos cárnicos, todo dentro del mismo grupo empresarial. Y muchas ofrecen a los ganaderos ponerles los animales, los piensos y los servicios, pagándoles porque les cuiden los cerdos o las gallinas, con un pago por animal: 12 euros por cerdo criado, por ejemplo. Este sistema, que ha impulsado un tipo de ganadería “intensiva” considera el proceso de producción de carne como una industria: desde la genética de animales madres hasta los piensos, la tecnología de las instalaciones, los cuidados veterinarios, la recogida, el matadero y el despiece, la elaboración de productos frescos y congelados y la logística para transportar y vender la carne aquí o fuera.
Esta “industrialización” del negocio de la carne ha creado unas industrias cárnicas cada vez más poderosos, creadas por pequeños empresarios desconocidos que ahora gestionan grupos millonarios. Podemos perfilar “5 grandes familias” de las que no se habla. Como la familia Vall Esquerda de Lérida, un grupo que factura 1.600 millones de euros y que mata 4,5 millones de cerdos (es el primer productor de porcino de la UE) y 72 millones de aves. O el Grupo Costa, de Huesca, que factura 1.500 millones, con cerdos (3,6 millones), pollos (60 millones) y productos cárnicos. El Grupo Jorge, aragonés, que es el 2º productor de porcino de España (4 millones) y el primer exportador (el 14% del cerdo que se vende a China). O el Grupo Delisano, de Gerona, especialista en porcina y proveedor de Mercadona, que supera los 1.000 millones de facturación, Y el Grupo Incarlopsa, de Tarancón (Cuenca), proveedor también de Mercadona, que factura 678 millones. Todos tienen negocios “integrados”, desde granjas (propias y “alquiladas) a mataderos o industrias agroalimentarias.
Ya sabemos algo más del negocio de la carne, que crece sin parar, en España y en todo el mundo: el siglo XXI es “la Era de la Carne”: si en 1950, la producción mundial eran 50 millones de toneladas, en el año 2.000 ya se había cuadruplicado con creces (229 millones) y alcanzaba los 337,2 millones Tm en 2020, según la FAO (ONU), que prevé se llegue a los 465 millones Tm en 2050. La tendencia es que los paises ricos occidentales moderan su consumo de carne, pero lo aumentan los paises en desarrollo, sobre todo en Asia y Latinoamérica, y antes o después lo harán en África. Mercados con futuro para las competitivas empresas españolas, que también modifican su oferta en España, con nuevos productos derivados de la carne.
Ser una potencia cárnica es bueno para España, por su aportación creciente a la economía y por el empleo que crea. Pero la industria de la carne acarrea tres graves problemas. El primero, que consumir demasiada carne provoca problemas de salud, como han advertido múltiples veces científicos y la OMS: enfermedades cardiovasculares, mayor riesgo de cáncer colorrectal (por las carnes procesadas y las rojas), diabetes y sobrepeso. Y además, el tratamiento de muchos animales de la ganadería intensiva con hormonas y medicamentos provoca que puedan acabar en los humanos, además de que al procesarse industrialmente la carne se añaden productos que pueden ser nocivos, como los conservantes y aditivos, antioxidantes, excipientes y mucha sal. La recomendación de la OMS es no consumir más de 21 kilos por persona (51,45 en España), unos 300 gramos a la semana, mientras la Asociación Española de Seguridad Alimentaria (AESAN) recomienda consumir carne de 2 a 4 veces a la semana (entre 200 y 500 gramos semanales, la tercera parte de los 989 gramos semanales de carne que ahora comemos).
El segundo problema es medioambiental. Por un lado, la ganadería general el 14,5% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo (metano, óxido nitroso y amoniaco), por los animales y las instalaciones. Y en España, la ganadería fue responsable del 9,14% de todas las emisiones, según los datos oficiales .Además, las explotaciones ganaderas (más las macrogranjas) contaminan el suelo y las aguas (primero las subterráneas y luego el resto). Y gastan muchísimo agua: producir 1 kilo de carne de vaca necesita 15.000 litros (y producir un kilo de maíz, 1.500 litros). Además, la fabricación de forraje para el ganado provoca que se talen bosques (cada año, 13.000 hectáreas de bosques se talan para convertirlas en pastizales y cultivos con los que alimentar al ganado (cultivos que no comen las personas).
El tercer problema, del que ahora ya no sólo hablan los ecologistas sino también los científicos, es el maltrato animal, ligado a la ganadería industrial y a las macrogranjas: animales hacinados en jaulas durante largos periodos, engordados a destajo. Pero hay otro maltrato del que se habla menos: el maltrato laboral. La industria de la carne ofrece empleos muy precarios, en muchos casos a inmigrantes, con contratos en exceso temporales y bajísimos salarios, desde las granjas a los mataderos. Esto se ha visto especialmente durante los primeros meses de la pandemia, donde comprobamos que muchos trabajadores de mataderos malvivían hacinados, con subempleos y alto riesgo de contagio.
Al final, muchos han querido convertir el debate de las macrogranjas en un debate simplista: carne sí o carne no. La respuesta debería ser: carne sí, pero menos y producida sin poner en riesgo el medio ambiente y sin maltrato laboral y animal. Había que parar “la burbuja de la carne”, alimentada por el boom exportador, y hacer un Plan para racionalizar el consumo y la producción de carne compatibles con nuestra salud y el Planeta. Y, en consecuencia, aprobar una moratoria para paralizar nuevas explotaciones y racionalizar las existentes, con planes y ayudas para que produzcan carne de forma más sostenible. Es un debate que ya se ha iniciado en Alemania y en Holanda (donde se ha creado incluso un Ministerio de la Naturaleza para reducir las emisiones de la ganadería) y que debía abrirse aquí sin oportunismo político. Y todos debemos saber que si queremos una carne más respetuosa con el medio ambiente, los trabajadores y los animales, será más cara. Así de claro.
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